Las caras del deporte ecuatoriano
1. Los porqués
Fue hace casi tres años cuando Ochoymedio ganó el concurso público para realizar siete películas cortas y siete libros sobre la historia del deporte ecuatoriano y sobre las figuras sobresalientes de esa historia. ¿Por qué habría Ochoymedio, conocida como una empresa cultural dedicada a la exhibición, distribución y producción de cine, de disputar ese concurso al que se postularon periodistas deportivos de larga data y personas afincadas toda la vida en esa materia? ¿Por qué quisimos adentrarnos en la vida deportiva del Ecuador? Hay algunas razones para aquello. Además de haber trabajado largamente en la creación y administración de salas de cine independiente en varias ciudades del Ecuador, habíamos tenido experiencia en producir libros sobre cine y tres películas de largometraje —Blak Mama (2009) de Miguel Alvear y Patricio Andrade, Grandir (2011) de Etienne Moine y Bernard Josse y Más allá del Mall (2011) de Miguel Alvear— todas ellas relativamente bien recibidas por el público.
Era necesario para nosotros expandir las cosas de nuestra actividad y nos parecía idóneo tomar la materia deportiva —como ese elemento constitutivo y fundamental de la cultura de todos— para continuar esa expansión. El deporte es parte fundamental de la cultura ecuatoriana. El deporte es, como la literatura o el cine, como los juegos tradicionales o la gastronomía, parte de lo que hacemos, parte de lo que hablamos, parte de lo que somos. Nos parecía ideal poder crear ideas nuevas, trabajos nuevos en este pedacito de mundo de La Floresta que es el Ochoymedio. Por eso, un buen día de 2011 nos dedicamos a llenar los formularios y compilar las centenas de fojas necesarias para la participación en aquel concurso, y semanas más tarde nos comunicaron que, efectivamente, firmaríamos un contrato con el Ministerio del Deporte y llevaríamos a cabo el proyecto en mención.
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Han pasado más de tres años, y Memorias del Deporte —el nombre del proyecto— no solo que fue publicado en su primera versión de siete libros y siete documentales, sino que una segunda parte del proyecto, con otros tantos filmes y otras tantas publicaciones, acaba de ser publicado, también realizado en su totalidad por Ochoymedio. En total, hemos realizado 14 libros y 14 documentales, que han tenido una audiencia que se cuenta en 40 mil personas en todas las provincias del Ecuador. Las exhibiciones de las películas gozaron de enorme aceptación, y los cofres con los libros y las películas —hermosamente editados— se han distribuido en 587 bibliotecas y 1.600 unidades educativas, también en todo el país. Son estas audiencias las que hoy pueden conocer sobre las hazañas de los héroes deportivos de los ecuatorianos y que, tomando en cuenta las dimensiones épicas de esas hazañas, pueden sentirse contagiados por esa adrenalina incomparable que brinda el deporte.
Quizás, esa es la razón que verdaderamente importa: la comprensión de que se puede, aun con todas las adversidades posibles, llegar a imponerse sobre uno mismo, que solo venciéndose, uno vencerá. Y comprender también, al mismo tiempo, que estas figuras deportivas, que en la práctica realizan acciones sobrehumanas, son, apenas, seres humanos como todos, con sus virtudes y sus defectos, con sus aciertos y sus desconciertos. Sí, son ejemplos con sus vidas de dedicación, pero son también parte de nosotros, salieron de nuestras entrañas, de nuestro barrio, de nuestro pequeño pueblo que todavía lucha por tener una escuela decente o agua potable. Ellos son lo que somos.
2. Los quiénes
Como en todas las cosas de la vida de este país, los que forjaron las mejores historias del deporte ecuatoriano debieron superar todas las adversidades y vencer todas las barreras que el subdesarrollo les puso por delante. Incluso, hay algunos de ellos —gigantes expresiones de lo atlético— que ni siquiera pudieron alzarse con demasiados triunfos. La gloria era interna. El pequeño triunfo alegraba apenas a su barrio, a su reducido lugar natal. Y hubo otros cuyos triunfos resonaron incluso en lugares lejanos. Aquí, quiero poner dos ejemplos de ello, dos caras diferentes de la misma medalla.
Cuando se habla de barrio hay que hablar del gran campeón sin corona. De ese hombre que de alguna manera compendia la saga del deporte ecuatoriano: el boxeador Jaime Valladares. La historia de Jaime Valladares es la historia del deporte ecuatoriano. Empecemos por el final: en sus últimos días, caminaba solitario por las calles de su viejo barrio, San Roque, donde algunos pocos le reconocían y le saludaban. Caminaba pensando en los días de gloria, en lo que pudo haber sido y no fue. Poco después le encontraron muerto, en la más cruel soledad, en la vetusta morada donde vivía, donde su cuerpo yacía ahí, desde hace tres días, tirado, abrazando sus medallas y el destartalado álbum de unas fotos que narraban su paso por el boxeo profesional. Unas fotos de otro tiempo.
Valladares pudo esquivar, por un tiempo, el hambre y la miseria. Hijo del callejón de barriada pobre, “El chico de oro” —como fue apodado en su momento de fama— boxeaba. Su uppercut era endemoniado. Su juego de piernas era sincopado. Su capacidad de resistencia a los embates del oponente era asombrosa. Del amateurismo al profesionalismo hubo solo un paso. Se fue a Colombia a pelear, y con los triunfos, regresó para medirse con el que a la postre fuera su tradicional rival, y más tarde en la vida, su único amigo: Eugenio Espinoza. Eran notables esas noches en que Valladares peleaba en el viejo coliseo de La Tola. Pronto, en 1963, se enfrentó al invencible Espinoza, en la Plaza de Toros, con sus 18 mil almas que coreaban su nombre. Nueve veces Espinoza lamió el amargo de la lona. El barrio, la ciudad, el país, tenía un nuevo ídolo. Un país que nunca había tenido un campeón mundial en el boxeo. Jaime Valladares, “El chico de oro”.
Valladares tuvo que sobreponerse a las cosas feas del deporte para lograr pelear por el título mundial: los árbitros vendidos, el pica-pica de los camerinos, los mánagers corruptos, las decisiones polémicas de los jueces. Pero su día llegó. Era 1968 y el lugar era la mítica arena de Budokan, en Japón. Su contrincante, el campeón mundial Hiroshi Kobayashi. Quince rounds de pie. Quince rounds soportando el vendaval nipón. Quince rounds pensando en cómo estará sufriendo mamá, allá en San Roque, mientras escuchaba la transmisión de Alfonso Laso Bermeo y Blasco Moscoso Cuesta, enviados especiales de Radio Quito, la voz de la capital. Quince rounds de miseria y de derrota.
Jaime Valladares siguió peleando, pero ya nada sería igual. La vida ya no le daría otra oportunidad. El gran campeón olvidado. Jaime Valladares y el alcohol. Jaime Valladares y el desempleo. La historia de Jaime Valladares es, pues, la historia de miles de deportistas ecuatorianos.
Otros boxeadores, otros deportistas, fueron siempre víctimas, en el Ecuador, de la mala planificación, de la pobrísima infraestructura deportiva que ha mal entrenado a quien quiera hacer deporte. Hubo siempre que sobreponerse a eso. Uno de ellos fue Pedro Alberto Spencer Herrera que aprendió, por ejemplo, a jugar pelota en las polvorientas canchas del árido pueblo de Ancón, en ese entonces ubicado en la provincia del Guayas y hoy en la Provincia de Santa Elena. Él es considerado como el más grande de todos los futbolistas ecuatorianos de todos los tiempos. Para hacer que Spencer vuelva a vivir, Memorias del Deporte viajó hasta los dos lugares que lo definieron: a Ancón, donde cada casa de cada calle de cada barrio lleva su nombre, donde cada sonrisa de cada niño dice con voz rotunda “de aquí es Cabeza Mágica”, y también a Montevideo, donde el enorme delantero ecuatoriano marcó sus mejores goles y vivió sus mejores días. Con el Peñarol, equipo en el que jugó en Uruguay, ganó todo: campeonatos locales y nacionales, la Copa Libertadores de América varias veces —y de ese torneo es, todavía, el máximo goleador de sus anales—, la Copa Intercontinental. Se dice “Spencer” y se dice, junto a ese nombre “Gol”. Y esto nos da la pauta de que el caso de Spencer es sintomático. Tuvo que salir hacia otras tierras para volver empapado de gloria. Tuvo que conquistar otras tierras para ser apreciado en la suya.
Valladares y Spencer son las dos caras de una misma moneda: ambos de origen humilde, uno se revolcó en la desazón, otro se levantó en la gloria. Y ellos son apenas dos personajes de esa historia del deporte nacional que cuenta Memorias del Deporte. A lo largo de los 14 libros y 14 películas documentales, profundizamos sobre otros atletas de igual posibilidad. Está, por ejemplo, el campeón olímpico cuencano, Jefferson Pérez, que luego de su brillante carrera deportiva se ha dedicado al marketing deportivo y, el pueblo intuye, a cultivar una potencial vida política. Están también otros consagrados: Iván Vallejo, potentísimo conquistador de todas las alturas del mundo, o los atletas Rolando Vera y Marta Tenorio, que con su sincopado trotar superaron a todos en la famosa “subida de la Consolaçao” para ganar la clásica carrera paulista de San Silvestre; un boxeador de otra época Ángel “Petiso” Sánchez y un boxeador de esta época, Carlos Góngora; el brillante tenista guayaquileño Nicolás Lapentti Gómez; los ejemplares maestros del “deporte ciencia”, el ajedrez, Carlos Matamoros y Martha Fierro; esos ciclistas que saben de la ruta Jaime Pozo, Pedro Rodríguez y el recientemente fallecido ídolo del Carchi Juan Carlos Rosero; la imponente yudoca esmeraldeña Carmen Chalá; las pesistas Seledina Nieves —gran campeona panamericana— y Alexandra Escobar —gran campeona mundial—; el marchista cuencano Rolando Saquipay; la figura del ecuavóley y el voleibol de playa Mercedes Mena; y la notable basquetbolista María Tobar. Esos son los primeros protagonistas de los dos capítulos publicados de Memorias del Deporte. La lista, como se ve, es incompleta, lo cual da una pauta para el futuro: varios capítulos más de Memorias del Deporte son necesarios para contar la historia completa.
3. Los cuándos
Memorias del Deporte se ha concebido y producido en un momento en el que el deporte ecuatoriano vive un punto de quiebre, una inflexión. Viene en un momento en que, me parece, la colectividad deportiva —dirigentes, deportistas, periodistas, entrenadores y aficionados— saben ya que los éxitos deportivos solo pueden venir mediante un proceso que toma largos años. Que no es cuestión solo del fenotipo que, efectivamente, es ideal para la práctica de los deportes por parte de varios grupos éticos de nuestro país. No solo se trata de la talla o de que “somos herederos de los Chasquis”... Como todo en la vida, el deporte de alto rendimiento necesita de una planificación y una estructuración compleja y detallada. Y es ahora cuando desde varios lugares de la sociedad, se están dando los pasos necesarios para que esas complejidades puedan ser abordadas.
Por ejemplo, producir y difundir esta serie de documentales y libros resulta fundamental para encarar ese proceso. Si no tenemos presente la historia, si los eventos pasados no significan nada, entonces será difícil no cometer los mismos errores de antes. Esto tiene particular significación en el ámbito deportivo, en el que tantas calamidades y tanta injusticia se ha cometido en el pasado: dirigentes enquistados y aferrados a sus cargos, maletas viajeras por parte de los mismos a las competiciones internacionales, ninguna planificación por competencias o por objetivos, negligencia en el uso de las instalaciones deportivas, falta absoluta de inversión para la construcción de esas instalaciones, falta de formación en entrenadores, escasez de médicos especialistas y centros de salud para los deportistas, ausencia de becas para los deportistas… en fin, la lista de carencias históricas es amplia.
Pero este es un momento de inflexión. Hay un plan, y detrás de ese plan hay posibilidades. Y entre esas posibilidades, está este proyecto, estos libros, estos documentales, que, creo yo, vienen a darle autoestima al Ecuador entero.
Memorias del Deporte viene a contar con voz clara que si a pesar de esas carencias, han existido y existen héroes que se sobrepusieron a todas las adversidades para lograr lo que han logrado, entonces, con menos adversidades, con más conciencia colectiva de lo que se necesita, aprovechando este momento de nuevos aires, con más apoyo, el futuro del deporte ecuatoriano será otro.