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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Entrevista

Marco Avilés: «La diversidad puede ser una tragedia cuando se convierte en fronteras»

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El cronista peruano Marco Avilés presentó el mes pasado en Lima De dónde venimos los cholos (Seix Barral, Planeta), un libro que trata desde la crónica periodística y la propia biografía del autor el tema universal de la migración y la discriminación, historias de los que prefirieron quedarse en el campo en lugar de migrar a la ciudad y la cultura oficial que «aplasta como una aplanadora» a la del mestizo, a la del cholo.

Nacido en Abancay, 1978, Avilés reúne en su libro piezas periodísticas trabajadas desde hace una década: viajes a la selva y los Andes peruanos, a comunidades apartadas, y algo de su historia personal, que lo lleva a escarbar en sus orígenes y reconocerse —orgullosamente— como cholo.

Marco Avilés es una de las plumas más potentes del periodismo narrativo en América Latina. Ha sido director de las revistas Cometa y Etiqueta Negra, en Perú. Es autor de Día de visita (Libros del K.O.) que trata sobre la vida íntima en una cárcel de mujeres en Lima, y crónicas publicadas en antologías y revistas de América Latina, Estados Unidos y Europa. Actualmente vive en Maine, Estados Unidos, desde donde trabaja como intérprete para agricultores migrantes y escribe.

¿Cómo surge el interés por escribir De dónde venimos los cholos?

El libro salió hace poco, en julio. Es una reunión de historias que he escrito a lo largo de diez años, de viajes que hice a los Andes del Perú, a la selva amazónica, a comunidades aisladas. Estuve en una aldea donde había caído un meteorito en 2007, en la frontera con Bolivia, en pueblos de la selva peruana: se trata de lugares muy alejados, y en los dos últimos años me había estado preguntado qué era lo que unía mi trabajo. Entonces fui reflexionando sobre mi propio origen, ¿por qué aunque he vivido casi toda mi vida en la ciudad, en Lima, he escrito sobre estos lugares?

Mi familia salió de los Andes a la ciudad en los ochenta, la época en que empezaba el terrorismo en el Perú, así que, de cierta manera, soy también un migrante. Y ahora que vivo en Estados Unidos, me di cuenta que lo que unía mi trabajo en esos años era la curiosidad de saber cómo viven las personas que nunca migraron a la ciudad, que no huyeron de la violencia, a diferencia de mi familia. Eso es lo que le da unidad al libro.

Son historias en las que trabajaste, un poco, de manera inconsciente. Es decir, había un interés escondido que te llevaba a profundizar en aquellos temas…

Cuando trabajas como freelance vas proponiendo los temas que te generan interés. Y, a veces, de manera inconsciente, no sabes qué es lo que te atrae, pero esa curiosidad del periodista en ocasiones está arraigada en su propia biografía. En mi caso, los temas que he escrito eran esas historias lejanas, en comunidades donde se habla quechua, donde se hablan otros idiomas en el Perú.

En De dónde venimos los cholos hay crónica, algo ensayo y anécdotas personales. ¿Cómo equilibraste esos tres ámbitos?

Bueno, el libro tiene nueve historias: siete son crónicas periodísticas donde el reportero está casi oculto, como esa mirada que lleva al lector a través de los personajes, pero los artículos que abren y cierran son mucho más autobiográficos.

De dónde venimos los cholos empieza contando la muerte de mi mamá, que fue el hecho que desencadenó que toda mi familia se trasladara de los Andes a la ciudad, y cierra con un texto mucho más actual, en el que ya viviendo en Estados Unidos, hablo sobre la nostalgia de la ciudad donde he crecido, que es Lima. Ese artículo es también una explicación del boom de la comida que hay en mi país y todo lo que ha originado: ahora muchos están orgullosos de la comida peruana, pero cuando yo era niño, a fines de los ochenta, Lima era casi un desierto culinario. Entonces, ¿qué es lo que ha cambiado? ¿Por qué treinta años más tarde es esta meca culinaria? En el artículo, recuerdo que es lo que comíamos en mi casa, que es la comida que ahora es celebrada en restaurantes, pero en la Lima de los años ochenta la gente tenía vergüenza de mostrar en público, porque inmediatamente te clasificaban como cholo.

En otra entrevista decías que lo mismo pasó con el poeta César Vallejo y en otros ámbitos de la cultura.

Vallejo murió pobre en París, y en el Perú era prácticamente un fantasma, un desconocido. El Vallejo que ahora conocemos es tan popular, porque ya después de muerto hubo gente que se encargó de escarbar, y de decir miren este gran poeta que hubo. Pero estoy seguro de que esto que pasa en el Perú con la cultura también pasa en otros países de Latinoamérica. En la música, por ejemplo, todavía pasa bastante.

¿Por qué crees que existe esa revalorización tardía de nuestras culturas?

Creo que los científicos sociales han ensayado una serie de respuestas. La mía es una modesta opinión de periodista: en el caso del Perú, que es el país que conozco más, en los últimos setenta años ha vivido muy encerrado como en una burbuja, ensimismado en sus problemas: la guerra interna, la pobreza, las dictaduras, el racismo, la discriminación, y es una sociedad en la que no puedes decir libremente quién eres por miedo a que te encasillen. Si decías en los ochenta, por ejemplo, que comías quinua, inmediatamente te encasillaban como cholo. Igual pasaba si decías que escuchabas chicha. La gente no puede decir libremente qué es lo que le gusta, que disfruta, y tiene que pasar un proceso casi como de trámite, en el que las cosas tienen que ser aprobadas en el extranjero, para después nosotros reconocerlas. Es como un patrón, una norma que tenemos.

¿Ser cholo es ser mestizo, andino? ¿Cómo definirías aquella palabra?

El cholo es un híbrido, una mezcla que no es exacta en la actualidad. Es una mezcla de andino, costeño, indio, blanco, con algún componente negro. En mi caso, recién estoy escarbando en mi propia biografía, pero estoy seguro de que en mis antepasados hubo también negros: tengo el cabello crespo y ciertos rasgos, y tengo una abuela indígena que hablaba en quechua y otros abuelos blancos. Culturalmente, nosotros (mi familia) hemos vivido mucho tiempo en los Andes. Pero también hay otros cholos que son una mezcla más directa de indígena con blanco. El cholo es un híbrido, que cuesta clasificar: no es blanco, pero tampoco indígena, ni negro.

¿Cuesta reconocerse como cholo?

Cuesta. De hecho, el cholo en el Perú siempre fue una presencia rara, bastarda, en la ciudad. Ahora estoy pensando en la Lima de hace dos siglos, una ciudad de españoles, de criollos, una Lima blanca donde los indios eran una especie de esclavos y un mestizo, un cholo, era una presencia rara que no terminaba de encajar.

Cuando estudié en la escuela tenía compañeros que claramente tenían origen indígena, y se les notaba en los rasgos o porque tenían este dejo andino en la manera de hablar. En mi caso, yo podía camuflarme porque mi forma de hablar no delataba una forma tan andina, y porque soy una especie de cholo blanco. Pero nunca hablé de mi origen, porque si decía que vengo de Abancay y que mis abuelos hablaban quechua hubiese sido una especie de muerte social. Entonces, también está la figura del cholo que se camufla, que está ahí y trata de meterse con los blancos. Hablando de discriminación, muchas veces se dice que la sociedad tiene que aceptar a los cholos, pero también creo que los cholos debemos aceptarnos a nosotros mismos y vivir con orgullo nuestra condición de mestizos.

¿Por qué es importante hablar y escribir de estos temas?

Porque son temas absolutamente vigentes: la dificultad de reconocerse como cholo, la discriminación hacia el cholo, la discriminación de los cholos hacia los blancos que también es algo que ocurre. Todos esos temas se viven cotidianamente en las calles, en nuestras familias, en las escuelas, solo que no se ven necesariamente porque cuando la gente ‘cholea’ no suele hacerlo gritando, es algo que ocurre en las sombras.

Se debe escribir sobre esto porque son cosas que ocurren, y abriendo un poco la mirada el tema racial y de la inmigración son cuestiones que el mundo está discutiendo ahora: está en el discurso en las elecciones de Estados Unidos, en Europa, por todos lados. Creo que Latinoamérica, por los dramas que ha pasado y su diversidad cultural, tendría que estar a la vanguardia de la exposición pública y el debate en esto.

Es paradójico que en una región culturalmente tan diversa, como América Latina, exista este tipo de discriminaciones…

La diversidad es una riqueza, por la variedad de cosas, de gente, costumbres, comida, culturas, música… Pero también puede ser una tragedia, cuando esa diversidad se convierte en fronteras. Por ejemplo, en el Perú, las personas que viven en los Andes, los quechuahablantes, son nuestros sudacas: son el equivalente a los sudamericanos cuando llegan a Europa o Estados Unidos, y son discriminados.

¿Qué pasa con el cholo en el extranjero? ¿Una vez fuera de su país empiezan a aflorar nacionalismos o la reivindicación de su cultura?

Acá en Estados Unidos, que es donde vivo, el país no distingue claramente entre nacionalidades: llegas y automáticamente entras a la categoría de latino. Y eso es curioso porque cuando estamos en nuestros países, uno no se siente necesariamente latino, no vives la latinidad, aunque yo de verdad no sé bien qué cosa es esa.

Pero en Estados Unidos, uno empieza a ver cosas que nos unen como latinos: el idioma por ejemplo, cierta manera de comer, de vivir la religión, la música, la manera cómo las familias están integradas. No sé exactamente cómo viven los cholos su ‘choledad’ en el extranjero, pero estoy seguro de que estas características se difuminan un poco y de pronto pesa más la generalización de lo latino: los cholos se vuelven latinos.

¿Qué aprendiste después de escribir De dónde venimos los cholos?

En lo personal, el libro me ha servido para reconocerme como el producto de una serie de historias, de culturas. Ahora puedo decir, después de tanto tiempo: yo soy cholo, y estoy orgulloso de mi historia. Por otro lado, creo que el libro también les está sirviendo a otras personas para reconocerse. ¿Qué es lo que he aprendido? Pues la verdad no sé, uno todo el tiempo está aprendiendo cosas. Lo que te puedo decir es que he sentido una cierta madurez.

Hablemos de tus proyectos. ¿En qué andas ahora?

Tengo un libro que estoy empezado a editar. Es la historia de mis primeros dos años en Estados Unidos, mi historia como inmigrante: cómo llegué, por qué, mis primeros trabajos como pinche de cocina en un restaurante y, ahora, que trabajo como intérprete para agricultores migrantes, estoy viendo también cómo viven los otros migrantes en este país. Llevo un diario en el que escribo casi a diario. Se trata de una historia personal sobre ser migrante, aunque todavía no sé cuánto me va a tomar editarla: quizás un par de años. Ese es mi próximo proyecto.

¿Sigues profundizando en la migración, entonces?

Sí, es un libro sobre la resistencia a la migración, que me parece un tema fascinante. Ahora el mundo está organizado en países con fronteras y moverse es algo difícil, pero cuando empezamos a poblar el planeta, el hombre podía moverse con naturalidad por donde quisiera. El mundo se pobló migrando, y creo que de alguna manera se nos está quitando esa capacidad de movernos como los animales que somos, como las aves que se mueven de un extremo del mundo al otro. Estar anclado a un lugar se ha convertido en la norma, cuando migrar debería ser también algo natural.

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