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Especial

La Receta para viajar en el tiempo

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En diciembre del 2012, el profesor universitario Iván Rodrigo Mendizábal se extravió en Cotocollao, al norte de Quito, mientras buscaba la biblioteca Aurelio Espinoza Pólit. Eran poco más de las 9 de la mañana y el taxista que lo llevaba no daba con la dirección que buscaban. Sin otra alternativa se bajó del vehículo y se dispuso a caminar sin brújula. Buscó ayuda en los dependientes de algunas tiendas, pero nadie le brindó una pista. Decidió entonces dejarlo todo al azar y prosiguió la marcha con un solo objetivo en la mente: encontrar La Receta, la primera novela de ciencia ficción ecuatoriana, publicada en 1893.

Tras 10 o 15 minutos se topó de frente con un gran edificio que parecía un convento. Ingresó por el pasadizo principal y comprobó que había llegado a su destino, pero antes de pasar a la recepción retornó a la acera. Previo al trabajo que le aguardaban entre catálogos y microfilmes, memorizó cada paso, cada curva, pues estaba seguro que no sería su última visita.

La búsqueda de Iván Rodrigo había iniciado días atrás, cuando recibió un correo electrónico de parte de los editores de la Enciclopedia de la Ciencia Ficción Universal, (http://www.sf-encyclopedia.com), un espacio virtual que se nutre del aporte de académicos y estudiosos del tema. El mensaje lo motivaba a escribir una entrada sobre la génesis de este género en el país.

El investigador, quien ya había realizado trabajos al respecto, se autoimpuso el desafío de leer La Receta. La investigación dio fruto y luego de varias visitas a la biblioteca Aurelio Espinoza Pólit, Rodrigo Mendizábal encontró las 11 ediciones de la revista guayaquileña El Globo Literario donde fue publicada La Receta de Francisco Campos Coello (1841-1916), entre enero y diciembre de 1893.

Toda la pesquisa se realizó mediante imágenes digitales por la antigüedad de los documentos. Rodrigo Mendizábal compró las imágenes y se las llevó a su estudio en un CD. Ahí comprobó que las fotografías escaneadas de las páginas de las revistas, adquiridas a $ 0,20 cada una, no tenían la resolución esperada, por lo que el investigador debió reescribir, letra por letra, las más de 107 páginas de la obra.

“La ciencia ficción me gusta desde la adolescencia; recuerdo que mi padre me puso a disposición toda la biblioteca de los trabajadores de la Empresa Eléctrica —en Bolivia— donde él laboraba. Tras buscar algunos títulos, tomé con curiosidad un libro llamado La Mano Izquierda de la Obscuridad y lo devoré”, afirma este hombre de barba cana, lentes y sonrisa permanente, que aceptó conversar sobre La Receta en un café de la Universidad Andina de Quito.

En la Mano Izquierda de la Obscuridad, novela de la estadounidense Ursula K. Le Guin, se cuenta la historia de un astronauta que llega al planeta Invierno, colonia donde los habitantes son, durante tres semanas, seres neutros sin sexualidad, para en la última tornarse hombres o mujeres listos para la reproducción. Es una joya del género, que impactó en la mente del joven Rodrigo, tanto como luego lo hicieran Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, Frankenstein de Mary Shelley y La Máquina del Tiempo de H.G. Wells. En todas ellas, se conjetura con futuros posibles a partir de avances científicos. En La Receta, un brebaje que le permite a un aventurero dormir un siglo.

El protagonista de La Receta es un guayaquileño de viaje por Alemania, identificado como “R”; quien en un mercadillo de Stuttgart encuentra un texto titulado: Historia de un muerto contada por él mismo.Tras adquirirlo acepta la sugerencia del vendedor de contar con la dedicatoria del autor. “R” entonces visita a “X”, un escritor extravagante y exquisito que, como autógrafo, coloca la inscripción:

 

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“R” vuelve a Guayaquil con el extraño autógrafo y se olvida del tema. Una década después, decide reorganizar su biblioteca; por azar da con el libro y analiza la inscripción en detalle. Percibe que se trata de un acertijo, lo resuelve y revela la siguiente frase: “Si usted puede traducir esta línea vuelva inmediatamente”.

“R” retorna donde “X”, quien satisfecho por su logro, le informa que en un viaje a La India un faquir le entregó un elixir que le permite dormir un año por cada gota ingerida”. “R” recibe una dosis de ese misterioso líquido y regresa a su ciudad, donde decide “dormir” un siglo. “R” reaparece 100 años después. En la ciudad los adelantos científicos se han multiplicado. En el puerto acodan barcos gigantescos tras atravesar por altamar como submarinos; la urbe vive libre de desastres pues un moderno centro de control los predice y en todos los faroles de la ciudad existen relojes transparentes que se sincronizan con uno gigantesco ubicado en una torre de más de 150 metros.

“R” se maravilla, sobre todo, ante la existencia de un tren que recorre todo el continente y que cuenta con una estación en Guayaquil para llevar pasajeros a la Patagonia o a Nueva York. Un viaje entre el Puerto Principal y la Gran Manzana toma 50 horas, mientras que en solo cuatro se llega desde Guayaquil a Quito o a Ibarra, la mitad de un viaje por tierra en la actualidad.

En la novela, la urbe resolvió problemas vitales como el suministro de agua potable a partir de avances realizados en el siglo XIX. La urbe respira cultura y educación. Las calles no solo toman el nombre de ciudades de todo el Ecuador sino que reproducen la vida de cada una de ellas. En la calle Otavalo es posible adquirir textiles bordados directamente de manos de los artesanos, lo que sorprende a “R”, tanto como el homenaje que toda la ciudad realiza a próceres o figuras significativas. “R”, por ejemplo, visita los flamantes monumentos del poeta y político José Joaquín de Olmedo, del prócer Lorenzo de Garaycoa y el del poeta Juan Bautista Aguirre.

En la novela, se señala que en salas de lectura y bibliotecas la gente hace fila y se menciona que al menos 100 mil personas al año alquilan libros, es decir la mitad de la población calculada para la fecha; aunque en realidad para 1992 la población guayaquileña ya sobrepasaba el millón y medio de habitantes.

Pronto se corre el rumor de la presencia de un viajero del tiempo y “R” recibe una invitación para intervenir con un discurso en una sesión del Cabildo que ya lo ha nombrado “Historiador de la Ciudad”. “R” asiste y pasa revista de las obras que se hicieron en Guayaquil entre 1886 y 1893, en especial lo referente al servicio del agua potable. La sesión se torna una clase magistral pues los concejales no hacen política sino que proponen diversos proyectos científicos.

Al final de la reunión, lo esperaban el faquir creador del brebaje y el misterioso “X”, quienes aguardaban por la salida del viajero del tiempo. Como “R” se rehúsa a dejar la ciudad con ellos y viajar al África, le arrojan el elixir al rostro. Al límite de sus fuerzas, “R” se concentra en el hermoso rostro de una dama llamada Paulina Alejandrina Teodora Rosario Isabel Aurora, (PATRIA), quien rodeada de virtudes, desaparece. “X” abre los ojos en su habitación, pero se desconoce cuánto tiempo realmente ha pasado o si todo ha sido un sueño.

Existen adelantos urbanos en la Guayaquil de La Receta que efectivamente se alcanzaron. Por ejemplo, se señala que para 1992 la ciudad contaría con dos malecones. En un diálogo, “R” solicita a su guía que lo lleve al Malecón y esto es lo que ocurre:

 

—Póngame usted en la orilla del Malecón.

—¿De qué Malecón?

—Pues del único que existe: a la orilla del río Guayas.

—Bien. Pero como hay la nueva calle del Malecón del Salado…

—¿Del Salado?

—Sí señor. Hoy Guayaquil está dividido en dos grandes secciones: el Estero Salado se halla entre ellas.

 

El Malecón del Salado se construyó en 2009, durante la actual administración municipal, 17 años después de lo predicho en La Receta.

Campos Coello habla también de una gran dispersión bancaria para 1992. En algún punto de la novela, “R” le enseña a su guía, un joven que aparece en su ruta, unos billetes del Banco del Ecuador, lo que le llama la atención, en ese momento le informa que en la ciudad operan 18 bancos.  En la realidad para la época existían 25 entidades bancarias.

 

Guayaquil de los progresos

La Receta se genera en un período de estabilidad política y social. En una ponencia realizada por Iván Rodrigo, en Lima el año pasado, se menciona que el período progresista, que va de 1883 a 1895, “es un momento de gestación del liberalismo, lo que resulta en un tiempo de prosperidad económica a partir de la agroexportación”.

Como ocurre con todas los grandes ciudades costeras, en el siglo XIX las noticias del mundo llegaban al puerto antes que al resto del país. Guayaquil contaba, además, con hitos en el campo de la ingeniería y la medicina. Fue en esa ciudad que el primer submarino regional, llamado El Hipopótamo, se sumergió en las aguas de la ría en 1838 y para 1865 se patentó una de las primeras prótesis de miembro inferior.

La cultura rebullía en el barrio Las Peñas. Allí, al compás del regusto helado de la cerveza, se reunían los intelectuales y Francisco Campos Coello era uno de ellos. Su casa familiar se encontraba en el mismo barrio, por lo que al regreso de sus frecuentes viajes por Europa y América asistía a las tertulias que se extendían hasta la madrugada. Era conocido como el ‘español de Guayaquil’ por su cabellera rubia, ojos azules y gusto refinado por las artes. El joven Campos Coello ya colaboraba con el diario Los Andes, en el que publicaba artículos de ciencia y fantasía, y libros de texto sobre Física y Astronomía. En total llegó a presentar más de 14 títulos de su autoría.

El autor de La Receta viajó a los 17 años a Italia a estudiar derecho. Para tomar el bergantín que lo llevaría a Europa debió cruzar todo el istmo de Panamá a caballo. Ya graduado, observó con sus propios ojos el desarrollo de las fábricas a partir de máquinas y la educación en Escocia, Inglaterra, Francia e Irlanda. A su retorno viajó por varias provincias ecuatorianas, antes de ser nombrado bibliotecario municipal e iniciar una larga carrera en el campo de la educación y la administración pública.

En un estudio de Edwin Buendía, citado por semanario CARTÓNPIEDRA, se menciona la posibilidad de que Campos Coello intercambiara ideas con el propio Julio Verne en uno de sus viajes. Al respecto, se puede argumentar que existen ciertos rasgos similares entre la denominada “novela perdida” de Verne, París en el Siglo XX y La Receta. En la ficción de Verne se narran las desventuras de un joven que, a pesar de los fabulosos avances tecnológicos, se muestra pesimista por el olvido en el que han caído las artes, al punto que nadie recuerda a Balzac o Víctor Hugo. París en el Siglo XX fue publicada recién en 1994, pues el propio genio francés ocultó la obra en una caja fuerte tras recibir durísimas críticas de su editor, por lo que es imposible que Campos Coello la hubiera conocido siquiera.

Además, en La Receta se plantea con optimismo el futuro, sobre todo una vez que la ciudad ha alcanzado la dotación de agua potable para los barrios urbanos. Campos Coello fue el líder tras ese avance, como primer Presidente del Municipio. En l886, se comenzó la obra con la localización de una fuente de aprovisionamiento en el sitio Agua Clara, la colocación de la red de cañería hasta Durán y el sistema de bombeo.

El servicio facilitó la lucha contra el dengue, la fiebre amarilla y el combate a los incendios. El propio Eloy Alfaro felicitó a la ciudad por el logro, como consta en el texto Apuntes biográficos de Francisco Campos Coello de 1943.

Campos Coello continuó en la línea de la ficción científica, conocida como scientific romance. Publicó en 1894 un libro de cuentos llamado Narraciones Fantásticas compuesto por tres relatos: ‘Viaje alrededor del mundo en 24 horas’, ‘Fata Morgana’ y ‘La semana de los 3 jueves’. En 1899 apareció La Receta en un solo volumen en la Imprenta Rocafuerte y para 1901 presentó una nueva novela llamada Viaje a Saturno, en la que un extraterrestre invita a un científico guayaquileño a visitar su planeta.

 

Futuros renovados

La ciencia ficción está en su momento en la región. Durante el IV Encuentro de Narrativa de Ciencia Ficción, Fantasía y Serie Negra, convocado durante la última Feria del Libro desarrollada en Quito, delegados de Chile, Cuba, Perú, México y Argentina discutieron cómo en cada país se desarrollan visiones retrospectivas para dar con los padres fundadores de esta literatura. También se invitó al primer concurso literario de Ciencia Ficción y Fantasía Equinoccios 2014 para escritores ecuatorianos.

Hace poco se creó el blog Ciencia Ficción en el Ecuador (http://cienciaficcionecuador.wordpress.com/), que sistematiza lo más relevante del pensamiento y la producción de este campo en el país. Igualmente, como advierte el escritor y académico quiteño, Jorge Valentín Miño, están por iniciar las tertulias de ciencia ficción en la ciudad, que buscan emular el espacio consolidado en el Puerto Principal durante los últimos años.

En diciembre del año pasado se publicó Ecuatox del quiteño Santiago Páez. En la obra, el autor presenta como sería la situación política, económica y cultural del país en el año 2227. Todo empieza cuando una expedición interplanetaria halla testimonios de la vida en Novo-Ecuador. En esa ya desaparecida sociedad, “el Presidente Correa” se mantuvo en el poder, siglo tras siglo en calidad de cíborg.

El también escritor de ciencia ficción Fernando Naranjo, destaca la visión profunda y vigorosa de la ciencia ficción nacional, cuya primera antología, a cargo de José Daniel Santibáñez, se presentó en febrero de este año durante la Feria de Libro de La Habana- Cuba.

Iván Rodrigo Mendizábal, el investigador que encontró La Receta, sigue trabajando y ya cuenta con información sobre los orígenes de la ciencia ficción en Bolivia. Se mantiene a la caza de novedades en bibliotecas públicas o en librerías de segunda mano. Los dueños de estas últimas lo tienen como el mejor cliente y hasta cuentan con su número de teléfono celular, como revelan los libreros Mauricio y Lucía Ponce de Quito. Ellos son cómplices de su trabajo y lo llaman sin importar la hora.

El pasado abril se cumplieron 98 años del fallecimiento de Francisco Campos Coello, quien murió a los 75 años en la más absoluta miseria, al punto que sus funerales debieron ser cubiertos por el Concejo Municipal de la ciudad. Homenajes no le faltaron, fue declarado benemérito de la Patria, integró la Academia Ecuatoriana de la Lengua y hasta su retrato fue colocado en la galería de ecuatorianos notables del Municipio Guayaquileño; sin embargo, debió recurrir a colectas públicas, organizadas por sus amigos artistas, para cancelar la hipoteca que pesaba sobre su vivienda.

A su muerte, el Gobierno de Leonidas Plaza Gutiérrez declaró tres días de duelo nacional. El pedagogo, periodista e intelectual, quien fuera rector de la Universidad de Guayaquil, Director de Estudios del Guayas, Ministro de Hacienda del Gobierno de Antonio Flores Jijón, primer redactor de EL TELÉGRAFO entre otros cargos, cuenta con un mausoleo del Cementerio General de Guayaquil y un busto de bronce en los bajos de la Junta de Beneficencia de Guayaquil de la que es fundador, pero a la que nunca se integró y por ende no gozó de sus beneficios.

Un colegio fiscal del barrio La Atarazana lleva su nombre desde 1958, pero en su página web no existe la más leve referencia al autor guayaquileño, parecería que algún “Campos Coello” fundara el establecimiento o se convirtiera en su mecenas. Dos preguntas finales: ¿Cuántos realmente conocen su historia? Y, sobre todo, ¿lo habrán leído?

 

 

Árbol genealógico de la ciencia ficción ecuatoriana:

 

-La Receta, de Francisco Campos Coello, 1893

-Narraciones fantásticas de Francisco Campos Coello, 1894

-Viaje a Saturno, de Francisco Campos Coello, 1901

-Guayaquil, novela fantástica, de Manuel Gallegos Naranjo, 1901

-Dos Vueltas en una alrededor del mundo: un viaje imaginario en sentido opuesto al movimiento de Rotación, de Abelardo Iturralde, 1908

-La doble y única mujer, de Pablo Palacio, 1927

-Zarkistan, de Juan Viteri, 1952

-Simón El Mago y Osa Mayor, de Carlos Béjar Portilla, 1970

-Samballah, de Carlos Béjar Portilla, 1971

-Divertimentos, Abdón Ubidia, 1980

-Réquiem por el dinosaurio o Mingherlino, de Bruno Stornaiolo, 1980

-Viajes al Siglo XXI, de Ugo Stornaiolo, en 1990

-Profundo en la Galaxia, de Santiago Páez, 1994

-La era del asombro, de Fernando Naranjo, 1995

-Crónicas del Breve Reino, de Santiago Páez,2006

-El libro flotante de Caytran Dölphin, de Leonardo Valencia, 2006

-Si alguna vez llegamos a las estrellas, de Edwin Buendía, 2012

-Ecuatox, de Santiago Páez, 2013.

 

Fuente:

Enciclopedia Mundial de la Ciencia Ficción

 

 

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