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Punto de vista

La ridícula idea de jugar al fútbol

La ridícula idea de jugar al fútbol
28 de junio de 2014 - 00:00

Mientras esperaba en el consultorio de mi dentista llegó una señora con sus dos hijos, de unos 8 y 10 años, aproximadamente. Yo veía el partido de las 11 am en el televisor colocado en la sala de espera y noté que mis dos nuevos acompañantes me sonrieron, con esa risa que uno le da al que siente cómplice de sus gustos. Ella miró el televisor y automáticamente hizo un gesto de desagrado, de esos que uno tiene guardados solo para las cosas que detesta. Y eso bastó. Esa sola mirada al televisor la transformó.

De inmediato, y como buscando conversación y simpatizantes, enumeró todas las razones (?) por las que el fútbol nos hacía daño. Así, sin más -y como dando un diagnóstico fatal- concluyó que todos los males sociales se originaban en el fútbol, señalándolo (y en eso coincido) como el fenómeno social por antonomasia de nuestro tiempo. Culpándolo por las horas que sus hijos y los chicos perdían pateando una pelota queriendo ser como “un montón de ignorantes sin clase”.

Estaba lista para refutar sus puntos ahí mismo. Pero para mi mala suerte, o suya, mi doctora me convocó al sillón de la tortura y esa campana la salvó. Mi doctora es brasileña y futbolera.

En su sillón está instalado un televisor pantalla plana en donde vemos los partidos mientras me atiende (he ido dos veces por semana en los últimos 15 días). En el fondo creo que pone el fútbol por mí, sabe que así me olvido de lo que está haciendo y termino creyendo que estaba con una amiga viendo el Mundial. Que no me lo pierdo por ir al dentista. Entre el partido y el sonido de los taladros bucales pensaba en todo lo que tenía por decirle a esa señora que seguro seguía afuera destruyendo lo que para otros significa tanto. Lo que para sus hijos significa tanto.

Primero pensé que quizás si le explicaba las reglas del juego lo vería con otros ojos. Probablemente su rechazo se originaba en desconocimiento y seguramente nadie le había dicho que es uno de los deportes con las reglas más sencillas, que a diferencia de muchos otros deportes, se han mantenido prácticamente invariables en lo fundamental con el paso de los años. Ninguna innovación del calibre de, por ejemplo, el lanzamiento triple en baloncesto, ha sido introducida en mucho tiempo, y esto -además- facilita la comprensión del juego.

Luego, planteé la estrategia desde otra perspectiva, me di cuenta de que en la explicación de las reglas muy posiblemente perdería su atención. Así que pensé en contarle historias de compañerismo, generosidad y superación que nos ha dejado el fútbol. Recordé unos cuantos ejemplos en donde las vidas de muchos habían sido cambiadas o salvadas a través del fútbol, como los niños de la calle que juegan mundiales o los niños que encontraban refugio en las canchas cuando querían olvidar que eran esclavizados por nazis en Brasil. Pero también de esa idea desistí. Intuí, a tiempo, que me enumeraría mil y un formas diferentes de dar oportunidades en la vida. Decidí entonces hablarle desde mi lado más puro: una hincha del fútbol. Ese hincha que llevamos todos y que nos hace ver partidos donde no podemos ni pronunciar los nombres de los jugadores, pero entendemos el lenguaje del balón. Tenía que explicarle que eso era el fútbol, un lenguaje universal de un país que no pedía pasaporte.

Tenía que explicarle lo importante de gritar un gol en la vida.

Sabía que empezaría diciéndole que el fútbol no es como los otros deportes. Que en eso tenía razón. El fútbol no te da tantas becas como el tenis, ni practicarlo te cuesta tanta plata como el esquí o las motos. Le contaría de la vez que clasificamos por primera vez a un mundial, de lo que sentimos cuando vimos a nuestro equipo parársele a la Inglaterra de Beckham y de cómo nos salva no perder la categoría cuando en un partido disputábamos toda la esperanza. Le intentaría explicar qué se siente abrazar a un desconocido gritando por un gol, cómo el rostro de un niño se ilumina cuando juega su primer partido, por qué queremos ver los clásicos con nuestros panas y las cervezas después de un peloteo. Le explicaría por qué en un mundial todos los partidos te emocionan, por qué cada 4 años el tiempo se detiene entre junio y julio, y por qué haber visto jugar a Messi es un privilegio.

Seguramente al final de mi explicación le habría dicho que la idea de sus hijos de jugar fútbol en lugar de practicar esgrima era ridícula. Pero que era la idea ridícula que más sentido tenía. Nada se compara al fútbol. Nada se compara a lo que sentimos cada 4 años. Al desahogo de esas alegrías en suspenso.

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