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Ecuador, 27 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Entrevista

Wilfrido H. Corral, el crítico académicamente incorrecto

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El crítico guayaquileño Wilfrido H. Corral, residente en los Estados Unidos, es considerado uno de los latinoamericanistas más visibles en la actualidad. El influyente crítico uruguayo Ignacio Bajter lo ha proclamado en el último número de la revista mexicana Letras Libres como el Henry Louis Mencken de la crítica literaria. No es gratuito este símil si tomamos en cuenta que el crítico librepensador de Baltimore realizó una obra memorable en la primera mitad del siglo XX, con sus crónicas, ensayos y reseñas matizadas con ironía y agudeza. Bajter corona su símil con este comentario: “A los intelectuales de distinto rango la corrección obliga a establecer rápidos consensos, a mantener arreglos que conservan la estabilidad de sus sillas. Corral, por el contrario, se niega a la pasividad y al conformismo, se opone al pensamiento gastado y con ello responde a la pregunta de cuál es la función de la crítica y el lugar del intelectual”.

La siguiente entrevista a Wilfrido H. Corral va por esa línea propuesta en la declaración de Bajter y sondea la ‘condición crítica’ de lo literario en sus dimensiones locales y globales, además le pedimos que pase a limpio su experiencia de impartir la Cátedra Abierta Roberto Bolaño en Chile (privilegio reservado solo para contados críticos de la república mundial de las letras); hasta hubo oportunidad de hacerle referencia a la reciente publicación de The Contemporary Spanish American Novel: Bolaño and After (Bloomsbury, 2013), de la cual es el editor principal.

 

En Bolaño traducido: nueva literatura mundial (2011) y en El error del acierto: Contra ciertos dogmas latinoamericanistas (2006) opina duramente sobre la crítica literaria latinoamericanista en el mundo angloamericano. Con una segunda edición española (2013) del segundo título, cuya valentía celebra Ignacio Bajter en la revista Letras Libres aparecida el 26 de junio, ¿ha cambiado su visión de esa práctica?

Me ocupé del estado de la crítica angloamericana en la primera parte de El error del acierto y, de manera aplicada, en Bolaño traducido.  Su pregunta coincide con una que me acaba de hacer un crítico español: que si creo que los “estudios culturales” han llegado a su agotamiento. Desde hace tiempo García Canclini cree que sí, pero en nuestros países les creen más a ciertos estadounidenses y algunos colegas no se enteran. La segunda edición de El error del acierto está revisada y por presentar los argumentos a un público más amplio y nuevo, retomé levemente el estado reciente de esa crítica por una razón muy evidente: la latinoamericanista, cuyas bases defiendo en la segunda parte del libro —añadiendo un largo capítulo sobre la teoría literaria de Roberto Fernández Retamar que publiqué primero en Cuba— sigue colonizada. Sin discutir las razones ontológicas por las cuales siempre ha sido así, observo algunos cambios. Sus intereses actuales, siempre distanciados unos de otros, tienden a concentrarse, en ningún orden de preferencia, en la ecocrítica, la ‘agencia’ (por lo general de sus viajes), la cognición, la memoria, las ‘masculinidades’, la ‘literatura mundial’, la traducción, las humanidades digitales, y recuperar lo que queda de la crítica autollamada ‘progresista’, que sin duda se define como tal porque se preocupa de su propio progreso. Esta pretende salvar al mundo; yo no soy tan ambicioso.

Por mi trabajo actual sigo más de cerca los engranajes de la literatura mundial y la traducción, en el otrora marxista Franco Moretti, y la comparatista Emily Apter. En ambos casos no noto el tipo de conocimiento literario producido por la interacción e interpretación humanas, en vez de medidas pseudocientíficas, y tal vez por eso todavía no les interesen a los latinoamericanistas. En una reseña reciente de varios libros acerca de las humanidades digitales, entre ellos Distant Reading (en que Moretti colecciona sus ensayos recientes), Adam Kirsch asevera que “no tiene sentido acelerar el trabajo de pensar al delegarlo a una computadora, cuando es precisamente la experiencia del pensamiento que constituye la sustancia de la educación humanista. Las humanidades no pueden hacerse en segundos”. Según el ensayista mexicano Adolfo Castañón en una nota sobre Lecciones de los maestros de George Steiner: “cabe preguntarse, sobre todo en el ámbito de las humanidades hispanoamericanas, si el conocimiento que se transmite entre maestros y discípulos no consta más que de ‘ficciones supremas’, utopías, concepciones soberbias e insurgentes que solo sirven para hacer de los discípulos unos escolásticos desadaptados”.

 

¿Cree que existe la crítica literaria en el Ecuador? ¿Tiene esta alguna vigencia o papel en el resto de América Latina o en Estados Unidos? Al leer algunos ensayos suyos sobre el tema queda la sensación de que usted siente un horror vacui.

Su pregunta merece un libro que otros que saben más sobre el tema que yo deberían escribir. Sé algo de la de mi época, ¡y por cierto que existe la crítica ecuatoriana!, muy por encima de la ecuatorianista, aunque presiento que demasiados comentaristas nacionales se presentan o definen como ‘críticos’, sin trayectoria comprobada o respaldada con publicaciones. Recuérdese que, como en el resto del mundo, hay dos vertientes: la académica y la periodística, y opino que actualmente la crítica ecuatoriana más interesante es la última, por periodistas establecidos. Una condición, también mundial, es que nadie puede vivir de la crítica como para dedicarle la atención y concentración que merece. Tampoco hay los medios para hacerla, o una difusión significante, y cuando estos existen la endogamia parece determinar los contenidos.  Por eso no tenemos vigencia o papel en las Américas. No obstante, me parece que Kipus, El Búho y ahora CARTÓNPIEDRA están tratando de resolver esa situación. Se evita la desigualdad de calidad, el pensamiento único y la alianza ideológica con consejos editoriales que verdaderamente lean los trabajos que se entrega para considerar si se los publica o no. Eso dicho, nunca me he sentido censurado en los medios impresos ecuatorianos.

 Naturalmente, nuestra crítica ya no es ni puede ser la misma de antes.  No se vislumbra un Benjamín Carrión, Gonzalo Zaldumbide o Jorge Carrera Andrade, que optaron por no restringirse a un tipo de crítica, diferente de Agustín Cueva. Esto no quiere decir que no haya intérpretes literarios magníficos, como Iván Carvajal, cierta obra temprana de Miguel Donoso Pareja; o que otros de generaciones posteriores, como Leonardo Valencia, no produzcan exégesis valiosas, por polémicas que sean, o tal vez por esa razón. En la mayoría de los casos mencionados la crítica sale de los practicantes; la última vez que me invitaron a la Universidad de Cuenca me fascinó observar cómo Jorge Velasco Mackenzie autoanalizaba la investigación histórica que lleva a cabo para sus novelas, sin la inseguridad de los novelistas que se creen menospreciados. Sin caer en la noción insostenible de que solo ellos pueden enseñar una materia, veo algo de razón en ese raciocinio. Por lo anterior, me parece injusto y patético, sobre todo en un momento de reivindicaciones de género sexual, que hasta fechas muy recientes se haya ignorado o subestimado el trabajo precursor de doña Lupe Rumazo (de larga residencia en Venezuela), respecto a los cruces y abolición de fronteras entre narrativa, no ficción y crítica. Si el problema ha sido la falta de acceso a la obra de ella, hoy eso se subsana fácilmente. ¿Pero dónde están las mujeres críticas que podrían rescatarla o reivindicarla? Consciente de que es harina de otro costal y que debe ser parte del libro que menciono que falta, otro problema afín, y grave, es cómo lidian la crítica o los lectores ecuatorianos con los que estamos afuera.

 

¿Pero hay o no hay obras definitivas o definitorias en lo que usted llama “nuestra crítica”?

En términos generales no hay obras contundentes como la de aquellos mayores, ni tampoco una gama de intereses amplia (Mario Campaña tal vez sea una excepción), y en el caso académico, siguen prefiriendo legitimizarse o autorizarse con copias de la hiperespecialización del ‘imperio’, contradicción si la hay. Que la obra de varios críticos sea tan pobre se atenúa por el hecho de que producen muy poca, o refritos en ediciones de autor. Tal vez el problema mayor sea que nuestra crítica se sigue (pre)ocupando de lo ecuatoriano, con un sentido de ‘propiedad’ que raya en el nacionalismo y, vale notar que en los ecuatorianos formados en los Estados Unidos, de los setenta en adelante, abunda la dedicación a ‘nuestra’ literatura, lo que me parece válido, para ese momento. Sin embargo, el mejor libro sobre Montalvo sigue siendo el del argentino Enrique Anderson Imbert, y sobre Palacio el de la española María del Carmen Fernández.

Hay otras maneras de hacer patria y he manifestado en otras ocasiones que nada me gustaría más que un ecuatoriano fuera uno de los mejores críticos de Borges, o que una argentina fuera la mejor crítica de Arguedas, todo lo cual ayudaría a la diversidad de opinión. Todavía noto mucha crítica impresionista, rancia en su filología, o ‘comprometida’, ahora con un lenguaje que pretende estar a la moda, con términos como “posición de sujeto”, “subjetividad” y lo afín. Sin abandonar la jurisdicción del lenguaje, no noto que esa crítica se desafíe a sí misma o que se meta en discusiones mayores que no tengan que ver con la literatura nacional como referente casi exclusivo. Con razón el español Ignacio Echevarría, uno de los mejores latinoamericanistas actuales, ha despedazado la pretensión ecuatorianista de precisar lo que debe ser nuestra literatura “menor” o “pequeña”. Pero también recuerdo el trabajo seminal de Raúl Serrano sobre Humberto Salvador, y no se me pierde la ironía de que el cubano Alejandro Querejeta haya tenido a su cargo varias de las excelentes ediciones críticas que afortunadamente sigue publicando el Centro Cultural Benjamín Carrión.

 

¿Qué otras puntualizaciones podría hacer sobre la semiósfera crítica que está diseccionando? ¿Podría hablarnos del ninguneo y aquello que usted agudamente ha llamado “la condena de la edición nacional”?

La crítica nacional académica se basa en calcos demasiado dependentistas (vaya paradoja) y extremadamente cerrados, como la resemantización del término “decolonización”.  El problema no es que ese club y sus abastecedores no entiendan el concepto de la libre expresión, los límites de lo políticamente correcto, o que oportunamente reciclen temas trillados que en verdad han afectado a sociedades diferentes de la nuestra, sino que predican un evangelio en que solo sus opiniones deben ser expresadas y oídas. El problema mayor es que no leen a otros y más que crítica producen pontificaciones incomprensibles, mezquinas, reduccionistas, apegadas al “ninguneo” del eufemismo nada diplomático. Sí, esos exabruptos sufren de lo que en varias ocasiones he llamado “la condena de la edición nacional”.  Esta afecta más a novelistas y poetas, y también tiene que ver con que amigos publiquen a amigos, y paguen sus ediciones, en nuestro país o en España. En ambos casos, y por su reduccionismo temático, la acogida de esos libros es tan mínima como su distribución (que incluye ofrecerlos a “descuento” a sus alumnos), y esa condición ocasiona una frustración muy humana, pero críticamente innecesaria.

Esas presiones autoimpuestas causan que ese mundillo colonizado por presuntas autoridades con solo un libro, se dedique al rumor y malicia sobre otros críticos reconocidos, actos a la vez represivos y liberadores. Desafortunadamente debido a la estructura y control de los medios, la función represiva habitualmente domina. No es productivo dedicarse a diatribas en un mismo club, cargadas de, seamos honestos, descalificaciones, difamaciones y envidia. No se mejora la crítica con insidia, insultos, ofensas, veneno, y mucho más, que distan mucho de convenirnos para la libertad y la democracia ciudadana.

 

A propósito de la Cátedra Abierta Roberto Bolaño y su libro sobre novelistas hispanoamericanos The Contemporary Spanish American Novel: Bolaño and After, ¿cuál es la lección final que el escritor chileno ha dejado a críticos y escritores en nuestro continente?

La Cátedra no obliga a hablar de Bolaño, aunque me referí a cómo él postulaba, de varias maneras y en diferentes géneros, que la crítica no tiene remedio. Di un seminario sobre El imperio de la teoría, y mi charla pública tuvo como tema ‘(Des)andanzas de los nuevos 2.0 y su noficción’, que la revista Dossier de la Universidad Diego Portales publicará este año. Ese artículo examina la no ficción publicada por autores nacidos alrededor de 1968, los “nuevos”, algunos asociados, para bien o mal, con McOndo o con el negocio del Crack. El calificativo “nuevos” se asocia a The Contemporary Spanish American Novel porque lo problematizamos, y por eso no sorprende que en su reciente reseña de nuestro libro en Babelia Alberto Manguel asevera que Bolaño es una “invención” y que muchos borradores [sic] del chileno, como La literatura nazi en América y 2666, no debieron ser publicados. Bolaño indudablemente es un pararrayos inevitable.

No hay una lección final de Bolaño, porque el mundo que ha creado es dinámico e inagotable. Trato el tema en Bolaño traducido, donde polemizo con Manguel, y sobre todo con la recepción del chileno en el mundo angloamericano, así que no revisitaré ese asunto. Lo que sí aclaro, y agradezco doblemente su pregunta, es que The Contemporary Spanish American Novel menciona a Bolaño porque su literatura ocasionó relecturas de su antes y después. Es decir, no se puede entender a los “nuevos” sin considerar a autores nacidos en los cincuenta, como él, Abad Faciolince, Aira (de 1949, como Diamela Eltit y otros), Castellanos Moya, Rey Rosa; o después, como Cristina Rivera Garza, Alejandro Zambra o Juan Gabriel Vásquez, y un larguísimo etcétera que incluye a nuevos “latinos” de Estados Unidos. El libro estudia las novelas de 69 autores, y fue co-editado por el peruano Juan De Castro, el estadounidense Nicholas Birns, y por mí.  A propósito escogimos críticos nuevos y jóvenes, de todo el mundo, mujeres en particular.

 

Una pregunta final, ¿qué tipo de reacciones ha tenido Bolaño and after? Revisando el índice del libro de casi 500 páginas presumo que habrá resentimientos de coterráneos ausentes.

Hemos tenido reacciones previsibles de que falta o sobra este u otro novelista y, se enfadará algún amigo, o se preguntará por qué no hay uruguayos, paraguayos, o más ecuatorianos. Su pregunta final da para mucho más, y por ahora aclaro que escogimos a esos autores con base en los criterios detallados en mi ‘Introducción General’, y a base de discusiones con mis co-editores, los comentarios de la editorial y tres evaluadores anónimos. El libro incluye a algunos autores cuyas obras no me gustan, pero su presencia fuera de sus países (otro criterio no comercial, como el de si habían sido traducidos, y pocos lo han sido) es innegable, y es lo mismo que Norma Klahn y yo hicimos con los dos tomos de Los novelistas como críticos (Fondo de Cultura Económica) que salieron en 1991.

 

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