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El Telégrafo
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La miltuplicación de las redes

La miltuplicación de las redes
02 de diciembre de 2013 - 00:00

El poeta del cuaderno blanco por una de cuyas páginas, blanca también, se desliza una hormiga rápida e inexplicable y en cuyo torno el poeta, mientras aguarda apostado el cardumen de los versos (por decirlo de algún modo parecido a él, al poeta); con sus dedos lívidos, dibuja un círculo azul con la cautelosa intención de proteger o neutralizar a la veloz hormiga, empero con la paradójica y dudosa consecuencia de prenderle fuego, reducirla a cenizas y chamuscarse los dedos fríos de placer; ese poeta, poco a poco, graciosa y pícaramente, gastando un pasito de baile por aquí y una cana generosa por allá, se ha venido miltuplicando (por decirlo de algún modo parecido a otro poeta), no como los panes sino como acaso han debido miltuplicarse las redes, las redes para emboscar el cardumen de los versos, pero también el cardumen de los inaprensibles e inefables pececitos de colores de la vida; claro, porque el poeta sabe o supo, porque como digo ya no es el mismo poeta, aunque desde luego lo es, que los animales indómitos de la poesía son en realidad animales al servicio de los animales indómitos de la vida, porque es ahí y solamente ahí donde titila el aleph, centro puro y duro del misterio sagrado: en la vida (esto último, aunque confuso, es cardinal, aparte de ser inobjetable que llama a la meditación); pero bien, volviendo al poeta del cuaderno blanco, como digo, este poeta se ha venido miltuplacando y metamorfoseando y travistiendo de maneras radicales y sorprendentes; al punto de que ahora ya casi no se le puede reconocer, ya no se sabe quién exactamente es ni dónde mismo está. Esto si es que algún día se lo supo, claro. Lo cierto es que el que antes era uno, ahora se ha convertido en muchos. En muchos poetas. En una temible legión. Poetas hombres, poetas mujeres, poetas machos, poetas hembras, poetas niños, poetas viejos, poetas blancos, poetas negros, poetas mestizos, poetas calaveras; y, desde luego, poetas poetas, que saben cómo pescar y pescar bien, y no solamente eso, sino que ellos mismos, de golpe y paulatinamente, se han transformado en sus mismas redes. Pues ya se sabe: uno se convierte siempre en lo que tiene en la mano. Poetas pacientes. Poetas arrebatados. Poetas tiernos, violentos y valientes, que saben levantar sin asco del mojón de mierda una flor. Que digo sin asco: llorando lágrimas doradas por dentro de la felicidad.

En estas líneas nos ocupa una de esas poetas en particular. Claro que hablar de ella es hablar a su vez de muchas poetas más. De muchos. Ocurre algo parecido a lo que ocurre con el poeta del cuaderno, el círculo y los dedos chamuscados, obviamente; porque este poeta es padre y madre de aquella. Como es padre y madre de la súper niña que se fagocita sin ningún empacho los dos dóbermans negro azulados que venían con la recta intención de fagocitársela a ella para recuperar así lo que creían era suyo por legítimo derecho. Pero no era de ellos. Por supuesto, sino de la niña. Es que en algún sentido, la poeta que nos ocupa en estas líneas es como la maduración o una nueva encarnación de esa niña de la mandíbula batiente e inquietante. Acaso una versión más sutil, más elegante, más coqueta y depurada. Digamos que la niña pasó de ser súper niña, desde luego en la acepción más nietzscheana de la locución, a ser súper mujer. Una súper poeta mujer loca. Y qué poeta. Qué mujer. Qué loca. Caramba.

→ Recitando de memoria a otro poeta traducido a su vez por otro poeta, la Eva podría rezar: como Adán al amanecer, salgo de la enramada fortalecido por el descanso nocturno, mírenme cuando paso, escuchen mi voz, acérquense, tóquenme, apliquen la palma de su mano a mi cuerpo cuando paso; no tengan miedo de mi cuerpo.Su nombre es Eva, le dicen Eva la Loca y en su historia (porque la Eva tiene una historia, no hay que olvidar que detrás del fantasma plural del poeta, tras de la poeta plural, también se esconde el fantasma plural del escritor y al revés, desde luego, dependiendo de por dónde sople el viento), y ese fantasma, en este caso, mirando de una manera nueva la ciudad, ha elaborado un objeto arquitectónicamente sólido, cuidadosamente enhebrado, de finos acabados y eficaz, capaz de reventar sus municiones frente a los ojos del lector en el momento adecuado, un objeto lúdico y consciente de su calidad de ficción, de su calidad de novela, que le permite al lector el acceso a lo que se puede llamar la experiencia literaria, que es como decir la experiencia poética, porque es sabido que la literatura que se precie de ser literatura está al servicio de la poesía, igual que como decía anteriormente la poesía que se precie de ser poesía está al servicio de la vida, pero eso en este momento también es harina de otro costal; así que volvamos al escritor que, profundizando con fortuna un trabajo con el lenguaje en el que ha prevalecido el afán de juego, de ritmo y de aventura (como quien organiza una buena fiesta o una buena fogata peligrosa a la orilla del mar), cumple de manera puntual con su oficio, y nos entrega el luminoso rastro de lo que a golpe de palabra, musculosa, sensualmente, fue su pelea contra el esquivo arte de contar una historia, una buena historia; decía, en su historia las cosas no son sencillas, para empezar el mundo que le corresponde vivir a Eva, la poeta loca, es un mundo donde los opuestos parecen entremezclarse, los tremendos extremos sugieren dejar de serlo o, por lo menos, digamos que existe una tensión dialéctica y constante palpitando entre los polos y que esta casi se podría hender suavemente con una navaja, pues la Eva se llama Eva y su casa, llamada El Edén, se ubica nada más y nada menos que en los Kitos Infiernos (que es Quito y no es), lo que implica de suyo la entrada en un juego elemental, un juego que además arroja misterio sobre el espacio, digamos, sobre la naturaleza de este espacio, ¿nos encontramos frente al Tártaro o frente al Olimpo?, ¿frente al Paraíso o frente al Castigo Eterno?, será que el juego propone, como propone Kafka en algunos de sus radioactivos aforismos de Zurau, que si lo que se tuvo que destruir en el Paraíso era indestructible, entonces vivimos en una falsa creencia, o que al ser la expulsión del Paraíso eterna ello nos obliga a permanecer de manera duradera en él, a permanecer siendo expulsados; es decir, será que el juego propone, como dice Salinger, que en el fondo no hacemos más que desplazarnos de una pedazo de Tierra Sagrada a otro; en otras palabras ¿será posible que sigamos dentro del Paraíso y no seamos capaces de comprenderlo?, ¿será que es justamente esta imposibilidad lo que constituye nuestra desgracia, nuestra condena eterna también?, ¿será que la capacidad de intuirlo a través de la Poesía constituye el único antídoto contra el Odio, contra la Maldad y contra el Sufrimiento?, ¿será que estamos sumergidos en los dos al mismo tiempo?, ¿será que pendulamos entre el uno y el otro según el antojo de normas secretas?, ¿será que el uno le da sentido al otro, y que para poder habitar en el uno hay que mirar fijo y de frente al otro?  Difícil decir. Muy complicado. Lo que sí es medular es que por lo menos queda claro que ya no tenemos ni la más paupérrima idea de dónde estamos parados, de lo que se colige, naturalmente, que tampoco sabemos cuándo mismo estamos parados. Y esto sí que me parece bueno y saludable; la mar. Que no sepamos. Que nos veamos forzados a dudar; que finalmente nos veamos forzados a creer.

Portada del libro Edén y Eva, de Huilo Ruales. Esta novela es la primera de la trilogía “Los Kitos Infiernos”.

Además en la historia hay otras cosas, cosas confusas que se van revelando en su momento y con tranquilidad; cosas cursis, heroicas y crueles que tienen mucho de tragicomedia lógicamente devenida en melodrama a lo largo de los siglos, en particular de nuestro melodrama latinoamericano mestizo y barroco barroso; cosas que detonan y vuelan por los aires ese mismo melodrama barroco y barroso latinoamericano; y así tiene muchas cosas más, pero hay una en particular que para esta ocasión me parece relevante, y esa otra cosa que tiene es una historia de amor, y como se sabe para que haya una historia de amor, tiene que haber también enredada y dolorosa, una historia de sanación: porque aunque Eva la poeta esté lastimada y enferma, su corazón es una multitud de pueblos en pie de guerra levantando la bandera de la dignidad, desenterrando tras sus cuellos flechas de electricidad envenenadas de locura y apuntando; porque aunque Eva esté perdida, recorriendo desnuda y sangrante el contorno del abismo, no hay nada en este mundo, ni en este mundo ni en cualquier otro, que pueda triturarle los fusibles del amor. Y ese amor cada vez es más fuerte. Cada vez inspira más confianza.  

Recitando de memoria a otro poeta traducido a su vez por otro poeta, la Eva podría rezar: como Adán al amanecer, salgo de la enramada fortalecido por el descanso nocturno, mírenme cuando paso, escuchen mi voz, acérquense, tóquenme, apliquen la palma de su mano a mi cuerpo cuando paso; no tengan miedo de mi cuerpo.

O como dice la misma Eva la poeta una mañana de revelaciones al son de un chuchaqui sinfónico, dice la poeta loca: “Lluvia y lluvia, esa es la maldición de esta ciudad”; y como el mundo mismo lo sabe, lluvia y poesía descienden juntas de la mano. Entonces, efectivamente, como bien dice la poeta loca: lluvia y poesía son la maldición que ha bendecido siempre esta, nuestra muy doble ciudad. Y la obra de Huilo Ruales Hualca, se ha constituido en parte insobornable, leal e insustituible de esa maldición.

Salud.

Y que así sea.

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