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Oí que en San Roque

Oí que en San Roque
09 de diciembre de 2013 - 00:00

En agosto pasado, Gescultura y Matapalo Cartonera coordinaron junto a la Asociación de Vecinos Guardianes del Patrimonio de San Roque, y bajo el auspicio del Museo Casa de Alabado y el Hotel Gangotena, un trabajo conjunto que propuso como objetivo central la recolección de memoria y oralidad de los habitantes de este barrio céntrico de Quito.

Para ello se desarrollaron asambleas de memoria, así como una labor personalizada con los distintos actores del sector, permitiendo que por intermedio de sus voces y recuerdos se teja el valor de la historia propia de este sitio.

Como resultado se obtuvieron tres libros: San Roque, que narra la historia del barrio, personajes, leyendas, conflictos; Los Oficios, que cuenta las distintas técnicas de trabajo que los vecinos han adquirido con el paso del tiempo; y El mercado San Francisco, el primer mercado de Quito, que muestra la historia del origen, traslado y remodelación de uno de los espacios más emblemáticos del centro de la ciudad.

Aquí, un fragmento de las voces de ese viaje, que originado en las orillas de la época colonial quiteña, resiste a la tempestad del tiempo y el olvido.

 

El barrio más antiguo de Quito

 

  • MANUEL CHICAIZA

El Barrio de San Roque existe desde 1596 y se llama así en honor al santo patrón San Roque. Los que conocen de ese tiempo dicen que en este sector reunieron a los indígenas, a los españoles pobres, gente que era conocida por ser brava y alevosa, para tenerlos bajo vigilancia. De ahí surgió una raza mezclada. Las vicisitudes de la vida, los terremotos, los obligaron a juntarse y solidarizarse.

 

Cuando era novicio, viajando de Francia a España, yo tuve la suerte de pasar a unos pocos kilómetros de la ciudad natal de San Roque, ubicada en Montpellier, Francia. Se sabe que él era hijo de una familia noble del sector, pero tenía un buen corazón y buscaba servir a los demás.

 

Su fiesta se celebra el 16 de agosto.

 

  • ROSARIO CHILIGUANO

Creo que la imagen de San Roque está en la iglesia que lleva su nombre. Cuando era pequeña fui allá y me pareció ver la imagen, pero no la recuerdo muy bien. Sin embargo, ahora que estuve en Brasil, encontré una imagen de Sao Roque que es similar a la que se tiene en este barrio.

 

Sé que el santo era un hombre dedicado a asistir a personas enfermas de lepra. Como él también contrajo la enfermedad, se aisló a las afueras de su ciudad para esperar la muerte. Dicen que un perrito se le apareció como compañía: el animal era el encargado de traerle pan para que no muriese de hambre y de lamerle las heridas hasta que se cure. Por eso la imagen representa a San Roque mostrando su herida y, a su lado, al perrito, como una prueba de su completa fidelidad.

 

  • JAIME JÁCOME

Yo soy muy enamorado de los perros, siempre tengo uno a mi lado.

Recuerdo que en una ocasión quería ponerle nombre a una mascota que tenía, pero quería que dijera algo relacionado a San Roque, mi barrio. Así fue como investigué el nombre de ese perrito que acompañaba al santo: se llamaba Gosque. Y así le bauticé a mi perro.

 

  • MANUEL CHICAIZA

En la iglesia de San Roque, en el altar principal, está ubicado el santo. Tiene un sombrero, un bastón y el perrito está a su lado.

 

 

Mi lugar en San Roque

 

  • GALO ALAVARADO

Yo creo que mi sector es todo el barrio. Como fue el primer barrio de Quito ha tenido todo lo que necesitaba: la Plaza de San Francisco –que antes fue un mercado– y, junto a ella, la Iglesia. Esa ha sido quizá la parte más emblemática del barrio.

 

Además hay una cantidad de iglesias en el sector: Santa Clara, San Carlos, entre otras; y estamos junto a uno de los barrios emblemáticos de Quito, la 24 de Mayo, que históricamente ha sido un mundo neurálgico para la gente.

 

  • ROSARIO CHILIGUANO

A mí me gusta San Francisco. Desde que era niña los buses que venían desde Guamaní pasaban por toda la Maldonado, por Santo Domingo, cogían la Sucre hasta la Benalcázar, de ahí cruzaban hasta la 24 de Mayo, subían hasta la calle  Cumandá y retornaban por la Rocafuerte. Esa ruta hacíamos con mi mamá para llegar hasta la Plaza San Francisco, donde nos bajábamos. Me encantaba ese templo, no sólo la iglesia sino todo su entorno.

 

  • LUZ MARÍA ZAMBRANO

Recuerdo mucho la calle 24 de Mayo porque era el centro del comercio de Quito. Allí había una feria que no se acababa nunca: empezaba desde La Ronda y se extendía hasta el Penal. Los martes, viernes, sábado y domingo eran los días más concurridos por la gente, que llegaba de todos lados a comprar muebles, colchones, camas, zapatillas, de todo.

 

Ahora es una zona solo de borrachos.

 

  • GALO ALVARADO

Antes también había borrachos, pero eso no hacía que la 24 de Mayo sea fea. Por el contrario, existían lugares que la volvían única en la ciudad: La Casa Blanca, por ejemplo, que era un local de comida y música donde se encontraban los músicos no videntes, a los que decíamos “los cieguitos”. Ellos estaban ahí para que cualquiera que deseara los contratase para dar una serenata.

 

Lo mismo pasaba con el Gran Casino, un salón enorme que también tenía su fama. En la noche llegaban al local carros nuevos con gente que contrataba a los músicos y se los llevaba a sus fiestas.

 

Esos eran salones que vendían un buen seco de chivo y cerveza. Los locales más pequeños eran las cantinas.

 

  • CÉSAR ANCHALA

Los viernes de fin de mes, por ejemplo, el movimiento era abundante. La gente cobraba el sueldo y se concentraba en esos salones para comer, beber y bailar.

“Los cieguitos” que estaban afuera solo esperaban que la gente estuviera un poco mareada para que los contraten para ir a las serenatas.

 

  • GALO ALVARADO

Antes se jugaba fútbol en todas las calles, no importaba si fuesen planas o empinadas. Se ponían piedras como arcos y había que alzarlas cuando venían carros; o golpeábamos con la pelota las puertas lanford y los vecinos salían a insultarnos. Era muy lindo pues en esa época no había muchos carros y salía a jugar todo el mundo. Todos éramos amigos, compartíamos y había una amistad muy profunda entre los miembros del barrio.

 

  • CÉSAR ANCHALA

Esa fraternidad se veía en todo. Cuando se hacían la fanesca o la colada morada, las mamás mandaban a repartir en ollitas a todo el barrio. Decían, por ejemplo: vecina, qué ricas humitas que está haciendo, ¿no?, porque el olor salía de las casas, y entonces tenían que compartir y no ser egoístas.

 

  • GALO ALVARADO

Es que eso era particular en el barrio: parecía que había pobreza, pero al rato de cocinar sacaban las pailas llenas de humitas. Decían las mamás: llévale a la vecina Carmita, llévale a la vecina María, llévale a tal, a cual. Así se repartía.

 

Y nosotros como éramos niños, cogíamos la fundita con las humitas y corríamos a entregar. Sudando llegábamos.

 

Eso tenía sus pros y sus contras, porque los chismecitos también se compartían así. Y enseguida se enteraban de todo en media ciudad.

 

 

Escuchamos que este mercado nació en la Plaza San Francisco

 

  • EMPERATRIZ GARCÍA

La feria originalmente se hacía en la Plaza San Francisco. Allí, cuando casi recién salía la gente a vender, decían que no existía el dinero y que para intercambiar los productos se utilizaba el calé con coco. Mi abuelita, Victoria Guerra, contaba que de esa forma comenzó el intercambio. Para comprar o vender algo se tasaba en calé con coco o dos cocos o dos calés. Si no se tenía se acudía al trueque: se cambiaba maíz por carne, manteca por papas, buscando lo que fuera equivalente.

 

Para que la feria no se extendiera, la familia Gangotena –que tenía su casa al frente de la Plaza San Francisco– decidió donar un terreno que tenía a las espaldas, es decir, en lo que ahora conocemos como la Plaza Santa Clara, ubicada entre las calles Cuenca, Rocafuerte y Benalcázar, y que era un terreno que antes había sido utilizado como patíbulo. Mi abuelita conversaba que los Gangotena habían dicho que ahí debía hacerse la feria, ahí debía construirse el Mercado San Francisco con el trabajo de la gente que sabía organizarse para las mingas. Y así fue, por eso sus paredes eran anchas, de barro, con uno que otro adobe. Mercado bien plantado era, nunca se rajó ni se cuarteó.

 

Esa construcción fue testigo de la Guerra de los Cuatro Días. Mi abuelita tendría unos 20 a 24 años cuando había escuchado de repente el tiroteo, dice que era como cuando saltan las habas. La pelea había empezado en el centro y de ahí había subido la bulla: que era la guerra, la guerra. Mi abuelita junto a otras vendedoras habían caminado desde el mercado hasta La Magdalena huyendo de las balas. A los ocho días, cuando habían regresado al mercado, se encontraron con los muertos: colgados en los ganchos donde se ponía la carne, tirados por las planchas, amontonados en los puestos, niños, mujeres, todos… muertos.

 

Luego, cuando terminaron el mercado, llegó la cúpula que mandaron desde Francia. En cartones enormes habían venido los vidrios y las vigas.

 

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Había comercio hasta para los informales

 

  • GLORIA NAVARRO

En el mercado había comercio, a pesar de que los informales estaban en toda la calle Cuenca que siempre estaba llenecita de vendedores. Pero había para todos, todo el mundo vendía. Solo dentro del mercado recuerdo que éramos cuatrocientas ochenta vendedoras.

 

  • MARIA CLEMENCIA QUISHPE

Desde niña trabajé en la calle Cuenca, al lado de la Iglesia de Santa Clara. Ahí estaban los negocios ambulantes. En la calle hacían el churay de papas: alguien quería, por ejemplo, solo un cuarto del quintal de papas; otra persona, un medio de quintal; otra, una arroba. Un quintal tiene cien libras, como no querían todo, entonces la gente se unía para compartir el precio y contenido. Una vez comprado el quintal se repartía. La medida era un canasto: hasta que las papas estuviesen al mismo nivel que su boca. Rayadito se decía a esa medida. Así se repartía: un rayadito para una señora, dos rayaditos para otra señora, hasta completar a todos los compradores. Y si sobraba unas ocho papas, por ejemplo, le ponían dos a una señora, dos a otra, dos a otra. Eso era el churay de papas. Bastante gente tenía la costumbre de comprar así. Todos ajustaban para el quintal, compraban, se repartían y se acababa. Enseguidita hacían otro.

 

  • MARTHA MADRID

Mi venta era de refrescos y yo empecé siendo ambulante.

Recuerdo que había comida en la calle. A mí me gustaba sobretodo el arroz con sangre que lo preparaba una señora que ya tiene su edad y a la que he visto vendiendo arriba en el Mercado de San Roque. El plato tenía arroz, sangre, esa sangre frita que se usa en el yahuarlocro, y lo acompañaban con cuero y con papas.

 

Otra señora preparaba papas con habitas y con choclo. Frente al mercado vendían unos aguacates negros con un rico ají, que hasta ahora extraño porque no encuentro ese ají ni esos aguacates. Eso me gustaba y era lo típico del sector.

 

Más abajo estaban las hierberas, las que curaban los espantos. Ahí sí había una cola de mucha gente. Las señoras limpiaban al lado del basurero porque adentro decían que se quedaba el mal aire.

 

Al mercado se lo llevaron cerca de las nubes

 

  • GLORIA NAVARRO

El cambio del mercado empezó cuando Sixto Durán Ballén estaba en la Alcaldía de Quito. Si ese señor algún rato me escucha sabrá que como Alcalde siempre fue bien prepotente y nunca nos permitió dialogar con él. Creo que él tiene alguna cosa en contra de los pobres, sobretodo de los que trabajamos en los mercados. Desde el tiempo de Sixto escucho que el centro histórico debe cambiar.

 

Primero como un rumor se oían voces que decían que querían sacar el Mercado San Francisco, llevarlo más arriba, al local que antes ocupaba el Mercado de San Roque. Al principio no nos preocupamos porque pensamos que esos rumores eran solo por molestar; pero después, todos los Alcaldes posteriores a Sixto, nos molestaban más y más… hasta la Alcaldía de Jamil Mahuad, cuando nos sacaron definitivamente.

 

En ese tiempo yo era dirigente y venían a vernos todos los días la gente de los partidos políticos. Decían que esperáramos, que estaban trabajando para ayudarnos, que todo se iba a solucionar. No hubo tal. Al final nos dieron las espaldas.

 

Para asustarnos nos decían que la cúpula se va a caer, que íbamos a morir aplastadas. Que mejor dejáramos el mercado y subiéramos al nuevo espacio. Todas lloramos en ese tiempo porque veíamos cómo la juventud, nuestras juventudes, se quedaban perdidas en el mercado del que nos estaban sacando.

 

  • ROSA LAGLA

Dijeron que el nuevo mercado que nos iban a dar era más organizado y que en nuestro antiguo mercado iban a hacer un museo. El nuevo mercado iba a estar en la intersección de las calles Rocafuerte y Chimborazo, donde laboramos en la actualidad.

 

Como en aquel entonces el Presidente de nosotros, los comerciantes, no supo luchar ni guiar a las personas nos dividimos: unas personas aceptaron subir al nuevo mercado y otras no aceptamos. Pero un día, el Presidente dijo que teníamos hasta una fecha determinada para salir del mercado, que si no vendría la fuerza pública y nos sacaría. Nunca llegó la fuerza pública porque nosotras mismo empezamos a salir.

 

Yo estaba en contra del traslado del mercado porque veíamos que aquí, donde estamos ahora, era botado y peligroso. No había carros para subir. Claro que era bonito. pero teníamos miedo de que al pasarnos de local la gente no nos siguiera. Si cuando estábamos en lo que ahora se conoce como la Plaza Santa Clara la gente no llegaba como antes debido a la cantidad de mercados que empezaron a aparecer en distintos puntos de la ciudad, peor arriba.  Eso sería por el año ochenta y nueve o noventa.

 

  • EMPERATRIZ GARCÍA

Este mercado, en el que estamos ahora, ya tenía entre ocho y doce años de estar abandonado. Decían que aquí habían violado, que era guarida de ladrones. Después se pusieron a componer y cuando estaba casi terminado vino el Director de Mercados a decirnos que teníamos que ocuparlo de inmediato.

 

Las vendedoras de las tercenas se ilusionaron más porque en la planta baja que les iban a dar todo era con baldosa, bien bonito. Está bueno, decían, pasémonos nomás. Otras compañeras no querían. Nosotras, vendedoras de las hierbas, pensábamos que nos iba a ir mal, si solo pasándonos de una tienda a otra la gente se perdía, peor si nos íbamos más arriba.

 

Un día las tercenistas sacaron los fierros en que colgaban la carne, porque antes colgaban varias reses en unos ganchos grandotes, y cargando esos ganchos empezaron a subir al nuevo mercado. Viéndoles cómo se iban todos comenzamos a seguirles como si fuéramos al Arca de Noé, con nuestros cachivaches cargados al hombro, en carretillas, en carros subimos por la Rocafuerte hasta pasar todas nuestras cositas.

 

  • BLANCA GANCHALA

Para ese tiempo nuestro mercado se había vuelto sucio, incluso había muchas ratas, teníamos unos puestos pequeñitos que no nos permitían trabajar bien. Máximo tendrían un metro o un metro veinte esos locales del antiguo mercado. Sí necesitábamos dar una buena imagen porque se veía viejo. La cúpula era lo único que le atraía a toda la gente, aparte de la carne que se vendía al por mayor así como las hierbas que no existían en ningún otro mercado de Quito.

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