Entrevista
La revolución será ‘instagrameada’
“La historia del arte contemporáneo en Ecuador se ha escrito, por desgracia, solo en catálogos”, decía el historiador de arte, arqueólogo y crítico Rodolfo Kronfle en la introducción de su libro Historia (s) en el arte contemporáneo en Ecuador, publicación que se preocupa por compilar el desarrollo de la escena local entre 1998 y 2009.
El proyecto editorial y digital Río Revuelto, que se inició en 2003, de forma constante, individual y sin ningún presupuesto cartografió durante 12 años la escena de arte contemporáneo local en digital frente a modelos de comunicación incipientes. Con ensayos, reseñas, una que otra crítica que alborotó el pequeño sector que aún se gesta en el país, o con videos sin encuadrar, Kronfle desbarató su propia idea: desde entonces, sin democracia —ni pretensiones de tenerla— un fragmento de la historia del arte contemporáneo del país no está solo en catálogos. Esta página permitió consolidar un panorama local para sacar al Ecuador del Ecuador.
“Fin. Finito. Kaputt... hasta aquí Río Revuelto”, dice Kronfle. La escena se ha vuelto compleja y llevar solo el trabajo de este portal es “en exceso demandante para una sola persona”. Un poco más de una década acaba con Río Revuelto. El historiador, que dice sin miramientos ser la persona que ha asistido a más muestras dentro del país, dejó en enero el portal para dedicarse a trabajar nuevos proyectos y asumir una crítica contra la forma en la que ahora comunican las obras. Le preocupa además la forma en que el registro virtual ha disminuido la necesidad de las personas por ser verdaderos espectadores de lo que pasa, porque ha relevado en parte la actividad de los artistas en los espacios que les pertenecen.
¿Qué marcó el inicio de Río Revuelto como un recorrido de la escena artística local y cómo ha cambiado ese impulso para su continuidad?
Río Revuelto nace como una alternativa a los medios de comunicación locales cuya cobertura de arte contemporáneo era en extremo limitada. La página estaba dirigida a todo interesado por las artes visuales, desde profesionales hasta espectadores. La escena local comenzaba un período de efervescencia y desarrollo con muchísimos nuevos actores y vi la necesidad de que toda esa producción se vaya articulando de manera tal que se pudiera apreciar como un fenómeno cultural. A la par que se iban publicando las muestras, iban tomando forma las narrativas y poéticas dominantes en la producción local.
Si bien he comentado mi desencanto con muchas cosas que ocurren en el medio que poco a poco han minado mi voluntad de continuar este proyecto, hay otros asuntos que también he venido meditando sobre la forma en que circulan hoy las obras de arte y que están inevitablemente modelando —para mal— la manera en que estas comunican. Lo resumo con la idea de que “la revolución será instagrameada”: con todo lo positivo que tienen en el plano informativo, las redes sociales están contribuyendo a una degradación en la calidad de la recepción del arte, cada vez menos se asiste a un museo o una galería porque se piensa que si vemos una fotografía en las redes ya estamos al tanto, ya tenemos una idea, ya sabemos ‘de qué va la cosa’, cuando en realidad absolutamente nada sustituye a la experiencia directa. Lo que es positivo para conectarnos con otras escenas en realidad está erosionando la dinamización de las escenas periféricas locales, cada vez son más escuálidos los públicos que asisten a las exposiciones, la interacción real y el intercambio efectivo de ideas. Ese aligeramiento a su vez va silenciosamente influenciando también el cariz de la producción: las obras deben ser fotogénicas y si se convierten en ‘trampas de selfies’ como ocurre en tantos sitios, mejor aún. El pensamiento y la reflexión sobre el arte, al menos en el medio local, donde muy poco circulan escritos sobre las muestras, van en retroceso. En resumidas cuentas, el actual frenesí por postear instantáneas de obras desde su producción y proceso de montaje, casi siempre en frecuencia publicitaria, me hizo también cuestionar si seguía valiendo la pena ir engrosando el archivo.
En el contexto en que nació Río Revuelto, ¿creías que iba a funcionar como una plataforma para nutrir la escena local de arte?
Poco a poco la página se convirtió en una antena que replicaba lo que sucedía al interior del país y también afuera en un momento donde no había otras fuentes de información ‘fiables’ sobre arte. Aportó su grano de arena en esa tarea de poner a Ecuador en el mapa internacional cuando lo que ocurría aquí era completamente desconocido. Creo que fue un componente más entre quienes contribuyeron a crear puentes y vínculos con otras escenas regionales.
En 2012, en una entrevista con EL TELÉGRAFO, decías que los espacios independientes que se formaron en contraposición a la institucionalidad cultural local eran más fiables. Nombrabas a Espacio Vacío, que ya no existe, a NoMÍNIMO y DPM ¿Se han sostenido o desgastado las propuestas iniciales de estos lugares?
Espacio Vacío detuvo su operación hace un par de años y sobre esto su directora me decía que a pesar de la apertura dejó de recibir propuestas para exponer, esto me llamó poderosamente la atención. Ese espacio fue clave durante los 5 años que operó porque abrió un poco el juego al plantear una alternativa (más experimental, lúdica o descomplicada) a las galerías de perfil más profesional como DPM y NoMÍNIMO. Era un buen complemento para la escena local, una válvula de escape que alentaba otras opciones de creadores y públicos que tal vez se sentían un tanto alienados porque sus sensibilidades estaban en una frecuencia más urbana, popular o local.
DPM y NoMÍNIMO siguen siendo dos pilares fundamentales para el arte contemporáneo en el país: David Pérez desarrolló un proyecto que con el tiempo, más de un cuarto de siglo, ha demostrado ser mucho más que una galería, es un centro cultural en buena ley. NoMÍNIMO tiene el mérito de estar cultivando un coleccionismo más joven a escala local y generando una difusión internacional interesante para sus artistas, un asunto difícil de mantener a nivel de costos, sin embargo, si los precios de las obras que maneja no pasan la barrera de los cuatro dígitos. La clave del asunto será el momento en que los artistas emergentes que promueve pasen a ser artistas de carrera media, apostando a que ya hayan adquirido un reconocimiento y legitimidad suficiente que permita al espacio proyectarse en el futuro. Si esto no ocurre, mantener el trajín de presencia en ferias de alto perfil puede ser complicado.
A mediados de los 2.000 distintos artistas empiezan a gestar una crítica hacia las instituciones de arte locales, como pasó con el Salón de Julio en 2011, cuando se prohibieron obras con contenido sexual explícito. Sin embargo ahora muchos siguen participando de estos concursos que han criticado. En una entrevista en el portal La Selecta mencionas que “lo negativo ha sido una complacencia general con las lógicas que nos rigen, con las fuerzas dominantes que moldean nuestras vidas, con el poder, y lo más grave –particularmente en Guayaquil- una complacencia con el accionar de las instituciones que da vergüenza: es increíble que los artistas no hagan nada por recuperar el Museo Municipal, la Casa de la Cultura (¡cuanto dista el núcleo del Guayas versus el de Azuay por ejemplo!) y el proyecto fallido que es el MAAC”. ¿A qué responde el silencio de los artistas?
Claro que puedo especular los motivos y entretener algunas respuestas, pero no me corresponde a mi elaborar sobre esto. Sin embargo es una extraordinaria pregunta para que Ustedes hagan un reportaje al respecto a partir de las opiniones que obtenga de los protagonistas de varias generaciones.
¿Por qué dices que el MAAC es un proyecto que ha fracasado? ¿Qué crees que necesite la escena local para volver a tomar postura respecto al estado de los sitios de arte?
Todos los espacios institucionales se deben plantear fundamentalmente como productores de investigación y conocimiento que toman una forma final en las exposiciones y publicaciones que generen. Nada de eso ocurre en los museos de la ciudad, sino de forma excepcional y —en años recientes— de manera alarmantemente mediocre. No hay políticas en el diseño de su programación ni operan comités de profesionales que garanticen una calidad mínima para esta, todo aparenta hacerse al apuro, esperando a ver qué cae para colgar, o antojadiza y descriteriadamente a dedo. Si alguien sale a defender la gestión del MAAC o de los otros espacios, debe empezar por revelar cuál es el presupuesto anual que manejan y cómo se distribuye en detalle, ahí sí vamos a escandalizarnos de veras. Los museos no están para crear rollitos buena onda ni para ser cajas de resonancia de los discursos oficiales, estos espacios han perdido completamente la autoridad que en algún momento pudieron tener.
¿Río Revuelto podría repensarse en algún momento como un espacio para contrarrestar el silencio de la escena local? Al inicio funcionó de esa forma, ¿por qué ahora no?
Aun si providencialmente apareciera financiamiento para un proyecto así, son nuevas personas las que deben ‘agarrar el toro por los cuernos’ y avocarse a tan urgente tarea, que sinceramente creo que debería surgir a partir de un impulso colectivo, no individual como fue Río Revuelto.
Río Revuelto fue pensado como una gran cartografía de la escena local, pero fue considerado un espacio de crítica de arte. Es implícita la crítica, pues no reproduce todo lo que pasa: hace una selección. ¿A qué factores responde esa editorialización?
Pues sí, el mismo hecho de sostener un criterio editorial que pretendía manejarse dentro de ciertos parámetros de un mínimo rigor llevaba implícito un perfil crítico. Mi mirada prestaba atención a la significancia y resonancia cultural de las propuestas; a la coherencia de estas dentro del proceso investigativo, experimental, discursivo o poético de cada artista; a la correspondencia de este proceso con una formalización adecuada de dichas ideas; a la consideración de los artistas por lograr comunicar efectivamente sus propuestas a un público, y también a la valoración de la labor curatorial... En fin, arte y pensamiento, noción que aquí suena idealizada, pero que en cierto modo guiaba la selección. Vale aclarar que no siempre la tenía muy clara. Varias veces publiqué información con reticencia o duda, particularmente relacionada con artistas muy jóvenes sobre los que esperaba no estar muy fuera de la marca. Siempre hubo personas que se tomaban a mal este criterio, pero como he dicho antes, si el proyecto era “democrático e inclusivo” pues no servía de nada.
¿Cómo ves que la Universidad de las Artes, una institución académica de las que no existían al iniciar Río Revuelto, haya absorbido a un semillero de la producción local, el ITAE?
Todavía debe pasar un tiempo para que la gente caiga en cuenta de la tragedia de la fagocitación del ITAE dentro del delirio jactancioso y alardeante que significó la creación atropellada de una Universidad de las Artes. Si al ITAE lo hubiesen repotenciado con una fracción de lo derrochado en el nuevo proyecto, otra sería la historia. Pero el furor refundacional que caracteriza a todo proyecto político que se impone puede más que la lógica. Apenas en sus inicios nos enteramos de la renuncia de la Comisión Gestora, lo que supone otro descarrilamiento. Dadas estas señales, no puedo imaginar —por más que lo desee por el bien de todos— que esta historia tenga un final feliz. Creo que el norte de los últimos tiempos del ITAE debía haberse recalibrado, pero era un proyecto en cualquier caso perfectible, probado y con resultados que transformaron la escena. Yo aventuro una idea: ¿no era mejor usar los millones de dólares gastados en la nueva universidad para becar a centenas de creadores en universidades del exterior? Solo un oligofrénico o un cínico profesional podría argüir que lo que ahora ocurre tendrá mejores resultados a futuro. Este país no tiene una tradición intelectual y pedagógica suficientemente consolidada, peor en este campo, como para haber planteado semejante proyecto… Un cacique de tribu exigiendo pirámides. Los actores del medio son cautos con lo que dicen porque siempre se tiene la esperanza de un cachuelo o una chambita; la independencia de pensamiento tiene demasiadas restricciones por asuntos pragmáticos de supervivencia, esto pasa en todos los órdenes de la vida.
¿Crees que haya esperanzas de una mejora de la escena con la Ley de Cultura que muchos artistas sugieren? ¿Cómo crees que podría funcionar esta ley?
No he revisado la Ley de Cultura aún y no puedo adelantar un criterio específico más allá de la necesidad que tiene todo país de contar con una, siempre y cuando su implementación no engrose el ya alarmante piponazgo, o complique aún más los entramados burocráticos inoperantes, los carentes de sentido, o los ridículamente ideologizados. Pero sí puedo decir que ha faltado una difusión efectiva de sus enunciados clave: circular fotos de personas con cartelitos que dicen “yo apoyo la Ley de Cultura” dista de ser una estrategia seria de socialización de contenidos, aquí las redes sociales debieron ser una herramienta más efectiva para el efecto.
El trabajo sobre Solá Franco podría pensarse como una analogía de lo que pasa con el arte contemporáneo: una iniciativa privada se ocupa de reivindicar su historia cuando a nivel estatal, seguimos anclados en el reconocimiento de un determinado parámetro artístico. ¿Cómo lo ves?
Antes de este proceso llamado “revolución ciudadana”, muchos artistas tocaban temas relacionados a los que se plantearon como ejes programáticos del naciente Ministerio de Cultura. Pero hay una diferencia muy grande entre esas creaciones nacidas de impulsos genuinos, procesos orgánicos propios de un pensamiento independiente, y las que surgieron desde entonces para complacer o alinearse con la exigencia discursiva de un aparataje que retribuye aquello con dádivas económicas. No creo en el arte oficial. Encuentro pavoroso el concepto y es una pena porque lo que sucedió es que el gobierno le “robó el discurso” a muchos artistas que ya venían reivindicando un abanico de derivas progresistas en su trabajo, pero que tomaron distancia con aquellos enunciados justamente para que no se perciba que estaban alineados con el poder o que eran parte de un coro que se tornó cansino.
Hay que descubrir sin embargo las distancias que pueden haber entre el discurso y la realidad, entre una fachada de algo que parece pero en el fondo no es. Es un tema complejo que da para pensar. Yo celebro a un tipo como Solá que tuvo claro desde muy temprana edad el camino creativo que quería explorar, a pesar de que este iba a contrapelo de la líneas de producción y pensamiento dominante en el país, marcado por el realismo social y el indigenismo, y las diversas corrientes de abstracción en el entorno norteamericano y europeo donde vivió. No se trata de quién tiene la razón (o que la narrativa autobiográfica y las ideas políticas de Solá sean un camino a seguir), se trata de ser auténtico y honesto con los propios impulsos, no con los ajenos.
* Esta entrevista se realizó el 29 de enero de 2015