El maestro Miguel Donoso Pareja ha fallecido esta semana y no redundaremos aquí en datos biográficos, para eso están las enciclopedias y las páginas con referencias en la red. Queremos, más bien, recuperar el espíritu que lo animó en sus talleres literarios —donde se foguearon varias plumas actuales—, su humor cáustico, su crítica sin tregua, su curiosidad a la hora de enfrentarse y experimentar con el lenguaje; como un niño, que nunca dejó de ser, Miguel Donoso buscaba, preguntaba, indagaba y moldeaba las palabras en sus obras.

Despegándose del costumbrismo, acabando con los eufemismos y con formas caducas, Donoso experimentó con la lengua y sin ser soberbio —una de las enseñanzas que más deberían seguir muchos— jamás quiso compararse con Pablo Palacio o cobijarse bajo su sombra. Sin cometer parricidio, se desentendió de lo anterior, guardando, siempre, las distancias y las en- señanzas útiles.

Y eso quiso transmitirles a sus alumnos en los talleres, aquí en Ecuador y en México, donde lo recuerdan con infinito cariño, con la añoranza de quien agradece el aprendizaje. Así lo manifestó el escritor mexicano Juan Villoro, al enterarse del fallecimiento de su maestro, en una columna publicada esta semana en El Telégrafo: “No pasa un día en que no piense en él. Fue mi maestro y lo sigue siendo. Nunca dejaré de ser el alumno que descubrió que escribir es posible en el taller de Miguel Donoso Pareja”.

El año pasado, Villoro participó en el homenaje que el Ministerio de Cultura organizó para Donoso Pareja. Seguramente, desde este momento se seguirán los homenajes y recordatorios, pero quizá el más importante sea el que pueden ofrendar sus lectores.

Que nuestro tributo a Miguel Donoso sea leer su obra y recomendarla a las nuevas generaciones, para preservar su memoria.