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El Telégrafo
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Diálogo

María Fernanda Heredia escribe lo que quisiera leer

Foto: Miguel Jiménez / EL TELÉGRAFO
Foto: Miguel Jiménez / EL TELÉGRAFO
25 de mayo de 2015 - 00:00

Cuando María Fernanda Heredia (Quito, 1970) llegó a la FIL de Quito, el noviembre pasado, varios niños la abordaron antes de que ingresara al acto, y le pidieron, entre tímidos y sonrientes, un autógrafo. Y no era la obra premiada en ese momento la que querían que firmara, sino otras, varias, en realidad, pues la escritura de Heredia tiene muchos frutos, para niños de distintas edades. Así, podría decirse que entre los pequeños, María Fernanda Heredia es una celebridad, y que está cerca, pues son seguidores de sus letras, de sus historias. Ella, de alguna forma, sabe comunicarse con los niños, por eso entablamos este diálogo con ella, sobre literatura infantil, pero no solo sobre su proceso de creación, sino sobre el mundo editorial que se mueve detrás de este género.

Alguna vez dijo que las primeras obras que presentó a un editor habían sido rechazadas porque parecían escritas para niños de preescolar, y luego de eso, efectivamente, se dedicó a la literatura infantil. A la hora de crear, antes de escribir la primera línea de un relato o novela, ¿se fija en la mente el target hacia el que va dirigido el texto?

Mis primeros relatos breves surgieron a partir de un momento personal difícil, de aquellos que todos hemos vivido, en el que me enfrenté a la soledad y el miedo. Esos textos, con un lenguaje sencillo y metáforas básicas, me permitieron retratar sensaciones y entenderme en un nuevo escenario vital. Por eso me resultó extraño que el primer editor al que consulté considerara que eran textos infantiles. Después entendí que esa metáfora básica, amplia, para describir el miedo a la soledad no necesitaba de una edad específica para ser entendida y asimilada. Los adultos y los niños compartimos temores y también razones para la alegría. Desde entonces han pasado más de veinte años, y aunque ahora soy consciente de que mis libros llegan a manos de niños y jóvenes, hay algo que no ha cambiado, y es mi necesidad de entenderme en este mundo, de desentrañar los nudos que a veces me cuesta comprender. Soy mi primera lectora y en ese sentido escribo el libro que a mí me gustaría leer. Aunque, como ya he dicho, ahora estoy más atenta a quienes me leen y para ellos intento tener un tipo de escritura clara y que se acerque a sus emociones. El punto de partida sigue siendo el mismo, es el estilo el que se ha ido ajustando.

Desde su primer cuento, hasta su obra actual, ¿qué ha cambiado en su literatura?

Durante los primeros años escribí cuento corto. Mis primeras publicaciones entran en la categoría álbum ilustrado, un género fascinante por la capacidad que tiene el texto breve y la ilustración grande para contar mucho más de lo que se expresa en ellos.

En 2002 comencé a escribir novela infantil y desde entonces es el género que más trabajo. Creo que ese ha sido un cambio importante en mi trabajo como escritora, el cuento breve —de una exigencia de síntesis importante— me encanta por su poder conceptual, y la novela me ha permitido descubrir una ‘arquitectura’ que disfruto enormemente. Encontrar la manera de contar una historia, crear estructuras narrativas es un trabajo que me fascina. Espero también —y esto tendrán que decirlo los lectores y editores— haber pulido el estilo y escribir mejor que hace veinte años. En cuanto al estilo, creo que sigo siendo la misma, el humor y la reflexión íntima y profunda de mis personajes siguen siendo los motores con los que vivo y con los que escribo.

Escribe como adulta para niños, pero ha dicho en otras ocasiones que los temas que aborda no tienen edad, como la soledad, la frustración de enamorarse de su mejor amigo (Amigo se escribe con H),  las cosas que suceden inexplicablemente (como en la obra que ganó el premio a álbum ilustrado el año pasado). ¿Cómo manejar, entonces, el lenguaje, el habla de una adulta que se dirige a los niños?

Esa es precisamente la clave, el hablar como lo que soy, una adulta, con niños inteligentes y sensibles. No tengo prejuicios sobre el mundo infantil y juvenil. En mi diálogo permanente con ellos sé, por sus preguntas y por sus sugerencias temáticas, que niños y jóvenes están expuestos a situaciones que no pasan por la visión ‘Disney’ que muchos adultos alimentan. Me cuestionan sobre temas de amor, de frustración, de depresión, de soledad, de abandono, de violencia, de identidad, de divorcio y ante eso intento tener una voz —y una literatura— honesta, clara y respetuosa. Un escritor trabaja con la palabra y es mi tarea diaria encontrar aquellas que me permitan responder y escribir pensando en la persona que leerá mis historias.  Sostengo que escribo sobre lo que quiero o necesito escribir, como una búsqueda personal, pero el lenguaje que utilizo intenta adaptarse al nivel de comprensión de un niño de siete años, de doce o al de unos jóvenes de quince. Mis lectores y yo compartimos las mismas preguntas vitales, en la forma de escribir las respuestas está mi trabajo como escritora.

¿Cómo puedo hacer para no olvidarte es, quizá, una de las historias más tristes de su literatura. ¿Hay en cada niño una tristeza irresoluta hasta su adultez?

Hay en cada ser humano una despedida, cada día. Eso lo sé y lo siento yo a mis 45 años y lo sabe un niño de 5 que se despide de su amigo que se cambia de casa, o de sus abuelos que viven en otra ciudad, o de su mamá cuando lo deja en la puerta de la escuela. El cuento que usted menciona habla sobre nuestra postura ante ese hecho: aceptación, esperanza, ilusión, memoria, gratitud, amor. No soy psicóloga ni pedagoga, por lo tanto no soy capaz de dar una respuesta ‘profesional’ a su pregunta, pero sí le puedo decir que no tengo miedo de abordar ningún tema ‘difícil’ en mi literatura para niños, así como no tengo miedo de ser irreverente en la búsqueda del humor. La tristeza, la alegría, las dudas y las certezas hacen pa

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rte de la vida cotidiana y la literatura es un reflejo de la vida, estoy convencida de que los niños son quienes mejor están preparados para comprender esas emociones.

¿En qué momento, cree usted, un lector, más que una persona, se clasifica a sí mismo como adulto o como niño?

Creo que el niño no llega a hacerte esa pregunta. Un niño toma un libro, lee una página o dos, y si no encuentra algo que le llame la atención seguramente lo abandonará y se irá a buscar otro libro u otra actividad a la que le encuentre más sentido. En el adolescente sí percibo una ruptura, hay un instante en que la historia infantil por la que sentía devoción, la que se la había leíd

o y releído, se vuelve insuficiente para su búsqueda. Es entonces cuando el adolescente 

 

se encuentra con la poesía, con la novela de ciencia ficción, con los clásicos, con otro tipo de literatura que lo acompaña a entenderse en un momento en que muchas cosas en su interior están rompiéndose y reconstruyéndose.

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Ya dentro de su faceta como promotora de la lectura en los niños. ¿Qué implica hacer promoción de la literatura, infantil o no? ¿Se hace desde la casa, desde la escuela, o desde la empresa editorial?

¡Desde todos los ámbitos posibles! Se hace promoción desde el ejemplo, desde la cotidianidad en la que insertamos un libro como otro objeto cercano de nuestras vidas. Se hace promoción desde los momentos en que compartimos la lectura con los que amamos. Cuando comentamos un libro en la mesa, cuando le preguntamos a otro “¿qué estás leyendo?”, “¿qué libro me recomiendas?”. Cuando apagamos la tele y decimos “¡ahora tiempo para leer!” Cuando la maestra deja de ordenar una lectura y comienza a compartirla en clase. Todos quienes creemos que a partir de la lectura podemos ser mejores seres humanos deberíamos asumir nuestro compromiso con la promoción y la generación de lectores que disfruten de los libros. Estoy segura de que no hay persona que se resista a una buena historia.

¿Hay algo que los niños, para empezar su recorrido lector, tengan que leer?

Afortunadamente hoy hay muchas opciones para elegir, obras bien escritas, bellamente ilustradas, con contenido relevante. Entre ellas yo sigo pensando que los cuentos clásicos, los cuentos de hadas son importantes y entrañables en el inicio del camino. No solo nos unen en el tiempo con las lecturas de nuestros padres y abuelos, sino que hay en ellos infinidad de elementos, de metáforas y símbolos que son fundamentales para el niño lector.

Que un niño lea exactamente lo mismo que otros, en una lectura en la clase o en un taller, ¿no hace que exista un carácter homogeneizador en el acto de leer?

Es posible; sin embargo, creo que en el camino de cualquier lector es importante conocer distintas voces, distintos estilos y temáticas, para hacer nuestras propias elecciones. El valor que tiene una lectura compartida es el de la multiplicidad de puntos de vista que pueden surgir en un diálogo en clase sobre el mismo libro. Ese diálogo puede enriquecer mucho la actividad lectora y aportar al niño o al adolescente elementos de juicio y valoración más amplios.

¿Qué proceso se sigue para incitar a un niño a leer, sin obligarlo a la lectura de uno u otro texto, o al acto mismo de leer?

Lo primero, dejarlo que se acerque espontáneamente al libro, sin restricciones, sin repisas con llave, sin amenazas. Después, yo creo mucho en la lectura compartida, ya sea en el aula o en su cuarto antes de dormir. La presencia de la maestra o de los padres en ese compartir va a hacer que el niño asocie la lectura con la calidez y el afecto. Cuando el niño ya esté leyendo un libro por su cuenta, hay que generar un diálogo, preguntarle qué siente, qué piensa, qué ocurre en esa historia; así el libro cobra vida. Y por supuesto, creo que hay que sugerir, no imponer. Invitar no obligar. Entregar alternativas y valorarlas juntos.

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