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Ecuador, 27 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Un territorio que por ser mágico ha sido violado con insistencia

Como economista, me es relativamente fácil entender las dimensiones físicas y estratégicas de la Amazonía ecuatoriana. En un ejercicio de sumas y restas, todo se limita a contabilizar los pasivos y activos ambientales que posee.

Desde el plano económico, la Amazonía es uno de los territorios que guarda la mayor cantidad de “oro negro” probado en el planeta, un recurso natural no renovable que se ha posicionado como la segunda fuente de ingresos en nuestro país, después de la recaudación tributaria. La producción petrolera alcanza, en la actualidad, los 523.143 barriles diarios, y según estudios del Instituto Francés del Petróleo existe en el Suroriente ecuatoriano una franja potencial de reservas de entre 400 millones y 1.600 millones de barriles de crudo pesado.

Evidentemente, estas cifras generan delirios de interés económico por parte de ciertos grupos que apuestan por la ampliación de la frontera petrolera, a costa de cualquier daño social o/y ambiental que puedan provocar. Pero además, los datos ubican geopolíticamente al Ecuador como un nicho de abastecimiento de materias primas para las grandes industrias mundiales.  

Desde una dimensión ambiental, y tomando como ejemplo al Parque Nacional Yasuní, ubicado entre las subcuencas de los ríos Tiputini, Yasuní, Nashiño, Cononaco y Curaray, pertenecientes al río Napo, que a su vez desemboca en el Amazonas, este territorio alberga a 150 especies de anfibios, 596 especies de aves y cerca de 4.000 especies de plantas, convirtiéndose en una de las regiones más ricas en diversidad biológica del planeta.

Pero lo relevante de esta información es que las diferentes especies de plantas y animales que habitan allí, dependen de la existencia de otros seres que son imperceptibles en el entorno natural. Así, en un estudio sobre Bioeconomía se señala: “Por ejemplo, la mayor parte del oxígeno que respiramos se produce en los océanos. Una de las bacterias más pequeñas en la superficie oceánica, conocida como Prochlorococcus o semilla primigenia de clorofila, es responsable de la fabricación del 20% del oxígeno atmosférico. Esta fábrica química de oxígeno es tan pequeña que en algo menor de una cucharilla de agua oceánica se pueden contar cerca de 100.000 individuos. En la inmensidad de los océanos, Prochlorococcus es el organismo más abundante en la Tierra”.

Más que cifras, fluidos vitales

Todo está conectado. La herida de la planta es la herida de mi pie, aunque suene romántico, pero así quiero que se entienda. Si tuviera que definir a la Amazonía la llamaría red de vida, porque es el territorio donde se deposita la condición humana, es decir, donde se guardan los elementos esenciales que permiten la reproducción de la vida.

Ecuador, gracias a su privilegiada ubicación geográfica en la zona tropical del planeta, recibe la mayor cantidad de energía solar por unidad de superficie, lo cual sumado a factores como la influencia de la cordillera de los Andes, que proporciona una gran variedad de climas y condiciones naturales, hace de este territorio un gran ecosistema natural con vocación productiva.

No es gratuito que el ecologista británico Norman Myers haya definido a la región tropical de nuestro continente como uno de los principales hotspots ecológicos del mundo. El concepto de puntos calientes de biodiversidad o hotspots, hace referencia al estado de conservación de la naturaleza mundial. El término, acuñado por Myers a finales del siglo XX, hace referencia a las zonas del planeta donde se encuentra la mayor cantidad de especies endémicas.

Así, Ecuador presenta la biodiversidad por hectárea más alta de todos los países sudamericanos. El mapa bioclimático de Myers fue utilizado para elaborar el mapa ecológico del Ecuador, que muestra 25 zonas de vida.

Una historia de no acabar

No solo sucede con la Amazonía. Cada una de las regiones naturales de nuestro país están monitoreadas (y sentenciadas) por los procesos de modernización que lleva adelante el capitalismo. Y es que la historia natural del Ecuador, desde la colonización, no ha dejado de sufrir dolorosos cambios que se han ajustado a las necesidades productivas y tecnológicas del sistema.

Por ejemplo, el suelo ecuatoriano ha sufrido las más grandes transformaciones naturales, intensificadas con la llegada de los españoles. Colón, después de haber recorrido América por primera vez, en su segundo viaje trajo consigo una serie de especies que incluían varios animales domésticos y algunas plagas. Entre estos estaban yeguas, vacas, ovejas, cabras, puercos y asnos, pero en las embarcaciones, no solo vinieron diferentes clases de bovinos y ovinos, sino plagas como ratas, ratones, pulgas y piojos. Además, trajo consigo especies de plantas ajenas a los ecosistemas naturales del continente como trigo, cebada, legumbres europeas, caña de azúcar y algunas frutas.

Estas especies introducidas produjeron la explotación demográfica más grande de la historia, pues ocuparon nichos ecológicos vacíos y desplazaron a las especies nativas por ser más competitivas. El ganado vacuno se reprodujo exitosamente, alimentándose de los grandes pastos naturales que había en algunas zonas del continente. En 1544, varios ganaderos tenían hasta 150.000 cabezas de ganado que se duplicaban cada 15 meses. Aquello causó el agotamiento de los suelos ecológicamente sensibles por el sobrepastoreo.

Ya en la época de la Colonia, se generó una reorganización de las sociedades. Se dio una simplificación del orden ecológico natural: se sembraban y utilizaban cada vez más plantas útiles y la lógica agrícola fue producir más, para conseguir más ganancias, a través de la especialización productiva y en función de la demanda de los mercados externos, lo que acrecentó la presión de uso de los suelos con “aptitud agrícola”.

Ya en la República, especialmente a finales del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX, con el auge del liberalismo, se intensificaron las plantaciones agroindustriales. En distintos países de América Latina se cubrieron extensas áreas con plantaciones tropicales destinadas a la exportación. Tal fue el caso del cacao y el banano en Ecuador, del café en Centro América y de la caña y el tabaco en El Caribe.

En las zonas de las plantaciones, miles de hectáreas de bosques fueron taladas, dando lugar a un acelerado proceso de erosión y empobrecimiento del suelo, y a la introducción de plagas agrícolas, lo que obligó, más tarde, a introducir insumos agrícolas químicos importados.

Cabe destacar que durante la época republicana, la principal causa de transformación de los paisajes serranos fue la introducción del eucalipto por García Moreno. Su impacto ha sido tan fuerte que hoy parece que el eucalipto constituye una especie nativa de la región Andina. La influencia del eucalipto en el suelo ecuatoriano ha sido perjudicial, pues su plantación se basa en el monocultivo.

Durante la segunda mitad del siglo XX, la ampliación de la frontera económica, en la que se incluyen las actividades petroleras, agrícolas y de construcción vial, ha constituido como las principales causas del deterioro de la cobertura natural.

Pero también, la dependencia de los mercados foráneos ha incrementado el uso de recursos naturales. Ecuador, que está altamente vinculado a la exportación de materia prima, cae en la trampa de forzar las tasas de extracción de esos recursos, y consolida, en términos económicos, lo que se conoce como el efecto del “crecimiento empobrecedor”, tanto social como ambiental.

Antropología de la mirada sobre la naturaleza

Como señala Juan Camilo Cajigas-Rotundo, en su texto La Biocolonialidad del Poder. Amazonía, biodiversidad y ecocapitalismo, la modernidad “trae consigo una particular construcción de la naturaleza determinada por el auge y consolidación del capitalismo como una forma específica de las relaciones sociedad-naturaleza. Esta construcción tiene sus comienzos en la formación del sistema-mundo en el siglo XVI, cuando Europa se constituye en ‘centro’ de una red planetaria de saber/poder. En esta, y a partir de la Ilustración, la naturaleza se encuentra escrita en un lenguaje matemático que es válido para todo lugar y tiempo, es universal y necesario, perdiendo así cualquier atributo y valor que pueda tener en sí misma más allá de los intereses humanos; ya no hay telos —fin último— en la naturaleza, sino solamente en la acción humana”.

De esta manera, la forma en cómo nos aproximamos y relacionamos con la naturaleza, está mediatizada por el interés y la voluntad humana materialista. Además, bajo el supuesto de que la naturaleza es abundante, inagotable y hasta mágica (discursos sostenidos desde los tiempos de la Conquista, y profundizados por las doctrinas económicas más ortodoxas), se la ha considerado como una fuente ilimitada de recursos y como un sumidero infinito de desechos.

Y es que desde la filosofía de Descartes hasta Kant, se ha construido una antropología perversa de la mirada sobre la naturaleza, especialmente de la Amazonía, generando lo que se conoce como “la gula de la mirada”. “El confort y la sobreexcitación producen la gula de la mirada, es decir, la búsqueda insaciable de nuevas fuentes de consumo. La gula de la mirada se hace evidente en los discursos del desarrollo sostenible y, en general, en el proceso de ambientalización y ‘conservación’ de la naturaleza”, según Juan Camilo Cajigas-Rotundo.

Para el historiador estadounidense, Earl Jefferson Hamilton, los imaginarios visuales que se generaron sobre el continente americano en la época de la Conquista, dieron como resultado los más agresivos saqueos de la historia mundial. No olvidemos que por mucho tiempo persistió la idea de “El Dorado” en la región, que se trataba de una presunta cantidad de oro acumulada por los Incas, que los españoles buscaron con necedad.

Sin embargo, y según datos de Hamilton, el metal importado en mayor cantidad en ese entonces fue la plata, que no se encontraba en forma de lingotes ni de adornos, sino que era arrancada del subsuelo por el trabajo de miles de indios, cuya vida era breve por las peligrosas condiciones laborales. La plata era extraída principalmente de las minas de San Luis Potosí y de Guanajuato en México. Entre 1531 y 1570, la plata representó entre el 85% y el 97% del peso total de los tesoros transportados a Europa desde América.

Para cerrar...

La Amazonía tiene límites físicos y éticos. Es la que posibilita, a partir de sus elementos naturales, culturales y simbólicos, la reproducción de nuestra vida. Hay que entenderla y vivirla desde esas dimensiones. Como país, estamos inscritos en la región más rica en términos de biodiversidad, pero también, estamos en un territorio que ha maravillado nuestra existencia.      

Así, cuando Gabriel García Márquez obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1982, en su discurso de aceptación no pudo dejar de mencionar en sus primeras líneas lo siguiente: “Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua, cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen”.

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