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Raúl Pacheco: “Hay que ver a la poesía como un hecho cultural, una respuesta al mundo en que vivimos”
“A Pacheco le gusta remojar sus conversaciones literarias”. Javier Vásconez tenía razón, y yo la celebraba. En los pocos momentos (fuera de su oficina) que estuvimos reunidos, ya habíamos bebido algunos vasos de cerveza, vino y, en la última reunión, que fue al pie de una ascendente espiral que rozaba un cielo negro, algunos gin tonic perfumados.
La liquidez de esos encuentros no solo aligeró la conversa, derrumbó las poses y provocó una amistad, sino que transparentó la sencillez, alegría y a ratos profundas preocupaciones de un hombre que, siendo un erudito de la poesía ecuatoriana, no se deja complejizar por los resortes de un lenguaje formal a la hora de transmitir sus posturas y apreciaciones sobre la producción literaria de varios escritores, especialmente latinoamericanos.
Amable, un poco inquieto, exigente, extremadamente autocrítico y siempre dispuesto a atender cualquier inquietud, Raúl Pacheco, editor de publicaciones del Centro Cultural Benjamín Carrión (CCBC), es una persona que, a pesar de tener impreso su nombre en los créditos de las mejores antologías de poesía ecuatoriana y en las bocas de algunos jóvenes (y otros no tanto) poetas de la ciudad, aún no tiene (y digo esto sin temor a equivocarme) el lugar que le corresponde en el concierto cultural del país.
Durante nuestro diálogo, Jorge Carrera Andrade y Octavio Paz nunca se alejaron de su palabra. Raúl no deja de rememorar su primer trabajo como imprentero ni la estrecha vinculación que siempre ha tenido con la vida popular y sus amigos. Su casamiento con el mundo editorial inició desde joven, gracias a una invitación que su amigo Gustavo Salazar le hizo para organizar la biblioteca de Benjamín Carrión, que se ubicaba en El Batán.
Siente que hay (y siempre ha existido) un descuido por parte de las instituciones del país frente a algunos acontecimientos culturales e históricos y no deja de ser crítico con varios actores del sector, que en su momento, descuidaron la labor creativa, para dedicarse a asuntos más políticos y diplomáticos.
“Había un fervor por cambiar el mundo”
Raúl Pacheco, que en septiembre coronará los 50 años, nació en el sur de Quito. Siempre relacio
nado con los espacios populares, de niño vivió por el barrio San Roque y ahora en La Madgalena. Sus padres eran obreros y sus abuelos migrantes de Cotopaxi, del cantón Pujilí. “Mi padre era sastre y mi madre tenía un salón de comidas en El Cumandá, justo al frente del teatro donde se proyectaban películas populares como La India María, el Santo, Capulina... El rincón del Guayas se llamaba el salón de mi mamá y era un anzuelo para los transeúntes y extranjeros de la zona, porque cerca de ahí estaba la terminal terrestre. Yo la acompañaba al mercado a hacer las compras y todo ese ambiente me hizo muy sensible”.
Por los ochenta, inició sus estudios de Economía y Administración en la Universidad Católica de Quito. Sin embargo, al tercer semestre, entró en “crisis” (un comportamiento que se le volvería común) y se retiró. También dejó sus estudios de guitarra clásica con Emilio Lara, pero aquello le sirvió para afinar su oído musical: “Tengo un gran sentido musical para las palabras, por eso me encanta y aprecio de mejor manera el ritmo y las imágenes que produce la poesía de Jorge Carrera Andrade y Gonzalo Escudero”.
Una vez abandonada la carrera numérica, un tío suyo, que tenía una imprenta, y producía libros de izquierda como los clásicos del marxismo, lo invitó a trabajar allí. “Como tenía buen ojo para leer y buen oído para escuchar, acepté”. En ese entorno se estrenó como editor al trabajar sobre la obra de Phillip Age, con El Diario de la CIA en el Ecuador.
Su tío, Marcelo Pérez, formaba parte del Partido Comunista del Ecuador, pero además, era periodista y decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad Central. “Había un fervor por cambiar el mundo, pero como la imprenta no tenía un sentido comercial, quebró”.
“Conocerlos fue determinante en mi vida”
Como lector, uno de los primeros libros que se depositó en sus manos fue el Boletín y Elegía de las Mitas, de César Dávila Andrade, el cual activó aun más esa sensibilidad que de niño había adquirido. La literatura extranjera le llegó algún tiempo después con Octavio Paz. “Me fascinó que un latinoamericano escriba sobre el surrealismo, el budismo zen, con una prosa tan nítida y translúcida. Eso fue una revelación”. Pero también, el boom latinoamericano invadió sus terrenos, y como era una literatura “masiva y de acceso popular”, supo consumarlos con agilidad.
Decidido que su lugar estaba en las letras, estudió Literatura en la misma universidad donde rechazó a la Economía. “Lo fundamental fueron los profesores en esa época. Destaco los ejercicios de lectura que nos hacía Diego Araujo, Simón Espinoza, que era un gran lector de César Vallejo y Antonio Machado, y Julio Pazos”.
Pero lo mejor que le pudo haber sucedido a Raúl fueron los amigos, ya que tuvo como compañeros de clase al poeta Roy Sigüenza y al editor Gustavo Salazar. “Conocer a Roy fue un deslumbramiento porque, a pesar de que venía de provincia, ya había leído poesía norteamericana, francesa e italiana. Era un faro machaleño”.
A través de Gustavo, Raúl tuvo contacto con el poeta cuencano Cristóbal Zapata, quien se sumó a las grandes jornadas literarias que convocaban. El grupo mantenía una pasión compartida por autores como Constantino Cavafis, Luis Cernuda, Fernando Pessoa, Octavio Paz, el Conde de Lautréamont, Arthur Rimbaud, Alfredo Gangotena y claro, Jorge Carrera Andrade. “Había un intercambio literario y cultural muy rico, conocerlos fue determinante en mi vida”. Roy, Gustavo y Raúl no acabaron la carrera, pero nunca dejaron de cultivar su amistad y el amor a la poesía, particularmente.
“¿Dónde está la traducción de las obras más importantes de nuestra literatura ecuatoriana?”
Invitado por su amigo Gustavo Salazar para realizar el inventario y avalúo de la biblioteca de Benjamín Carrión, Raúl inmediatamente emprendió un viaje sin retorno al universo editorial. “En ese entonces yo veía las ediciones que hacía la Casa de la Cultura Ecuatoriana de la obra de Carrera Andrade y me apenaba mucho el descuido de su trabajo. Ahí supe que quería dedicarme a la edición de libros y me anclé al CCBC. Trajimos la biblioteca del Batán hasta donde estamos ahora (Jorge Washington E2-42 y Ulpiano Páez) y la abrimos al público. Cuando eres bibliotecario tienes un contacto vital con los libros y así me fui formando autodidácticamente”.
Incansable gestor y pensador cultural, Raúl ha participado en diferentes proyectos, como en la creación de la revista literaria Ruido Blanco y, anteriormente, junto a Iván Carvajal, montaron País Secreto, en la que conoció al poeta ambateño (a quien admira mucho) Juan José Rodríguez. Pero en los trabajos que celebra con mayor júbilo, está la revista-anuario Re/Incidencias de la CCBC.
Con este último aporte, enfatiza Raúl, pretendían “hacer una relectura y revalorización de las figuras esenciales de las letras ecuatorianas del siglo XX. Es decir, el grupo que formó sin proponérselo la modernidad literaria ecuatoriana, conformado por escritores e intelectuales, ciudadanos del mundo, de la talla de Jorge Carrera Andrade, Benjamín Carrión, José de la Cuadra, Raúl Andrade, Gonzalo Escudero, Alfredo Pareja, Hugo Mayo, por citar solo algunos nombres relevantes. Un movimiento inédito, fuerte, consistente, irradiador, de artistas e intelectuales que trascendieron los límites de la aldea nacional, dialogaron y se alimentaron de lo más inteligente y decisivo de la literatura latinoamericana de la primera mitad del siglo XX, por lo menos. Me atrevería a decir que ese grupo de escritores exquisitos y cosmopolitas pudo relacionarse sin problemas y sin ningún sentimiento de menoscabo con los grandes escritores, intelectuales y pensadores que emergían y sobresalían en países como México, Argentina, Cuba, Chile. Quizás ese grupo de escritores y artistas al que me he referido sea equiparable, con las obvias diferencias y salvedades históricas, al grupo Contemporáneos, de México, o al grupo Orígenes, de Cuba, cuya incidencia en la literatura de sus países es indudable. Este apogeo continental de la literatura ecuatoriana condujo a su relativa universalidad y difusión internacional. Algo que hemos perdido ahora”.
A pesar de la gran incidencia que estos esfuerzos han tenido (y tienen, pues sirven como fuente de consulta) en la historia y crítica cultural del país, Raúl siente que hay una profunda despreocupación (y desconocimiento) por parte de las autoridades del sector para darle mayor amplitud y continuidad a la tradición literaria del país. “Hay esfuerzos parciales a nivel de ediciones. No hay una gran editora nacional. Por ejemplo, ¿dónde está la traducción de las obras más importantes de nuestra literatura ecuatoriana? En Argentina se destinaron grandes fondos para traducir las obras de destacados escritores al portugués y al francés. Tampoco tenemos un premio nacional de ensayo. Se han publicado buenos libros sobre crítica literaria, pero no se los reconoce. De algún modo, nuestras publicaciones quieren cubrir ese déficit y poner a las grandes figuras de nuestra cultura en vigencia”.
“No hay que caer en el chauvinismo cultural”
Antes de conocer a Raúl, conversé con Javier Vásconez, su íntimo amigo y con quien colaboró en las ediciones Acuario, en las que recopilaron las obras completas de Gonzalo Escudero y Jorge Carrera Andrade, entre otros poetas.
Javier me señaló que la mayoría de poetas, no solo los de su generación, sino especialmente los jóvenes, ha pasado por la oficina de Raúl. “Han deseado saber su opinión en relación a lo que piensa de algún nuevo libro que se va a publicar. No creo que exista otro editor de poesía de la calidad de Pacheco. Uno de los elementos que yo rescato de sus lecturas es la sobriedad de su opiniones, su capacidad crítica, su rigor y, algo que es muy importante, su casi innato sentido común. Parecería que siempre se mueve en un terreno firme, seguro, cuando habla de literatura, pero sobre todo, de poesía”.
También conversé con otro cercano y compartido amigo suyo, Andrés Villalba Becdach (Tush), quien supo referirse a Raúl como “el mejor y más vasto lector de poesía que se pueda conocer. Es un privilegio absoluto contar siempre con la rigurosidad y generosidad de su ofrenda libresca, la promoción de poemarios que a borbotones queman en sus manos y sus apuntes precisos —comentarios lacónicos que duelen más— sin florituras y directo a la diana sobre determinado autor. Pacheco no tiene parangón. A quienes tenemos el lujo de conocerlo nos parecerán pocos los homenajes o reconocimientos que se le tributen. Siempre con buen humor, sin ambages ni amagues, dispuesto a desordenarse y con las ideas claras en cuanto a lo fundamental: las cosas son como son sin mucha milonga. Se habla hasta el punto en que se pueda hablar. La poesía habla de todo aquello que tuvimos y a propósito perdimos —arden las pérdidas Gamoneda—. ¿La poesía es ese proyecto del que en el fondo nadie habla, del que no conviene hablar como dijo Ashbery, porque nadie lo volvió asequible, nadie lo alcanzó?”.
Con estos “peligrosos” preámbulos, era natural que me forme una imagen rígida de un hombre que ante cualquier imprudencia que yo pudiera decir sobre literatura, simplemente se fastidiaría y abandonaría el interés por la plática. Sin embargo, me recibió un ser humano transparente, cálido, humilde en la palabra, en su palabra especialmente.
Preocupado por las grandes deudas que se tiene con la literatura ecuatoriana y por los pocos esfuerzos de largo aliento que se producen para consolidar un entorno editorial que haga justicia a los autores contemporáneos y a los que nos precedieron, Raúl no pierde su espíritu jovial ni su profundo sentido crítico para analizar a la poesía y observar a la realidad.
“Hay que ver a la poesía no como una resonancia romántica o de lirismo, sino como un hecho cultural, una respuesta al mundo en que vivimos, a nuestra existencia. A la vez que la poesía puede expandir el sentido de la realidad que tienes, también está hecha de sentimientos, de emociones, pero como decía Octavio Paz “Libertad bajo palabra”. Hay que recuperar, no rescatar, a la palabra. No hay que caer en el chauvinismo cultural. En ese sentido, estaría la radicalidad de la poesía: convertirse en un lenguaje otro que permite ver la vida desde un sentido más profundo, más propositivo, de cierta permanencia cultural”.
Con un sentido abrazo, nos despedimos (por ahora), pero antes Raúl fue enfático en decirme que “no hay una profesión para ser editor, hay que forjarla día a día”.