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Sontag y Morrison: ¿llenas son de gracia?

Sontag y Morrison: ¿llenas son de gracia?
16 de septiembre de 2013 - 00:00

Sin secarse las lágrimas,

sin respirar hondo,

sin doblar siquiera las rodillas,

saltó al vacío.

Toni Morrison

 

La compasión es una emoción inestable.

Necesita traducirse en acciones

o se marchita.

                                                                                                                                      Susan Sontag

 

Preparativos

Algunos adjetivos poseen una particularidad molesta. Suenan atractivos y es posible que también lo sean, pero a la vez tienen una ensambladura tan laxa, una estructura tan pobre, que la tentación de introducir en ellos todo lo que uno desea es grande, hasta el significado pretendido originalmente se hace cada vez más impreciso y finalmente se pierde. El discurso público sobre la literatura que se intenta etiquetar de “femenina”, “negra”, “lesbiana” y ad infinítum de calificativos está lleno de gracias y desgracias, de adjetivos fatigados que no le hacen justicia o la sobredimensionan, la encarcelan sin motivos claros o la mandan a volar -la empujan- hasta verla caer. De ahí que este escrito, relativamente breve, trata de un tema importante y difícil: el pensamiento y la literatura de dos de las más reconocidas defensoras de lo que algunos proclaman como feminismo: Susan Sontag y Toni Morrison.

Escritoras provenientes de familias poco ortodoxas de Estados Unidos, ambas realizan novelas y ensayos desde el espacio de la literatura universal. Con relatos pormenorizados de su condición de mujeres -lesbiana y negra respectivamente-, su retórica evidencia que no están dispuestas a agachar la cabeza ante los deseos de la sociedad patriarcal, pero mucho menos a valerse de preconcepciones oportunistas basadas en su género. No es casualidad, pues, que desde sus orígenes sus ideas simulan o intentan mostrarse, a veces con éxito y a veces sin él, como algo distinto, ya fueran narraciones de lenguajes afroamericanos marginales en el caso Morrison, o como letras ampliamente humanistas en la pluma de Sontag.

Lectoras de Flaubert y Tolstói, desde sus fundamentos de especialistas en lengua inglesa, conducen a Madame Bovary y Ana Karenina –en nuevos arquetipos- hacia otras posibilidades. Abandonan el desencantamiento del mundo y los castigos morales, exploran sus límites con figuras que atraviesan distintos tipos de fatalidades menos ligadas al remordimiento. Se sublevan a la servidumbre y al ofrecimiento caritativo de la protección o a la elevación mística siendo conscientes de sí mismas. Sin desconocerse herederas de la posibilidad de narrarse con una visión utópica atada a lo realista todavía masculinizado, son un logro empujado desde el pasado por precursoras del nivel de Wirginia Woolf y Sor Juana Inés de la Cruz, pero no caen en la embelequería del recurso “feminazi”.

Historia en un momento

La aparición de más obras escritas por mujeres, a partir del siglo XIX y XX, marca una censura profunda en la historia de la literatura. Para las mujeres, desterradas injustamente del mundo creativo oficial, no hubo muchas otras de la misma importancia, y menos con la misma irradiación de esperanza. Es que sobre todo el siglo XX asistió al fin de cierto monopolio y dominio del varón sobre las letras: la posibilidad de escribir libros y dejar constancia de una manera independiente de concebirse en la imaginación.

Lectoras de Flaubert y Tolstói, desde sus fundamentos de especialistas en lengua inglesa, conducen a Madame Bovary y Ana Karenina –en nuevos arquetipos- hacia otras posibilidades. Abandonan el desencantamiento del mundo y los castigos morales...Por encima de las fronteras impuestas, gradualmente la gestión de luchas políticas y sociales abrieron la perspectiva de un mundo de lectores dispuesto a internarse en historias narradas por autoras que abandonaban el rol de mucamas y musas, esposas y madres, para lograr conquistar “una habitación propia” y hacerse más que mujeres, escritoras: seres humanos plenos y libres en la literatura. Ni pop ni rosa, ni lacrimógenas ni bizarras, las poetas y narradoras que logran trascender los clichés autoimpuestos por la sociedad y otras congéneres u opositores se filtran, unas con más talento que otras, en los entresijos de la tentación de escribir bien y estimular el pensamiento. Con cualidades trasgresoras, con hechos problemáticos, a veces con auténtica crueldad o contradicción, varios son los libros capaces de testimoniar originalidad y talento femenino –pensamos en Natalia Nothomb, Elfriede Jelinek y Doris Lessing, entre otras-.

Como la mayoría de los libros escritos por mujeres a lo largo del tiempo, los de Sontag (apellido apropiado de su padrastro) y Morrison (seudónimo creado del nombre de su ex marido) aparecen en los últimos sesenta años y debieron resistir la luz fulgurante de una dinámica que cuestionó radicalmente las expectativas y reglas, más bien estáticas, de siglos pasados.

Aunque hoy casi nadie se escandaliza con el carácter de personajes femeninos que aspiran a romper las rutinas y la opresión, la feminidad autónoma todavía inspira grandes cambios y nuevos temores, reivindicaciones y otro tipo de muros o vacíos. En el plano literario, ambas narradoras apegadas a la época supieron moverse con destreza sin caer en extremos. Ni fundamentalistas ni despreocupadas, Morrison y Sontag no se adscriben a victorias precarias como un “feminismo” radical equiparable a la hegemonía del machismo que pretende combatir. Con inteligencia y talento, ambas se negaron a las trampas de fuerzas conservadoras, sobre todo de carácter religioso, que buscan todavía oponerse a la emancipación.

Es indiscutible, en todo caso, que el mundo y el pensamiento de Sontag y Morrison son parte de una transformación que aún se gesta, en tanto abre el horizonte de la narrativa a un tiempo de la abundancia en las nuevas generaciones. No hay camino de regreso al viejo mundo. A los viejos mundos, debería decir.

Vigente, vital y musical: Toni Morrison

Con férrea energía preparó Chloe Anthony Wofford, conocida por el alias de Toni Morrison, su estilo capaz de dar vida a un aspecto esencial de la realidad afro norteamericana. Nacida en Lorain, Estado de Ohio, la hoy octogenaria hace gala de su atrevido albur de negra de origen humilde y proletario que con los años no ha dejado de explorar nuevas formas de escribir, rastrear las huellas de la historia y dialogar con el lector. Partidaria de arrojarse sobre temas como la segregación, las secuelas de guerras como la de Corea, el racismo y los prejuicios, ha dicho sobre el racismo y la esclavitud en varias entrevistas que “es un problema con raíces en todo el mundo, una forma de poder ostentada por aristócratas y políticos –sabemos entonces a quien reclamarle- que ahora los sufren las personas económicamente vulnerables”.

Es indiscutible, en todo caso, que el mundo y el pensamiento de Sontag y Morrison son parte de una transformación que aún se gesta, en tanto abre el horizonte de la narrativa a un tiempo de la abundancia en las nuevas
generaciones. No hay camino de regreso al viejo mundo.
A los viejos mundos, debería decir
Ganadora del Premio Pulitzer en 1988, la atenta y suspicaz mirada de los lectores la observarán con inquietud en sus personajes hábiles en desplazarse entre arquetipos caricaturizados y sombras de viejos mundos todavía vigentes. Imposible olvidar a Sethe personaje de la novela
Beloved (1987), madre dispuesta a matar a la hija en nombre del dios libertad y de cierta percepción de un trasmundo más profundo: “Me resulta difícil creer en el tiempo” -nos dice. “Algunas cosas pasan. Otras se quedan. Antes pensaba que era mi memoria. Ya sabes, algunas cosas se olvidan, otras siempre se recuerdan. Pero no es eso. Los lugares, los lugares siguen en su sitio. Si una casa se incendia, desaparece, pero el lugar... la imagen del lugar permanece, y no solo en mi memoria, sino allí, en el mundo. Lo que yo recuerdo es una imagen flotando en redondo fuera de mi cabeza. Quiero decir que aunque lo piense, aunque se muera, la imagen de lo que hice o supe, o vi, sigue allí. Exactamente en el lugar donde ocurrió..”

Notable en recursos de estilo, novelas suyas como Jazz (1992), escrita a lo Nina Simone, según sus propias palabras, aprovechan el régimen de la improvisación y el tiempo en flash-back hasta volverlo parte de su originalidad y método de escritura. Atrás y adelante, entre los años 1880 y 1926, época que abarca desde la gran migración de afroamericanos de los pueblos a las ciudades hasta el Harlem Renaissance, Jazz es un relato que integra sueños y visiones en la dura realidad circundante. No es que se resigne o se plazca de la tragedia, sencillamente nuestra autora hace las veces de hechicera, exorciza el mundo y basta mirar su estampa curtida y el pelo enredado para creerle.

Lo ambiguo, lo incierto, lo vagamente intuido abunda en Jazz: “Se encaprichó de una chiquilla de 18 años y le dio uno de esos arrebatos que te calan hasta lo más hondo y que a él le metió dentro tanta pena y tanta felicidad que mató a la muchacha de un tiro solo para que aquel sentimiento no acabara nunca”. La quiso hasta dejarla en punto, en pausa, diremos, aunque sus personajes regresan y vuelven a amar, se rehacen solo para destruirse.

La sanación en este texto maravilloso repleto de pistas con nombre de calles es la música: “El poder sanador de la música” -dice Morrison. Vueltos instrumentos, los diferentes personajes dan réplica y contrarréplica, incluso quien escucha –lee- es invitado a participar. Con el estilo del cuento Perseguidor de Cortázar –un símil en nuestro idioma- el desequilibrio mental de Violet –una de las protagonistas de Jazz- se transmuta en actos impulsivos, “rayonazos” o cracks del disco, ya que así es como se refiere la autora a las cosas que pasan en la cabeza de Violet: la demencia es la sobreimposición de sonidos y silencios.

Pero quizás lo más importante de la novelas de Morrison esté en que la autora demuestra que siempre es posible lograr nuevas estrategias narrativas y que a la literatura todavía le quedan muchas facetas por explorar. Signos de puntuación y palabras libres al punto de ser casi una prosa lírica en ciertos momentos, Morrison ama tanto la literatura que se nota cuando escribe que la crítica es lo de menos en su mente. De hecho, lo cierto es que no le importa si la consideran o no intelectual o buena escritora, de su parte siente la misión cumplida: darle -porque todavía su obra es vigente- un espacio en la literatura universal a quienes no la tuvieron antes, los esclavos, las domésticas, los hijos sin padres, los discriminados.

Calificada por grupos puritanos de padres del Estado de Michigan –posiblemente de cerebros limitados- como “pornografía simplista”, su obra nunca quiso agradar sino más bien contrariar conciencias. La luz de sus ojos fue la primera de todo el mundo que tuvo el privilegio de poder contemplar en 1993 los aplausos del salón del Nobel en Estocolmo para una escritora afrodescendiente. Habrán encontrado en ese instante grato el reconocimiento y no habrá podido contener la alegría tan propia de su semblante.

Clásica en todo el sentido del término: Susan Sontag

Admiradora de Juan Rulfo, Sontag fue calificada por Carlos Monsiváis en La imaginación y la conciencia histórica de clásica e imposible de resumir por su obra que sobrecoge todo tipo de temáticas. Judía nacida en Nueva York fue defensora de la causa palestina y crítica de la política norteamericana en el mundo. Apenas si dudó en admitir su lesbianismo públicamente por considerarlo un asunto privado que develaría luego de un divorcio y con su único hijo – David Rieff – llegado al mundo.

Con experiencias y conocimientos en el cine, la fotografía, la música y el teatro, su carácter cosmopolita podía pecar de orgulloso sin dejar de ser ilustrado. Entre sus trabajos, sin desconocer lo notable de sus novelas, destacan más sus ensayos. Hasta hoy se puede recordar, e incluso hallar en las ferias ambulantes de nuestro país, títulos como Contra la interpretación (1996) o Cuestión de énfasis (póstumo 2007), dos recopilaciones de críticas y estudios de autores varios -Camus, Genet, Luckacs, Wilde, Artaud o Sade, algunos de ellos-.

Prolija activista de izquierda y defensora de ideales sobre ideologías, llegó a polemizar con frases tipo “la raza blanca es el cáncer de la historia de la humanidad” al tiempo de criticar por igual al estado de “facto” inmoral de Estados Unidos, durante la invasión de Vietnam o la persecución a los homosexuales en Cuba. Cuestionó en su momento a Gabriel García Márquez por mantenerse callado ante este tipo de abusos y dudó de la fuente de los atentados del 11 de septiembre.

Más allá de lo político, Susan Sontag, en su tiempo y hasta la actualidad, puede considerarse un referente de humanismo, dura pensadora de la enfermedad ante la plaga del SIDA y el Cáncer escribió La enfermedad y sus metáforas (1989), una reflexión sobre las relaciones entre las pandemias, los prejuicios, el lenguaje, las certidumbre y la muerte. “Como ahora la muerte es un acontecimiento ofensivo y sin sentido se vive como algo a ocultar”- nos dice. “A los enfermos de cáncer se les miente, no sólo porque la enfermedad es (o se cree que es) una sentencia de muerte, sino porque se le considera obscena en el sentido original de esta palabra: fatídica, abominable, repugnante” – continúa.

Reconocida por su desprecio hacia la especialización por considerarla limitante, en 1977 publicó Sobre la fotografía, referencia indispensable del mundo de la imagen con citas de Barthes y una propuesta del hacer retratos con una visión militante de cambio y transformación del mundo: “La fotografía es (…) un pretexto para hablar de algo muy distinto, los problemas de nuestra sociedad moderna, las diferencias complejas entre nuestro pensamiento y la habilidad superficial de percepción, sobre la secuencia de la experiencia y la capacidad de juzgar esta experiencia”.

Más tarde en 2003, un año antes de su deceso por leucemia, volvió a topar el tema de la imagen de guerra en Ante el dolor de los demás, con hincapié en una forma de impotencia del observador: “‘Nosotros’, ese ‘nosotros’ que albergan todos los que no han experimentado nada parecido a lo que ellos sufrieron, no entendemos. No profundizamos. No podemos siquiera imaginar lo que fue (…) cuan terrible, cuán aterrador, y cuan normal se vuelve”.

Una sola vida le fue bastante a Susan Sontag para hacer ver al mundo que todo lo que había laboriosamente construido en cientos de años puede ser minado durante la ausencia de la sensibilidad. Sarajevo, estuvo entre sus últimas causas, sin descuidar la publicación de Amante del volcán (1992) y En América (2002). De carácter práctico entremezclado con un deseo utópico, sus últimas novelas son vuelos que atraviesan todos los continentes, estados de ánimo y posibilidades.

De vuelta a la política, su posición ante el presidente Bush es tajante y proyecta su espíritu desinhibido: “George W. Bush es un estúpido rodeado de gente muy inteligente que sabe lo que hace. Desprecio y temo a su gobierno”, actitud que le ganaría amenazas y el desprecio de varios norteamericanos y afines sin llegar a producirle angustia o arrepentimiento.

Ganadora del Príncipe de Asturias (2003) compartido con Fátima Mermisi por un extraordinario texto de diálogo intercultural con Oriente, o de su Jerusalén de Literatura, recibido en 2001, aún a cuestas de su oposición a las políticas israelíes, Susan Sontag -al igual que Toni Morrison- es de aquellas escritoras sublimes, cantadas de vez en cuando por un poeta y que la vida plasma millares de veces en mujeres y hombres valientes, llenos de gracias.

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