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Punto de vista
De La guerra de los mundos a la batalla de los rumores en internet
El productor y escritor Orson Welles demostró hace más de setenta años que un medio de comunicación es capaz de crear alarma social y pánico. Es probable que esa capacidad mediática —ejemplificada en las reacciones de la gente con su obra La guerra de los mundos— otorgue sentido a la angustia detrás del pronunciamiento de otro personaje como Umberto Eco, quien escribe que el “drama de internet es que ha aprobado al tonto del pueblo como el portador de la verdad”.
Más allá del criterio de estos dos personajes, en un mundo dependiente de los medios de comunicación y donde son muchos los que se identifican como defensores de un periodismo ‘libre’ e ‘independiente’, el uso de imágenes y notas falsas como información fidedigna parece aún aceptable y digno de apología. En la reciente coyuntura de movilización social, mirando en las distintas redes sociales, los mensajes que más leí fueron de afirmaciones sin relación con la realidad.
La abundancia de portales de ‘humor’ que son confundidos con fuentes informativas con la mayor seriedad del caso y la viralidad de ‘tuits’ sin fundamento o con verdades a medias son síntoma de que falta mucho para desarrollar audiencias más críticas y autocríticas, sin las que no habrá un debate que trascienda la superficialidad y el cuchicheo. El cotilleo parece relevar de frente y con pomposidad el trabajo periodístico o, por lo menos, retarlo.
En un círculo vicioso donde un rumor justifica otro rumor, cada mentira justifica otra mentira. Los que defienden la circulación de información falsa y la manipulación en nombre de una mal entendida ‘libertad de prensa’ deben reconocer que la permanencia de estas prácticas no genera condiciones de diálogo ni trae consigo una sociedad estable, respetuosa de los derechos y bien informada. De hecho, el éxito de estas prácticas simplemente entorpece el desarrollo de una sociedad más democrática y capaz de tomar decisiones con base en información sustentada.
Un chisme justificará los siguientes chismes: hoy es la imagen de archivo de una procesión religiosa que se hace pasar por una marcha política contemporánea. Mañana será un actor político que engaña a sus seguidores por ‘ensayar’ reacciones o ganar popularidad. Y después todo el mundo puede creer que en verdad los bancos cerrarán, porque claro, si en su momento todos lo repiten adquiere ‘credibilidad’. En un contexto en el que una mentira repetida mil veces se vuelve verdad, cualquier persona con una mínima capacidad de falsificar acontecimientos o fotografías podrá irrumpir en el debate público y promover la histeria y hasta el pánico social.
La cultura del teléfono dañado continuará y se afianzará. Es un juego con el que nadie gana y que mucho menos nos lleva hacia algún acuerdo o a la formación de un criterio medianamente racional. Como si la realidad fuera una fábula en la cual se impone la fantasía más espectacular o la habilidad de fabricar certezas en breves mensajes. Sin autocrítica y responsabilidad en la emisión e intercambio de ‘noticias’ prevalecerá el facilismo y la ingenuidad en aspectos de la comunicación tan importantes como nuestro descontento político o la situación del sistema financiero, y habrá así más de qué desconfiar y menos en qué fundamentar posiciones argumentadas. Los mensajes engañosos y descontextualizados profundizarán divisiones, porque su capacidad de volverse virales no dependerá de cualidades periodísticas, sino de su potencial polémico de poner a unos en contra de otros.
Si seguimos con el hábito de creer de sopetón en portales que remedan la apariencia de otros medios, no solo que incurrimos en simplicidad, sino que no habrá una opinión pública robusta, ya que ceder el rol informativo a cualquiera con la capacidad de titular y rellenar cajas de texto significará debilidad y vulnerabilidad en la capacidad de recibir e intercambiar información relevante. Abreviar temas complejos en el área económica, política y social a cien caracteres como una cuestión del ‘bien’ o del ‘mal’ y con base en el qué dirán es un enfoque riesgoso y corto de vista. La falta de compromiso con la comunicación verificada, contextualizada y contrastada viene desde los que mienten con destreza, pero también la padece la sociedad. Ignorar la realidad y reemplazarla por ficciones y esperar que haya una ciudadanía consciente de la nada es arriesgar la capacidad de convivencia y desconectarnos del entorno.
En el vertiginoso cosmos de internet me pasó lo que a miles de internautas: terminé en una posición vulnerable, sin remedio, ante cientos de falsificaciones, montajes, chismes y cuentos. Apenas si la sana curiosidad dejó profundizar y distinguir farsas perfectamente elaboradas que muchos confundían con noticias concretas. Esto, más allá de la tendencia generalizada en las redes sociales de creer con la mayor convicción en cucos y marcianos que inundan las calles y las pantallas. (O)