Entrevista
Marco Chamorro: “Ilustrar es comunicar”
Sonríe cuando nos abre la puerta y nos franquea la entrada a su estudio —la habitación más desordenada, dice— y mantiene su sonrisa durante toda la conversación, que inicia antes de que encendamos la grabadora. Es que podemos conversar muchísimo con Marco Chamorro —ilustrador conocido, ganador de varios premios, y lector voraz—, iniciar el diálogo es fácil, casi casual. Entrar en materia es cosa de un instante, mientras la luz del invierno en Quito se cuela por la ventana de su estudio. Él espera la primera pregunta con una sonrisa.
Iba a empezar por otro lado, pero siguiendo con la conversación informal que teníamos hace un momento, me decías que “todos sabemos dibujar, pero que nos friegan la vida en la escuela”.
Sí, todos sabemos dibujar, nacemos ‘sabiendo’ dibujar. Llegamos a la escuela y nos friegan la vida. Nos dicen: “Así no hay que hacer, de esa manera no es, tienes que hacer las cosas de esta manera, porque es lo correcto. La boca va acá… el árbol nunca puede volar por el cielo…”. Y nos van coartando. Pero hay gente terca como uno que sigue dibujando y otra que lo deja y que se hace abogado (risas).
¿Crees que la tecnología, con la sobreexposición de imágenes a la que están expuestos los niños, hace que estos tengan menos imaginación para dibujar?
No. A ver, en los años sesenta se hablaba —muchos críticos— de que las imágenes mataban la imaginación, todo esto en contra del libro ilustrado. Pero la imagen viene de ‘imaginar’. Si en este momento te digo ‘duende’, tú te haces la imagen, porque la viste, en algún sitio, en alguna época. Entonces, no creo que vaya por ahí la cuestión.
La imagen refuerza, abre nuevas lecturas para indagar en la entrelínea que deja el texto. Si yo ilustro el texto de forma literal, ahí sí lo estoy fregando. Pero si te dan un texto, lo lees —o tú lo creas— y te pones a ilustrar esa entrelínea que nos deja el texto, estás abriendo más puertas, otras ventanas, otras posibilidades para entrar en él a través de la imagen.
El arte de ilustrar, nació como algo ‘complementario’, algo para iluminar los textos. ¿Cómo crees que ha evolucionado el oficio del ilustrador?
Como todo, ha evolucionado. Ahora puedes encontrar libros que te cuentan historias con imágenes, sin una palabra. Con niños que están empezando a leer, se utilizan libros en los que hay mucha imagen y una sola palabra, o ninguna. Todos comenzamos a leer las imágenes. Después comenzamos a leer el alfabeto, que no es más que otra imagen. Va por ahí.
Los ilustradores antiguos recreaban lo que estaba escrito. Ahora creo que ilustrar no es adornar. Ilustrar es comunicar. Un buen ilustrador es un buen lector, aquel que sabe dónde va una ilustración, donde no. A veces se ilustran obras que no deberían serlo, o lo hacen en partes que no debería… Uno tiene que saber el momento justo en que sí amerita una ilustración y así como lector no te voy a fregar tu lectura.
Me pasó, de hecho, leyendo un libro sobre dinosaurios: cada comienzo de capítulo iba una imagen, y me lo banqué hasta el tercer capítulo. Ya en el siguiente, veía al personaje principal, que por último peleaba con un dragón malo. Vencía el dragón bueno. ¿Para qué voy a seguir leyendo, si ya la imagen me lo estaba diciendo todo? Pero eso es más falla de edición.
Existe la idea preconcebida de que la ilustración es solo para niños o que infantiliza los textos. ¿Tú qué crees al respecto?
No, pues. De hecho, en España hay ahora muchas editoriales independientes que le apuestan al libro para adultos ilustrado. Por ejemplo, del Zorro rojo me compré recién una edición ilustrada de Sueños, de Murakami. Es otra experiencia tener un libro así.
La novela gráfica, por ejemplo, ha tenido un despunte, en donde te han contado toda una historia con imágenes que abren otras posibilidades de lectura, lo que a veces calla el texto. Por ejemplo, en ocasiones Murakami no describe ciertas cosas —¡a pesar de que él describe muchísimo!— y que el ilustrador se mete en la entrelínea para contarte cosas. Me pasó con La rebelión en la granja, de George Orwell, ilustrada por Ralph Steadman; el ilustrador va contando cosas que no están en el texto. No es que esto interrumpa la lectura, o irrumpe en la narración, sino que abre estas puertitas por las que el lector entra a indagar significados. Se produce un juego, entonces, un vínculo entre el libro y el lector. Para mí funciona de esa manera.
¿Armas muchos bocetos antes de la imagen final?
Sí. Aunque depende del proyecto. En este momento, por ejemplo, acabé unas imágenes para un libro que se va a reeditar en España. Hace 170 años se publicó un libro que se llama Pedro Melenas, de Heinrich Hoffmann, algo así como de los primeros libros ilustrados. En esa época, servía para educar, para adoctrinar a los niños. Así por ejemplo, la advertencia “por favor, no juegues con las cerillas porque te puedes quemar” es llevada por este señor al extremo: la última imagen es de una niña incendiada, cuyas cenizas son apagadas por las lágrimas de sus gatas que lloran cuando ven que su dueña se quema. O aquello de “no te chupes el dedo porque alguien te lo va a cortar”, entonces llega un sastre con unas tijeras enormes… Lo interesante de este libro, repito, es que se lleva al extremo, y a los niños les encanta. Ya no cumple la función de educar, sino que los niños se divierten. Se le ocurrió a una editorial independiente, que se llama Impedimenta, invitar a 10 ilustradores contemporáneos para ilustrar la nueva ‘maldad’ o la nueva advertencia. A mí se me vino a la cabeza aquello de “no te comas las semillas de la naranja porque te crecerá un árbol en la barriga”. El editor, Gustavo Puerta, me llevó al extremo: “Marco, ese no eres vos, dónde está tu picardía, saca tu maldad”, entonces hice boceto tras boceto, un sufrimiento, hasta que salió. Ese es un buen editor, que es lo que hace falta acá. Ojo, un buen editor te conoce, es tu amigo, sabe de qué pata cojeas, cómo picarte. Es esa persona que saca de ti lo mejor. En ese momento, con Gustavo hice muchos bocetos. Él es venezolano, pero vive ya muchos años en España.
¿Y cómo ves tú el panorama editorial para los ilustradores acá?
Está mal, para qué te voy a mentir, lo he dicho siempre. Está mal. Mira, hubo un despunte en los años noventa, se comenzaron a editar libros de escritores e ilustradores nacionales y claro, sí, hubo fallas, pero estábamos comenzando, y las fallas eran potables, “estamos aprendiendo”. Pero desde el noventa, ya estamos ahora en 2015, siento que estamos patinando, tanto los ilustradores como los escritores, toda la industria. Falta trabajo de edición, tal vez.
Se cree que editar libros para niños es montar imágenes nomás, todo el mundo cree saber de imágenes, pero no es así. Sería interesante que una editorial dijera: “acá está este libro de cierto escritor, y como su estructura es así o así, este ilustrador podría venirle bien…”, y que hubiera ese criterio. Pero eso no se da, sino lo que hay es costos: “este señor cobra barato, y puede hacerlo…”. Entonces, a veces un libro para adolescentes está ilustrado por gente que no es tan afín a esos contenidos.
Editar libros para niños se lo toma a la ligera. En el fondo, no siento un respeto al niño.
¿Crees que lo están subestimando?
Sí. En forma. Se lo subestima mucho, inconsciente o conscientemente. Se cree que el niño es tonto.
Todo pasa por el mercado. Por ejemplo, si tú haces un libro muy bonito, tienes más posibilidades de vender, pero si haces un libro un poquito más transgresor, no tienes tantas posibilidades de venta, y así la gente se va por lo más fácil. Para mí, como ilustrador, sería fácil y rápido hacer un niño con ojitos grandes y redondos, con los cacheticos rosados, porque eso a la gente le va más. Llegar por la ternura es lo más fácil, pero no estás proponiendo nada. Y a mí lo que me interesa es decirle otras cosa a ese niño, desde otros puntos de vista, cuestionarlo, por qué no.
Claro, en ese proceso habrá niños que se enganchen más que otros. Siempre Disney va a vender más que el cine ruso de animación, porque existen esos estereotipos. Antes veía mejores libros en las librerías, ahora es patético ver la cantidad de Disney en las secciones infantiles frente a otros libros que sí valen la pena.
¿Por qué las librerías traen esos libros? Porque la demanda va por ahí. No hay una cultura visual. Hay sitios que sí traen joyitas, como El oso lector o Rayuela, donde encuentras algunas pequeñas cosas, yo recién encontré un maravilloso libro de Tomi Ungerer, que está en inglés, aunque yo no pueda leerlo porque no entiendo ese idioma.
No sé quién compra esas maravillas, yo soy uno. De ahí, en las otras todo es Cars, Princesas, el librito de cromos... Cosas que no te dicen nada, y se cree que para los niños es eso, las palabras dulces, y nos quedamos en esa dulzura que no va más allá.
Hay escritores cuyos textos sí valen la pena. Me encanta uno de Cecilia Velasco, Tony, es el mejor libro que se ha hecho. Así también creo que María Fernanda Heredia tiene su libro, Leonor Bravo, Edgar Alan... Pero es como si todo se escribiera en función del mercado.
El editor dice vamos por acá y eso se hace. Son pocos los escritores que dicen “bueno esta es mi obra, la escribí desde acá, y si me la publican bien y si no ya veremos...”. Todo va en función del mercado, libros sobre mascotas, el amor... Y no está mal que se hable de esos temas, está bien, pero si ya se han hecho tantos libros sobre estos temas, uno se pregunta qué es lo que yo tengo que contar y aportar en esto. Ya se ha hablado tanto del amor que quiero saber cuál es mi visión del amor para no seguir en lo mismo. De pronto vas a vender muchos ejemplares pero no va a pasar nada más.
Has hecho libros de autor, álbumes ilustrados, en los que prima la imagen. ¿Cómo te ha ido con ellos?
Una imagen nunca es complementaria. Esta te abre nuevas posibilidades de lectura, en un buen libro ilustrado. El primer libro que hice fue Segundo acto, que solo lo conté con imágenes. Siempre me gustó la actuación y de un día para el otro dejé de actuar y me dediqué a la ilustración, pero como que me quedó ese círculo sin cerrar. Me dije que tenía que hacer algo para clausurar ese círculo, e hice Segundo acto, que trata de la vida de un actor. Lo hice, armé la maqueta, lo mandé al Fondo de Cultura Económica y tuve la suerte de que gané una mención en el concurso A la Orilla del Viento y me lo publicaron. Eso me animó.
Luego vino Felini. Entonces me pregunté por qué no podía meter texto y jugar con la imagen y el texto. Como yo nunca había escrito profesionalmente, nunca me había atrevido, me fui a hacer un curso con un ilustrador argentino y editor a Buenos Aires. Ahí hice Felini, tenía la idea de este león, mi editor me fue guiando para compaginar los textos y las imágenes. Y después de eso, claro, me piqué. Me encanta hacer esto.
En 2012 me fui a España a un máster para hacer un libro álbum. Ahí estaba la gente con la que yo había soñado estar alguna vez: Gustavo Puerta, Ana Garralón, Pepe Morán, Daniel González; críticos e ilustradores que iban a ser mis profesores como Javier Zabala, Javier Sáez Castán, Ajubel, Pep Carrión, Isidro Ferrer. Ahí hice el último libro, pues ese era el proyecto del máster. Hice Mestre Wilson, que es la historia de un pintor de brocha gorda que sueña con ser artista.
Es hermoso. A veces, una imagen te lleva a un texto o un texto te lleva a una imagen y con base en esos dos lenguajes vas jugando y construyendo una historia. En el caso de Mestre Wilson, lo dibujé todo: primero dibujé al personaje, cómo sería; me fueron, además, pasando cosas en la vida que se reflejaron en mis dibujos, de una u otra manera, y cuando tuve un montón de dibujos, a eso le puse Mestre Wilson.
Entonces no es el mismo proceso para todos los libros...
Sí, y para todo. No hay una fórmula. Y eso es rico.
Si tuvieses la oportunidad de ilustrar una obra, ¿cuál sería?
Sigo empecinado en ilustrar El libro de los abrazos de Galeano. Desde la adolescencia, me gustó.
¿Eres un buen lector?
Veo más cine, pero sí leo mucho. Por ahora estoy enganchado con Santiago Gamboa, me gusta mucho también Pablo Ramos, con él me identifico mucho. Pero no tengo autores favoritos, me engancho con todo.
Te alimentas de todo lo que ves, lees, ¿de la música?
Será por mis papás, pero me quedé colgado en la trova. Me gusta también la música brasileña.
Y esto de la música tiene que ver con tu nuevo proyecto...
En 2012, una amiga me mandó una canción que se llama ‘Por medio peso’, interpretada por las hermanas Márquez. Me puse a escuchar y me dije “esa canción es un libro”. Un libro de repetición para los pequeñitos... Es una canción que se canta en varios países de Latinoamérica, y va así... “Por medio peso compré una vaca...”.
En Colombia se interesaron, y estoy trabajando. Está planificado para este año.