Esperanza Rivera se crió en las montañas de Colombia donde surgieron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), pero como a muchos en la cuna de la guerrilla, el acuerdo de paz alcanzado con el gobierno le genera más incertidumbres que certezas.

“Lo que queremos es que se firme la paz y que el plebiscito gane, para que haya paz”, asegura Rivera a la AFP en la plaza de Planadas, un municipio del centro del país donde en 1964 un levantamiento campesino dio origen a las (FARC).

En la verde e intrincada zona rural de Planadas, esta campesina de 41 años advierte que ha comenzado a surgir “otro conflicto, del que no se habla, porque mientras había guerrilla, acá en el campo se hacía respetar mucho de los ladrones y ahora, como los delincuentes no tendrán a nadie a quién temer, nosotros quedaríamos desprotegidos”.

“Al campo no llega la Policía, no  viene ninguna otra fuerza a defendernos del crimen común. Acá los bandidos le temían mucho a la guerrilla y entonces no se robaban ni una gallina porque había quien los castigara”, dice, al pedir que con la paz llegue “más ayudita del Estado, que nos tiene abandonados”.

Tras casi 4 años de negociaciones, las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos sellaron un histórico acuerdo en La Habana para acabar con un conflicto armado de más de medio siglo, cuya aplicación dependerá del resultado de un plebiscito fijado para el 2 de octubre.

Bajo el sol ardiente del mediodía en Planadas y con el incesante canto de las chicharras de fondo, Jorge Ardila afirma querer paz y tranquilidad, pero no oculta sus dudas sobre lo que se ha negociado.

“No creo que sobre el universo haya nadie que no quiera lo mismo, incluso los mismos violentos lo hacen buscando ese camino de la tranquilidad para ellos y sus familias, pero antes de pronunciarme yo debo conocer en qué consisten esos acuerdos”, explica.

A sus 59 años, Ardila, como otros pobladores de la zona, tuvo contacto con la guerrilla e incluso asegura que su padre “fue enfermero de Tirofijo”, Manuel Marulanda, el líder fundador del grupo armado, cuyo nombre verdadero era Pedro Antonio Marín, fallecido en 2008 por aparentes causas naturales.

“A él lo nombraron enfermero en Marquetalia”, cuenta sobre la zona de Planadas donde un gran enfrentamiento entre el Estado y los campesinos alzados en armas llevó a la conformación de las FARC en 1964.

“Y no fue solamente enfermero de Tirofijo, sino del Ejército también (...). Le prestó todos los servicios de medicina al Ejército y, de forma clandestina, también a la guerrilla”, agrega sobre su padre, Pedro Antonio Ardila.

Más armas

Más duro y reservado aún sobre el acuerdo con las FARC, Eustacio Jiménez dice que “hacer la paz en Colombia es difícil porque hay mucha pobreza y desempleo”. Apunta que, aunque negociar es bueno, no habrá paz si eso no se trata bien.

“Lo que va a pasar es que habrá más derramamiento de sangre”, sentencia este hombre de 75 años, poco optimista, entre otras cosas porque “hay más gente en armas que trabajando en el campo”.

Jiménez, como campesino, se conoce al dedillo las montañas que rodean Planadas y que han sido durante décadas “corredores” de las FARC, porque conectan el departamento de Tolima con otros tres territorios: Cauca, Valle del Cauca y Huila.

Una ventaja geográfica que atrajo a la guerrilla, pero también a otros grupos armados actores del conflicto, lo que hace que otros en el pueblo aún hoy opten por callar lo que piensan.

Según los expertos es real la posibilidad de que el vacío que deje esta agrupación irregular sea llenado por otros combatientes ilegales, como el Ejército de Liberación Nacional (ELN), nacido en 1964 y aún activo, o bandas criminales surgidas de remanentes de las milicias irregulares de derecha, desmovilizadas entre 2003 y 2006. (I)