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El Telégrafo
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Militancia en el escenario

Militancia en el escenario
13 de abril de 2015 - 00:00

Cuando el telón se cierra, el silencio se instala sobre las salas. Queda el actor, el bailarín, el artista, a solas en su escena, pero la representación, la obra, en sí, no acaba entonces. Para el artista de los escenarios, la obra continúa aunque su personaje se haya quedado en los camerinos, y tenga que enfrentarse, a solas, con el mundo exterior, más allá del telón y las butacas.

En nuestro país, la actividad sobre las tablas se produce, literalmente hablando, por amor al arte, pues en una sociedad altamente mediatizada —y sumergida en la frivolidad de la farándula, del chisme— recibe poca o nula atención. ¿A quién le importa un actor de teatro en este país si el show mediático de la pequeña farándula local es más ‘sabroso’ en detalles escabrosos?

De la poca atención se desprende una crítica exigua, también. Y aunque existen revistas y espacios para fomentar estas artes, con escritores rigurosos y notas bien hechas —como en el caso de la revista El Apuntador—, el arte de los escenarios tiene poca difusión, los artistas no siempre obtienen el apoyo que merecen.

En este punto, cabe preguntarse a qué le damos prioridad en estos días, en que se levantan clamores en pos del arte, a pesar de que sí existen los espacios y los actores —en el amplio sentido de la palabra— para ejecutarlas. Las salas de teatro en nuestro país no son pocas, y el acceso a estas no es caro ni complejo. Entonces, ¿por qué la poca afluencia a festivales, a funciones, a eventos especiales?

Claro, el público —del cual no podemos aislarnos— se escuda en la poca promoción, en la desinformación general, pero la verdad es que el poco interés es lo que rige el comportamiento de la gente, más interesada en debates de otro tipo. El arte y la cultura siempre terminan como la última rueda del coche en cuanto a discusión se refiere, y si los medios no aportan con su socialización, pues la gente no hace sino seguir la tendencia de quemeimportismo y banalización de las artes. Así, la crítica fomenta el arte, no la anula, la verdadera, por supuesto, alejada de amiguismos o revanchismos.

Y mientras tanto, el artista, sobre su escenario, espera, a solas, una vez más, dentro de su personaje, a que el telón se levante. No importa si en la sala hay uno, diez o mil espectadores. La función, para bien o mal, debe continuar.

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