Extinciones: cuando la Tierra mata
Que el mundo desaparecerá pronto es una creencia exactamente tan vieja como la misma Humanidad. Nuestros ancestros que vivían en las cavernas veían signos del final en cada eclipse, en cada erupción volcánica, en cada sequía o cuando la comida escaseaba. Más adelante en el tiempo, con la aparición de las grandes religiones, casi todas ellas hablaron del fin de los tiempos.
Por ejemplo, para los antiguos escandinavos el mundo se acabaría cuando un enorme lobo matara a los dioses buenos y devorara todas las estrellas. Con el fin de moralizar y dominar mejor a sus pueblos, sacerdotes y reyes conminaban a la gente a no cometer actos que pudieran ofender a los dioses, porque la ira de éstos destruiría a los hombres.
Esta creencia religiosa fue reemplazada en la década de los 70´s por una versión más moderna. El cuestionado científico, James Lovelock, aseguró que el planeta era un súper organismo que tenía mecanismos para autoregular su temperatura, la salinidad de los océanos y hasta la composición química de la atmósfera. Sobre esta teoría, la corriente de la Nueva Era construyó el mito de que la Tierra es un ser vivo con conciencia a la que llamaron Gaia. Esta diosa madre naturaleza sería capaz de cuidarnos, aunque también de castigarnos cuando la ofendemos porque ella tendría pensamientos, sentimientos y sabiduría.
Pero a la luz de lo que muestran los registros de la historia evolutiva del planeta, la bondad y sabiduría de Gaia deja bastante que desear. Si la Tierra realmente tuviera conciencia, debería ser considerada culpable de genocidio. Porque a lo largo de millones de años la vida ha sido destruida muchas veces.
Grandes erupciones volcánicas y terremotos, movimientos de los continentes, caídas de asteroides y calentamiento global, algunas eras de mucho frío y otras de mucho calor fueron exterminando especies y dando lugar a la aparición de otras. Se estima que a lo largo de la historia se ha extinguido el 99% de las especies que algunas vez vivieron en el planeta, incluyendo a los más enormes que pisaron el suelo: los dinosaurios. (CONTINÚA)