La cotidianidad y la euforia de la vida
Son las dos de la tarde y la espinosa lluvia de febrero se acumula en los cielos. Con el último parpadeo de luz, el escritor Julio Pazos nos recibe en su casa, donde también funciona su restaurante ‘El Ajicero’, ubicado en la planta baja de su hogar.
Acaba de regresar del funeral de Renán Flores Jaramillo, director de la Academia Ecuatoriana de la Lengua (AEL), institución a la cual Julio fue incorporado como miembro de número hace una semana.
Julio Pazos Barrera nació en Baños, de la provincia de Tungurahua, en 1944. Autor de una vasta producción literaria que lo sitúa como una de las figuras más destacadas y consultadas de la lírica ecuatoriana contemporánea, ha sido reconocido con varios premios nacionales e internacionales, de los que destacan el Aurelio Espinosa Pólit en 1979, el Premio Casa de las Américas otorgado en 1982 en la isla de Cuba por su colección de poemas “Levantamiento del país con textos libres”, el Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade por “Mujeres” en 1988 y en 2010 recibió el Premio Nacional Eugenio Espejo en actividades literarias.
Además de ser un incansable escritor y lector –la biblioteca donde tuvimos la entrevista está congestionada de libros antiguos y el último texto que leyó fue de Mo Yan-, Julio ha trabajado como profesor de literatura en la Universidad Católica, de la cual fue alumno y ha sido invitado a varios centros académicos en el extranjero para dictar cursos de narrativa hispanoamericana.
Su relación con la literatura está íntimamente trastocada con su pasión por la cocina. De los aromas, historia y texturas de los alimentos se nutre parte de su trabajo poético.
El aporte fundamental de la escritura de Julio Pazos en la crítica y creación literaria ecuatoriana, para Susana Cordero, subdirectora de la AEL y quien fue la encargada de entregarle la medalla de incorporación a la academia, es que logró devolver el “valor a lo popular: su aprecio de lo cotidiano, de las pequeñas historias insignificantes para tantos, cuya esencia él sabe encontrar. Parece que hubiese nacido con una vocación particular por dar valor a las cosas; en Julio el Ecuador pequeño, oculto, el de la vida cotidiana, tiene un espejo excepcional, y la patria se ha revalorizado en sus poemas, lo cual no excluye que otros grandes poetas ecuatorianos hayan aportado significativamente a nuestro conocimiento de nosotros mismos”.
¿Qué te significó haber sido incorporado como miembro de número a la AEL, que es la segunda de las academias americanas establecida en Quito en 1874, y por cuyos sillones han pasado presidentes y vicepresidentes de la República, reconocidos escritores, lingüistas, cardenales y arzobispos?
Cuando uno es joven, nunca piensa que en el futuro va a ser parte de algún organismo o institución. Yo he trabajado desde de la creación e investigación literaria sin aspirar a reconocimientos, pero con el tiempo, estos vienen. Entonces, qué puede quedarle a uno sino el agradecimiento a la AEL que me invitó a formar parte de su institución, precisamente por la creación poética que he hecho durante varios años. Más que hacerme un reconocimiento personal, es un reconocimiento a la poesía lírica, que me parece justo en ese sentido. La poesía lírica es ese arte, como dicen en la India, que está en la parte más alta de la cabeza, para indicar la complejidad del tratamiento de la lengua muy especial que llamamos poesía lírica.
Además, recibí este reconocimiento con temor, porque en la AEL siempre están lingüistas, lexicógrafos con mucho conocimiento y erudición y, por cierto, ese es el espacio donde se desarrolla la reflexión sobre el medio de comunicación que es la lengua, desde los niveles más generales de la lexicografía hasta las producciones más sofisticadas: la lírica, la narrativa, el arte literario en general.
En la ceremonia de incorporación presentaste la disertación “Poesía lírica del Ecuador: Tiempo-Espacio”, que te ha llevado a investigar la tradición poética ecuatoriana de los últimos sesenta años, para señalar que desde los cincuenta, emerge una producción de lo que podría denominarse poesía contemporánea, que se inició con el género lírico y con dos importantes poetas: César Dávila Andrade y Jorge Enrique Adoum, ¿ bajo qué referentes estéticos surgen estos autores?
Las referencias a los autores que cité eran estrictamente subjetivas. En las historias de la literatura del Ecuador, la que hace la Corporación Editora Nacional, la Universidad Andina Simón Bolívar y en los trabajos de Hernán Rodríguez Castello, siempre hay una tendencia, una actitud para agrupar a los autores de acuerdo a sus edades y a los estilos de sus obras, pero no sólo es un fenómeno ecuatoriano. Hay diversos métodos para organizar la producción artística, como el generacional que ha hecho el historiador y literato Juan Valdano.
Por otra parte, la metodología de las generaciones empieza en España con Ortega y Gasset y en América con el profesor Juan José Arrobo, que es un cubano de los años setenta que hizo el esquema generacional de las letras hispanoamericanas y ahí se ensaya el método de los treinta años.
Agustín Cueva, por su lado, parte de la sociología y la política, juzga y analiza las reglas de los autores ecuatorianos de acuerdo a la situación económica de la población y de la lucha de clases. Vista así la literatura en cualquiera de los métodos, siempre se va a mostrar un tipo de organización escritural que no tiene que ver solo con los textos literarios sino con la sociedad.
Cuando pensamos qué es la literatura y, especialmente, la poesía lírica, uno siempre encuentra que en la creación artística hay una especie de almendra o semilla donde está presente la vida de la sociedad, y en todas las producciones siempre habrá ese núcleo que no suele ser muy novedoso, pero que desde la reflexión teórica está tomada por los sociólogos y antropólogos.
Los artistas de la palabra, en este caso los narradores, no generan discursos novedosos o ideológicos como lo hicieron Marx, Marcuse u otros autores que se dedican a eso, inclusive los filósofos hacen discursos de la estética. Los artistas no, ellos atienden a la expresión y por eso es un arte. Sin embargo, no pueden dar la espalda a esa realidad que está como núcleo de la sociedad, sin que esto signifique que van a producir un discurso político.
En la primera mitad del siglo XX, dado el auge del discurso marxista y de su realización concreta en el comunismo, se pensó que la literatura era, o podía ser, un medio para difundir ideas políticas, que es la literatura de cartel. Eso pasó, y ya en la segunda mitad del siglo XX, para autores, poetas y narradores, imperó la idea de que la obra literaria es, ante todo, un trabajo artístico con la lengua, y los mensajes que esta comunica van más allá de las ideas fríamente expuestas sobre cuestiones políticas.
En este sentido, yo he dicho en mí trabajo que he tomado en cuenta a esa pequeña parcela de escritores que hay en la poesía lírica y que tienen que ver con la realidad del país desde la perspectiva del tiempo y el espacio. Me motivo aquello porque hay una tendencia en diversas personas o pensadores del país a hacer negaciones. Se puede leer que Ecuador es un territorio que tiene mala suerte desde su nombre, al ponerle el de una línea imaginaria, como lo señalaba Jorge Enrique Adoum.
El nombre de un país no es fundamental pero sí importante, porque no es un espacio en abstracto. Somos sociedades, grupos humanos, culturas diversas que no las podemos negar. Otros piensan que como la democracia no es muy efectiva no hay país, tampoco me parece ese pensamiento, es un discurso que lleva las cosas a un solo ángulo de análisis.
Yo pensé que en mi disertación de incorporación a la AEL había que indicar este dato, y tomé un verso de Adoum para decir lo que la poesía lírica dice directa e indirectamente: si tenemos algún pasado, lo tenemos de hace 10 mil años, como cualquier país europeo o asiático, otros tendrán más años, pero 10 mil no es ningún pelo de cochino.
Tu poesía, y en especial la que está en el libro “Levantamiento del país con textos libres”, es un intento de mirar esa historia de diez mil años, pero algo que destaca en cada verso es la recurrencia a la vida cotidiana y a la memoria y, a partir de esos elementos, invocar el recuerdo de los pueblos y las tradiciones, ¿tu poesía entonces, tendría la intención de narrar la historia?
El trasfondo de todos los textos del libro que señala, es la gente que yo conocí en la vida cotidiana. Vengo de un pequeño pueblo que es un santuario (Baños de Agua Santa) y ahí recibía la visita en diversas fechas del año de varias comunidades indias del Ecuador. Uno veía indios de Zuleta, de Salasaca y en otras épocas, eran los indios de Chimborazo. En mí ficción de niño siempre estuve viendo ese colorido, esos pueblos que iban para los baños rituales y para las plegarias a la virgen, con danzantes y música. Mi infancia fueron sonidos de tambores y pirotecnia.
Deje de relacionar, inconscientemente, la poesía lírica de los clásicos europeos y de los nuestros también, pues sus materias son de su tiempo. Entonces, por qué no escribir sobre lo que vivía, eso me entusiasmaba: los alimentos, los oficios, que además tengo un libro con el mismo nombre. He escrito sobre los artistas coloniales, sobre las esculturas de Valdivia.
La vida cotidiana se transforma en el mensaje que por alguna razón misteriosa toca a los demás. Digo misteriosa porque no sabría explicar de modo puntual cómo el texto que tiene un valor especial para uno, toma un valor emocional para otros. Me he encontrado con personas que han aprendido de memoria las líneas que he escrito y me han dicho de forma emotiva que son sus experiencias. Yo no las he aprendido.
Sin proponérmelo de manera radical, encuentro que todo lo que he escrito es sobre la población de mi país, que no son los ejecutivos de Quito, ni los banqueros, ni siquiera de la oligarquía. No, mi poesía no está escrita para eso, no van a encontrar esos lectores, si es que me leyeran, algo que les identifique con su país, porque generalmente sueñan en Europa, Miami o París. La oligarquía guayaquileña es como un trasplante de Miami acá, en otros tiempos, en el siglo XIX, la oligarquía serrana soñaba con Francia y se iba a allá. No tengo nada contra esas culturas, pues me interesa saber más de mi tierra.
En este sentido, ¿tu poesía es intento por representar los aspectos de la vida íntima popular de la gente, a partir de temas cotidianos como los oficios, los ritos funerarios, pero sobre todo, mediante los alimentos?
Una crítica de origen argentina y que vivía en Cuba comentó algo que no me había dado cuenta. En algún texto he dicho que la alimentación es parte de la transformación del ser humano. Para esto, les cuento un antecedente. Hay un pueblo en la provincia de Chimborazo que se llama Bayushig y queda junto al cantón Penipe, que está al pie de una montaña. Entonces, uno la sube y llega a Bayushig, una parroquia de pocas casas.
Esa zona es famosa por la producción de manzanas Emilias, que son bellísimas, pero no provienen de Ecuador. Un señor de Píllaro llamado Víctor Emilio Terán, y por eso se llama Emilia, fue a Francia y trajo una variedad de semilla que la sembró en la localidad y se modificó en esta maravilla de manzana.
Yo observé un día los huertos de manzanos, y me llamó la atención que ahí, en ese monte, estaba el cementerio de la localidad. Quizás sin mucho esfuerzo uno dice: por qué las manzanas son tan grandes, tal vez sea de los componentes de los cuerpos humanos.
Esta continua transformación del ser humano en minerales, y de los minerales en frutos fue un elemento que la investigadora argentina Basilia Papastamatíu detectó en el ámbito interno de mi libro.
La identificación con un mundo local, el uso de términos propios de nuestras lenguas y geografías, las costumbres, la comida funeraria, son parte de la vida diaria de nuestro país. Por ejemplo, cuando una persona muere, la gente va al velorio en su casa y la familia ofrece comida, colada morada, fritada, mote o lo que sea… Este no es el tema de mis textos, más bien, es la experiencia, una experiencia eufórica de la existencia, no un constante lagrimeo o una furia por no ser español, o indio o lo que sea. La experiencia es la vida, la felicidad, la euforia de vivir, sin ningún componente de ninguna otra cosa, es decir, quiero ser lo que soy y como soy.
OBRAS
Entre las obras que componen el universo literario de Julio Pazos están: “Plegaria azul” (1963), “Prendas tan queridas las palabras entregadas al vuelo” (1974), “La ciudad de las visiones” (1980), “Contienda entre la vida y la muerte o Personajes volando en un lienzo” (1985), “Días de pesares y delirios” ( 2001). Además, consta en las antologías: Lírica ecuatoriana contemporánea (1979), Palabras y contrastes: antología de la nueva poesía ecuatoriana (1984), Cinco poetas de los 70 (1987), La palabra perdurable(1991), entre otros.