Arabia e Irán, rivales desde los tiempos de Mahoma
Los recientes ataques contra las instalaciones petroleras de Saudi Aramco, en Khurais, y Abqaiq, en Arabia Saudita, aumentaron las tensiones en el delicado panorama de Oriente Próximo.
Pese a que los rebeldes hutíes de Yemen se adjudicaron la responsabilidad de los ataques, el reino saudí y Estados Unidos culparon a Irán de lanzar “un ataque sin precedentes contra el suministro de energía mundial”.
El Gobierno de Teherán negó su participación en los hechos y calificó las acusaciones de “inaceptables y completamente infundadas”. Además, recordó que luego de los “extensos crímenes que la coalición liderada por Arabia Saudita con el respaldo de los países occidentales han cometido en Yemen, es natural que el pueblo y el Ejército yemeníes respondan para parar esos crímenes”.
Las diferencias
A pesar de que las dos naciones tiene poblaciones mayormente musulmanas, ambas están divididas entre las dos corrientes dominantes del Islam: el chiísmo y el sunismo.
Irán sigue el chiísmo, que inició tras la muerte del profeta Mahoma en 632 d.C. como una facción política: ‘Shiat Ali’ o el partido de Alí. Los chiítas reclaman su derecho a liderar a los musulmanes, pues para ellos el sucesor de Mahoma debía ser algún familiar de sangre, en este caso Alí, primo y yerno de Mahoma.
Por su parte, Arabia Saudita es sunita, cuyo término proviene de la expresión “Ahl al-Sunna”: la gente de la tradición. Esta corriente sostuvo que el sucesor de Mahoma debía ser electo por la comunidad musulmana, por lo que respaldaron a Abu Bakr, suegro de Mahoma.
Se considera que en la actualidad cerca del 90% de los musulmanes son sunitas y se concentran principalmente en Arabia Saudita, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Túnez, Catar, Libia, Turquía y Siria, mientras que los chiítas, que representan el 10%, se concentran en Irán, Azerbaiyán, Baréin, Irak, Líbano y en fuertes comunidades en Yemen.
Por décadas las comunidades chiítas que viven en Estados de mayoría sunita se han visto a sí mismas como víctimas de la opresión y discriminación, e incluso han sido amenazados por los grupos terroristas como Daesh y Al Qaeda (de origen sunita).
Las diferencias entre ambas corrientes se asentaron tras la revolución iraní de 1979, que llevó a la caída del sha Mohamed Reza Pahlev, aliado hasta ese momento de Estados Unidos y que condujo a la instauración de la República Islámica de Irán.
La nueva república promovió una agenda islamista radical de vertiente chiíta con la que retó a los gobiernos sunitas conservadores y con la que buscaba apoyar a los partidos y milicias chiítas de otros Estados.
Esta agenda adquirió vital importancia en la llamada Primavera Árabe, que inició en la región en 2011 y desestabilizó a naciones como Siria, Yemen, Baréin, Egipto, Libia e Irak. Esto generó un vacío de poder que fue usado por Arabia Saudita e Irán para impulsar sus propios intereses.
En Siria, Irán movilizó su apoyo a favor de Bashar al-Assad, perteneciente a la comunidad alauita, una rama moderada del chiísmo y un fuerte aliado del Gobierno iraní. Arabia Saudita, por su parte, apoyó a los disidentes del gobierno, mayoritariamente sunitas.
Tras años de guerra, Al Assad, respaldado por Rusia e Irán, logró retomar el control de la nación y está en los pasos de un proceso de paz.
En Irak, Arabia Saudita fue testigo de un cambio de poder tras el derrocamiento de Saddam Hussein en 2003. Hussein, de origen sunita, había sido un importante aliado entre los años ochenta y noventa contra Irán. Desde su caída se estableció un Gobierno chiíta que mejoró y fortaleció sus lazos con la República Islámica de Irán. (I)