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Cataluña tiene un déficit fiscal de 16.000 millones de euros

Catalanes durante una manifestación a lo largo de dos avenidas centrales de Barcelona donde formaron una letra gigante “V” en el Día Nacional de Cataluña (Diada). Foto:  AFP
Catalanes durante una manifestación a lo largo de dos avenidas centrales de Barcelona donde formaron una letra gigante “V” en el Día Nacional de Cataluña (Diada). Foto: AFP
14 de septiembre de 2014 - 00:00

A lo largo de su historia, Cataluña ha vivido inmersa en etapas de sentimiento político muy diferentes las unas de las otras. No porque su gente se haya sentido más o menos catalana, más o menos española, sino porque en gran parte de su reciente vida ha vivido episodios donde su libertad de expresión nadaba entre la prohibición y el miedo a ser reprimida duramente.

Cataluña no siempre ha podido hablar, no siempre se ha sentido capaz de expresar los sentimientos que llevaba dentro, no siempre ha tenido facilidades para defender sus intereses. Ahora, más que nunca, vive su momento álgido, en el cual los ciudadanos no tienen miedo a movilizarse y expresar su intención de marcharse de España.

Cataluña, hasta bien entrado el siglo XXI, vivía escondida en su caparazón, resguardada de los posibles golpes que le pudiesen llegar desde el resto del Estado.

Tensiones desde 1714

La región no ha podido caminar tranquila desde que Felipe V de Borbón la invadió en 1714 y le quitó su lengua, sus tradiciones, su cultura y sus libertades.

Tras haberse recuperado de la Guerra de Sucesión al trono de Castilla (la antigua España), a principios de 1900 Cataluña caminaba entre la tranquilidad de ir restableciendo sus instituciones y la incertidumbre de no saber si expresarse o quedarse en silencio.

En esas fechas, varias asociaciones e instituciones catalanistas, como el Centre Excursionista, el Orfeó Català o el Foot-ball Club Barcelona (en inglés inicialmente), nacieron para dignificar a la sociedad catalana a través de los deportes y las artes.

Tras la Primera Guerra Mundial, el 13 de septiembre de 1923, un golpe de Estado liderado por el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, dejó la región contra las cuerdas.
Mostrado anteriormente anticatalanista, el nuevo dictador elaboró un decreto de represión al separatismo catalán, a partir del cual empezaría el desguace de las instituciones públicas, como la Mancomunitat de Catalunya (antigua Generalitat). Además, se prohibieron la exhibición de banderas catalanas y el idioma, tanto en la vía pública, como en las escuelas.

Una muestra del sentimiento ciudadano en esa época fue la silbada del himno nacional español en el estadio de Les Corts, antiguo campo del FC Barcelona.

Esta reacción fue duramente reprimida por el gobierno central español con la suspensión por 6 meses de las actividades del club de fútbol y el exilio de su presidente y fundador, Hans Gamper.

Tras el declive de la dictadura de Primo de Rivera y la convocatoria de elecciones municipales, los partidos republicanos vencieron con claridad en 1931, obligando a la proclamación de la Segunda República Española, el 14 de abril. Tras 5 años de República, el 18 de julio de 1936 estalló otro golpe de Estado militar, liderado en Canarias por el comandante Francisco Franco, que desencadenaría una sangrante Guerra Civil de tres años y que terminaría con la entrada triunfal de las tropas franquistas en Barcelona el 26 de enero de 1939.

El ‘Caudillo’ Franco, que sí había expresado anteriormente su odio a los separatismos de España, no dudó a la hora de aniquilar toda muestra de regionalismo.

A todo lo anteriormente aplicado por Primo de Rivera, se le sumó la censura y la supresión de la prensa no adscrita al régimen, la eliminación de entidades culturales catalanas, la prohibición de manifestaciones públicas, la publicación y proclamación de reivindicaciones de prensa y gobierno, por si quedaba poco, la captura y fusilamiento del Presidente de la Generalitat Lluís Companys, exiliado en Francia. Durante toda la dictadura, los catalanes fueron menospreciados.

Desde la política, la economía, la sanidad, las infraestructuras y hasta en los deportes, donde el FC Barcelona vio cambiado su nombre y escudo para no contener ningún símbolo catalán, como la bandera y la cruz de Sant Jordi.

Toda iniciativa para defender y reivindicar el catalán o las tradiciones catalanas fue duramente reprimida, por lo que el sentimiento nacionalista tuvo que quedarse en casa.
Francisco Franco murió en 1975, pero la transición fue más dura de lo esperado. Otro golpe militar en 1981 hizo temblar los cimientos de la ya instaurada democracia y, evidentemente, los catalanes eligieron seguir en silencio por si volvía a triunfar la dictadura.

La democracia, afortunadamente, siguió su curso y Cataluña, como el resto del Estado, fue recuperándose hasta valerse por sí sola acabados los años 90.
No siendo una dictadura, el trato de España hacia Cataluña, sobre todo con los gobiernos de derechas liderados por el Partido Popular, no se considera por los catalanes digno de un país que valora a todas sus comunidades por igual.

Cataluña es la comunidad autónoma, por detrás de Madrid, que más dinero aporta al Estado y de las que menos recibe, teniendo un déficit fiscal de 16.000 millones de euros.

En 2012, el Parlamento de Catalunya aprobó un pacto fiscal que, tras unas duras negociaciones con España, fue rechazado sin ninguna condición favorable a la comunidad.

Además, hace 2 años el Gobierno central aprobó la Ley Wert en la Educación, lo que significa la impartición de clases en castellano y la conversión del catalán en lengua extranjera, algo que desde Cataluña se ha considerado un enorme menosprecio y lo cual todavía no ha querido aplicar.

Por todo esto Cataluña quiere ahora votar. Votar libremente, ser capaz de expresarse sin miedo a las reprimendas, como un pueblo normal, moderno y ciudadano de un mundo democrático.  

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