De las palabras a los hechos
Los diccionarios y las sensibilidades
La semana pasada hablé acerca de la magia de los diccionarios, como instrumentos que tienen el poder de acercarnos a nuestra memoria, que reside, principalmente, en la lengua. Existen aquellos diccionarios que precisan, para su elaboración, de un equipo grande de colaboradores. De hecho, la génesis ideal de un diccionario sería la existencia de un grupo amplio de personas expertas en todas las materias para elaborarlo. Además, las definiciones que se encuentran en estas obras no están ahí por arte de magia. Seguramente, cuando pensamos en cómo se elabora un diccionario (si alguien lo piensa, por supuesto), nos imaginamos a personas con una larga lista de palabras que definir. Pensamos que ellas escriben las definiciones, las juntan y tenemos listo un diccionario. La realidad no es así, la elaboración de este tipo de obras cuenta con varias etapas.
En primer lugar, se debe pensar en el diccionario, decidir de qué tipo va a ser, qué extensión va a tener, a quién va dirigido, cómo estarán distribuidas y escritas las definiciones, etc. Esta etapa, que idealmente debería estar a cargo de una persona experta en lexicografía, deviene en la redacción de la planta. Esta planta es una especie de hoja de ruta o de manual de principios que guiará la elaboración del diccionario y contendrá todas las pautas necesarias para que este refleje lo que se pretende reflejar. Después, viene una etapa de investigación, en la que se reunirán todas las palabras que formarán parte de la obra. Esta no es una mera recopilación de términos, sino una búsqueda minuciosa de sentidos, acepciones, usos, ejemplos, contrastes y otros rasgos, según el tipo de diccionario del que se trate. En esta etapa, generalmente, cada palabra cuenta con una ficha en la que se registran todas sus particularidades. Ahora que se cuenta con ayudas tecnológicas es mucho más sencillo hacer esta búsqueda y sistematización. A continuación, se redactan las entradas del diccionario. Pero aquí no termina la historia.
Después de la etapa de redacción, viene la de revisión, en la que expertos comprobarán si las definiciones son adecuadas, si corresponden a los usos, si están redactadas de acuerdo con la planta, etc. Esta parte suele ser extensa, pues la idea es que el diccionario quede a punto para la etapa editorial. En esta etapa, correctores y editores revisan el texto, se lo diagrama y se lo adecúa a lo que se había planificado en un inicio. Como vemos, la tarea no es tan simple como solemos pensar, es un proceso largo y cuidado que requiere tiempo, sabiduría y mucha paciencia; además de un equipo que trabaje en armonía y ame a las palabras.
En ocasiones, sobre todo cuando se trata de diccionarios bilingües o contrastivos, el proceso es todavía más complejo, pues se requiere de expertos en ambos idiomas o variantes que se contrastan. En este caso, es muy necesario contar con un equipo sensible, que no solo traslade de una lengua a otra las palabras, sino que trabaje con los sentidos, con los rasgos propios de cada lengua, y respete la memoria y la cultura que guarda cada una. Yo creo que este tipo de diccionarios es el que más satisfacciones da a quien trabaja con las palabras, pues permite ampliar el mundo, descubrir otros saberes, adentrarse en otros sentidos. Este tipo de tarea es el que permite mirarse en el otro desde la maravilla que otorgan las palabras.