Brasil: estos días tan veloces
En los últimos años, en medio de la crisis apuntada por las noticias, Brasil ha aparecido como una alentadora excepción.
El país habría logrado desde el primer mandato de Luis Ignacio Lula da Silva (2003-2006) una fórmula para combinar el crecimiento económico con políticas sociales que han beneficiado a millones de personas. La presidenta Dilma Roussef, que participó en la lucha en contra de la dictadura en las décadas 60-80, ha encarnado con éxito esta fórmula. Su Gobierno ha aunado altos índices de aprobación popular y una inmejorable imagen internacional. Entre otros indicativos de ese éxito, Brasil atrajo los dos grandes espectáculos deportivos de los próximos años: el Mundial de Fútbol (2014) y las Olimpiadas (2016).
Sin embargo, de la noche a la mañana, las noticias han cambiado: en las últimas semanas informativos dan cuenta de una escalada de protestas masivas y extendidas por todo el país, acompañadas de represión policial y actos de violencia.
Las imágenes de las protestas no se diferencian en general de las que se ven de Túnez, Turquía o España, países en los que la crisis económica y política ha llevado a reacciones enérgicas de la población en contra de los gobiernos y del capital internacional. Los medios y analistas dan cuenta de que en Brasil hay una revuelta popular y ciudadana, articulada sobre todo en las redes sociales, inicialmente en contra del aumento de los precios de los pasajes en los transportes públicos, no dirigida por partidos, organizaciones o movimientos tradicionales y que ya se celebra como exitosa.
De hecho, las protestas no solo pusieron en el orden del día temas necesarios y urgentes, sino que merecieron una respuesta rápida por parte de los gobiernos municipales, estatales y federal, así como del Legislativo. Tras 13 días de manifestaciones, las tarifas del transporte público han bajado en seis ciudades. Y la presidenta ya anunció, medidas para mejorar los servicios públicos y la realización de un plebiscito para definir una reforma política; entre otras,
A pesar de esas respuestas desde el Gobierno, las manifestaciones prosiguen. La afirmación repetida de que “no se trata solo de 20 centavos” (el valor del aumento del las tarifas del transporte) refleja un hecho: la gente protesta por otras y muchas cosas, y no todos por las mismas razones. Además del costo del transporte, los manifestantes expresan consignas como “Mejor salud y educación”, y rechazan “a la corrupción y a los políticos” y, tal vez lo más sorprendente, “al Mundial de Fútbol”.
La “gente en la calle” no tiene un significado único. Multitud y colectivo pueden evocar tanto fantasmas totalitarios como la ansia de otras formas de pensar vivir en sociedad.
Por lo menos tres características de esas protestas, que van siendo apuntadas por encuestas y análisis, llaman la atención tanto por su peculiaridad como por la dificultad de encuadrarlas.
La primera es que no se dan en un momento de percepción de máxima crisis económica o repudio al Gobierno. Hay empleos y, aunque se pueda entender como una burbuja y Brasil siga teniendo altos índices de desigualad, es visible la mejora en los niveles de vida de amplias capas de la población. Tampoco hay un repudio generalizado al Gobierno.
A poco más de un año de las elecciones para la Presidencia, según encuestas realizadas entre el 7 y 11 de junio por Vox Populi / Carta Capital (al mismo tiempo en que estallan las manifestaciones), Dilma Roussef aparece como favorita a la reelección en todos los escenarios de la disputa. Y según el instituto Datafolha (que está lejos de cualquier simpatía hacia Dilma y su Partido dos Trabalhadores-PT), en esas mismas fechas, el índice de aprobación del Gobierno estaba entre el 57% y 51%.
La segunda respecta a los entendimientos de las consignas. Algunos las ven como una reacción a las políticas neoliberales del Gobierno, que ha privilegiado el crecimiento de la economía y la inclusión en el consumo en vez de mejorar los servicios públicos y a costa, por ejemplo, del medio ambiente y de modos de vida tradicionales, y virtualmente ha abandonado el movimiento popular y obrero, donde el PT nació y se fortaleció.
Otros, como un eco de la oposición sistemática a Roussef, su partido y toda la izquierda por parte los sectores organizados de la derecha y los grandes medios de comunicación, que poseen poder e influyencia suficiente para hacer valer sus intereses y puntos de vista.
13.600
millones de dólares es el presupuesto
total para la Copa Mundial de Fútbol
que se realizará el próximo año en Brasil.
350
millones de dólares fue el
presupuesto en 2012 para mejorar
los servicios básicos en Brasil.
Estas dos perspectivas no son, sin embargo, excluyentes. El rechazo a la presencia de los partidos, sindicatos y otras organizaciones tradicionalmente vinculadas a las luchas sociales y populares proviene del discurso de la derecha, incluso de tono fascista. El rechazo –menos a estas organizaciones en sí mismas que a las maneras de organización que adoptan (centralizadas, verticales, democracia representativa) –proviene también de una sensación generalizada de que las actuales estructuras de poder no responden a las necesidades de las sociedades, así como de las nuevas prácticas de acción política gestadas y difundidas en la Web (descentralizadas, horizontales, no representativas).
La tercera, vinculada a las dos anteriores, tiene que ver con la composición social de los manifestantes. Las encuestas hablan en una mayoría de jóvenes, cerca de los 30 años, con eadios universitarios o recién-ingresados en el mundo laboral y actuantes en las redes sociales. Si bien sus ingresos, según esas mismas fuentes (Ibope 1), no sean en media altos, se concluye que se trata mayoritariamente de la clase media.
El término clase media y el lugar de esta en las manifestaciones también suscita interpretaciones variadas.
En este momento algunos la ven como posible agente de un retroceso político y social. El recrudecimiento de los argumentos y prácticas derivados del fascismo en las redes sociales, así como la provocación y la violencia en los actos, indican que, en mayor o menor medida, esto es un hecho. Otros la ven como el sector que, sobre todo, al tener amplio acceso a los lenguajes y prácticas de los medios digitales de comunicación e interactuación, detiene formas nuevas de conocimiento y acción política que se desvinculan de todos los antiguos sistemas, incluyendo a la izquierda, y sus formas de organización. Reflejaría y motivaría, así, la expresión de insatisfacciones de las clases bajas, sectores que luchan por derechos, etc. El hecho de que la gente de las favelas de Río de Janeiro, entre otros grupos, se haya sumado a las protestas con consignas propias refuerza este punto de vista.
Bajo este cuadro, no es de extrañar que una de las frases más repetidas entre los brasileños en las redes sociales en estos días sea “quienes no están confundidos, no están bien informados”. Sin embargo, más que de confusión deberíamos hablar de una situación compleja en que las ideas se van formando en el proceso.
La “gente en la calle” no tiene un significado único. Multitud y colectivo pueden tanto evocar fantasmas totalitarios como la ansia de otras formas de pensar y vivir en sociedad. La máscara de Guy Falks –el símbolo del grupo de ciberactivistas Anonymous adoptado por muchos en las protestas y que ya se volvió una insignia internacional de movimientos por cambios económicos y políticos– propone nuevos problemas antes que soluciones.
Las crisis contienen, sí, el llamado “huevo de la serpiente”, en la misma medida que contienen nuevas, y tal vez mejores, posibilidades. Cambiar de idea a lo largo del proceso, o en distintas etapas ver desde puntos diferentes, se relaciona con esa multiplicidad y apertura de significados y con el hecho de que somos tanto espectadores como participantes de este contexto.
Saliendo o no a las calles, todos estamos involucrados en ellos. Las calles, como todos los espacios de interactuación –como las redes sociales– se van ocupando. Se trata de cuestionar a quienes pertenecen los espacios, incluyendo los comunicacionales. Se trata de experimentar formas de vivirlos, gestionarlos y participar de las decisiones.
Las épocas de crisis son en general vistas como excepciones. Para la mayoría se trata de vencer la crisis, sobrepasarla y vivir en un lugar o momento en que todo estará bien. Pero estos días tan veloces en que percibimos y nos percibimos en movimiento son tan solo parte de procesos que ocurren todo el tiempo. No hay un progreso lineal, hechos del pasado pueden volver, las cosas pueden tomar rumbos que no podemos predecir. Lo económico, lo político, lo ideológico, la tecnología, los modos de vida, la creación, todo está conectado. De modo que todo análisis es fragmentario y su valor se da en el proceso, en conexión, en el diálogo.
Hay mucho por hacer, incluyendo la responsabilidad de entender y manejar viejas y nuevas ideas y prácticas políticas. Estamos experimentando y aprendiendo. Los acontecimientos y las ideas se atropellan mutuamente. Si es cierto que las manifestaciones en Brasil han generado discusión, acción y cambios positivos, no podemos afirmar con seguridad qué va a pasar. Por esto se trata de seguir y profundizar la participación.
Sea como fuera todo cambia. Como dice Hakim Bey: “La revolución se cerró; sin embargo, la posibilidad del levante está abierta”. De momento, concentramos nuestras fuerzas en “irrupciones” temporales”, evitando enredamientos con “soluciones permanentes”. El mapa está cerrado, pero la zona autónoma está abierta. Metafóricamente, ella se desdobla por dentro de las dimensiones fractales invisibles a la cartografía del Control.”