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José Martí y la Generación del Centenario

José Martí y la Generación del Centenario
20 de enero de 2013 - 00:00

Armando Hart Dávalos

Al dar a conocer a los cubanos y al mundo las bases programáticas de la guerra “necesaria, humanitaria y breve” por la independencia de Cuba frente a España, que se había iniciado el 24 de febrero de 1895, José Martí señaló, en las primeras líneas del Manifiesto de Montecristi, que la nueva contienda que se iniciaba era la continuación de la que convocara, en 1868, Carlos Manuel de Céspedes. En la conmemoración del centenario de aquella primera gesta por la libertad de Cuba, en 1968, Fidel Castro proclamó que la Revolución triunfante el 1 de enero de 1959 formaba parte inseparable de las luchas iniciadas un siglo antes estableciendo un nexo de continuidad entre aquellas y esta. Ya en 1953, en el juicio que se le seguía por el asalto al Cuartel Moncada, el propio Fidel Castro había exaltado la figura de José Martí como autor intelectual de aquella acción armada contra la dictadura impuesta un año antes por Fulgencio Batista. Al hacerlo, subrayaba la continuidad histórica de la única revolución que ha existido en nuestro país, la iniciada el 10 de octubre de 1868 con la proclamación de independencia del país por Carlos Manuel de Céspedes, continuada el 24 de febrero de 1895 con la guerra organizada e inspirada por Martí y reiniciada por Fidel con la heroica gesta del Moncada en 1953. 

Fidel situó la acción del cuartel Moncada como un nuevo eslabón de la lucha por la independencia radical de Cuba. En su trascendental defensa ante el Tribunal de Urgencia, conocida después como “La historia me absolverá”, reivindicó el ideal de independencia o muerte de nuestros mambises y sentó las bases para la consigna que la Generación del Centenario exaltaría en primer plano: “Libertad o muerte”.

Meses después, Fidel proclamó que en 1956 seríamos libres o mártires. Esto nos condujo a la victoria del 1 de enero de 1959 y posteriormente a la proclamación del carácter socialista de la Revolución el 16 de abril de 1961.

¿Pero quién fue aquel hombre excepcional que medio siglo después de su muerte seguía inspirando la acción de los revolucionarios cubanos, que fue capaz de organizar y convocar una guerra contra España en las postrimerías del siglo XIX y señalar al propio tiempo los peligros que para la independencia de Cuba representaban los apetitos imperiales de Estados Unidos?

José Martí enriqueció y elevó a planos universales superiores con sentido de continuidad el patrimonio cultural cubano que había asumido siempre en sus formas más puras las tradiciones éticas cristianas y la modernidad europea sin ponerlas en antagonismo. En su pensamiento están presentes algunos elementos clave que queremos destacar: utilidad de la virtud, equilibrio del mundo, formas cultas de hacer política, educación y solidaridad.

La utilidad de la virtud es, en esencia, el tema de la ética tratado durante milenios y precisamente las religiones han sido las que más se han ocupado de él. Por ello he afirmado que la importancia de la ética para los seres humanos, la necesidad de ella, se confirma por la propia existencia de las religiones, donde ha ocupado un lugar preeminente. Su valor y significación son válidos tanto para creyentes como para no creyentes. Los creyentes derivan sus principios del dictado divino; los no creyentes podemos y debemos atribuírselos, en definitiva, a las necesidades de la vida material, de la convivencia entre seres humanos.

La clave se halla en que en nuestro país, como ya señalamos, desde la forja del pensamiento científico e incluso religioso, no se situó la creencia en Dios en antagonismo con la ciencia, se dejó la cuestión de Dios para una decisión de conciencia individual. Ello facilitó al pensamiento cristiano y su fundamentación ética y a las ideas científicas una articulación de extraordinarios resultados en la historia de las ideas cubanas.

La ética martiana establece una relación íntima entre inteligencia, bondad y felicidad. Para él no hay felicidad mayor que la de hacer un bien a los demás. Del mismo modo, la maldad conduce inevitablemente a la infelicidad. Tanto en “La Edad de Oro” como en otros documentos del Apóstol se tiende a establecer esa vinculación. Estas ideas se relacionan también con aquello planteado por Fidel acerca de que el gran potencial que tiene el hombre hacia el futuro es la parte del cerebro, de la capacidad intelectual que tenemos y no utilizamos. ¿Y cómo utilizarla más? Diríamos, como Martí, que se puede utilizar más si se logra vincular la inteligencia con el amor.

Otro elemento importante en Martí es lo que él llamó el equilibrio del mundo. Resultó profético el mensaje que nos dejó en su carta inconclusa a Manuel Mercado, en vísperas de su muerte. Para el Apóstol, la guerra de independencia de Cuba se hace para evitar que Estados Unidos se apodere de las Antillas, caiga con esa fuerza más sobre las tierras de América y ponga en peligro el equilibrio del mundo. En su concepción, el mensaje incluye al pueblo norteamericano porque Martí también afirmó en otro documento que aquella guerra se hacía para salvar el honor de la gran república del Norte, que en el desarrollo de su territorio obtendrá más segura grandeza que en el oficio inhumano de apoderarse de sus vecinos menores, o en la guerra que tendrá que echar contra el mundo, coaligado contra su ambición.

La fórmula martiana concebía, asimismo, salvar el honor de Estados Unidos. De aquí la importancia del mensaje martiano para establecer un diálogo con el pueblo norteamericano acerca de los peligros que amenazan la existencia del género humano en nuestro planeta.

La idea del equilibrio es, pues, una de las claves esenciales del pensamiento martiano, como toda su cosmovisión fundada en la integridad de los diversos órdenes de la realidad, procede de su concepción del equilibrio en cuanto ley matriz esencial que rige tanto para la naturaleza como el espíritu, así como para el arte, la ciencia, la economía, las relaciones sociales y la política, y cómo solo es posible alcanzar esta síntesis a escala social con una cultura volcada hacia la acción. José Martí la llevó al terreno de la educación y la política práctica.

El rasgo esencial de estas concepciones es superar el “divide y vencerás” de la vieja tradición reaccionaria de Maquiavelo y aun de antes, de la época de Roma, y asumir el principio “unir para vencer”. Y hoy lo que ocurre es que el principio de “divide y vencerás” ha perdido eficacia práctica. La tuvo en el pasado para los intereses explotadores, pero ahora los problemas que afronta la humanidad tienen un alcance global y es preciso unir voluntades para encarar su solución.

Desde una aspiración revolucionaria, para hacer una política guiada por la idea de unir para vencer, hay que orientarse por un pensamiento universal y defender los intereses de todos los individuos por igual. Hay quienes hablan de defensa de los derechos humanos, democracia, respeto a la individualidad, pero en realidad están defendiendo los derechos de unos cuantos. Los ideólogos burgueses exaltan el concepto del individualismo, pero no tienen en cuenta los millones y millones de individuos que carecen de esos derechos.

Como dije en cierta ocasión a un amigo francés, nosotros asumimos la consigna: libertad, igualdad y fraternidad, pero para todo el mundo. Incluye, desde luego, a vietnamitas, chinos, iraquíes, afganos, neoyorquinos, a los que nacen en cualquier lugar de Estados Unidos, a los que nacen en América Latina, en Cuba, en cualquier parte. Como dijo Martí: (...) dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos.

Resumiendo lo expuesto sobre las concepciones martianas, podemos subrayar la importancia de estos principios: la utilidad de la virtud, el equilibrio del mundo y de la cultura de hacer política y la facultad humana de asociarse. Pienso que debíamos profundizar en su estudio.

Todos estos elementos los heredó también la Generación del Centenario, y los recibió por medio de la ética martiana. Hoy ella es más necesaria que nunca antes porque lo que está en juego no es solo un país o una clase social. Está en juego la existencia misma de la especie humana.

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