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Valeria Coronel: ‘El poder de la memoria supone recordar algunas cosas y olvidar otras’

Valeria Coronel: ‘El poder de la memoria supone recordar algunas cosas y olvidar otras’
09 de diciembre de 2013 - 00:00

Cada 6 de diciembre en Quito se conmemora la fundación española de la capital. Sin embargo, a propósito de esa fecha y de otras como la del “descubrimiento” de América, ha surgido una serie de críticas, luchas y resistencias, desde diversos grupos sociales, culturales e intelectuales del Ecuador y la región, que reclaman una nueva forma de mirar y leer la historia.

Valeria Coronel, Ph.D del Departamento de Historia de la New York University y profesora de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales en Ecuador (Flacso), reflexiona sobre las políticas de la memoria que se han establecido sobre estos hechos, así como de los retos que tienen los gobiernos para atender las demandas ciudadanas históricas que exigen acabar con la desigualdad y la discriminación que han vivido desde hace más de 500 años.

 

En los últimos años, desde las instituciones nacionales que hacen política cultural, ha existido una suerte de crítica hacia las fiestas de fundación nacional,  porque dicen que resaltan la relación colonial que vivimos hace más de 500 años, mientras que a las fechas de independencia se les otorga un especial realce, ¿por qué se ha generado esta situación?

En 1992 hubo un hito muy significativo en el Ecuador. Se inicia un gran ciclo, creo yo, de repensar el problema de la memoria, de producir un discurso sobre la memoria desde nuestras propias sociedades, y esta iniciativa no fue de la comunidad urbana, sino más bien, fue desde una movilización social importante, en la que el movimiento indígena ecuatoriano abanderó una serie de antagonismos sociales contra los giros que habían dado la economía y el Estado a partir del neoliberalismo.  En ese entonces fue el movimiento indígena el que, como dicen algunos autores, agregó al debate nacional conflictos que se producían entre los sectores trabajadores, entre los estudiantes, entre los propios sindicatos, y abanderó también los conflictos que fueron producto de la concentración de la tierra en la zona rural. Además, el movimiento indígena logró incorporar otras contradicciones en temas relativos a la exclusión de las culturas urbanas, entre esas, la represión y rechazo que existía a las culturas roqueras urbanas. Entonces, en el contexto de esa fecha, al momento de conmemorar el descubrimiento de América que en Europa se estaba festejando con la gran feria de Barcelona, en América Latina, especialmente en los países con una fuerte población indígena, Ecuador se destacaba con un importante movimiento indígena que desarrolló una contracelebración, y empezaron a hacer un proceso de crítica, no solamente a la colonización, la expropiación y la violencia, sino a las formas en cómo se narró ese acontecimiento.

 

Entonces, ¿hay algo que celebrar en ese tipo de fechas, como las que se vivieron hace pocos días  por la fundación española de Quito?

Ahora que recién se festejó el 6 de diciembre, que es la fundación española de Quito, valdría hacer una reflexión y crítica, no solo a las desigualdades, a la violencia de la expropiación, sino hay que reflexionar sobre los dispositivos del poder que muchas veces pasan desapercibidos, y uno de ellos es la forma en cómo se cuentan las cosas, que es el poder de la memoria. El poder de la memoria supone recordar algunas cosas y olvidar otras, es decir, es aquel que confirma el poder de los vencedores y la invisibilización de los vencidos. Entonces, en el contexto de la formación del movimiento indígena contemporáneo a principios de los noventa, ellos disputaron la forma en cómo se narraba la conquista, y empezaron a denunciar eso, pero no decían: “Nosotros llegamos primero”. No se trataba de quién tuvo el protagonismo, sino de cómo nos están contando este acontecimiento de violencia y expropiación. Y claro, surgían preguntas como: “¿Quiénes están celebrando y por qué nosotros no podemos hacerlo?”. Eso sirvió para replantearse la estructura narrativa de la historia, para crear,  incluso a nivel andino, una conexión de los movimientos sociales, y ya no solo de movimientos a nivel nacional, ahora era una conexión global.

 

Pero además de los movimientos sociales indígenas, este tipo de disputas por la memoria ¿ha activado el debate en otros sectores sociales, como el de las mujeres y jóvenes? ¿De qué forma lo ha hecho y qué se ha logrado?

De la crítica a la retórica de la celebración de los 500 años de conquista, no solamente surgió un nivel de conexión de movimientos sociales a nivel continental, sino que surgió también un aprendizaje de otros sectores sociales: urbanos, mestizos, jóvenes y de mujeres que empezaron a darse cuenta que la disputa por la memoria era bien importante. Luego de eso yo diría que, en el contexto del bicentenario, que en este caso fue en 2009, el Ecuador estaba en una etapa muy fresca posconstituyente. Estábamos a pocos meses del fin de la Constituyente, que fue un proceso de participación política amplia y muy importante. Era toda una minga del país yendo a Montecristi a presentar sus demandas; no todos ganaron con sus demandas, pero hubo un consenso nacional. Entonces, el proceso constituyente fue el paso, si queremos decirlo de alguna manera, de un momento de insurrección, de insubordinación contra el neoliberalismo, en el que se abrían muchas posibilidades, como la de ver el tipo de comunidad que queríamos y bajo qué reglas desarrollar la refundación de una sociedad posneoliberal. Era un momento de mucha esperanza y optimismo político y, en ese entonces, la propia dirección del sector cultural a nivel institucional y los movimientos sociales demandaron otro tipo de memoria sobre la independencia también. No solo decían que la independencia era más importante que la conquista, sino que se preguntaban de qué hablamos cuando hablamos de independencia: ¿Es la independencia un proceso concluido o es un proceso trunco? ¿Se nos fue dada la independencia por los grandes héroes del primer grito de la independencia o nos la dio Simón Bolívar? ¿La independencia es algo que hemos venido conquistando en la medida en que hemos disputado otras formas de dominación interna que vinieron e la época  de la República?

 

Los ejercicios de reflexión de la memoria requieren de políticas públicas que materialicen esas demandas ciudadanas, ¿hasta qué punto se han hecho posibles ese tipo de políticas?

Me parece que hay un momento que marca ese espíritu de crítica en lo que serían las  políticas públicas y sería, por ejemplo, cuando tuvimos el  plebiscito en el que, junto a una serie de preguntas polémicas, estaba el tema de la celebración con corridas de toros. Ahí la sociedad se pronuncia en contra de las corridas de toros. Sin embargo, lo que se estaba recogiendo en esa pregunta era el espíritu de una denuncia que hicieron en un periodo anterior algunos movimientos sociales en contra del carácter hispanofílico de la celebración y el carácter discriminatorio de esa hispanofilia. No solamente era una crítica hacia la crueldad contra los animales, sino a toda esa onda española medio racista y elitista. En ese momento también surgieron varias preguntas: ¿cómo vamos a renovar ahora la cultura ecuatoriana?, ¿vamos a reconocer lo ancestral como lo contemporáneo de la cultura ecuatoriana; lo experimental, las artes, las manifestaciones roqueras y, por otro lado también, el derecho de expresión ancestral contra toda esa hispanofilia tradicionalista y conservadora? Me parece que cuando la gente votó en contra de las corridas de toros, no solo estaba diciendo que las corridas son feas, porque no son andaluces. Lo que decían es: ratificamos esta propuesta renovadora y a la vez respetuosa de lo ancestral de nuestra cultura.

 

Y aunque esa pregunta no ganó en todos cantones del país, ganó en Quito, que era una ciudad clave. Además de esa voluntad popular, ¿qué ha hecho la capital del Ecuador para profundizar la crítica en torno a estas fechas que nos exigen recordar ciertos hechos y olvidar otros?

Había bastante escuela para que las políticas públicas se orienten hacia un verdadero diálogo de reestructurar la retórica de lo nacional, de abrir la crítica dentro de la memoria y creo que hay algunos experimentos interesantes. A nivel del Municipio es interesante el trabajo que están haciendo en torno al Centro de Arte Contemporáneo. No solo que están trabajando con las memorias barriales, sino hay todo un tema de memorias sectoriales que nos invita a reflexionar sobre el nivel de violencia ejercido, por ejemplo, hacia las mujeres  y cómo nos han estereotipado, también presentan cuáles han sido las imágenes culturales que han justificado la violencia contra nosotras, y cómo ahora podemos replantearnos nuestra historia como sujetos, como ciudadanos, es decir, nuestra historia como personas y mostrar cuáles han sido nuestras narrativas. También hay un experimento ahora en torno a cuál es la memoria que tiene Calderón sobre su experiencia en el neoliberalismo. Hay varios experimentos muy interesantes que habría que sistematizar. Falta evaluar qué se está haciendo.

 

Dentro del campo intelectual, ¿cuál ha sido el aporte crítico a todo este debate?

Han existido muchas críticas de movimientos sociales e intelectuales a estas fechas de  fundación, en el sentido de que ratifican la idea de que antes había barbarie con gente incoherente y sin cultura. Incluso, en el discurso de Jijón y Caamaño, había hasta una degeneración racial. Él decía que el gran incario llegaba hasta un punto, pero en Quito no había nada, y que, en realidad, el verdadero espíritu de la nacionalidad empieza con la fundación española. Entonces, frente a aquello, obviamente hay una reacción, que en el caso de la teoría crítica va por 2 caminos: decir que eso esconde la violencia contra una civilización que existía aquí, y que además, esa fundación fue la fundación de una forma de dominación, contra la cual mucha gente resistió, por lo tanto, esa retórica olvida que hubo violencia y resistencia también. Pero la otra es la crítica a la teoría de la fundación -pues genera una especie de espíritu conservador- en la que se nos ha enseñado que la estructura de la familia católica es de una forma y que la relación de padre a hijo es  vertical, y que en las castas subordinadas los trabajadores tienen que ser buenos así como las empleadas domésticas, y que los campesinos deben vivir en zonas rurales, porque son un poquito violentos, y que cuando entren los campesinos a la ciudad vengan a barrer y luego se vayan a vivir otra vez al Quito Loma. Toda esa estructura de castas que tiene que ver con las costumbres de la fundación católica es un discurso posterior del siglo XIX que obligaba a la sociedad a vivir ciertas reglas morales muy conservadoras. Pero la resistencia contra ese arcaísmo no empieza ahora, sino que, por ejemplo, ya lo habían hecho  los jóvenes poetas modernistas de finales del siglo XIX y principios del XX,  hacia esa visión colonial de Quito. Los poetas modernistas liberales se insurreccionaron y revelaron a través del arte, y lo siguieron haciendo los socialistas, los fundadores de la izquierda ecuatoriana del treinta y los diferentes  movimientos sociales.

 

Hay grupos radicales que plantean la supresión del festejo de estas fechas, pues consideran que es como si estuviéramos celebrando la violencia, ¿cree que esa es la solución?

No pienso que la idea sea suprimir la fecha, pienso que se la debe resignificar, que se convierta en un momento de reflexión crítica, de confrontación de imágenes, de reunión y cohesión social. En realidad, es una oportunidad interesante para pensar, por lo tanto, no debería disolverse la fecha y decir que aquí no pasó nada, sino decir que aquí pasó algo que está en disputa. Me parece que sigue siendo un  hito relevante, pues las fiestas de Quito pueden ser un pretexto para pensar.

 

Ahora que desde el Ejecutivo se ha instalado un discurso de recuperar la patria y construir una nueva nación, que sea intercultural y plurinacional, y confrontar las nuevas formas de colonización, ¿cree que los esfuerzos han sido suficientes?

Me da la impresión de que ha habido un descuido y que han existido muchos cambios en el Ministerio de Cultura. Digamos que se ha salvado el patrimonio y recuperado piezas arqueológicas del extranjero, pero no se han dado procesos sostenidos en memorias regionales. ¿Qué sabemos nosotros sobre las luchas contra la explotación minera en Zaruma? No sabemos nada. No ha habido procesos de memoria nacional, apenas arrancó y ahí se quedó. En Quito me parece que ha habido la continuidad de un proyecto cultural interesante, pero de todas maneras, ese proyecto es muy fragmentario. Como les digo, hay muchas iniciativas por aquí y por allá, pero no sabemos hasta qué punto eso empodera a la sociedad para que incluso, juzguen lo que está pasando en el presente, como son los procesos de concentración y especulación de los precios de la tierra. No se acaba todavía la desigualdad social. Todos los servicios se construyen para la zona más burguesa de la sociedad, y Quito parece que a ratos corre el peligro de ser abandonada.

Creo que hay conflictividades con las que no solo tiene que lidiar la dirección municipal de la alcaldía sino la propia sociedad. Los procesos de memoria  servirán para que la gente pueda juzgar sus propios conflictos y los que están pasando a su alrededor.

 

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