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Viviana Cordero rompe con todos los mandamientos

Viviana Cordero rompe con todos los mandamientos
05 de mayo de 2013 - 00:00

Hablar de Viviana Cordero Espinosa (Quito, 1964) es reparar en la presencia de una de las figuras más versátiles de nuestro país. Cineasta. Novelista. Dramaturga. Productora audiovisual. Ganadora de algunos premios nacionales e internacionales.

 

Sensaciones (1990), dirigida a los 26 años junto con su hermano Juan Esteban Cordero (†), es más que una ópera primeriza. Es el título que va a marcar un derrotero en cuanto a sus preocupaciones temáticas y estilísticas. La estructura fragmentaria, la subversión de lo narrativo, el inteligente uso de la música, no como un mero ambientador o ritmador, sino como protagonista de la acción, van a determinar que no perdamos de vista a esta narradora audiovisual.

 

Un titán en el ring (2002) marca el regreso de la artista, después de pasar por un proceso literario que incluye la publicación de novelas y la puesta en escena de algunas obras de teatro. Pasa, además, por una experiencia televisiva al rodar una teleserie (galardonada con el Premio Ernesto Albán Mosquera, 1998) de 24 capítulos, El gran retorno, que la erige como una intelectual preocupada por el auge de la migración y la globalización, dos temas que son constantes también en su narrativa novelística y teatral.

 

La historia de Un titán… es la historia de los que se quedan. Como bien dijo Lev Tolstói, para ser universales hay que empezar hablando de lo local. Siguiendo este precepto, Cordero nos entrega una historia que tiene lugar en Mulaló, un pequeño pueblo de la Serranía. Consciente del arquetipo intertextual del foráneo que cambia la dinámica de las relaciones entre los aldeanos, la narradora nos presenta al padre David quien modifica para siempre la vida de la comunidad. Este cura, de origen alemán, se disfraza de luchador de cachascán para recaudar fondos que financiarán obras en beneficio de su iglesia y su comunidad.

 

El tercer filme de Cordero, Retazos de vida (2008), es un canto de amor a Guayaquil rodado en video de alta definición, con un presupuesto cercano al millón de dólares. La estructura fragmentaria, tomada de la estética del videoclip, y los ecos telenovelescos ofrecen un gran cúmulo de subtramas, lo cual hace difícil identificar a un protagonista. Lo más importante es que se logra mantener la cohesión de calidoscopio fragmentando las historias de los siete personajes (de allí el acierto con el título del largometraje). Todas las facetas de la segunda ciudad del Ecuador aparecen en la pantalla. Desde la zona regenerada hasta los barrios marginales. Lo valedero es que el puerto más importante del Ecuador en ningún momento es retratado con esa intención de postal típica del cine turístico. El filme ha quedado como un testimonio de las contradicciones sociales del Guayaquil de principios de siglo XXI.

 

La trama de su cuarto largometraje No robarás (a menos que sea necesario) es más o menos como sigue. Lucía, vocalista de 16 años de una banda de punk, es una adolescente que tiene que llevar el peso de la historia. Es una chica rebelde, acostumbrada a vagar nocturnamente con dos tipos de amigos: los músicos punkeros (su novio es uno de ellos) y los rateros que siempre andan planeando un nuevo golpe. Su madre, Marta (Ana María Balarezo), quien prácticamente se comporta como su hermana menor, es presa de una relación de maltrato por parte de su pareja. El primer punto de giro es precisamente el encarcelamiento de Marta porque supuestamente ha intentado asesinar a su conviviente, cuando lo único que ha hecho es defenderse de una agresión. Empieza entonces uno de esos largos viajes al fin de la noche, con el objetivo de conseguir dinero para sacar a su progenitora de prisión (incluso contempla la posibilidad de prostituirse). Lucía se erige, entonces, en el sostén familiar, protegiendo y cuidando a sus hermanos menores. Y el robar, como dice el título, se convierte para ella en un acto tan justo como necesario.

 

05-05-13libro-no-robaras¿En qué se diferencia No robarás… de Viviana Cordero de otras dos películas ecuatorianas que tocan el tema del punk? Aparte de haber sido grabada primero, la más obvia es una diferenciación geográfica: Sin otoño, sin primavera tiene como locación Guayaquil y Mejor no hablar (de ciertas cosas) tiene lugar en Portoviejo. La segunda diferencia tiene que ver con la procedencia social. Tanto el filme de Mora Manzano como el de Andrade ostentan personajes de clase media o alta, mientras que la historia de Cordero muestra a los olvidados, por usar un título de Buñuel. El tercer contraste se da en la banda sonora. La música punk es fundamental en Mejor no hablar, y copa toda la trama; Sin otoño… ofrece otra gama de música aparte del punk; el filme de Cordero aparte de la presencia incidental del punk convida música instrumental de corte clásico a cargo de la talentosa Morgana Acevedo. Otra gran diferencia está en el casting encabezado por un personaje femenino y sobre todo en las estructuras. No robarás… es una narración audiovisual de corte clásico que no busca piruetas en el montaje o la disposición vanguardista de sus bloques de acción. No es un filme coral como los anteriormente nombrados que contenían un buen número de interlocutores con sus respectivas subtramas. El filme de Cordero es un solo actoral con un objetivo dramático único: salir de la pobreza. Otra diferencia, igual de obvia, es el hecho de que No robarás… es cine de mujer. La sensibilidad está presente en la disección de la sicología femenina. En este sentido, hay que subrayar la reveladora actuación de Vanessa Alvario. Su construcción del personaje de Lucía arrasa en la pantalla por su fuerza y su carisma.

 

La fotografía de Hans Rosero (quien también es productor, supervisor técnico y hasta editor) merece un párrafo aparte, sobre todo por la exquisitez de las escenas nocturnas que destacan por su color ambarino. La referencia a la pintura del barroco es funcional en lo que respecta a los tonos amarillentos de los bajos fondos de Quito. Toda la imaginería nocturna (fiestas punk incluidas) parece una serie de postales del infierno de Caravaggio.

 

¿Escenas de mayor eficacia dramática? La de la boda. La banda va supuestamente a tocar música para bailar y los asistentes esperan ingenuamente algo festivo. Apenas se escucha el sonido rebelde del punk los reclamos se desatan por parte de los novios y sus familiares. ¿Qué otra cosa puede salir de artistas vestidos de cuero negro, con los cabellos de diferentes colores y botas de alto coturno? Los puñetazos y puntapiés van y vienen, incluso con los tortazos que son un recurso de la slapstick comedy. Otra escena bien desarrollada es la de las botas rojas tan ansiadas por el personaje principal. La joven punkera siempre anda rondando por la vitrina donde se exhibe el calzado, imaginando las maneras de apropiarse de ese bien suntuario. La chica no piensa si la talla es la correcta, lo único que le interesa es ver el mundo montada en esos pequeños zancos rojos de cuero. Cuando al final logra apropiarse de lo ajeno, resulta memorable la extensa persecución que termina en el baño de mujeres de un colegio cercano. Tampoco se puede dejar de mencionar la secuencia en la que Lucía intenta prostituirse, como lo hace una de sus compañeras de colegio, a manos de una señora de la alta sociedad capitalina.

 

No robarás (a menos que sea necesario) constituye la cima del oficio cinematográfico de Cordero. La cineasta ha ganado cada vez más experiencia construyendo universos dramáticos gracias a sus previas obras novelísticas y teatrales. Se nota la experticia de la dramaturga en el manejo de sus actores que dan performances auténticas, desde el protagónico hasta el de menor aparición en pantalla. La cuarta película de Cordero nos remite a Sensaciones por sus personajes rebeldes y malentendidos socialmente. Se conecta, además, con Un titán en el ring por los caracteres desvalidos. Retazos de vida, un título aparentemente distinto en la videografía de Cordero, también se emparenta con No robarás… por la presencia muy fuerte de lo femenino. Esta cinta confirma la buena salud del cine ecuatoriano tanto en volumen de producciones como en calidad. “Hay un filme rodándose en cada esquina del Ecuador”, es la sentencia que se escucha a viva voz. Y habría que añadir: se rueda con rigor sin dejar resquicio para la improvisación.

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