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Sacra
- 1.Preámbulo
Conocí personalmente a Alexis Naranjo(1) en un evento cultural en Cuenca. Me interesé por su poema-libro Sacra(2) a partir de una conversación que tuvimos sobre un tema tan profundo como la muerte. También hablamos del erotismo en uno de mis poemas, ‘Mischa’ (2011) y en su poema ‘Sacra’, con las distancias necesarias —sobre todo contextuales, isotópicas— que existen entre uno y otro texto.
Poco después me percaté de que en ‘Sacra’ había un evidente erotismo muy ligado a la muerte o a la ‘separación’ que, a propósito, subrayo en el epígrafe de este pequeño ensayo. Pero, debo decir, también, que siento a dicho erotismo muy ligado a la vida que en el ser humano es pasión, alegría, gozo, abundancia, dolor y renovación.
Así que revisé un par de textos metacríticos sobre el poema. De ellos destaco uno realizado (a manera de presentación pública) por María Rosa Crespo (exdocente de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Cuenca) que vinculaba la construcción de ‘Sacra’ con una tirada de las cartas del tarot y que la involucraba con diversos caminos del esoterismo —cuántas posiciones disímiles se pueden manifestar acerca de un texto—, develándolo como erotismo abocado a una sensualidad agotadora en beneficio de los acápites visuales que marcan las fases del poema(3).
Luego observé, también, la tesis de maestría en la que Juan José Rodríguez se acerca al poema de Naranjo, mediante un registro minucioso de sus períodos —nuevamente en la mirada de sus epístolas astrales—, pero esta vez desde la perspectiva del silencio(4):
El uso de los espacios en blanco, la cortedad de los versos, el carácter enigmático de los símbolos aludidos, entre otras cosas, enmarca este poemario en las poéticas del silencio, aunque debemos apuntar que la escritura de Sacra está relacionada a un despojamiento expresivo, a un juego de marcadas elipsis (Rodríguez: 62).
A decir de Rodríguez, el despojamiento (más que la contención) es esencial en ‘Sacra’. El acto de creación de Alexis Naranjo, implica un proceso que ya en “la escritura en el papel […] parte de un despojamiento de las imágenes mentales no esenciales”.
Estoy de acuerdo con Rodríguez en que Naranjo se despoja de “palabras accesorias”; ello tensiona la sintaxis del poema —así como al lector, involucrándolo en los versos minimalistas que, valga la pericia del vate, dicen demasiado—:
Las elipsis descoyuntan muchas veces el lenguaje. La supresión de verbos o de conjunciones, o los saltos inusitados de una persona verbal a otra, suponen […] una escritura roturada. Así, el lector está obligado a rearticular estos vacíos en un ejercicio no carente de oficio alquímico. La imagen poética aparece, tras este ejercicio de recomposición del sentido, como un cuerpo textual que abunda en símbolos alquímicos y en referencias al pensamiento oriental. La función adjetival siempre está matizada por esos rasgos de la cosmovisión de Naranjo. Sin embargo, el despliegue imaginístico se revela siempre sorprendente. La encriptación de ciertos referentes de la realidad cotidiana y su alusión mediante imágenes complejas resulta infrecuente (Rodríguez: 79).
Los conceptos alquimia e imaginación atraviesan el poema plenamente, no hay duda. Pero hay otros quizá más específicos: lúdica, liberación, abstracción. Sin embargo, a pesar de que ‘Sacra’ podría asociarse con lo esotérico —una idea lúgubre, oscura, cuasitenebrosa del poema—, su sentido, desde mi perspectiva, es iluminador, abierto: deslumbrante. En atención a la etimología de esta última palabra subrayada: luz abundante y sorprendente que capta al lector.
La metafísica del texto no es para nada sombría. La muerte misma es vista como un paso hacia la luz, como un espacio para encontrar el gozo de lo que se ha tenido o sido en el propósito de una bendición.
El desprendimiento del acto amatorio y sucesivo que Naranjo evoca es, desde la misma evocación, valga la redundancia, aquello que se recuerda o se re-vive con frenesí —podría ser un sinónimo de júbilo—, más allá de la piedra lasciva de la melancolía que pueda aparecer en el camino de la lectura del texto.
2. Un texto por de-sacra-lizar
Mi lectura, en esta ocasión, tiene un carácter hermenéutico/re-creativo/re-escritural que se sirve de la noción que tiene Gadamer sobre el acto de leer el texto poético “como una especie de relleno entre el horizonte del texto y del lector.
En toda obra ocurre ese relleno y es el momento en que la obra se completa. Para Gadamer, la lectura implica, desde su raíz etimológica, un acto dialógico por excelencia que, al producir sentido mediante el lenguaje, junta “dos almas [agrupa] el tú y el yo en el nosotros. La desaparición y aparición del yo en el nosotros [y su retorno] al yo [al afirmar] que quien lee es también un lector inscrito en un tiempo y una tradición(5)”. Dicha apreciación sobre el acto de leer me sirve para ilustrar la relación que como lector entablaré con fragmentos que a mi parecer son destacables del poema de Alexis Naranjo.
Como manifesté anteriormente, el texto tiene una sencillez que deslumbra. La conjunción de imágenes expresa la posibilidad de una sinestesia (tacto y sonido se vuelcan en desmesura).
El fragmento se corona con la hipérbole del acompañamiento amatorio que se remite a la creación universal: “Bebe el sol de tus labios/ bebe el agua de tu risa// hay trinos en mi pecho/ azahares me regalas en tus senos/ a tu nido me llevas/ con la seda de gemidos// tengo la cabeza en el cielo/ y los pies junto a los tuyos/ en el sagrado magma/ del comienzo de los tiempos”.
El poeta nos muestra las llaves del reino que conducirán los pasos del lector hacia lo desconocido o hacia lo que se conoce y enceguece (¿de luz?), como si el conocimiento fuese una rosa que se consume por sí sola en el instante en el que se la besa: “Mientras de ti me separo/ los ecos de los astros remontan/ al vaho de tu flor […] brotas de mí como un susurro/ las puertas me abres/ de otro nacer/ y morir”.
Una mirada basta para proteger las cosas. El objeto es un ente alumbrado que luego ilumina a los demás objetos. La propia imagen creada poéticamente es sometida al éxtasis y/o al paroxismo de la contemplación. Entonces, la voz se subvierte, se desdobla y se per-vierte en el acto de la delectación estética: “Contemplé tanto que cegué la imagen/ a diestra y siniestra seguí al monje, inútilmente/ por la gloria del cuerpo/ iba yo hacia ti, amada/ ¿hubiese algún Buda bendecido mis hábitos?”.
Naranjo vuelve a encaramarse en el centro semántico de la figura retórica, la transgrede y luego nos presenta la cuasisinestesia de unos “pétalos” que apuntan a la montaña del gozo espiritual cuando se ha llegado al sujeto re-querido. La voz poética se viste de imágenes lúbricas que sorprenden por su aparición al lector: “Contemplé tanto que traspasé la imagen/ a diestra y siniestra vi abrirse pétalos de fervor/ por la gloria del espíritu/ me aventuré en ti, amada […] qué néctar manaba de ti/ qué esplendor de azules epitelios”.
El ser evocado por el sujeto poético al fin constata su completud. Es Sacra el corazón del que se desprende el sinnúmero de placeres que se encienden con el transcurrir.
La voz que sirve al poeta se revela en la urdimbre del tiempo y confirma a su doble, a su “ardor” que se resuelve en un río que todo lo inunda, que todo lo circunda, incluso el espíritu juvenil que asume la contradicción corpórea, facial, de la amada: “Sacra de impudicias/ me redimen tus gozos de la aridez del día/ urdiendo los instantes/ en que estoy peligrosamente vivo/ indócil, en vilo sobre tu ardor/ empapado y herido/ herido y restañado/ con la juventud feroz de tu risa”.
¿De qué océano habla Naranjo? ¿En qué río, lago, laguna ha descubierto el enigma del amor, la necesidad apremiante que tienen los amantes de abandonarse es el torrente in-voluntario que se les re-vuelve y les permite acometerse en una huida estática, con-sumatoria? “Sibilinos/ se encienden tus escrúpulos/ abrasan, te consumen, se remansan/ se tornan agua que espejea/ y entonces brillan// habrás de aceptar la sed/ de quien refleja al sol/ mientras se evapora”.
La voz poética hiperboliza en sus imágenes. Luego recurre a la historia antigua, a la casa del placer extremo que fue Roma (la de Quo vadis, la de Venus o Afrodita para los griegos). El poeta redime a los amantes en los brazos de una diosa y luego se sirve del recurso de la contradicción — ¿el verbo amatorio es una condena?, ¿cumbre o grieta infinita?— para abrir el abanico profundo que se nutre del pan bíblico y se resuelve en una exquisita paradoja, flor del pantano de la dicha: “Será tu suerte incendiar el cielo/ será tu suerte ahondar la sima// mas no te aflijas, amada:/ la casa de Venus florecerá/ con la pudrición de nuestros pecados// y tampoco te ocultes:/ será nuestra condena devolver ese maná/ a otros cielos y simas”.
Y la melancolía se dilucida en el uso del verbo en pasado que se recoge, otra vez, en la difícil comprensión del universo y las cosas. El paisaje era un corazón palpitante que gozaba y al mismo tiempo reparaba las culpas en la materia estelar de la que están hechos los humanos que ya no son mutuamente o no se pertenecen: “Saboreaba contigo/ la extrañeza toda del mundo/ la más voluptuosa expiación de la carne”.
El yo poético reconoce el oscuro resplandor de su pareja o de sí mismo. Descubre su potencia o la recuerda desde el discernimiento de lo que se ansía como bello.
La voz cae “literalmente” en la elucidación del alimento que una mano acerca para dejar caer al pescador-pescado en el agua de la reminiscencia: “Venías de tan lejos/ venías sin sombra o quizá la mía/ inexorable te llamaba// venías abriéndote paso/ con otra fuerza, otra sabiduría, otra belleza/ pero quizá mi sombra/ era el desafío, el señuelo del ardor// y qué irremediable designio/ te hizo llegar tan cerca, aún más cerca/ acá donde mis sombras queman/ en su gélido ritual”.
¿Qué otra escapatoria tiene el que narra su propia voz que recordar a su amada en el mar lechoso y salado de su poesía? De nada le servirán, seguro, los espejos de sí. Solo su propio aniquilamiento podrá darle paz en la voluptuosa recordación de sus labios que se cierran: “Sobre ruinas y tinieblas/ la fogosa adúltera y los versos/ me salvarán quizá/ de muchedumbres y mascaradas/ pero sólo quedará en mi paladar/ la sal untuosa de los sexos”.
Para Naranjo es propicia la aliteración, el juego de palabras que se deshace en un cuestionamiento silogístico bárbaro: el amor que se entrega, el amor que despoja al otro y la venganza.
Es evidente el teatro de la reflexión (mejor hubiese sido el revés del espejo, aquello que no se ve, la imagen inmerecida que se anida en el vacío) así como la álgida escultura natural de lo imperturbable, de lo inalcanzable: “Con qué falaz pasión/ saciaste los deliquios y partiste/ de razones en premuras/ de premuras en excusas/ de excusas en silencios// para ti/ el envés de los espejos// para ti/ la flor glacial”.
***
La ciencia de Naranjo divisa un universo sustraído de pocas palabras que explosionan en el sentido. Una nube indescriptible que se vuelve eco de alguien, la rememoración de la amada que tienta a su pareja en la luz preciosa o se deja beber por ella, un islote y una mujer des-hechos por el amor entregado que se re-hace en la oscuridad: “En el sueño/ subías al monte del topacio a tentar al alción/ y al borde del abismo danzabas/ antes de ser engullida por/ una tempestad de luz// cuando desperté/ sobre el devastado lecho/ sombríos caían/ los pétalos de tu flor”.
Naranjo se acerca a la fase climática de su texto: “Fijo, aterido/ velando al trasoñar/ me adentro/ por la cansada claridad del camino/ que termina”.
Y la revelación que encuentra lo desconsuela: “Y vacíos quedan los cuerpos/ en la vaciedad de unos poemas”.
Sin embargo, la voz poética reconoce el amor más allá del exilio, en la metafísica de los cuerpos — ¿astrales?, ¿universales?— que alimentan la vastedad de aquello que nos empeñamos en llamar vida:
...y nada quedará de nosotros
ni el fervoroso misterio +
ni tu nombre equívoco
ni el éxtasis de una revelación
ni el postrero ahogo
ni el desdén que ensombreció los ritos
ni los mutuos espejismos
de un más allá
más allá
más allá.
Notas:
1. Alexis Naranjo (Quito, 1974) hizo de Europa su residencia en los años sesenta. Además de dedicarse a la docencia, la traducción, el periodismo, el dibujo y la pintura, hizo estudios de posgrado en Lingüística en Francia. Es notable la influencia de sus creencias espirituales orientales (Vipassana y Qigong) en su obra que gira alrededor de la poesía, destaco de ella: Profanaciones (1988), Ontogonías (1990), El oro de las ruinas (1994), La piel del tiempo (1988) y Mixturas (2010).
Véase: http://laseleccionesafectivasecuador.blogspot.com/2011/07/alexis-naranjo.
2. Sacra ganó el Premio La Lira de Oro, en el Primer Certamen de Poesía Hispanoamericana Festival de la Lira.
3.- Mírese la nota de El Mercurio, Cuenca, 22 de noviembre, 2011: http://www.elmercurio.com.ec/309844-la-lira-se-estrena-con-reedicion-de-poemarios/#.VPtfyY50h9k
4.- Rodríguez, Juan José. (2008). El Color de lo blanco, de Álvaro Rodríguez y Sacra, de Alexis Naranjo. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar.
5.- Gadamer, Hans-Georg. (1999). ¿Quién soy yo y quién eres tú?, Comentario a Cristal de aliento de Paul Celan, traducción de Adan Kovacsics. En A. Rodríguez S. (2005). Poética de la interpretación (La obra de arte en la hermenéutica de H. G. Gadamer) (p.183). Mérida: Consejo de Publicaciones de la Universidad de los Andes.