¿Tenemos un reloj biológico?
A lo largo de millones de años de evolución la naturaleza ha ido imponiendo ciertos ritmos a todas las especies. Los ciclos de las estaciones con los consiguientes cambios en las temperaturas y el ambiente han determinado que los animales se reproduzcan o que hibernen o migren a sitios más cálidos. Eso a una escala grande de tiempo, un ritmo anual. Pero también ha impuesto un ritmo diario que viene impreso en los genes y que permite a las especies adaptarse y sobrevivir. Algunas son diurnas, otras nocturnas, duermen más o menos.
El sueño, la alimentación, la temperatura corporal y la liberación de algunas hormonas dependen de estos ritmos que se repiten cada 24 horas y que, aunque lo quisiéramos, no podríamos manejar. A estos períodos diarios se los conoce como ‘ritmos circadianos’ y son controlados por una pequeña zona del cerebro conocida como núcleo supraquiasmático que depende de factores ambientales como la temperatura, la luz o la humedad, tal como sucede con las plantas.
Nuestros ciclos del sueño están regulados por la luz que captamos a través de los ojos. Cuando es de noche se activa la glándula pineal para que segregue melatonina, una hormona que frena el sistema circulatorio y nos provoca ganas de dormir. Por la mañana, en cambio, los rayos solares llegan a nuestra retina y se interrumpe la emisión de melatonina. De este modo la circulación y el metabolismo vuelven a su nivel normal y la persona se despierta.
Aunque todos tenemos ritmos similares no son exactamente iguales. Esa es la razón por la que algunos se sienten cansados a las 8 de la noche, mientras que otros lo estarán a las 10. Por la mañana muchos estarán en pie a las 6, pero otros necesitarán dormir un par de horas más