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Ecuador, 25 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Entrevista

Mónica Ojeda: ’Me llama más la atención el desmoronamiento de las identidades’

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La escritora guayaquileña Mónica Ojeda Franco es la ganadora de la quinta edición del Premio Alba de Narrativa por la obra La desfiguración Silva, novela que, en opinión de Abdón Ubidia, autor ecuatoriano que presidió el jurado, se la eligió “por el seguro nivel de su escritura y estilo, su compleja y acabada narrativa; la utilización de lenguajes que provienen de diversas vertientes del arte contemporáneo, y el aprovechamiento de aforismos y recursos formales que se incorporan al texto, así como la manera de encarar el tema del arte y otras expresiones populares”.

La novela, que será editada por el Fondo de Cultura del Alba y presentada en la próxima edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana, cuenta la historia de Gianella Silva, una joven fotógrafa y aspirante a escritora que sirve de modelo para la invención de una Gianella Silva ficticia,  nacida en 1940, cinestasta y miembro del movimiento vanguardista tzántzico (o reductores de cabezas). 

Mónica Ojeda, de 25 años, estudió Literatura en la Universidad Católica de Guayaquil y una maestría en Creación Literaria en la Universidad Pompeu Fabra (Barcelona). De hecho, La desfiguración Silva surgió como el proyecto que requería para obtener su maestría. “El máster fue una excusa para poder dedicarme un año entero a la escritura y a la lectura, nada más”, dice Ojeda.

Fragmento de La desfiguración Silva, de Mónica Ojeda Franco

‘Desfiguración’, por Gianella Silva

Cuando nací me pusieron un nombre y, cuando aprendí a entender mi nombre, me dijeron que era única. Eso nos dicen a todos: que somos igual de únicos. Y uno lo cree porque aprender a dudar de lo que se entiende cuesta mucho. Por ejemplo, yo entendí mi casa en el papel,  mi forma de resbalar por el tobogán, de cabeza, estirando los brazos, las marcas de mis dientes en las crayolas, los rectángulos de mis uñas mal cortadas, mi voz como Titi cuando le pisaban la cola, mi pelo negro, espeso, como el betún de los zapatos de papá, como el bigote de papá, los dedos de mis pies, encogiéndose y estirándose igual que cecílidos, mi cara en el espejo, mi forma de hablar, qué-bonito-ese-gatito, mi-mamá-me-mima, diosito-es-amor, mis manos rojas en la pared, mis dedos juntando cordones, mi cara duplicada en el espejo, mi nariz, la de mi madre, mis cejas, las de mi padre, mi boca, la de mi abuela, los rasgos dominantes, la reencarnación, la herencia biológica, Mendel, el golpe, el primero, en las nalgas o en la mejilla izquierda, mis ideas, mis deseos colgados en el patio junto a la ropa húmeda, mis palabras, irrepetibles, mi cara duplicada en el espejo, sólo una, única, y luego, cinco años después, diez años después, la desfiguración de mi nombre, la violencia de la repetición, del calco, de la duplicidad. Hasta que tarde o temprano lo entendemos: somos igual de iguales, por eso aplastamos al otro, y el otro, para sobreponerse de la embestida, se repite que es diferente, reza, se repite que es único, como en la infancia, se repite que es feliz. La verdad, la única en este desierto de repeticiones, es que mi nombre no es Gianella Silva: es Gianella Silva.

Fragmento. Revista Pánico

Actualmente, Ojeda reside en Madrid, donde estudia Teoría y Crítica de la Cultura en la Universidad Carlos II, mientras prepara un doctorado sobre pornoerótica latinoamericana.  En 2013, un relato suyo apareció en la antología Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos (Candaya, 2013) con prólogo de Jorge Carrión y epílogo de Juan Villoro. También ha colaborado con ensayos culturales para Cartón Piedra. 

 

Se dice que los certámenes cubanos premian novelas políticamente comprometidas o que validan su proceso. ¿La desfiguración Silva se inscribe en este marco?

No, para nada. Creo que mi novela desmiente completamente ese prejuicio porque no abordo procesos políticos —ni para criticarlos ni para ensalzarlos—. Ni siquiera hago esbozos sobre las formas de hacer política en Latinoamérica; tampoco menciono gobernantes, ni hago apologías de patria. La acción de la novela se ubica en Guayaquil, pero por lo poco que hablo de la ciudad bien podría haber sido cualquier otra parte.

 

En una época en que los jóvenes centran su atención en las novelas de lo cotidiano como Houllebecq, o en la ciencia ficción, ¿qué le motivó a escribir sobre el tzantzismo, movimiento cultural de los años sesenta y, por lo tanto, un suceso propio de nuestra historia literaria?

En realidad no escribo sobre el tzantzismo sino sobre la decisión de 3 personajes de reescribir la historia tzántzica inventándose a un personaje histórico que nunca existió. El tema de los tzántzicos es tangencial dentro de la novela y para nada decisivo. La acción principal, podría decirse, es la narración del rodaje de un cortometraje por parte de un grupo de universitarios. Lo que ocurre alrededor de ese proceso es significativo, pero no creo que sea una novela sobre el tzantzismo porque lo que hago —lo que hacen los personajes— es ficcionar la Historia. Y esa solo es una pequeña parte de la trama.

 

Susana Freire había realizado una investigación sobre el tema. ¿La usó?

La leí porque cuando decidí que iba trastocar el tzantzismo quise saberlo todo, hasta el último detalle, sobre el movimiento y las producciones de sus miembros. Le escribí a Ulises Estrella desde Barcelona y él, muy amablemente, me envió el libro de Susana y también un facsímil de la revista Pucuna. Pero Ulises no solo me ayudó enviándome esos textos: también me permitió usar su nombre para crear un personaje de ficción que, en realidad, poco tiene que ver con él. Fue de gran ayuda conocer los datos históricos para luego poder distorsionarlos.

 

¿Cuál cree que es el peso que tiene la novela histórica en nuestro medio?

No he pensado demasiado en ello porque nunca me ha interesado la novela histórica como género literario. Me parece que es un género que parte de la pretensión de poder asir la realidad, el pasado, con un lenguaje que logre dar cuenta de él, es decir, reflejarlo como si las palabras fueran un espejo y no una representación del espejo, o reconstruirlo como si fuera un rompecabezas que, al final, debe darnos una imagen clara y completa. No quiero quitarle el mérito a los que escriben novelas históricas porque, ciertamente, hacen un trabajo de investigación titánico y se imponen un reto bastante grande, pero no es un género que me atraiga y, por lo tanto, no soy la persona más apropiada para decir qué peso tiene en nuestro medio ese tipo de escritura.

¿Qué escritor de la generación tzántzicaconsidera que encarna al tzántzico?

No creo que haya un único autor que encarne a un movimiento que fue heterogéneo en sus producciones y en sus formas literarias. El Tzantzismo fue cuestionamiento y fue ruptura. Fue vanguardia. Sus autores intentaron escapar de los moldes y creo que hubieran rehuido a la idea de convertirse en la encarnación de algo.

 

¿Retrataste a los escritores del movimiento en tu novela?

No. Los nombro una sola vez, creo, y algunos de sus nombres los he cambiado. La novela plantea la reescritura de la Historia; de la Historia como un lugar maleable y desacralizable. No he novelado el Tzantzismo: los personajes de mi novela, de forma lúdica, trastocan la narrativa del movimiento, entre otras cosas.

 

El veredicto dice que en su novela hay lenguajes provenientes de distintas vertientes del arte contemporáneo...

La novela contiene capítulos que son partes de entrevistas a personajes, un cuaderno de rodaje, un guión para un cortometraje, poemas, un ensayo literario... En fin, los mismos personajes acaban por hablar o reflexionar sobre la pintura, el arte conceptual, el cine, la literatura, y lo hacen porque es el mundo en el que se mueven: son estudiantes de literatura, de teatro, profesores de guión cinematográfico, periodistas, etc.

 

Dice que hay aprovechamiento de aforismos. ¿Hay una influencia de E.M. Cioran, cuyos aforismos se han difundido tanto últimamente?

La verdad, no he leído a Cioran con el suficiente interés como para sentirme influenciada por él. Hay un capítulo que consiste en las anotaciones fragmentarias de un personaje durante la filmación de un cortometraje. Este personaje juega un poco con los aforismos, pero también con la idea del fragmento y de la semblanza. Son píldoras de lo que piensa y mira y que va anotando en su cuaderno. Creo que en este sentido me han influenciado más escritores como Rafael Sánchez Ferlosio, Blanchot, Perec, Benjamin y Clarice Lispector.

 

¿Qué expresiones populares ha incorporado en la novela?

Hay partes en las que los personajes hablan y tienen formas de expresarse muy diversas: hay quienes se distancian a conciencia de las expresiones populares porque están creando su propia narrativa y en ella no hay cabida para un lenguaje así, y otros que las usan sin tapujos. No me he sentido especialmente interesada en plasmar las expresiones populares del habla guayaquileña, ni de hacer una novela sobre la identidad —me llama más la atención el desmoronamiento de las identidades, en todo caso—: yo solo he hecho hablar a los personajes según su caracterización.

 

¿Qué representa para una autora tan joven como usted, ganar un premio internacional de la magnitud del Alba?

La desfiguración Silva es mi primer intento de novela y ciertamente tuve mucha suerte de que la escogieran. Escribir es una tarea compleja y todo escritor, diga lo que diga, escribe para que lo lean —entre otras cosas, por supuesto—. Publicar siempre es difícil al principio y, a veces, para gran parte de los que escribimos, esa dificultad no mengua nunca. Un premio internacional sirve de impulso y facilita un poco, especialmente a los autores noveles como yo, el camino hacia la publicación. Fuera de eso, no siento que represente otra cosa sustancial.

 

Se habla de una novela de dualidades enfrentadas...

Sí, más bien de diálogo entre supuestos opuestos: objeto/representación, realidad/ficción, historia como relato e historia como un corpus de hechos pasados, literatura/cine, etc. Creo que muchas dicotomías se ponen entre signos de interrogación a lo largo de la novela, o al menos eso fue lo que intenté hacer.

 

Si no hubiese tenido la exigencia de graduarse de magíster mediante la elaboración de un proyecto de creación, ¿habría escrito la misma novela?

Sí, sin la exigencia de un máster igual habría escrito esta novela —de hecho, la comencé en Guayaquil mucho antes de irme—, pero no sé si su lenguaje habría sido el mismo. Y con esto no quiero decir que el máster me enseñó a escribir ni mucho menos, sino que creo que todo proceso creativo está atravesado por el diálogo con los demás. Una de las cosas que más valoro de mi experiencia en ese máster fue la oportunidad de conocer a la gente que conocí. Estuve un año compartiendo preocupaciones respecto a la escritura con otros escritores de varias partes de Latinoamérica y de Europa, y aprendí de ellos, de las lecturas que intercambiamos, de los debates que construimos. El máster fue una excusa para poder dedicarme un año entero a la escritura y a la lectura, nada más. Espacios de ese tipo no buscan crear escritores —tal pretensión es absurda— sino abrir espacios de diálogo entre personas que están interesadas en hacer literatura.

 

Se dice que toda obra de ficción es mentirosamente autobiográfica. ¿Cuánto de Mónica Ojeda tiene Gianella Silva?

Gianella Silva tiene poco o nada de mí. La novela, en cambio, plantea ciertas preocupaciones y cuestionamientos muy míos, pero que a la vez son colectivos. Toda obra dice algo de su autor porque solo se escribe de lo que se ha pensado mucho, pero en este caso no he sentido la necesidad de hablar de mí como persona, sino, quizás, de lo que dudo.

 

¿A qué alude el título de la novela?

Gianella Silva existe 2 veces en la narración: primero como personaje amigo de los hermanos Terán —ellos son los que subvierten la historia tzántzica— y luego como personaje histórico inventado e incluido en el movimiento tzántzico. En otras palabras ella es ficción dentro de la ficción. La novela se llama La desfiguración Silva porque ella siente que, al prestar su nombre para falsear un momento histórico y construir a una cineasta que nunca existió, están transfigurándola a ella, a su propia identidad.

 

Prepara un doctorado sobre literatura pornográfica latinoamericana. ¿Ecuador tiene alguna novela de este género que merezca su atención?

En realidad preparo un doctorado sobre literatura pornoerótica latinoamericana. Uso ese término porque gran parte de la narrativa de este tipo que se produjo en nuestro continente reelaboró los géneros de lo erótico y de lo pornográfico provenientes de la tradición europea. Por lo pronto me interesan específicamente las novelas y cuentos que se produjeron en los años setenta y ochenta, es decir, las que fueron escritas durante el periodo de dictaduras militares y los procesos de retorno a la democracia. No creo que sea casual que en esa época precisamente haya habido un boom de este tipo de narrativa. La censura, la opresión que se reflejó en los cuerpos, la biopolítica, los feminismos latinoamericanos, todo confluye para que, de repente, se vuelva importante repensar el lenguaje normado, el cuerpo normado, a través de la escritura de lo obsceno y de lo abyecto.

En Ecuador hay obras narrativas que están atravesadas por lo erótico y lo pornográfico, pero de forma tangencial y no como eje narrativo. Hasta ahora no he encontrado ni novelas ni cuentos de escritores ecuatorianos que vayan por la misma línea a la que apunto y que fueran escritos en las décadas de los setenta y ochenta, pero es pronto aún para afirmar que no hay alguna obra por ahí que se pueda enmarcar dentro de mi investigación.

 

Me ha hablado de sus referencias universales. ¿Podría decirme qué obras ecuatorianas le han marcado?

La obra completa de Pablo Palacio marcó un punto de inflexión en mi lectura de literatura ecuatoriana. Me parece un autor que supo ir más allá de lo que fueron los de su generación al reinventarse en la palabra —quiero decir: hallar el modo de romper la normatividad en la escritura y dinamitarla—, y por lo tanto consiguió crear una literatura potente que nos sigue hablando hoy muy cerca del oído —Entre Marx y una mujer desnuda también es un ejercicio importante en esta línea—. Actualmente me interesa la escritura de Ernesto Carrión, pero aún no he podido leer La novela de Dios porque no he vuelto a Guayaquil desde hace casi un año. Espero poder conseguirla en cuanto vuelva y ponerme al día.

 

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