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Tras las huellas y revelaciones de Manuela Sáenz

Tras las huellas y revelaciones de Manuela Sáenz
17 de febrero de 2013 - 00:00

Usted me habla de la moral, de la sociedad. Pues, bien sabe usted que todo eso es hipócrita, sin otra visión que dar cabida a la satisfacción de miserables seres egoístas que hay en el mundo. Manuela Sáenz

Actualmente, hablar de figuras históricas genera discusiones, problemáticas y  nuevas reflexiones. Se estaría frente a un  proceso de representación inacabado que exige una nueva lectura de ciertos iconos sociales que la historia edifica desde una mirada homogénea.

Los textos, además de ser bienes, son herramientas. La literatura se ha servido constantemente de estas herramientas para construir categorías sociales y culturales que modelen el sentido patriótico y la formación de un colectivo determinado. En el siglo XIX, por ejemplo, la producción literaria genera la confluencia perfecta para la configuración de imaginarios compactos en referencia a la nación y a la mujer.

En este sentido, aparece la construcción de la figura de Manuela Sáenz en la literatura, inserta en marcos sociales de  la memoria que buscan perpetuar a partir de su figura  discursos femeninos de impolutez y servilidad. La representación de esta mujer se ajusta a los espacios de sacralización femenina, es  decir, asumir en los textos  el papel de “ayuda” hacia Bolívar. 

No obstante, en el artificio que supone la literatura aparece la escritura de Denzil Romero, quien con su novela “La esposa del Dr. Thorne” no se limita a la representación  histórica cotidiana, plantea rupturas que suponen nuevos terrenos de análisis y debates en cuanto a la construcción de Manuela Sáenz .

Romero,  escritor venezolano nacido en  Caracas en 1932, realiza un trabajo de exhumación y reconstrucción de la memoria historiográfica. Introduce discursos contemporáneos que le permiten, a través de la ficción y el artificio literario, plantear o reconstruir hechos, personajes y  épocas.  Sin embargo, a pesar  de que el escritor ha  desarrollado  este hecho histórico desde ángulos que no se han explorado en la historiografía “convencional”, no lo desliga su análisis de los marcos históricos formales.

Al contrario, se sirve de ellos para que la visión contracorriente frente a los discursos costumbristas resulte más elocuente.

Acude a las leyes o argumentos que propone la ficción para evitar la sucesión lineal o repetición de la rígida historiografía. Sus textos tienen un vigor histórico diferente debido a que realizan una representación contemporánea del pasado. En sus novelas “La tragedia del generalísimo” (1983) y “La esposa del Dr. Thorne” (1988) cita personajes históricos reconocidos socialmente y enclaustrados históricamente.  Francisco de Miranda, en una novela y Manuela Sáenz en la otra, nacen como personajes que parten desde una raíz ficcional para narrar su historia, porque es el personaje el que va adquiriendo fuerza.

Es un nuevo discurso edificado por la combinación de lo histórico y las licencias que permite el acto creativo de la literatura.  Con este estilo, y la exageración de la realidad en algunas de sus narraciones, va dando cuenta de su vertiginosa novelística.

Este escritor se sitúa frente a la posibilidad de imaginar una historia que no tenga el carácter rígido y cíclico del cual estamos habituados. Las características inesperadas con las que recrea a sus personajes son posibles dentro de la ficción. Romero vendría a ser un insurrecto en lo concerniente a la memoria colectiva que es la encargada de guardar celosamente los rasgos históricos de sus personajes. 

En su contradiscurso histórico se aparta de la noción decimonónica de los héroes sagrados e impolutos. Realiza la humanización de los grandes hombres y, el mito fundacional, es apartado del historicismo y replanteado desde entradas más cercanas a la intimidad de la realidad.

La conciencia patriótica se trastoca con la publicación que Denzil Romero presenta de Manuela. Las osadas, y en ocasiones inverosímiles escenas eróticas que Manuela mantiene, desperennizan la construcción común de los  personajes históricos santificados por la educación oficial.

Su ideario estético y novelístico en “La esposa del Dr. Thorne” se sitúa en explorar la sexualidad de Manuela Sáenz; quien dentro de esta categoría no acepta papeles secundarios o relegados, ella es la protagonista. Esto vendría a constituir el tópico central y el hilo conductor de la obra literaria. Aparte de mantener relaciones heterosexuales con su amante Bolívar, también se la representa en relaciones incestuosas y lésbicas. Esto no quiere decir que se deje de lado la base histórica; al contrario, es el punto de partida del argumento discursivo. “La esposa del Dr. Thorne” parte de referencias reales mínimas que permiten que el personaje se sustente. Esta característica da mayor impacto a la imagen que ficcionalmente se va creando de Manuela, quien va tomando vida propia y lanzando voces reprimidas.

Es interesante la actitud permisiva y en cierta forma, la habilidad del autor para reconstruir la vida de personajes históricos y otorgarles otra vida sin sacarlos de su época.  En su condición de novelista se aleja de la historicidad documentada y legitimada por la educación formal y la mediatización constante. Al contrario, encuentra dentro del imaginario de contextos pasados, elementos que se manejaban como un tabú dentro de escenarios completamente vedados.

Existe la posibilidad de que la vida sexual de Manuela haya sido frenética. Sin embargo, este aspecto es algo que los historiadores no pueden enunciar debido a que su función es salvaguardar la imagen impoluta y conservadora de la amante del gran Bolívar.  

La posibilidad narrativa que plantea Romero consiste en otorgar una nueva lectura a ciertos personajes canonizados dentro de un discurso nacionalista, cuestionando los convencimientos y, sobre todo, los discursos centrados en el culto a los héroes, sometiéndolos a situaciones inesperadas. Se pretende crear versiones contrarias al discurso patrio, se introducen personajes ficticios, el escritor estructura su narración desde posiciones antioficiales;  siempre poniendo en incertidumbre la historia contada. Estamos frente a una novelística en la cual se produce una transformación y una deconstrucción significativa en relación al proyecto nación. Existiendo la propuesta  de otorgar a los personajes históricos un redescubrimiento.

El texto literario de Romero está impregnado de este nuevo matiz, trayendo consigo controversias en cuanto a las relaciones entre historia, ficción y literatura. En la intencionalidad de su narrativa está la exposición de los sucesos que la historia oficial ha callado y que han quedado fuera del imaginario nacional. Es una posibilidad de pensar la historia frente al discurso hegemónico.

A través de “La esposa del Dr. Thorne”, Romero   deja salir a Manuela Sáenz de su claustro histórico común, generando una reacción social en la cual es claramente palpable  que se abre un trasfondo que da paso a cuestionamientos muy interesantes ¿Cómo ha sido instituida la figura femenina de Manuela Sáenz en el imaginario colectivo? ¿Es que acaso el argumento del texto  desconfigura la imagen bolivariana1 y patriótica con la cual se la ha reconocido?

Es notoria la desacralización y desmitificación en el trabajo literario del escritor venezolano, quien presenta nuevos matices para establecer una reescritura de la historia de esta heroína, que en cierta forma, ha sido silenciada en su condición de mujer  por los discursos patriarcales. Además, el autor se aleja de la formación histórica común con la que se trabajaban varios conceptos de dimensión social como: patria, ciudadanía, héroe, varón,  etc.

La novela de Denzil Romero transgrede el terreno bajo el cual se nos ha configurado social y culturalmente en clave de la sexualidad, ordenando los cuerpos dentro de categorías rígidas  de  género y deseo. El sexo generalmente define si el individuo es hombre o mujer; el género, en cambio, determina si se trata de masculino o femenino, mientras que  el deseo está codificado dentro de lo heterosexual.

La desacralización de cuerpos ya establecidos vendría a tomar la forma de una utopía al tratar de remover categorías aparentemente inamovibles. Esto sucede al intentar sacar la figura de Manuela Sáenz de ese lugar privilegiado de mujer, heterosexual, normal, sana, etc., y otorgarle una orientación sexual diferente. Este cuerpo va a ser  rechazado en la memoria colectiva porque no está inscrito en la “normalidad” del discurso hegemónico.

La narración de Romero   no se encasilla en el  lugar común de la  representación que se le ha asignado de Manuela Sáenz. Situaciones que son veladas y saltan a la vista común a partir de la propuesta de este escritor. Es interesante, sin caer en la controversia de que si es ficcional o no, mirar los elementos que  Denzil Romero plantea en su novela dentro de la perspectiva de género. Trabaja la construcción de una identidad lésbica otorgada a la heroína. Desglosa esta situación a partir  de ciertos detalles, el primer acercamiento es hacia su esclava, “Manuela recuerda que ella misma estuvo a punto de enloquecer ante la belleza salvaje de Nathan”[…] “Por días y semanas estuvo presa de una confusión siempre más demente, ebria, tocante en la locura. Sola, en su cuarto, se masturbaba pensando en Nathan[…]”. (D. Romero, 1990).

Si tomamos en cuenta la presencia de un estado mental de “confusión” en el cual se debatía Manuela Sáenz después de sus experiencias lésbicas, podemos advertir la representación de ciertos estereotipos sociales atribuidos al personaje, reflejados en las reacciones que produce una sexualidad que es vista como fuera de los márgenes.

Posteriormente, en la narración literaria planteada por Romero, la vida lésbica de Manuela  se desarrolla plenamente en el Perú con su amiga Rosita Campusano: “Diríase que las dos  se gustaron desde la primera vez. Un como sutil enamoramiento surgió entre ambas.[…]”  (D. Romero, 1990: 111). El cuerpo, como una institución es presentado dentro de una constitución diferente, que también transgrede el orden común:
“Justo, en los toisones estaba la verdadera diferencia. Mientras el de Manuela exhibía un clítoris del tamaño de un pene poco desarrollado, capaz de sobresalir, él,  por entre los abultados pliegues de los labios mayores; el de Rosita, ¡bueno!, el de Rosita apenas tenía el tamaño de una pequeña almeja. Rosita lo entendió y, por eso, tendiose sobre la cama y se oprimió con las dos manos los pechos, uno contra el otro, hasta juntarlos casi enteramente, pierniabierta, y en actitud pasiva”. (D. Romero, 1990: 120-121).

Romero, de algún modo, otorga a Manuela Sáenz matices que contradicen su figura habitual. Sin embargo, considero que este autor sigue encasillado en binarismos predominantes en torno a los cuerpos: “Rosita hacía de Ella-Ella y Manuela de Ella-Él. Sólo entre ellas, y en la intimidad por supuesto”  (D. Romero, 1990; 120-123).

La cita muestra como el autor se mantiene sujeto a los márgenes tradicionales y aunque propone una relación lésbica, no abandona la heteronormativa frecuente (hombre-mujer). Esto permite observar claramente la estructura de los discursos usuales dentro de los cuales se ha realizado la cartografía y el reconocimiento del cuerpo y la sexualidad.

A  partir de estos detalles, Romero aborda la creación novelesca que abarca el acontecer histórico mezclado con el tinte de la imaginación, sublimando un personaje histórico y poniéndolo en perspectiva, humanizándolo, mostrando el lado íntimo de Manuelita Sáenz.

Esta situación desencadena una reacción social generalizada en defensa de la patriota quiteña a quien se intenta denigrar. La memoria colectiva no da paso a la transgresión.
A manera de reflexión, es preciso referir lo difícil que resulta desfamiliarizar la mirada, alejarse de lo que siempre se ha visto. La memoria funciona como un cemento social de muchas generaciones. Se puede colegir que se ha creado una memoria social congelada  que rechaza una forma diversa de conceptualizar a una mujer que ha sido constituida como una heroína. […] los cuerpos se constituyen como una suerte de metáforas de la sociedad a la que pertenecen. Existe un reconocimiento ligado a una modelación y disciplinamiento sobre los cuerpos y sus actuaciones sociales, que los esculpe y los jerarquiza en función de un cuerpo ideal para cada identidad establecida” (M. Torras, 2011; 21).

Es por esto que no se aceptan discursos que estén fuera de los márgenes simbólicos de la memoria y  que desde la  literatura intentan repensar a los personajes históricos. Por esta razón, es preciso establecer aperturas sociales que permitan reescribir la historia y alejarse de figuras estereotípicas que descansan sobre una memoria archivística que está llena de imaginarios petrificados.

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