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Voces y primicias. Sobre La amiga imaginaria, de Pablo Barriga

Voces y primicias. Sobre La amiga imaginaria, de Pablo Barriga
23 de marzo de 2015 - 00:00

A veces, las coincidencias son como calles que se cruzan, que arman un entramado que muestra una imagen que en conjunto se ve grande, vigorosa.

 

Así sucede con la figura de Pablo Barriga (Quito, 1949), artista visual y escritor que acaba de ganar el Premio Nacional de Artes Mariano Aguilera en el apartado de Trayectoria artística. Y coincidencialmente, nos ha llegado una obra suya, en primera edición, gracias a la Campaña de Lectura Eugenio Espejo.

 

La amiga imaginaria es, precisamente, una confluencia de coincidencias, de miradas, de voces narrativas que se cruzan en una ciudad: un joven aprendiz de escritor, un hombre ermitaño que regresa a la ciudad, otro hombre encorvado y enfermo y una amiga imaginaria... ¿Una amiga imaginaria?

 

Lolita es el nombre que el autor le da a este ser ¿imaginario?, y la referencia a la “nínfula” de Nabokov es obvia. Lolita: el ideal, lo soñado, deseado, amado... perdido.

 

Pero no solo es Lolita el ente que deambula, de forma ‘insustancial’ por las calles de esta ciudad —que podría ser cualquier ciudad, de hecho— sino que todas las voces de cierta manera están alejadas de su entorno, son personajes que no están del todo anclados a la realidad, ni siquiera a través de sus objetos próximos, como en el caso del aprendiz.

 

Y graba: Si miras a los ojos, escuchas unas palabras de los labios o sigues con atención los gestos de los cuerpos en espera de los buses, encontrarás que eres tú mismo, aquel o aquella, persona sola o en compañía, que apenas toma en cuenta tu presencia, porque siendo tú mismo él o ella sabes ya quién eres.

 

Acaso el autor de esta obra pretende borrar la corporeidad de todos los personajes, atribuirles solo voces que son intercambiables, las voces de muchas personas, de un solitario, de alguien pletórico de vida, de quien está a punto de morir y levitar, para confundir su voz, aunque sea desde otra perspectiva — ¡todas son las otras perspectivas!— con los otros, las otras miradas, alientos.

 

En algún punto de esta lectura es posible que el lector se sienta un poco confundido, rodeado de voces en un cuarto oscuro o más aún, en un cuarto lleno de espejos. La narración comienza en tercera persona y de pronto, una imprecación ataca al lector, el vocativo, la alusión directa a quien lee hace plantearse si en realidad está en frente de un libro o inmerso en la historia, si es un personaje más, interpelado, a su vez, por un lector en tercera persona...

 

Antes de que el lector empiece a dar vueltas y marearse por esta conjunción de voces, de escenarios y nombres, la lectura lo lleva por un camino sencillo, una reflexión que logra situarnos en los zapatos del otro, por un instante, para concebir que podemos ser todos seres reales, pensantes, voces, pero que, para el otro, aquel que está en la orilla opuesta, podemos no ser sino un amigo imaginario que habla y actúa en función del pensamiento de alguien más.

 

Los caminos se cruzan, las voces al unísono hablan, todos, en realidad, somos uno.

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