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Reseña

Solo de vino a piano lento

Solo de vino a piano lento
18 de mayo de 2015 - 00:00 - Antonio Sacoto, Crítico y miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua

Es una hermosa-gran novela, la mejor escrita por pluma de mujer en el Ecuador, en lo que va del siglo XXI, de Sonia Manzano, pues la devoción de Sonia a la literatura y su disciplina de trabajo a lo largo de tres décadas se han enriquecido con novelas, cuentos y poesías: No abras la ventana todavía (1993), primer premio en la Segunda Bienal de Novela Ecuatoriana; Flujo escarlata (1999), cuentos que reciben el premio Joaquín Gallegos Lara de Quito; Que se quede el infinito sin estrellas (2001), novela.

Al analizar su penetrante y sofisticado cuento ‘Rapsodia en Seco’, señalamos las dimensiones continentales por la creación del ambiente, del personaje y por la expresión literaria(2). Temas como la soledad, el abandono y la traición muestran la más vívida tristeza de la solitaria profesora solterona. Y algunos de estos temas actúan, nuevamente, como flashback en su fascinante y logradísima novela Solo de vino a piano lento, pero aquí más profundos, más meticulosamente esculpidos los personajes y los temas con raíces terráqueas indomables y adosadas de matices científicos.

Solo de vino… es lo que Antonio Skármeta había señalado como características del post-boom: “…vocacionalmente anti pretenciosa, sensible a lo banal y más que redentora del mundo es simplemente presentadora de él”(3). En la novela se encuentran claros vestigios de familias montubias como los protagonistas de Los Sangurimas de José de la Cuadra(4), al igual que los de la saga de los Buendía de García Márquez(5). Esto en los primeros capítulos y/o apartes de la historia de la familia: “De un tiempo para acá —dice la narradora— me he interesado seriamente en investigar por lo menos desde tres generaciones atrás el peso histórico que ha tenido la depresión en mi familia” (p. 18). El segundo apartado, Percal… ¿te acuerdas del Percal?, describe a la tía Basílisa, como García Márquez lo hace con Remedios, Sofía de la Piedad, Fernanda del Carpio, personajes de belleza inmanente, pero con algún dejo rayano en desequilibrio mental. Lanzado el historial de la familia, el relato se aprieta, se ciñe a contar la vida cotidiana de la narradora, cuyo nombre se mantiene celosamente en el anonimato, salvo que a hurtadillas se menciona su lema, que lucha a diario con el mal de la depresión que la agobia y que ella parece triunfar; y Sofía la prima que, por el contrario, sucumbe al mal de la familia: la bipolaridad.

Igualmente se desarrolla la vida de pianista de Zulema en el café Bohemia, su música, la gente, las peripecias y un final exabrupto. Todo esto sucede netamente en Guayaquil, en sus calles y parques y con sus gentes en un vivo despliegue de ciudad en movimiento. Para este efecto la autora se sirve de las múltiples técnicas cinéticas, como el montaje, el acercamiento y, principalmente, con la cámara que capta imágenes fantásticas. Dentro de todo lo anotado hay que subrayar un lenguaje que oscila entre lo poético y lo popular cargado de intertextualidad, de canciones: boleros, tangos, jazz, etc., e imágenes de semejanza de una enorme y profunda originalidad.

La novela es lineal, salvo algunos retrocesos al colocar las fichas familiares para que no se escape nadie. La narradora que no se nombra abre la novela: “Cuando tenía catorce años sufrí mi primera depresión… dos años antes mi menstruación iniciática” (13). La depresión también se le presentó a su hermana mayor Eugenia María. Cuando tenía ocho años notó que su tía Basílisa, la tercera de los cinco hijos, acusaba serios desperfectos en su cabeza de reina zamba: “A Basílisa le tocó de mala suerte ser la legataria directa del tufo amoniático de la bestezuela, herencia que, como un sino irremediable, recaía en cada generación, sobre un específico miembro de familia”(p. 21).  

En el apartado ‘Cuesta abajo’ la narradora relata cómo se entrega y se sumerge en sus urgencias maniacodepresivas: “Sofía está en la misma posición en la que le dejé dos horas atrás: ovillada alrededor de su huso horario, inmóvil como una lagartija de plata. Luce tan quieta que siento deseos de zarandearla para así constatar que sigue viva. Apelo a otro tipo de comprobación menos agresivo como el de abrir las cortinas para que ingrese al cuarto un soplo despabilante de luz solar. Eso es suficiente para que Sofía se incorpore visiblemente mortificada, lo que hace cubriéndose el rostro con ambas manos, a la par que con voz ronca extraída de una remota apatía, me ordena que vuelva a cerrar las cortinas” (p. 72).

Han pasado 22 años, pues Sofía debe de estar por los 37. La narradora tiene que atender además sus obligaciones de pianista del café Bohemio. Busca ayuda médica, llama al doctor X y dice “soy Zulema Poveda, deseo una cita”. Es la primera vez que se menciona su nombre. Y el psiquiatra Riquelme, después de una larga observación, dictamina: “Sofía tiene una enorme dificultad para establecer comunicación con el mundo de los seres vivos, no sólo por haber tenido como madre a una esquizofrénica que le legó ese gusto aberrante por el silencio, sino también a causa de ustedes, sus familiares más cercanos, quienes irresponsablemente se han encargado de deshabitarle por completo el mundo de la cotidianidad normal. Ustedes, nos señaló con sus dedos siempre en tijera, con un amor al que voy a llamar piadosamente “equivocado”, por no decirle irresponsable, en un afán de que no tropiece con nada, ni con nadie que pueda supuestamente provocarle algún daño han inventado para ella un mundo extraño, desnudo, del todo baldío; mundo en el que aparte de ustedes sólo tienen acceso sus programas excéntricos de televisión, sus crucigramas intricados, sus libros de paranormalidad anormal y no sé qué otras rarezas más de esas, tras de las que suelen escudarse las personas que tienen un miedo enfermizo a vivir”(p. 88). Continúa con explicaciones que inculpan tanto a Zulema como a su hijo Armando, por su trato nocivamente sobreprotector para con Sofía, por lo que ellos decidieron que había que dar un viraje radical al trato consentidor de Sofía.

Si hasta aquí la historia se desenvolvía a través de la voz narrativa de Zulema, ahora es Sofía quien introduce su voz para decirnos las cosas que hace y el porqué de ellas; da a conocer su punto de vista sobre hechos y personas: “Sé que le inspiro una gran lástima a Zulema; mas ella también me la inspira en igual o superior medida. Y ¿cómo no habría de inspirármela con esa estampa de solitaria a tiempo completo que se maneja?; ella es una solitaria porque así escogió serlo desde cuando se convenció de que la vida en pareja era una opción que sonaba a cadena perpetua o mínimo a libertad condicionada” (p. 94).  O también: “Quiero mucho a Violeta. Pero no necesito tenerla cerca para quererla; en cambio de la presencia que nunca podría prescindir, ni aunque fuera por pocos días, es de la de Zulema” (p. 96). 

 Se vuelve al escenario del café Bohemia en el apartado ‘Violín Tango’ donde llegan las más visibles caras de hombre y mujer. El hombre equino que concitó la atención de Zulema; una señora de paso voluptuoso, despampanante, con paso de soberbia y lustrosa yegua de paso, cuyos depósitos de grasa hacían una comba apetitosa: “A su paso de  jaca ricamente enjaezada iba dejando tras de sí una estela odorífica de humores penetrantes y dulzones. Olía la jamelga antañona a como había olido la menuda, frágil, canosa y muy famosa viuda de Jorge Luis Borges, la japonesa María Kodama en la noche en que ésta entró a Bohemia…” (págs. 101-102). Se trata de la doctora Bedram, que de yerbatera del mercado público pasó a ser una distinguida empresaria de un producto que cura el cáncer. Se celebra el homenaje del gobierno a la doctora Bedram, con embebida sátira. Se rinde pleitesía a Astor Piazzolla, maestro en materia de renovación del tango. En viernes de tango se interpretan piezas de Piazzolla entre ellas ‘Libertando’.

Al café llegó también el hombre de perfil de caballo de ajedrez, que daría un revés a su vida y a la de Sofía. Se llama Antonio, un  charlatán que atrae la atención de Zulema y seduce a Sofía. Antonio fabula su viaje a Nueva York, su prodigio empresarial, su matrimonio: ficción. Es el perfecto charlatán. Sofía, luego de descubierto su romance con Antonio, no quiere saber nada más de él y con la ayuda del siquiatra ha vuelto a su normalidad y se va, abandona la casa en busca de su propio destino, mientras Zulema que seguirá en su zona de confort, pierde su trabajo y deambula por su apartamento añorando a su prima Sofía y confiada en que regresará.

En esta historia de criaturas muy a lo García Márquez, pero en esencia de raíz y sabia montubia, principalmente los primeros capítulos en los que las imágenes y las sombras pasan y repasan el teatro de la vida, dos se levantan como protagónicos: Zulema y Sofía, las dos acosadas por la enfermedad de la depresión y la bipolaridad que asola y destruye a la familia, a unos más y a otros menos. Unos hacen frente y combaten la dolencia y triunfan, otros sucumben. Zulema pertenece al primer grupo, Sofía al segundo.

Zulema hizo frente al problema de dos maneras: ejercicio físico, catalizado en carreras que se mantienen hasta expeler todo material tóxico; dosis de diversa magnitud de alcohol. No se menciona su amor a la música que, sin duda, estimuló su ego, su persona y le ayudó a triunfar sobre su mal.

Sofía, en cambio, sucumbió a la enfermedad durante 22 años, se ovilló en su cama, vegetó sin ningún aliciente. “Ella yace en su lecho flanqueada por almohadas blancas y cubierta por un edredón lleno de algodón sanforizado, uno de los tantos que han sido enviados por Violeta… rodeada por tanto blancor parece toda una pastora de las nubes. La observo fijamente creyéndola dormida y cuando estoy a punto de retirarme la pastora se estremece levemente y abre sus ojos insondables para fijar vagamente su mirada en los míos. Bajo el poder intimidante de sus pupilas me quedo sin saber qué hacer o qué decir por unos segundos” (págs. 105. 106).

Zulema, en ‘Si yo tuviera un corazón’, confiesa su naturaleza de solitaria y rara avis y de no haber cometido el enorme y craso error de casarse. “Le tomé una profunda aversión a la relación en pareja después de haber pasado por cinco romancillos de poca monta…. todos inanes, todos desprovistos de atractivos pasionales como para que por alguno de estos me hubiera decidido a renunciar a mi destino de mujer irrenunciablemente libre acostumbrada desde su ya remota juventud, a compartir su soledad exclusivamente con la voz interior que desde siempre la habita, voz a la que ha confesado en bajito su manifiesta discapacidad para concitar sobre sí  afectos verdaderos y por ende duraderos” (p. 141).

Al final, Sofía también entona su himno a la libertad: “Creo que ha llegado el momento de sacar de encima de mi vida un modelo de vida que ya no me sirve, si acaso en un momento de mi vida me sirvió. Debo tomarme un respiro, debo terminar con este sentimiento de angustia, debo huir de mí misma, de la Sofía que hasta ahora he creído ser” (p. 188).

Zulema sufrió la partida de Sofía y siempre esperó que regresara. La espera de Zulema la llevó a un final espectacular por el sentimiento y la intertextualidad musical: “Aquí la espero en este caminito bordeado de trébol y juncos en flor que el tiempo ha borrado, pero no del todo, afortunadamente no del todo. El que juntas un día nos viera pasar cuando yo tenía escuálidos trece años y ella apenas si había terminado de sacar su cabeza de mechones rojizos por las hilachas ralas y maltrechas de la atrozmente profanada oquedad vaginal de su madre. Aquí la espero y es mejor que regrese antes de que se convierta en una sombra lo mismo que yo. Es necesario que vuelva, que vuelva por su querer para que así el tiempo, el mismo piadoso tiempo nos mate a las dos” (199).

Hay una variedad de temas en esta novela, entre ellos, Guayaquil y sus calles, su malecón, su gente que aparece cuando Zulema trota sus cuatro kilómetros, cuando guía su viejo Volkswagen, cuando toca el piano en el café Bohemia y ahí adonde llega todo tipo de entes, entre ellos —y vale la pena recalcar su presencia—, los cuatro jubilados que ocupan una mesa para deleitarse en la memoria de sus años juveniles, primaverales, llenos de vitalidad y experiencia.

Dos temas sobresalen, sin embargo: la malhadada enfermedad que acarrea la familia, la depresión diagnosticada por los siquiatras como bipolar y cuyos estragos son claramente expuestos en la novela;  el tema musical. Sobre este segundo tema, hay que anotar que existe un despliegue enorme de canciones, autores y cantantes, principalmente de las décadas del cincuenta al ochenta. Si Basílisa se desternilló a raíz de la muerte de Gardel en 1938, bien se puede asumir que la novela empieza en 1920 y termina algún tiempo después de conceder la base de Manta a Estados Unidos, es decir, por el año 2000. Se rinde homenaje al maestro Astor Piazzolla y sus tangos, al famoso Dámaso Pérez Prado que visitó Guayaquil en 1948 y la explosión del mambo Nº. 5, los boleristas Bobby Capo, Luis Miguel, además de Pablo Milanés y el ‘Puma’ Rodríguez, son imprescindibles en su repertorio, al igual que congas, guarachas, pasodobles y a Pedro Infante, quien debía cantar ahora ‘México lindo y temido’. La intertextualidad musical se encuentra difusamente explayada en el texto narrativo: “Mis cuatro hermanos ya habían encausado sus pasos por sendas distintas” (p. 42). “Caminito bordeado de trébol de juncos en flor que el tiempo ha borrado” (p. 199).

Sonia Manzano ha desplegado con maestría algunas técnicas narrativas: los niveles narrativos, uno conducido por Zulema, y otro por Sofía; entre los que se desarrollan los relatos en tercera y primera persona, ya sea en el plano de los dos personajes mencionados o de los varios actantes de la narración.

Igualmente es logrado el uso del punto de vista sobre cosas y personajes, pero principalmente el que las dos primas Sofía y Zulema tienen la una de la otra. Las dos se tienen lástima, pero en el fondo se quieren y se necesitan.

La incorporación de la intertextualidad le da brillo y energía a la expresión literaria, principalmente en esta historia a ritmo de piano y poesía: la partida de Sofía ha provocado un dolor soportable en Zulema, que siempre espera su regreso manifiesto en intertextualidad poética y musical: “Ella va a volver tal como volverán las oscuras golondrinas a mi balcón, mejor dicho al balcón de Sofía” (p. 199). Igualmente la cita de esta página anteriormente referida en este texto.

El título del apartado ‘Desde que se fue’ relata precisamente la partida de Sofía, y hay ahí una cita que dice: “A las cinco en punto de la tarde”, alusión clara al poema de García Lorca del mismo nombre, que también se menciona en el texto de forma explícita. También, Benjamín, el tío, había sido “tragado por las venas abiertas de América Latina”.

El poner en juego la intertextualidad crea en esta novela un lenguaje popular culto que matiza el estilo de la narración y además viene cargado de símiles, metáforas, retruécano de palabras, caricaturización y muchos elementos que marcan la escritura con gran originalidad, que dan vida y gracia a la narración, como los eufemismos para evitar la palabra ‘muerte’: “Mi padre se había integrado al éter” (p. 42); “Isidoro había pasado a mejor vida” (p. 38); “Olga Guillot que no hace mucho se fue de este mundo” p. 101);  “Rocío Dúrcal no hace mucho se integró al reino de las auténticas sombras” (p. 118).

Por todo lo ya mencionado —desarrollo de la trama, el punto de vista de los personajes, los temas que dinamizan las narración, la intertextualidad como técnica narrativa—, repetimos que Solo de vino a piano lento es una hermosa-gran novela, bien escrita, cuyos temas están bien concatenados y cuyos personajes se desarrollan con vida propia y emotiva.

Notas:

1. Manzano, Sonia. 2013. Solo de vino a piano lento. Quito: Libresa. Las citas pertenecen a esta edición.

2. Sacoto, Antonio. 2012. El cuento ecuatoriano 1970-2010. Quito: Casa de la Cultura. Pág.262.

3. Shaw, Donald. The Post Boom in Spanish American Fiction. Pág.9.

4. Sacoto, Antonio. (2014) ‘Los Sangurimas’, Catorce novelas claves de la literatura ecuatoriana. Quito: Casa de la Cultura. Pág. 151.

5. Sacoto, Antonio. (2003) ‘Los pasos perdidos’, Siete novelas maestras del boom hispanoamericano. Quito: Casa de la Cultura, 2003. Pág.41.

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