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El Banco del Sur es la instancia de diálogo entre Latinoamérica y el Banco de Desarrollo de los BRICS y BAII

América Latina y el Consenso de Beijing

El presidente chino, Xi Jinping (4 izq.) y varios líderes de América Latina durante una cumbre en Brasilia, en julio. Foto: AFP
El presidente chino, Xi Jinping (4 izq.) y varios líderes de América Latina durante una cumbre en Brasilia, en julio. Foto: AFP
01 de agosto de 2015 - 00:00 - Alfredo Serrano Mancilla, especial para El Telégrafo

Mucho se ha escrito en este siglo XXI sobre el rol de la República Popular China en el mundo. Sin embargo, las agencias estadounidenses de calificación de riesgo no lo contemplan a la hora de hacer evaluaciones para muchos países en América Latina.

En esa misma línea están algunos organismos internacionales, con el Fondo Monetario Internacional a la cabeza, que soslayan las relaciones que el gigante asiático tiene con la región en materia comercial, financiera, tecnológica, energética y en inversiones.

Tanto unos como otros vienen proclamando que, por ejemplo, Argentina y Venezuela padecen un preocupante estrangulamiento financiero externo; o que están en pleno default sin tener recursos para afrontar el pago con acreedores internacionales.

Esta teoría se afirmaría si dejáramos afuera del mapamundi todo lo que representa China, tanto en el terreno geopolítico como geoeconómicamente. Pues no existe truco de magia que pueda hacer desaparecer a los mil trescientos millones de chinos que habitan el país más poblado del planeta.

Tampoco se puede pasar por alto que hoy representan al 16,5% de la economía mundial (frente al 16,3% de Estados Unidos); ni que el Banco del Pueblo de China posee casi cuatro billones de dólares en reservas internacionales, por lo tanto, el yuan se convirtió en la séptima divisa más usada para pagos globales.

El yuan como contrapeso del dólar

A pesar de esta tendencia, China solo tiene el 3,81% de los votos en el seno del FMI, muy lejos de lo que realmente representa en el contexto económico mundial.

No obstante, sabemos que el FMI no tiene reglas democráticas ni tampoco reglas que respondan a la potencia económica porque no permite de ninguna manera que China pueda ampliar su participación para alcanzar al menos el mismo poder, de veto, que hoy tiene Estados Unidos (quien participa con el 16,74%).

Ante ello, China acaba de abrir una nueva institución financiera, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII), al cual ya se han adherido unos 57 países (entre ellos los BRICS como Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Países Bajos, Australia, España, Corea del Sur, Israel).

Esto demuestra que el Consenso de Beijing, como algunos autores lo denominan, es una realidad a favor de una nueva diplomacia financiera.

China continúa aumentando sus inversiones directas en el exterior, una media de $ 200.000 millones anuales; todavía menor que la de Estados Unidos, $ 367.000 millones, pero cada vez más pisándole los talones.

Así la República Popular se sitúa en el centro de gravitación económico mundial alternativo que obliga a los Estados Unidos a ir abandonando gradualmente su hegemonía unipolar.

Este nuevo polo ha logrado, además, establecer fuertes lazos con el resto de los bloques geoeconómicos, con relaciones muy fuertes entre sí, no únicamente comercial, sino que abarcan otro tipo de dimensiones de capital (y también políticas).

Las transformaciones económicas a escala mundial se fueron ampliando tanto que se han generado, en lo que llevamos de siglo, pero no son suficientes para que el FMI y compañía consideren a China a la hora de evaluar y diagnosticar las relaciones económicas internacionales de América Latina.

Sin embargo, todavía siguen aplicando viejas metodologías para valorar la solvencia financiera de cada país sin considerar la importancia de esta potencia.

China, el nuevo aliado

No obstante, mal que le pese a los poderes económicos tradicionales, China es un socio estratégico real y muy proactivo para América Latina en la nueva época global.

También lo es Rusia, y el resto de países que conforman los BRICS. Pero sin lugar a dudas, el papel de China se destaca por encima de los demás.

Desde principios de siglo XXI China ha logrado multiplicar por 20 el volumen de su comercio bilateral con los países que conforman la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).

En la cumbre de inicios de año se comprometió a invertir en América Latina un total de $250.000 millones para los próximos diez años, a un promedio de $25.000 millones anuales, por encima de los $10.000 millones que se había promediado en los años anteriores desde 2010.

Estas cantidades no se refieren a comercio intrarregional ni a financiación tradicional, sino que son inversiones en sectores clave (infraestructuras, manufacturas, tecnología, energía, comunicación).

En este ámbito, la potencialidad a futuro es grande porque actualmente solo el 4,1% de las inversiones directas al extranjero de las empresas chinas recae en la región latinoamericana. Lo comprometido para la próxima década es un salto cuantitativo y cualitativo.

Pero a eso hay que sumarle que el propio presidente chino, Xi Jinping, alentó a trabajar para lograr doblar el volumen de comercio bilateral hasta los $ 500.000 millones en los próximos diez años.

Son cifras no despreciables en este momento de plena transición geoeconómica en el que se disputa el sentido del nuevo orden económico a nivel mundial.

América Latina goza de una relación privilegiada con el gigante de Asia que no debe convertirse en efecto boomerang. En el actual proceso de cambio de época que vive buena parte de América Latina, China es un aliado ideal para facilitar la nueva reinserción económica soberana y estratégica en el sistema económico, siempre y cuando esto no signifique ser un aliado-posesivo. Es decir, América Latina requiere de China como socio pero no como amo.

He aquí la gran pregunta del millón. En estos años China es imprescindible como alternativa real para que América Latina sostenga el ritmo de crecimiento necesario para poner en práctica sus políticas públicas a favor de la mayoría social.

A veces, muchos críticos con la neo dependencia creada con China ignoran que no hay opción cortoplacista efectiva para caminar por la senda del crecimiento distributivo si no es de la mano de quien encabeza la nueva era económica.

Es ingenuo creer que partiendo de donde se partía, con economías golpeadas y con endeudamiento social y financiero, se podría haber pensado en transformaciones estructurales sin superar las propias tensiones de una coyuntura adversa.

Cada vez es más habitual, en ciertas corrientes heterodoxas, pensar en el largo plazo evitando tener que discutir qué se debe hacer en el corto término para resolver aquello que afecta negativamente a la mayoría ciudadana.

Es por eso que, el asunto China, ha de ser analizado y problematizado desde esa perspectiva económica, social y política compleja y real, desde esa dialéctica entre lo que es táctico y estratégico, entre las respuestas de índole circunstancial y aquellos cambios estructurales.

Es irresponsable criticar la relación chino-dependiente de América Latina sin apreciar cuáles eran los verdaderos retos estratégicos del nuevo paradigma económico, en lo humano, en lo social, en aquello que constituye la cotidianidad de las mayorías.

Aunque esto no puede ni debe significar que el futuro, aquello que vaya a suceder en los próximos años en disputa, continúe por la misma senda de estos años pasados.

El Consenso Bolivariano de Latinoamérica

En adelante se abren múltiples retos económicos para moldear virtuosamente esta relación de dependencia. El objetivo es salir irreversiblemente del Consenso de Washington sin caer en las redes exclusivas del Consenso de Beijing.

Aunque la nueva diplomacia financiera china sea menos invasiva que lo que fue la diplomacia financiera made in USA, el objetivo para América Latina es constituirse bajo su propio Consenso Bolivariano, donde instituciones como la Celac o Unasur tengan fortaleza y capacidad real para resituarse en el mundo en forma económica y financiera emancipada.

La inserción bricsiana en el mundo ha de pasar sí o sí por la inserción latinoamericana en el mundo, esto es, el Banco del Sur ha de ser la instancia adecuada para que América Latina dialogue con el Banco de Desarrollo de los Brics, o con el BAII.

Por ejemplo, una agencia de calificación de riesgo, como institución pública y latinoamericana debería ser la encargada de evaluar la deuda pública en cada país en la región, con convenios con las nuevas medidoras económicas china o rusa, pero no sometiéndose a ellas como hasta ahora se ha hecho con Fitch, Moodys o Standard & Poors.

El próximo árbitro que se está creando en el seno de Unasur ha de ser la forma oportuna para que la región se relacione con las inversiones extranjeras directas que vengan de China. El reparto del valor agregado generado a partir de las nuevas relaciones de integración productiva entre China y América Latina también debe ser objeto de discusión.

Las condiciones de transferencia tecnológica y los acuerdos de propiedad intelectual son otros elementos cruciales para repensar qué tipo de relaciones con China son las más atinadas para que América Latina siga caminando irreversiblemente por esta senda del cambio a favor de la mayoría social.

Dice un proverbio precisamente chino que “el fuego es fundamental para cocinar, pero también puede acabar quemando la cocina”.

En este caso, América Latina necesita de China (y viceversa, aunque no en la misma proporción), pero la virtud reside en que esta necesidad no acabe constituyéndose en una limitación infinita para obtener la segunda y definitiva independencia.

En la actual disputa geoeconómica mundial, no existen islas Robinson Crusoe en las que esconderse ni aislarse; el punto de bifurcación está servido entre la subordinación atlántica y la inserción bricsiana.

La primera vía ya tiene su propio currículum; la segunda aún tiene más interrogantes. Su condición como necesaria no elimina los riesgos que esta pueda ocasionar en cuanto a una posible ralentización o impedimento de una soberana inserción regional en el mundo.

Se trata de calibrar las consecuencias de este nuevo escenario geopolítico en favor de América Latina. La clave será en adelante construir una relación virtuosa capaz de aprovechar este viento a favor gracias a los Brics, particularmente a China, evitando que este acabe fagocitando el proceso de cambio regional que venía produciéndose.

Se abre a futuro un mejor escenario geopolítico que exige, a la vez, rediscutir y actualizar tácticamente la nueva política económica interior-exterior con el afán de no perder jamás el horizonte estratégico trazado desde el sur, sorteando así cualquier posibilidad de caer en las redes seductoras de cualquier otro norte si este se produjera.

Más que nunca es momento para que América Latina latinoamericanice íntegramente la necesaria relación con China, pero de igual a igual, sin sentimiento de inferioridad, con soberanía y sin neodependencia; y de haberlo y ser necesaria, que sea únicamente como una condición transitoria para lograr la irreversibilidad de este proceso de cambio en sintonía con seguir avanzando para hacer reversible todo lo que falta conseguir. (I)

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