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10 millones de personas se disputan un territorio de 6 mil kilómetros cuadrados

10 millones de personas se disputan un territorio de 6 mil kilómetros cuadrados
03 de noviembre de 2015 - 00:00

Por Gorka Castillo

La historia contemporánea de Israel y Palestina es un interminable relato plagado de humillaciones, fracasos y agonías. Solo hace falta echar un vistazo al mapa actual de Gaza y de Cisjordania, al trozo de tierra que separa el río Jordán del mar Mediterráneo, para entender cómo viven 10 millones de personas. Las aldeas palestinas parecen hormigueros con las salidas bloqueadas por asentamientos judíos. Así es Tierra Santa. Seis millones de judíos y cuatro de palestinos enfrentados a muerte por un pedazo de polvo con 6.000 kilómetros cuadrados de superficie, un territorio no más grande que la provincia de Los Ríos. Desde 1948, todos ellos parecen hormigas en una región del mundo que genera más historia -y dramas- de la que puede digerir.

Desde el aeropuerto internacional Ben Gurión de Tel Aviv, el portal de entrada a Israel y a las pesadillas que aquí cohabitan desde hace décadas, casi puede contemplarse la blanca arquitectura de los asentamientos judíos de Cisjordania, todos idénticos, como pequeños acuartelamientos en medio de un desierto aliviado por la presencia de olivares milenarios. “Israel no es una isla. Todo Oriente Medio vive un proceso de radicalización y aquí pasa lo mismo. Son muchas décadas favoreciendo a los colonos ultranacionalistas como ‘primera línea’ frente a la amenaza del islamismo y esta política ha terminado generando movimientos radicales judíos cuyo peso es cada vez mayor en la vida del país”, asegura a EL TELÉGRAFO Mikel Ayestarán, corresponsal en Jerusalén para varios medios de comunicación internacionales.

El último capítulo de este conflicto inacabable entre israelíes y palestinos comenzó el pasado 13 de septiembre en Haram al-Sharif, la Explanada de las Mezquitas, donde se alza el templo de Al Aqsa, considerado el tercer lugar sagrado del islam y estrechamente vigilado por el Ejército israelí. El motivo de los enfrentamientos fue las restricciones de acceso impuestas a los musulmanes que acudían a la oración diaria mientras se permitía la entrada a visitantes judíos y grupos de turistas con total libertad. Según los palestinos, Israel lleva aplicando esta política desde hace un año, lo que ha favorecido las incursiones esporádicas y varios ataques vandálicos de colonos a Al Aqsa.

La reacción se produjo a principios de octubre, cuando decenas de palestinos incendiaron la Tumba de José, un lugar venerado por los judíos en Naplusa, en el norte de Cisjordania ocupada. Desde entonces, todo se ha desbocado y Oriente Medio ha vuelto a ser lo que siempre ha sido desde hace 67 años: un polvorín que ya se ha cobrado miles de vidas. Esta nueva escalada de violencia ha dejado un saldo de 64 palestinos y 14 israelíes muertos, datos suficientemente estremecedores como para que algunos expertos comiencen a hablar de la posibilidad de una nueva Intifada, la tercera. El balance de los dos anteriores resultó demencial: miles de muertos, la mayoría palestinos, y decenas de populosos barrios árabes arrasados por el castigo infringido por el poderoso ejército de Israel.

La periodista Amira Hass, una de las más serenas especialistas judías sobre el conflicto en Oriente Medio, siempre ha considerado que el objetivo de su país ha sido asegurarse el control estratégico sobre Cisjordania y Gaza, así como mantener la soberanía permanente sobre la mayor parte de Jerusalén Este, donde está la Explanada de las Mezquitas. “Siguen aportando incentivos, sobre todo financieros, a los colonos en lo que parece un deseo de perpetuar la ocupación”, recordaba Hass en un artículo escrito hace unas semanas en el diario Haaretz, el más crítico con la gestión del primer ministro Benjamin Netanyahu. Los datos avalan su argumento: la tasa de paro juvenil en Palestina supera el 40%. Es lo que se denomina “generación perdida de Oslo”, en referencia al frustrado acuerdo de paz firmado en 1993 que tanta esperanza creó en la región, pero que hoy acumula polvo en el fondo de una papelera.

De nada han servido los tibios esfuerzos mediadores de EE.UU., cuya influencia en el Gobierno derechista de Netanyahu nunca ha sido tan insignificante como lo es desde que firmaron el acuerdo nuclear con Irán. Lejos de reducir la tensión, el primer ministro judío incrementó las hostilidades tras pronunciar dos discursos incendiarios hace unos días en los que acusó al mufty de Jerusalén, Haj Amin al-Husseini, de incitar a Hitler a perpetrar el Holocausto y de definir a los palestinos como “la suma de Facebook y Bin Laden”, con la clara intención de relacionarles con el Estado Islámico por su capacidad de reclutar adeptos en las redes sociales. “Netanyahu sabe lo que dice y cuándo lo dice. Es un mensaje de consumo interno, para los suyos, a quienes habla de lo que en realidad piensa. Ya lo hizo durante la campaña electoral cuando rechazó la opción de los dos estados y alertó del peligro del voto de los árabes israelíes”, explica Mikel Ayestarán.

Al intelectual palestino fallecido en 2003, Edward W. Said, le dejaba perplejo la obstinación por presentar al pueblo palestino como la cantera mundial del terrorismo islámico y a Israel como su angustiada víctima. Los datos producidos por el conflicto refuerzan otra historia distinta.  En la contabilidad de la ONU, 2.260 palestinos murieron el pasado año en Gaza y Cisjordania por ataques israelíes, incluidos 550 niños. Hubo casi 11.000 heridos y se practicaron 5.258 detenciones cada mes “por razones de seguridad”. Del lado israelí, 73 personas perdieron la vida, de las que 67 eran soldados.

Con toda esta batería de presión, lo lógico es que la situación en los territorios ocupados navegue dramáticamente a peor, hacia la asfixia total. “La existencia de Israel se basa en la guerra permanente, en la violencia ininterrumpida, y eso requiere de una lógica política agresiva como la actual coalición de derecha que gobierna. Si hubiese un partido de izquierda, el Israel actual desaparecería”, apunta a EL TELÉGRAFO Unai Aranzadi, reportero que desde 1995 ha cubierto conflictos por todo el mundo, entre ellos, Oriente Medio. Los reiterados informes que cada año elaboran Naciones Unidas o Amnistía Internacional revelan que en los últimos 10 años los ingresos anuales de los palestinos se han reducido a la mitad y que la pequeña franja de Gaza se ha convertido en el lugar con mayor densidad demográfica del mundo –2.350 habitantes por kilómetro cuadrado- y con el índice de paro más alto –el 65% de la población activa-. “Cada demolición de casas, cada piedra expropiada, cada gesto de arrogancia y de humillación intencionada revive el pasado y recrea las ofensas contra el espíritu de los palestinos. Hablar de paz en ese contexto es tratar de reconciliar lo irreconciliable”, aseguraba Edward Said poco antes de su muerte.

No cabe duda de que la historia de Oriente Medio ha sufrido una de esas deformaciones que usa la política para explicar una mentira. (I)

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