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El Telégrafo
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Oda a la estupidez

Oda a la estupidez
17 de julio de 2011 - 00:00

En Guayaquil ha estallado un escándalo porque alguien mostró en YouTube la filmación de un grupo de estudiantes bailando reggaetón en una fiesta privada. Los medios, siempre ávidos de morbo, han agitado el cotarro y han propiciado un verdadero linchamiento mediático de los jóvenes, agitando al país con titulares escandalosos.

Luego, una colección de “piedragogos” ha salido a rasgarse las vestiduras en defensa de la honra educativa, supuestamente ofendida por los bailarines. Y una rectora pudibunda ha llegado a la estulticia de sancionar a varias chicas por ese baile, acusándolas de haber mancillado el sacrosanto uniforme del colegio.

Todo esto constituye una oda a la estupidez humana. Esos comunicadores escandalosos, esos profesores con alma de inquisidores y esa rectora pudibunda están todos animados por una mentalidad sombría, que se horroriza ante la sensualidad de los cuerpos jóvenes, que pretende reprimir la alegría de la juventud, que busca esconder en la supuesta defensa del uniforme colegial sus propias frustraciones síquicas.

Parte sustantiva de esa estupidez radica en la condena de la sensualidad de un baile, como una manifestación inmoral y pecaminosa. El Libertador Simón Bolívar, un gran bailarín del vals colombiano (ritmo que fuera algo así como el reggaetón de su época) decía que “el baile es la poesía del movimiento” e instruía que se enseñase a los jóvenes su práctica, aduciendo que “da la gracia y la soltura a la persona, a la vez que es un ejercicio higiénico en climas templados”. 

Empero, entre nosotros, esa colección de beatos que maneja nuestra educación podría llegar a prohibir el baile, en general, porque esta manifestación artística tiene, en todos sus géneros, expresiones simbólicas de la sensualidad. Podría prohibir la ropa de ballet porque revela, tras una leve malla, las curvas y recóncavos de la figura humana.

Podría prohibir la cueca chilena, la marinera peruana y nuestro “Alza que te han visto”, porque insinúan la danza erótica del gallo y la gallina. Podría prohibir la salsa, el vallenato y el merengue, porque tienen movimientos audaces e insinuantes, y quizá hasta el bolero, porque implica una estrecha proximidad de los cuerpos.

Claro está, ellos podrían prohibir todo eso si los dejamos hacer, si toleramos su estupidez y si nos unimos al coro de quienes condenan a la juventud por vivir con alegría y bailar con naturalidad. Por eso, prefiero unirme al coro de los que gritan ¡Prohibido prohibir!

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