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El Telégrafo
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Entrevista

Liset Lantigua: “Los niños son mejores lectores que nosotros”

Fotos: Daniel Molineros / EL TELÉGRAFO
Fotos: Daniel Molineros / EL TELÉGRAFO
25 de mayo de 2015 - 00:00

Liset Lantigua (Cuba, 1976) es una autora cubana que vive en Ecuador y que considera esta tierra como suya. Ha escrito varias obras infantiles y juveniles, reconocidas internacionalmente, como: En un lugar llamado Corazón (2010), Gato ama a Lola (2011), Mi casa no es un naufragio (2012), Me llamo Trece (2013), y el poemario Sofi, tu mirada (2015). Ahora dirige la biblioteca de Unasur, cuyo fondo está compuesto por gran cantidad de obras infantiles. Como autora y lectora de literatura para niños, nos contó sobre su proceso de creación y sobre cómo, según su experiencia, ha descubierto las habilidades lectoras de los niños, que, contrario a lo pudiera pensarse, son mejores lectores que los adultos.

En el momento en que va a sentarse a escribir una obra, ¿hay una intención sobre para quién va dirigido el texto?

A grandes rasgos, sí. Sé perfectamente si quiero escribir un libro para lectores adultos o si quiero hacerlo en un registro afín para la infancia. Es una discriminación que podemos hacer al momento de conducir la actividad creadora. Al menos yo lo puedo hacer.

Usted escribe libros para niños y jóvenes. ¿Cómo determinar la frontera leve entre estos dos públicos?

La frontera entre niños y jóvenes es grande, la que sí es pequeña, casi invisible, es entre el joven y el adulto. Entre el niño y el joven hay una brecha que dentro de lo psicológico cobra su sentido, pues las nociones y las experiencias no son las mismas. El marco de referentes e intereses son distintos según la edad, y ahí están las claves de la escritura.

Cuando se escribe este tipo de obras, ¿se privilegia el lenguaje, los motivos, la intención u otros elementos?

Creo que has hecho un resumen todos los elementos que son determinantes cuando se va a escribir una obra. A los niños se les puede hablar de casi todo, así, no podemos decir que los motivos o temas para los niños deban estar siempre dentro de claves como el humor, lo placentero, dentro de un conjunto de significados limitado. A los niños se les puede hablar incluso de cosas que nosotros los adultos tenemos dificultad para convertir en catarsis, como las ausencias, las pérdidas... Acabo de leer un libro de Anthony Brown, En el bosque, en el que subyace un conflicto como la ausencia del padre a raíz de una ruptura familiar; según la edad del lector puede llegar a encontrar en esa historia el conjunto de elementos que Brown maneja en esa elipsis compleja. Al final hay una reconciliación, pero hay una tristeza en los ojos de la madre: eso que es parte de la vida puede llegar a un niño a través de la literatura, eso que tiene una dimensión dentro del dolor inabarcable.

Incluso se pueden manejar temas como la violencia —maltrato familiar—, lo que está dentro de lo políticamente incorrecto...

Claro que sí, y deben estar esos temas. La inequidad, por ejemplo, en todas sus formas y todos los medios por los que los humanos nos hemos constituido y resignificado a través de los otros.

Los niños no tendrán ninguna dificultad no solo en recibir esos textos sino en tener una respuesta frente a eso, de forma clara y limpia.

¿Ha escrito obras que hayan estado dirigidas a un público y sean mejor recibidas por otro?

Me ha sucedido con frecuencia que los lectores adultos lleguen a obras mías y las disfruten aun sin que hayan sido expresamente destinadas a ellos. Aunque esto es subjetivo.

El universo del adulto es más difícil para el niño, no así en el caso inverso, pues el adulto fue un niño alguna vez. Me ha sucedido entonces que me he encontrado con adultos que frente a determinados libros míos han reaccionado de forma sorprendente. Por ejemplo, sobre un cuento que escribí, El papá pintor, las personas adultas que lo leyeron reaccionaron muy mal, me preguntaron cómo había podido escribir algo tan triste. Al mismo tiempo, he recibido respuestas de otros lectores, de niños, con respecto a ese libro, respuestas que eran menos dramáticas, pues ellos lo vivían dentro del contexto metafórico que le di, mientras que  los lectores adultos veían solamente el dolor puro.

Algunas personas creen que la literatura infantil es un género menor, e incluso se dice que esta no existe como tal, sino que es una propuesta de marketing de las editoriales porque existe un target establecido. ¿Cómo se explica entonces que esté muy bien recibida?

Hay una evolución en todos los géneros, y la literatura infantil no está al margen de esto. Hay todo un proceso histórico que ha ido apuntalando la importancia de un género que tiene como destinatario a alguien tan importante como el niño.

Si hacemos una retrospectiva, los niños fueron apropiándose de obras que originalmente no fueron escritas para ellos. Así se construye un acervo que va tomando una forma que ellos esperaban o demandaban. Si existe o no la literatura infantil, hay que tomar en cuenta muchos tópicos, al tiempo que es indudable que permanece una jerarquía entre los géneros que da cuenta del desconocimiento sobre un tema y de cuánto podemos subvalorar algo que no conocemos.

Se puede ser perfectamente un escritor adulto, serio, dedicado a la literatura de los adultos y desconocer totalmente la literatura que se ha producido para los niños.

En el momento en que el niño accede a la literatura especializada para él, ¿es más fácil que pase a la literatura de adultos?

Es un proceso natural y por eso cada vez se segmenta más la oferta de libros. Un lector de 5 años no quiere lo mismo que un lector de 8 años, pero hablo de lectores cuando pienso en niños que han tenido una formación lectora.

Hay muchas más probabilidades de que el niño lector se convierta en un adulto lector, que una persona adulta que no ha accedido al complejo texto literario —un texto escrito entre líneas—. Algunas campañas de lectura apuntan a que leer es divertido, y quizá sea así, pero ese criterio puede quedarse en esa especie de frivolidad con la que a veces adjetivamos los actos; la lectura es un proceso intelectivamente complejo que activa mecanismos fundamentales y que nos permiten acceder al mundo que nos rodea, y nuestro interior, de una forma que no se puede reemplazar con otro tipo de experiencias (ni mucho menos con fármacos). Es fundamental que los lectores tengan la oportunidad de vivir ese trayecto en el cual el libro sea algo a su alcance, que no sea una entelequia construida desde el discurso adulto sobre que hay que leer porque es bueno.

Leer es un acto que no necesita más demostraciones. Somos bastante viejos como humanidad para saber que hay cosas que han funcionado, la lectura es una de ellas, y no porque nos haya hecho mejores como especie, pero que sí nos ha vuelto más empáticos, lo que tiene un valor que trasciende todo el discurso. Por ejemplo, la lectura es clave en el proceso de escolaridad.

Con respecto a estas campañas de lectura, con la intención de que los niños lean, ¿no se vuelve un poco impositivo el acto de leer?

Un plan lector tiene que derivar de una política pública, una especie de paraguas que se encargue de administrar los recursos que pongan en marcha cualquier plan. El diseño de un plan nacional de lectura sí puede, en alguna medida, llevarse a cabo fuera de las imposiciones, pero esto dependerá de cómo se articulen los proyectos en torno a la formación de lectores.

Creo que es muy poco lo que podemos imponer, porque existen tantos distractores hoy en día —videojuegos, televisión, dispositivos electrónicos— que pensar que podemos desplazarlos es entrar a perder. No se trata de imponer, sino que dentro del diseño de un programa de esta naturaleza tengamos en cuenta el tipo de lector que tenemos hoy en día, la situación en la que estamos, cómo ha ido cambiando el mundo... Si hace tres o cuatro décadas leíamos sin quejarnos libros que se habían producido en España y que tenían giros idiomáticos propios de allá, es porque éramos lectores más pacientes y capaces de afrontar pequeños obstáculos en la lectura, además de que no teníamos otras alternativas. Nos quedábamos con el libro porque no había otra cosa esperándonos, como Internet hoy en día, existía un solo mundo.

Hoy, la literatura tiene que ser pensada de otra manera. Mira qué gran impacto tiene esa literatura que se vende muy bien, que cuenta con una fórmula que no le quita tiempo a la gente, que no demanda a un lector atento: hay un lector para eso, y aunque no sea el ideal, este es un fenómeno ya relacionado con los inconscientes colectivos.

Le pregunto esto de las imposiciones porque se estila en algunos colegios y escuelas proponer uno o varios libros determinados para uno u otro año, debido a la oferta editorial. ¿No hay un nivel de homogeneización en esta práctica?

Sin duda lo hay, pero sucede lo siguiente en el país: por haber postergado tanto el desarrollo de otros mecanismos en torno al libro, hemos convertido a la escuela en la depositaria de la responsabilidad de formar lectores. Dentro del currículo hay bloques relacionados con lo literario, y entonces los profesores tienen que buscar la forma de trabajar la lectura dentro del aula y sí, con un libro se puede hacer un trabajo de valoración de grupo que puede ser enriquecedor; siempre habrá dentro de un grupo algunos con quienes no se acierte en la elección, pues cada individuo tiene una mirada de eso que ha leído, porque habrá lectores que no se encuentren con ese libro aunque este sea el mejor recomendado del mundo.

Tiene que haber alternativas a esto, es decir, un plan de lectura dentro de un establecimiento educativo tiene que dar cabida a la lectura, que cada niño escoja el libro que quiere leer, para que el profesor sienta que la lectura no tiene como único fin inmediato la evaluación. Inclusive, cuando se trabaja el libro de manera homogénea, el profesor debe diseñar actividades luego de la lectura a libro abierto; el que no haya leído también estará en contacto con el libro. Y lo que debemos incentivar en los chicos es que lean.

Lo cierto es que la omisión en los procesos de formación de lectores es todavía más perjudicial que los intentos a través de los cuales nos equivocamos. Recuerdo que Heinrich Böhl, en uno de sus ensayos, dice: “agradezcamos a aquellos que hicieron de la lectura una práctica obligatoria, no siempre sabían lo que estaban poniendo en marcha”.

Claro, seguramente a través de prácticas obligatorias nos hemos alejado, en ocasiones, mucho más, pero quien no ha tenido oportunidad de leer una obra y abandonarla, no ha tenido la oportunidad de seguir buscando. Lo que desata esa búsqueda no es simplemente el contacto con el libro maravilloso, sino que puede ser también el posicionamiento a nivel social de la persona, de la lectura como un valor, que se sepa que de dos profesionales que han salido de la misma universidad, quien lee tendrá más posibilidades de ser más empático y de seguir creciendo en su propia área.

Aplicando la bibliología a la promoción de la literatura infantil, ¿cómo se hace para que el niño no vea al libro como un objeto ‘sagrado’ que no debe ser tocado más allá de sus posibilidades?

No creo que sea necesario mediar. Los niños tienen una predisposición para acercarse y recibir los libros sin ningún miedo —el miedo es de los adultos—, ellos no tienen ningún problema para tocarlos, hojearlos, ver las ilustraciones, escuchar las historias. No nos hace falta hacer una campaña para desmitificar el libro. Por ejemplo, a los niños no les interesan los autores, les interesan solo los libros; llegan a conocer a sus autores cuando ya se han vuelto lectores cautivos de varias obras de un mismo un autor. Somos los adultos los que admiramos a los autores y es por eso que el mercado nos pasa gato por liebre cada vez que puede, porque hemos construido ideales.

A los niños lo que hay que hacer es ponerles los libros en las manos, desechar las malas prácticas como pedirles resúmenes de lo que leen, incluso si a un autor se le pide que resuma una de sus obras, es probable que se arrepienta de haberlo escrito, porque ese no es el trato que hay que darle a la literatura. No podemos resumir una sinfonía, no podemos resumir un cuadro, y tiene que haber un nivel de recreación que respete la diversidad, que no pretenda homogeneizar.

¿La mirada de los niños es más pura que la de los adultos?

Los niños tienen una mirada metafórica del mundo. Su primer contacto con el mundo es simbólico, y aunque son personas que están concentradas en lo tangible, son capaces de transgredir el orden físico y material que hemos dispuesto para ellos. La respuesta de ellos no puede ser mejor.

Los niños son mejores lectores que los adultos. Frente al libro que puede decirles algo, son mucho mejores lectores que nosotros, por eso es importante la lectura temprana.

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