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El Telégrafo
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Siete claves del estilo Meneses

Siete claves del estilo Meneses
07 de octubre de 2013 - 00:00

En una de las últimas ediciones de la Revista Diners veíamos al periodista chileno Juan Pablo Meneses desesperado, irritado, pateando su mochila roja en media Estación Sur de Autobuses de Madrid. La gente pasaba a su lado –como siempre– mirando la escena de reojo y alzando la oreja para enterarse de la desgracia ajena. Ya no soportaba ese peso en su espalda que había crecido poco a poco conforme acumulaba nuevos sellos en su pasaporte. Ya parecía prehistórico el momento en el que estudió las tiendas de maletas como quien compra el primer departamento matrimonial hasta encontrar una cosida a mano, de setenta litros, con diez años de garantía. Meneses se había planteado el reto que todos soñamos: viajar, escribir historias, vender, seguir viajando. Cada vez es más conocido su estilo de periodismo portátil para el que se necesita una cámara digital y una computadora. Ese texto sobre “la crisis del mochilero” me remitió a Equipaje de mano, una antología de sus mejores crónicas de viaje, publicada recientemente por Dinediciones. 

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El libro recopila 10 crónicas en 200 páginas de las cuales podemos extraer las siguientes claves de lo que sería el estilo Meneses:

i) Ser open mind para las historias: muchas veces uno va en busca de una pero encuentra otra. En Aguaviva, un pueblo de España en el que, de entre 700 personas, 200 son argentinas, pasan aburridos y monótonos días en los que no encuentra ni una historia valiosa. Esa desesperación es parte del relato. Por otro lado, cuando fue a Perú, Meneses iba a escribir sobre Iquitos, pero terminó contando la historia los guías turísticos nativos que cada fin de semana reciben una nueva propuesta de matrimonio por parte de las europeas que visitan la selva.

ii) No tener miedo a narrar desde la primera persona. Aunque no se descuida la exposición de datos reales, investigados, que tienen que ver con lo que se está contando, el verdadero rigor está en ser fiel a la experiencia. Ya que la objetividad no existe, solo nos queda ser transparentemente subjetivos, utilizando el “yo” sin pretensiones de protagonismo. Meneses, por ejemplo, nos cuenta cómo vivió el ataque terrorista a las torres gemelas mientras estaba de vacaciones en Turquía con su novia.

iii) Utilizar ingeniosas comparaciones, no exentas de humor si es posible, que nos ayuden a comprender algo. Por ejemplo, sabemos que Michael Schumacher tiene la simpatía de un cajero automático, que en Kenia el pasto de la cancha en la que entrenan algunos atletas está seco como una toalla amarilla, o que en Gibsonton hay un sol y una humedad capaces de deshidratar un robot.

iv) Conocer tan bien a los protagonistas hasta ser capaces de atribuirles posibles pensamientos que en realidad nunca sacan a la luz. Como cuando, en una mirada perdida, Meneses puede ver que Jorge está imaginando lo que hubiera sido su vida si no emigraba a España. O cuando, mediante los modales bruscos del auxiliar de autobús que los acompaña a un partido Universidad de Chile vs. River Plate, adivina que por primera vez ese personaje piensa en renunciar a su trabajo. Se trata de una técnica que, lógicamente, no es nueva: ya la recomendaba Tom Wolfe en su libro Nuevo Periodismo.

v) No solo fijarse en lo mainstream sino darle importancia a lo marginal, porque muchas veces allí está la historia más universal. Mientras Meneses cubre una carrera de la Fórmula 1 se da cuenta que existe una tribu de beautiful losers compuesta por los pilotos que nunca suben al podio ni están rodeados de periodistas. “Pilotos que, al igual que nosotros, están condenados a contemplar la victoria de otros desde lejos”.

vi) Dar mucha importancia al inicio y al fin del relato puede generar un efecto bastante literario: el periodista pasa de ser un reportero que simplemente cuenta lo que ve, a convertirse en un escritor que mira a su historia como un todo unitario que trasciende al hecho en sí. En dos textos Meneses empieza plantando una inquietud que solo es respondida en el último párrafo.

vii) No quedarse en el clásico relato-de-revista-turística. Una historia que valga la pena debe necesariamente ver más allá de lo inmediato. Ver, por ejemplo, en la costumbre de los kenianos de desplazarse corriendo, una metáfora de su deseo por acumular millas que los saquen hacia Europa. Reconocer en el barco de Greenpeace a la verdadera familia de los ecologistas que han abandonado todo por esas convicciones. Sufrir por la ciega esperanza con la que viven en los alrededores de exestaciones de tren en Chile esperando la vuelta de este medio de transporte. Experimentar la tortura que supone vivir en un pueblo en el que no hay nada que hacer y uno está obligado a pensar y cuestionarse la vida.

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En los ejemplos anteriores, por cosas del destino, no se mencionó ni una vez la que es por lejos la mejor crónica de esta recopilación. Es bastante conocida la relación literatura-boxeo tanto en la ficción como en la no-ficción. Sabemos que Hemingway enseñaba a boxear a Pound en París, que Cortázar veía los enfrentamientos como un fenómeno estético, que Norman Mailer escribió un libro entero sobre el enfrentamiento entre Foreman y Alí en el Congo, o que el mejor retrato que ha hecho Gay Talese es uno titulado El perdedor sobre el campeón peso-pesado Floyd Patterson. Esta vez Juan Pablo Meneses nos relata un campeonato de box entre adolescentes en un diminuto pueblo chileno llamado Lautaro. La narración se teje a tres hebras: la de Matín Vargas, leyenda del box chileno que se encontraba en la gesta como entrenador, la de los flacos quinceañeros que reciben sus primeros knocked outs, y la del recuerdo del poeta lautarino Jorge Teillier, el turismo que genera y su afición por el box. Es un texto de siete rounds que entre tanto golpe no da  para pestañear. Que cierra con una hermosa reflexión de Teillier: “Me gustan los boxeadores, son muy parecidos a los poetas, están solos frente al público lector y al adversario, que es el crítico literario. Son solitarios y saben que aunque ganen, igual al final, van a perder”. 

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