De las palabras a los hechos
Neologismos: entre la creatividad y la pereza
Según el Diccionario de la Lengua Española, un neologismo es «un vocablo, acepción o giro nuevo de una lengua». Tendemos a asociar a esta palabra con ‘barbarismo’: «Incorrección lingüística que consiste en pronunciar o escribir mal las palabras, o en emplear vocablos impropios» (DLE), cuando en la mayoría de ocasiones los neologismos (los bien formados y necesarios) son una muestra de la vitalidad de las lenguas y la creatividad de sus hablantes. Como sabemos, las palabras que se asientan en los diccionarios y las que se fijan en el uso de los hablantes no caminan, la mayoría de las veces, de manera sincronizada. Para que una palabra se inscriba en un diccionario, debe someterse a ciertos pasos ‘burocráticos’ que no están acordes con el dinamismo de quienes hablan la lengua y usan las palabras.
Los hablantes de una lengua son suficientemente creativos como para inventar nuevas palabras con los recursos disponibles, así como para dar nuevas acepciones a vocablos que ya forman parte del repertorio léxico. Muchas de las palabras que usamos en la actualidad han nacido como neologismos cuya creación responde a las épocas, a las modas, a las necesidades tecnológicas, al contacto de lenguas y a muchas razones más. Por ejemplo, pensemos en todos los neologismos que han surgido (y surgen) en nuestra lengua para nombrar realidades asociadas a la tecnología. Hace un poco más de veinte años, en nuestro repertorio léxico no existían palabras como internet, chat, blog, tuit, entre otros. O palabras como celular, tableta, ratón (o mouse) no tenían algunos de los significados que tienen hoy.
Cuando surgieron casi todas estas palabras de la tecnología fueron vistas con cierta desconfianza, y esta desconfianza es natural. Es casi como la que sentimos cuando conocemos gente nueva: al principio nos cuesta acercarnos hasta que descubrimos lo que tenemos en común. Con algunas hay química, con otras no. Con las palabras pasa eso, las que se quedan en el idioma son las que pasan la ‘química’ del uso, son las que logran ser aceptadas en el círculo de los hablantes. En el caso de chat y de blog, la primera reacción de los ‘eruditos’ de la lengua fue proponer neologismos que fueran parte de nuestra lengua: cibercharla y bitácora. La primera era una propuesta de creación léxica y la segunda un neologismo de forma; sin embargo, ninguna tuvo ‘química’ con los hablantes. Los usuarios de la lengua nos decantamos por chat y blog, e incluso creamos los verbos chatear y bloguear. Y a los ‘eruditos’ no les tocó otra que aceptar la incorporación.
Quienes trabajan para los medios de comunicación son quizá quienes tienen que lidiar con la mayor cantidad de neologismos, pues su labor atraviesa muchas ramas sobre las que tienen que informar. Es una tarea ardua, pues crear palabras no es cuestión de soplar y hacer botellas. Si bien se trata de nombrar realidades, también es su labor buscar si entre las palabras disponibles existe alguna que pueda adecuarse a esa realidad y no abusar, por ejemplo, de extranjerismos o de híbridos (como el famoso ‘aperturar’ o juntar a cualquier sustantivo la terminación -izar para construir un verbo). Es importante ser creativos pero tal vez lo es más no ser perezosos. Por eso es necesario conocer y amar la propia lengua lo suficiente como para tratarla y adecuarla a la realidad, sin violentarla ni abusar de sus favores.