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El conflicto palestino-israelita (I)

El conflicto palestino-israelita (I)
05 de agosto de 2014 - 00:00

Con este análisis queremos entregar cierta información que permita visualizar algunos elementos históricos y geopolíticos para comprender el conflicto palestino-israelita. Aspiramos a que esto contribuya a que desde nuestra América se genere una voluntad política encaminada a poner fin a esa guerra que no puede durar un siglo más.

Antecedentes clave: Sionismo y judaísmo son cosas diferentes. Aunque para algunos podrá haber referencias anteriores, el sionismo con efectos concretos surge como movimiento político a fines del siglo XIX y se planteó la creación de un Estado para el ‘pueblo judío’ en la ‘tierra prometida’, el actual Israel, objetivo que consiguen en 1948, en ese año surge el Estado judío, por su referencia religiosa es como decir, el Estado católico.

Lo anterior hace del sionismo un movimiento político de características religiosas e ideológicas fundamentalistas, ya que no es liberal ni moderno plantearse la creación de un Estado para un supuesto pueblo judío, católico o musulmán, valiéndose para aquello de justificaciones místicas y mesiánicas. Además, el sionismo supone el enclaustramiento de un antepasado judío como cultura inmutable. Premisa falsa, ya que toda cultura cambia, toda cultura viva se transforma y enriquece.

El sionismo es el nacionalismo judío y toma su nombre de una colina en Jerusalén: Sion. El sionismo surge en el contexto de los nacionalismos europeos, corriente política que en Europa se vuelve fascista y se convierte en el sustento de ideologías totalitarias como el nazismo. El sionismo le da a la religión judía características de Estado-Nación, de la misma manera que en estos días grupos extremistas como el autodenominado Estado Islámico busca conformar un Califato que se extienda por todo el mundo musulmán.

En el fortalecimiento del sionismo interviene el antisemitismo cristiano promovido justamente por ese nacionalismo de extrema derecha europeo, que resurge con fuerza luego de la primera posguerra mundial, y que convierte a la Ilustración en una pieza de museo.

Aunque el movimiento sionista se movía con efectividad, su proyecto aparentaba ser irrealizable, ya que reivindicaba un territorio lejano, Palestina, que ya estaba poblado por árabes, musulmanes, cristianos y judíos, que convivían sin mayor dificultad y que fue parte del Imperio Otomano -que fue multiétnico y multiconfesional-, hasta que terminada la I Guerra Mundial y tras la desaparición del mencionado Imperio, la Sociedad de Naciones, antecesora de la ONU, establece el sistema de mandatos, y en 1920 le asigna a Gran Bretaña el mandato sobre Palestina.

Con el pretexto de proteger las minorías religiosas -básicamente a cristianos y judíos- del Imperio Otomano, que en la primera década del siglo XX ya estaba en decadencia, los europeos logran arrancar concesiones y prerrogativas del gobierno otomano y poco a poco logran consolidar posiciones en lo que fuera su territorio. Rusia se erigió protectora de los cristianos ortodoxos griegos y armenios, Francia de los católicos maronitas y Gran Bretaña de la minoría judía.

Sin embargo, hubo otros factores, a más del antisemitismo ya señalado, que contribuyen al éxito del proyecto sionista. En primer lugar, la convergencia de los intereses sionistas con los imperialistas, así, en una primera fase histórica, es el imperio británico el que incuba la posibilidad del surgimiento del Estado de Israel a través de la declaración de Balfour, mediante la cual los británicos se comprometen a la creación del Estado judío en Palestina. En segundo lugar, un hecho decisivo que contribuyó de manera definitiva a la creación del Estado de Israel fue el Holocausto. El fanatismo o extremismo, sinónimos de fundamentalismo, generan fenómenos tipo Hitler y hechos dolorosos como el exterminio físico de la comunidad judía en Europa.

La dimensión de ese genocidio permitió que el discurso sionista penetrara en vastos sectores judíos que previamente veían al sionismo incluso como una versión del antisemitismo, la gran mayoría de judíos antes del Holocausto se sentía ciudadanos de sus respectivos países, antes que miembros de un supuesto Estado-Nación judío. Fue el Holocausto el que -además- facilitó que la migración judía promovida por el sionismo hacia Palestina adquiriera cota importante terminada la II Guerra Mundial.

En ese marco, la ONU se vio persuadida por ese acontecimiento que conmovió la conciencia humana, de declarar la creación del Estado de Israel a través de la Resolución 181 del 29 de noviembre de 1947 en la segunda sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas. El plan del mencionado organismo propone que el Mandato Británico se divida en dos Estados, uno judío y otro árabe. Nótese que dice árabe, no musulmán ni islámico. Es decir, no hace referencia a una religión sino a una cultura con unas características más o menos homogéneas. Si comparamos, con nosotros los latinoamericanos, podemos decir que tenemos rasgos comunes, pero nos sentimos muy orgullosos de nuestra inmensa y potente diversidad cultural, que se manifiesta de distintas formas. Además, en América Latina existe todo tipo de religiones, la mayoría originaria del cristianismo, que es tan heterogéneo como el islam.

Hablando de idiomas, es necesario recordar que es el nacionalismo sionista el que crea el hebreo moderno como retorno a la lengua originaria, el hebreo antiguo dejó de hablarse alrededor del siglo I a.C., en contraposición al idioma más hablado por los judíos, que era el yiddish.

Es curioso y por eso importante destacar que la ‘famosa’ declaración Balfour no es más que una manifestación formal del Gobierno británico en formato de carta, firmada por el secretario de Relaciones Exteriores (Foreign Office), Arthur James Balfour, publicada el 2 de noviembre de 1917 y dirigida al barón Lionel Walter Rothschild, uno de los líderes de la comunidad judía de Gran Bretaña.

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