Punto de vista
Ayotzinapa: entre la búsqueda y memoria
Ha trascurrido más de un año de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Un año y contando de aquella desaparición forzosa que busca encontrar la luz de la verdad, como una planta atrapada en la oscuridad que busca desesperada los rayos del sol.
La verdad actúa así, implacable. Pero suele ahogarse en la desesperación del olvido, producto de la ausencia humana más entrañable que habita en los hijos. Fueron esos hijos los que una noche del 26 de septiembre de 2014 enfrentaron a uno de los peores y más siniestros monstruos de nuestra historia: la desaparición.
En América Latina y particularmente en Argentina, la desaparición de personas tuvo un nombre: “muerte argentina”. No fue un capricho de la historia esta nomenclatura, sino que recibe su nombre del funesto método que utilizó el terrorismo de Estado argentino para eliminar personas, considerado uno de los mayores crímenes contra la humanidad. Esta forma de exterminio ocurrió en ese país y se aplicó en todo nuestro continente.
El monstruo de las desapariciones se llevó consigo 43 muchachos. El monstruo tomó la forma de sicarios estatales que se creyeron los dueños de la vida de estos jóvenes.
Recordarlo es imprescindible para mantener encendida la memoria de la violencia y las injusticias y poner en perspectiva esta tragedia nos convoca a reflexionar sobre el valor de la vida y el accionar infausto del poder.
Los 43 normalistas aún no nos han dejado. Sus familiares y el pueblo mexicano siguen buscándolos. No pierden la esperanza de que aparezcan como se fueron: con vida. Esta es una búsqueda con memoria, con la memoria activa y altisonante del presente que no se calla por nadie, que no se apaga con nada. Es la simbiosis entre la búsqueda y la memoria, la cohesión entre el presente imperioso y el pasado pendiente.
Encontrarlos es un hallazgo para la vida y una derrota para los verdugos de la muerte. Ayotzinapa tiene que renacer cerca de nosotros. En nosotros mismos. En aquellos que se atrevan a convocarlo, a reconocerlo, a pertenecerlo.
En los últimos días se ha especulado, luego de una búsqueda realizada por la organización civil ‘Los Otros Desaparecidos de Iguala’, que los restos humanos encontrados en las cercanías del municipio de Teloloapan podrían ser de los 43 estudiantes. Lugar que los vio por última vez. Pero es solo una conjetura en un país donde la desaparición de personas se ha convertido en moneda corriente.
Mientras tanto, nosotros como latinoamericanos debemos luchar para que el Estado mexicano reconozca su responsabilidad en este hecho.
Que nuestras voces se hagan eco en los organismos internacionales y en cada rincón del mundo donde se reivindiquen los derechos humanos. Esa es nuestra tarea. (O)