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El epílogo de Santos

El epílogo  de Santos
05 de diciembre de 2013 - 00:00

Hace pocos años, en una librería, me topé con el libro Jaque al terror, de Juan Manuel Santos (que entonces no era presidente). He de confesar que no lo compré, pero me llamó la atención -y lo leí rapidísimo- el prólogo que Carlos Fuentes firmaba allí. Se refería a Santos de modo elogioso: había sido su alumno -en EE.UU.- y lo consideraba brillante y, sin ambages, presagiaba que un día llegaría a ser presidente de Colombia. He recordado el hecho, hoy, mientras miro una fotografía de Santos visitando a Obama en la Casa Blanca.

El Juan Manuel Santos de Jaque al terror era el ministro de Álvaro Uribe, el ministro exitoso que, en distintas operaciones militares, había logrado eliminar a varios guerrilleros de las FARC. Un ministro que aspiraba a más, por supuesto. Los años que han pasado luego confirman que Santos, a contrapelo de Uribe, es frío y de mínimas pasiones. Es como si se hubiera percatado, muy pronto, de que su molde debía contener y proyectar al hombre de Estado que la tradición liberal -en su más cautelosa acepción- tanto aquilata y exige. El Juan Manuel Santos de hoy parece saber conducir sus múltiples destrezas políticas y ha hecho posible que los ‘terroristas’ de su libro se transformen en actores beligerantes con los cuales hay que buscar una salida política al conflicto. Los acuerdos que van saliendo de La Habana validan lo dicho.

Habría que añadir que la Colombia de Santos no es la Colombia de Uribe. La violencia de tantas décadas ha ido decantando una urgencia social inaplazable: la paz. Una paz que permita rehacer los postulados de la democracia y sus prácticas en los diversos escenarios; pero con un renovado sistema político. Y, sobre todo, sincerando las cuentas de todos los violentos: Estado, guerrilla, paramilitarismo, narcotráfico, etc. Y Santos lo sabe.

Claro que en su ascenso a estadista -en el canon liberal- comete bastantes errores. Uno fue el anuncio de un acuerdo de cooperación con ese club de guerras que es la OTAN; y otro, el indolente manejo político del paro agrario de agosto de este año, que puso en evidencia problemas nunca resueltos: la propiedad de la tierra, la restitución a desplazados, la territorialidad campesina, la baja productividad y las graves secuelas del TLC.

Ahora, charlando con Obama, y en pleno camino a su reelección, Santos insiste en una relación de colaboración militar con EE.UU. Incluso se mencionó “triplicar los programas de capacitación y entrenamiento de policías y soldados en Centroamérica y el Caribe, con el objetivo de llevar más seguridad a esta región”. Peliagudo detalle de una reunión que intenta coronar, en la Sala Oval de la Casa Blanca, de estadista a Santos. Peliagudo porque la anomia centroamericana no se resolverá con intervencionismo militar y porque el discurso de la paz -dentro y fuera de Colombia- debe sujetarse a las premisas liberales que hasta hoy parecía defender Santos. Es decir, una política de reparación del sistema colombiano… o un mea culpa bien administrado de las taras de sus antecesores.

Carlos Fuentes solo vaticinó en su prólogo la primera presidencia de Santos. La segunda está por escribirse y ojalá se cumpla con la firma de la paz. O sea, un epílogo digno para todos.

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