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Condiciones de refugiados sirios, cada vez más duras

Condiciones de refugiados sirios, cada vez más duras
03 de noviembre de 2013 - 00:00

Vivieron durante generaciones en la tierra de los ancestros pero tuvieron que abandonarla igual que a sus propiedades, y muchas veces ni eso, pues fueron destruidas por la guerra. También dejaron atrás a familiares, o simplemente sus restos. Pero es solo el inicio del drama de los refugiados de la guerra en Siria.

Según cifras de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), actualmente más de seis millones de sirios han huido de las zonas de combate, donde vivían y trabajaban, principalmente por temor a morir.

De ellos, unos 4,25 millones lo han hecho dentro de los límites de su país, en tanto otros 2,2 millones de sirios han optado por trasladarse principalmente a naciones vecinas, como Líbano, Jordania, Irak y Turquía, y algunos más lejos, a Egipto. En su viaje a la incertidumbre, la mayor parte solo se llevó la ropa que tenía puesta.

Se calcula que en Jordania hay unos 660 mil refugiados de Siria, muchos de ellos albergados en congestionados campos de refugiados, como en el de Zaatari, que cuenta con una población de unas 125 mil personas, que la convierte de hecho en la cuarta mayor “ciudad” jordana.

Una cifra similar a la de Jordania se encuentra en Turquía, de los cuales unos 200 mil malviven en campamentos improvisados, mientras el resto se reubicó como pudo principalmente en Estambul y Ankara.

En tanto, unos 35 mil kurdos del noroeste de Siria han escogido a Irak como destino, movidos en esa dirección por razones principalmente étnicas.

Mientras que, la mayor parte que ha salido del país se ha dirigido al Líbano; solo entre los que se han registrado oficialmente suman unos 770 mil emigrantes temporales, aunque estimados no muy descabellados calculan el total en 1,3 millones, lo que representaría un 30 por ciento de la población libanesa.

Un fenómeno nuevo en Siria

Las migraciones humanas a causa de las guerras no son algo raro, sino que constituyen más bien la regla. No obstante, tanto por las causas concretas como por su magnitud, el actual fenómeno de los desplazados sirios no tiene paralelo.

Desde su inicio hace unos 30 meses, la guerra en Siria se caracterizó por la violencia desmedida de los extremistas islámicos que pretenden derrocar el gobierno del presidente Bashar al-Asad con el abierto apoyo de varios países, encabezados por Estados Unidos y Arabia Saudita.

También resulta determinante que los escenarios de lucha han sido con demasiada frecuencia las zonas habitadas, ya sean grandes ciudades como Alepo o Homs, o cuanto pueblo se encontrara a su paso.

Pero hay otro elemento clave en el asunto: acorde a la interpretación extrema del Islam de muchas bandas armadas y quienes no compartan su mismo pensamiento religioso se convierten automáticamente en un blanco legítimo para ellos, sean civiles o militares.

De esa manera, a inicios de agosto de este año, por ejemplo, en la provincia de Latakia, costa mediterránea, esos grupos armados asesinaron a 190 civiles en una docena de villas cuyos habitantes pertenecían a la rama alauita del Islam, secuestrando además unas 200 mujeres y niños.

Otras atrocidades han grabado en video y difundido en YouTube, como la ejecución de la familia de un militar alistado en el Ejército, ocasión en que degollaron vivo al varón que permanecía en casa y disparándoles, además, a dos mujeres.

Y como muestra del extremo a que puede llegar el irrespeto por la vida humana de esos grupos, está el ataque químico contra la localidad de Goutha oriental, en la capital siria, el pasado 21 de agosto, de cuya autoría por parte de los extremistas islámicos tanto Damasco como Moscú han presentado evidencias a las Naciones Unidas. Asimismo, el mediador internacional para Siria, Ladhar Brahimi, trata de acercar posiciones y llevar a las partes a la mesa de negociaciones.

Más de 120.000 personas han muerto a consecuencia del conflicto, que inició en marzo de 2011.

Violaciones y secuestros

Desde cierto punto de vista, haber escapado de esa realidad podría considerarse una suerte para los civiles desplazados, pero la situación en los países de destino está lejos de calificarse de acogedora.

En Turquía, quienes han llegado a ciudades como Estambul sobreviven acampados en parques y plazas públicas, sin acceso al trabajo, mientras que los niños mendigan en los semáforos. Son escenas que se repiten en varios países de la región.

Otra cara del fenómeno son los campamentos de refugiados, en algunos casos verdaderos almacenes de seres humanos, como el jordano Zaatari.

En esa ciudad de tiendas de campaña muchos niños, denunció el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), se ven obligados a trabajar a menudo en labores agrícolas riesgosas, como la diseminación de insecticidas.

Se dan, además, situaciones de tráfico humano, que afecta sobre todo a jóvenes sirias en esos lugares. En tanto, las escuelas improvisadas no dan abasto, comprometiendo la instrucción de la niñez, cuyo desenvolvimiento social futuro quedará irremediablemente lastrado.

Tal es la situación en Zaatari donde, según reveló el diario palestino al-Manar, decenas de miles de refugiados han regresado a su país huyendo del abuso por parte de las tropas jordanas, sobre todo a mujeres y niñas.

Por otra parte, los refugiados dentro de las fronteras sirias, en uno de los mayores éxodos jamás registrados en la historia, tienen una mejor situación, pero las condiciones económicas de sus vidas distan de ser ideales.

Mirando el problema de manera desapasionada, sin dudas la guerra terminará algún día y esos millones de personas podrán regresar a sus lugares de origen, pero nunca más a su vida anterior: tras la guerra, con sus miles de muertos, las casas pueden ser reconstruidas, los hogares, no.

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