Los padres han pedido una audiencia con el papa Francisco
Basílica de México niega misa por los normalistas
El centro de la capital está abarrotado: los turistas pasean y toman fotografías; miles cargan bolsas con regalos de fin de año; y en medio del Zócalo cientos de personas patinan sobre hielo, en la pista que cada año se arma. En medio de la muchedumbre, decenas de hombres y mujeres tienen el rostro de la angustia. Son padres, madres, hermanos, esposas e hijos de los 43 normalistas de Ayotzinapa, desaparecidos desde el 26 de septiembre de 2014.
Se cumplen 15 meses sin noticia alguna sobre sus muchachos y, como lo han hecho cada día desde entonces, salen a reclamar por ellos. Dolorosa tradición, cada día 26 viajan desde el estado de Guerrero a la ciudad de México. Esta vez optan por una peregrinación que parte desde la Catedral con destino hacia la Basílica de Guadalupe: quieren que en la iglesia más importante del país se celebre una misa por sus hijos y también pedir allí que el papa Francisco los reciba durante su visita al país, en febrero de 2016.
Cada familiar lleva entre sus manos una lona con el rostro de su desaparecido. “Carlos Lorenzo Hernández Muñoz. Edad 19 años. ¡Vivo se lo llevaron! ¡Con vida lo queremos!”, dice el cartel que carga Maximino Hernández, un hombre que ha suspendido su propia vida para buscar a su hijo mayor. Desde hace 450 noches duerme sobre el piso dentro de un aula de Ayotzinapa, lejos de su esposa e hijos, quienes los esperan de regreso en su pueblo de la región La Montaña, una de las más pobres de México.
“Nosotros no tenemos Navidad ni Año Nuevo”, dice María de Jesús Tlatempa, madre de uno de los 43 desaparecidos. Habla mientras camina, utiliza un micrófono conectado a bocinas que van sobre una camioneta y con atención la escuchan trabajadoras sexuales que se asoman de algunas cantinas.
Decenas de mariachis atestiguan el paso de la peregrinación por la turística Plaza Garibaldi. “Dos navidades han pasado, 43 bancas siguen vacías en Ayotzinapa, pero también la esperanza sigue intacta —les explica Felipe de la Cruz—. Por eso continuamos caminando las calles de este país”. Él es padre de un sobreviviente de los ataques que también dejaron a 6 personas asesinadas —3 de ellas normalistas—.
Largo se hace el trayecto, mas los familiares aceleran el paso. “No estamos cansados sino muy desesperados por no poder escuchar las voces de nuestros hijos”, dice Cristina Salvador, madre del desaparecido Benjamín Bautista Salvador. Chaparrita, su cabello negro, toma el micrófono y levanta el tono porque ha perdido el pudor aunque le cueste hablar en castellano.
“A 15 meses de que no sabemos nada de nuestros hijos —agrega—, aquí estamos pidiéndole a la Virgen de Guadalupe que nos los regrese porque estamos muy tristes”.
Anochece y la procesión se ilumina con fuego: los normalistas del primer año también llevan antorchas y estandartes con las imágenes de sus compañeros desaparecidos. No los conocieron pero los buscan.
Detrás acompañan organizaciones sociales y ciudadanos, un grupo de unas mil personas. Son las 18:40 cuando llegan a la basílica, a mitad de una misa. Familiares y normalistas apagan las antorchas y se quitan sombreros en señal de respeto. Entran en silencio e incluso piden calma a los manifestantes que gritan alguna consigna. Los fieles dejan de atender a la ceremonia religiosa: miran, comentan y sacan sus celulares para tomar fotografías.
Pese al nutrido grupo y las visibles pancartas con rostros, el cura Francisco Pérez termina la misa con bendición de objetos y familias, sin mención alguna al caso Ayotzinapa. La indiferencia crispa ánimos: “¿Dónde están, dónde están?,/ nuestros hijos, ¿dónde están?”; “¡Queremos obispos del lado de los pobres! ¡Viva Arnulfo Romero!”. Suena entonces una grabación religiosa a todo volumen y los manifestantes responden con gritos más fuertes: “1, 2, 3... 43 ¡justicia!”
El sacerdote Sergio Cobo pide a los familiares salir del recinto y ya afuera les explica que no habrá una misa especial para los desaparecidos porque “ya celebramos una misa para que Dios les dé fortaleza”. Sobre la solicitud de audiencia con el papa Francisco, responde que “se le pidió pero no ha resuelto”.
Agrega que personalmente le ha enviado una carta, al igual que lo hicieron los padres y madres de Ayotzinapa “y varios sacerdotes”.
Termina la protesta. Los familiares regresan al estado de Guerrero sin novedades, la jerarquía católica mexicana se mantiene en silencio como lo ha hecho por 15 meses. (I)