Los carroñeros que viven de la desgracia ajena ya se están haciendo un festival sobre los restos todavía tibios del campeón del mundo. Algunos hasta anuncian el final de un estilo, la defunción del toque, la marca en el orillo de esta España que durante años dominó el fútbol mundial despertando la admiración de todos. Nada más errado. El toque está más vivo que nunca. Todos los seleccionados, respetando características y formas de sentir, tratan de tocar. Mucho más que en otros mundiales. Esta es, al menos por ahora, la mejor Copa de los últimos 30 años. La que mejor juego muestra, la que revela un compromiso por el buen juego por encima de las tácticas destructivas. Hay un ejemplo contundente: hasta Italia, padre del catenaccio, intenta un fútbol distinto de la mano de Andrea Pirlo, su ‘regista’, el ‘fantasista’ que tiene un guante en su pie derecho y el mapa de la cancha en la cabeza.

La decepción de España, el tremendo fracaso del equipo de Vicente del Bosque, tiene menos que ver con un estilo agotado que con las fallas de los intérpretes –y quizá también del DT, que no supo encontrar en ellos el hambre que tuvieron en la última década. Reconoció, hace unos días, que es difícil motivar a un equipo que ganó tanto. Y también es cierto que no es el mejor momento de sus jugadores. Casillas parece haberle dado, por fin, la razón a Mourinho, que lo excluyó de su Real Madrid vislumbrando su decadencia hace más de un año. Xavi, primer y último pase del Barcelona multicampeón, su brillante titiritero, tampoco es el mismo. Lo sabía Pep cuando decidió irse, consciente del recambio que debía hacer –e incapaz de desterrar a los héroes que le dieron vida a su arquitectura genial-, lo entendió el Tata Martino, que no tuvo empacho en mandarlo al banco de relevos cuantas veces lo consideró necesario. Ya no está Puyol, su fiereza, su sacrificio, su temperamento. Y este Diego Costa que brilló en el Atlético de Madrid y que fue abucheado en cada una de sus intervenciones no es Villa ni el ‘Niño’ Torres. La verdad es que aquel Barcelona y aquella España que conquistaron al mundo y mudaron ideas ancestrales –la italiana, la alemana-, brillaron por sus jugadores. Por una excepcional generación que convirtió en toque la Furia histórica. Y a excepción de Iniesta, esos jugadores están casi agotados. Lentos. Aburguesados tal vez. Y sin confianza. El golpe que les asestó Holanda fue decisivo. El fútbol es un estado de ánimo, y España está deprimida. Pero no murió el toque. Vive en los holandeses con una variante más vertical. En los alemanes, en una versión más rápida. En los sudamericanos que históricamente consideraron un sacrilegio el pelotazo. En marfileños, belgas, japoneses. El toque es el espíritu libre del fútbol, aunque muchos se apuren en aplicarle el toque de queda.