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El Movimiento de los Sin Tierra (MST) y la coyuntura política en el Brasil

El Movimiento de los Sin Tierra (MST) y la coyuntura política en el Brasil
06 de octubre de 2015 - 00:00

La crisis económica mundial que afecta a Brasil tiene graves consecuencias políticas. Recortes en programas de infraestructura y sociales están a la orden del día. Empezó una privatización de la educación. Estados que fueron, en el pasado; vitrinas del PT, como el Río Grande do Sul (ahora gobernado por el PMDB (Partido Movimiento Democrático del Brasil), un partido de centro-derecha aliado en el plan federal con el PT) y el Paraná (con un gobernador del PSDP, partido socialdemócrata de F.H. Cardoso), adoptan medidas neoliberales en dominios económicos y sociales. La popularidad de la presidenta Dilma ha caído debajo de 10%.

Entre el 21 y el 25 de septiembre, el MST organizó en Brasilia el segundo Encuentro Nacional de los Educadores y Educadoras de la Reforma Agraria. Se trata de profesores de todo nivel, desde la alfabetización y la escuela primaria, hasta la universidad, que se dedican a la educación en los asentamientos del MST y de otros movimientos rurales. Los programas son apoyados por el Estado y varios convenios han sido firmados con universidades principalmente estatales. Desde el principio de esta iniciativa en 1998, decenas de miles de alumnos han pasado por este sistema de educación.

La dimensión política del momento fue bien presente en este encuentro. Dos ministros asistieron a la sesión de inauguración: el de Educación y el de Desarrollo Rural. Este último, del Partido del Trabajo (PT), antiguo ministro de Bienestar Social y responsable de los programas de lucha contra la pobreza (bolsa familiar entre otros) está supuestamente para hacer contrapeso con la Ministra de Agricultura, proveniente de los ‘ruralistas’ o grandes propietarios, pero su presupuesto representa una mínima parte de este ministerio.

En su intervención, Joao Pedro Stedile, fundador del Movimiento, habló claramente de la coyuntura sociopolítica: se debe luchar contra las políticas neoliberales, porque ellas son una estrategia de clases. De verdad la situación es confusa, porque en el Brasil actual, ninguna clase social tiene una hegemonía, lo que desemboca en alianzas políticas dudosas y proyectos contradictorios.

Según él, la crisis actual del país es triple. La primera es de orden económico y tiene su origen en el sistema capitalista mundial, que acentuó durante los últimos 15 años la dependencia de la economía brasileña: reprimerización y relativa desindustrialización. El Brasil no crece más. La burguesía productiva se orienta hacia la especulación financiera. En poco tiempo, más de 200 mil millones de dólares han quitado al país. Las empresas transnacionales reinvierten al exterior.

La segunda es la crisis urbana, con varios aspectos: el transporte caro y de mala calidad, la vivienda, la educación superior que absorbe solamente el 15% de los egresados del nivel secundario. Otro orador del encuentro señaló que, cada año, 40.000 personas son asesinadas, la mayoría jóvenes, pobres, negros y se cuentan unos 50.000 desaparecidos. Se debe recordar también que todavía en Brasil queda una sociedad de desigualdades extremas. Los ricos viven en otro mundo. Es el segundo país del planeta en número de helicópteros privados, después de Estados Unidos.

La tercera es política. El sistema electoral significa el secuestro de la voluntad popular y permite una sobrerrepresentación de los terratenientes. La corrupción afectó los partidos de Gobierno, el PT, pero aún más, el PMDB, de centro-derecha, en alianza con el Partido del Trabajo y que tiene la vicepresidencia y la dirección del Senado. Se explica así, en gran parte, la pérdida de credibilidad de la presidenta que cayó hasta el 7%.

Joao Pedro Stedile concluyó que el pueblo debe reconstruir su espacio, ahora en la calle, más que por la política institucional. Ya, en su congreso de 2014, el MST había anunciado la reanudación de las ocupaciones de tierras y en algunos meses centenares de acciones han tenido lugar, una sobre las tierras de un ministro del gobierno. Felizmente, no hubo incidentes de gravedad. Stedile añadió también que frente a la supresión de las escuelas rurales por millares, cada escuela cerrada significará la ocupación de una sede municipal (prefectura). Pidió solidaridad con los obreros del petróleo que están en huelga, no para un aumento salarial, sino para defender la parte de la renta petrolera destinada a la educación. Finalmente, él recordó que la Reforma Agraria Popular es el objetivo fundamental del Movimiento, frente a la concentración de las tierras para el monocultivo y que la agroecología era su principio de base.

Al mismo tiempo, un artículo de Marcelo Carcanholo, presidente de la Asociación Latinoamericana de Economía Política y de Pensamiento Crítico, era publicado en la revista (online) Izquierda, titulado: ‘¿Por qué el gobierno de Dilma no es de izquierda? - La economía política de los gobiernos del PT’. (Izquierda, 57, septiembre 2015, 41-45).

Según este analista, Lula no cambió la lógica económica de su predecesor, para no perder la credibilidad de los mercados y aun amplió ciertas reformas estructurales a favor de ellos. Él aprovechó la coyuntura internacional favorable para una elevación de las tasas de crecimiento sin presiones inflacionistas y para desarrollar políticas sociales compensatorias. Eso fue el período 2002-2007.

El resultado fue lo ya citado: reprimerización y desindustrialización relativa, es decir, una gran vulnerabilidad frente al exterior. El receso de la coyuntura provocó efectos inmediatos. Para responder a la crisis de 2007-2008 se decretó una exoneración tributaria, una expansión del crédito y se protegieron mercados garantizados, esto en conjunto ha significado una tímida política anticíclica en un océano liberal. A medio plazo eso acentuó el déficit fiscal, provocó el endeudamiento de las familias y estrenó un ajuste ortodoxo.

Al contrario, una política de izquierda habría terminado con las estructuras neoliberales, reduciendo la vulnerabilidad estructural exterior; promoviendo una modificación en la concentración de la renta; una ampliación del mercado interno y una expansión de la integración regional más allá que los acuerdos comerciales. Habría significado también políticas sociales y públicas que transcienden las medidas compensatorias, que finalmente deriven de la ampliación de las reformas neoliberales.

La conclusión del autor es que Dilma no es de izquierda, porque su propuesta política nunca fue de izquierda, y porque la alianza política y de clases del PT no fueron diferentes, porque eso nunca fue la propuesta y porque la alianza política y de clases del PT nunca fue diferente. Si ciertos intelectuales pueden pensar que esta posición es demasiado radical, la experiencia del MST en el terreno tiende a confirmar su pertinencia. (O)

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