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Ecuador, 21 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Especial

Jorge Enrique Adoum: la palabra como testimonio

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El último trueno resuena y los rayos zigzaguean como culebras de neón —brindan un poco de claridad, pues la bruma pone sitio a la capital. Ya en las Torres de la Colón, por fin arribamos a la casa de Jorgenrique Adoum (Ambato, 1926), entre libros, cuadros y discos. Nos abre una sonriente Nicole, que deposita sobre la mesa otra taza de café y un platillo con galletas. Jorgenrique ha terminado de comer y procede al dulce. “Hoy día no hay paisaje”, se lamenta y cruza con la mirada el cristal de su balcón: la garúa arrecia y la neblina encapota el cielo quiteño. Abril parecería ser el mes más cruel, pero no, junio lo es, justo cuando visitamos a Jorgenrique, un mes antes de que muriera. A pesar de que insiste en que lo tuteemos, dudamos al principio…

 

¿Qué hizo caer a Jorgenrique Adoum en cuenta que su camino era la escritura?

Remontándonos hasta la prehistoria habría que iniciar por la bibliofagia incurable que comenzó en la escuela: me leía íntegros los textos de Historia e Historia Sagrada sin limitarme a las páginas relativas a la clase del día. En el colegio ya fueron las grandes novelas europeas y norteamericanas que ni siquiera eran. Cuando llegué a los autores ecuatorianos tuve la idea —tonta, absurda, culpable de lo que soy y sigo siendo— de que escribir era más fácil de lo que creía: tal vez porque la acción sucedía en Guayaquil, en Quito o cerca de esas ciudades y no en Londres, París o San Petersburgo, o porque parecía que podíamos encontrarnos con algunos personajes al salir a la calle. En el colegio había concursos de cuento y poesía, tuve profesores que me estimularon a que participara y varias veces gané más de un premio. Seguí escribiendo, casi como un delito. En Chile fui amigo de sus escritores más notables, y así llegue a publicar algunos textos. Ya en la universidad, mi padre insistía en que me graduara de médico, abogado o ingeniero, porque así “tendría un título”, pero yo aspiraba, más bien, al de escritor. Mi primer libro, Ecuador amargo, data de 1949. Tenía ya 23 años.

 

¿Sigue siendo válido en el siglo XXI encarar políticamente la literatura?

Creo que precisamente en este siglo ese criterio es más válido que nunca. Tenemos una experiencia más clara de la ideología y la utopía. La literatura es —hoy lo sabemos — expresión del universo interior de un individuo y también de otros. Suele calificarse de “política” solo la adhesión a determinado compromiso o ideología. Pero desde la primera infancia estamos formados por el hogar, la escuela, la iglesia, el cuartel, el poder… Uno puede desdeñarlos una vez que los ha conocido. Pero estar conforme con el sistema que ellos representan, tolerarlo, defenderlo, es también una actitud política. Y de todo eso está hecha la literatura.

 

...Jorgenrique aguaita su taza de café, ya casi vacía. A su izquierda, y como en una especie de rito por iniciarse, aguarda un cigarro. Lo enciende y la minúscula candela se apodera de su atención. Su rostro de repente se oculta tras una cortina azulina que asciende ritmada. Apaga el equipo de sonido y se aclara la voz, que nos llega como un eco grave y modulado...

 

¿Tiene manías a la hora de escribir?

Sí, solamente que yo las llamo disciplina. Nunca escribo a mano, pero no me acostumbro a la laptop. Incluso cuando hace mucho debía tomar notas, pasaba lo más pronto posible los caracteres de taquigrafía del cuaderno a máquina. Escucho boleros, tangos y jazz clásico (aquel de médula popular); aunque me he apartado de la música cantada, salvo los coros de música clásica. Soy un animal nocturno, porque tengo los horarios cambiados: veo películas hasta avanzada la noche, escribo y corrijo hasta las dos de la mañana y leo hasta las cinco más o menos.

 

¿Qué representa la crítica latinoamericana? ¿Cree en su papel en nuestro medio?

Hablamos de crítica literaria, ¿verdad? Excluyamos los casos primeros en que uno piensa, como Martí, Montalvo, Sarmiento e, incluso, Alfonso Reyes, que ya han sido juzgados no solo por sus lectores sino también por la historia. Fueron y son ejemplo en esta materia: sabían de lo que hablaban. Igual que Volodia Teitelboim, Carlos Fuentes, Ángel Rama, Roberto Fernández Retamar, Emir Rodríguez Monegal, algunos de ellos integrantes de lo que se llamó “la nueva crítica”. Su conocimiento vasto y profundo de la literatura les ha permitido situar una obra en un contexto literario, histórico o geográfico. ¿’En nuestro medio’? Algunos —Isaac Barrera, Augusto Arias, Alejandro Carrión, Hernán Rodríguez Castelo, Marco Antonio Rodríguez, Abdón Ubidia, Cecilia Ansaldo— comprendieron la crítica en la que, hasta entonces, parecían primar el ‘gusto’ personal, el compromiso o la antipatía. La presentación o ‘lanzamiento’ de libros, que debería ser una ocasión para ejercer la crítica, constituye siempre un elogio, a veces desmedido, al autor. La sección de ‘crítica’ de los periódicos consiste, por lo general, en una nota breve o en un artículo, ambos en su mayor parte integrados por la cita de otro comentarista. Uno de los problemas aparentemente insolubles es la falta de lectores de ensayo, más grave aun, si cabe, que la soledad de la poesía…

            

¿Cumplieron sus iniciales poemarios (Ecuador amargo, Los cuadernos de la tierra) un papel de ficcionalización de la historia?

‘Cumplir un papel’ supone una obligación innata o adquirida y, en el caso de esos libros, no me propuse eso sino una evocación de nuestros dolores y victorias con el afán de contribuir a la reafirmación de nuestra identidad.

 

¿Es la traducción un momento que permite afinar el oído al creador de poesía?

El traductor es, o debe ser, un creador. Hablo de la hazaña que constituye pretender trasladar a otra lengua un texto para el cual el autor anduvo buscando los secretos del lenguaje —las palabras y las sílabas— para someterse a su dictado o rebelarse contra él.

 

...Toma, en actitud meditativa, su frente con la palma diestra; y luego cae en cuenta  que la candela de su cigarro se ha apagado. Toma su encendedor y aplica la llama hasta lograr nuevamente su cortina de humo..

 

¿Cree que traducir ayuda a caer en cuenta  la precisión de las palabras?

Sí, pero entendiendo que la precisión no atañe solamente al significado de las palabras sino al sitio que cada una de ellas ocupa en el texto, a su sonoridad, a su contenido que no figura en el diccionario, incluso a su grafía. Entonces, ¿cuántas traducciones de ese nivel  conocemos?

 

¿Cuánto se ha enriquecido su visión del Ecuador —en sus años en el extranjero— desde esa perspectiva lejana?

Supongo que lo más importante fue la confirmación del error que cometemos en nuestra valoración del arte. Veinticuatro años en Europa fue tiempo suficiente para advertir que, comparativamente, algunos de nuestros escritores y artistas tienen mérito suficiente para situarlos al mismo nivel, o a uno más alto, que a ciertos europeos.

 

¿Qué contribución a su lírica provocó el largo período fuera del Ecuador?

Una visión más amplia del país y de la poesía. Seguí teniendo, a cada paso, al ecuatoriano que llevo dentro y entre ambos decidimos experimentar formas y técnicas, ir por los vericuetos de la lengua a buscar los secretos del lenguaje y aplicarlos al tratamiento de otros temas de otras culturas Estuve en Suiza, Egipto, India, Japón, Israel y, algunos años, en China y en Francia.

 

¿Asumir el género narrativo (Entre Marx y una mujer desnuda, Ciudad sin ángel) significó pura necesidad expresiva?

Sí, eran temas que no podían ser tratados en otro género literario. Y, en el caso de Entre Marx…, el afán de encontrar otro modo de contar y de sacar a la luz el diverso tipo de problemas que pueden integrar la conciencia de un personaje.

 

¿Qué pretenden los Prepoemas en postespañol?

Son, precisamente, resultado de las búsquedas señaladas a propósito del tiempo que estuve fuera del país.

 

¿Qué les ha faltado a los escritores nacionales para su proyección continental?

Ante todo, el hecho de que Ecuador constituye un pedestal muy bajo, cualquiera que sea la estatura poética del autor: Si César Dávila Andrade, por citar solo a uno, hubiera sido mexicano, argentino o brasileño, habría sido conocido en América e incluso traducido. Tal es también el caso de otros, por ejemplo Gonzalo Escudero —que logró una lengua más castiza que la de muchos españoles— y, por sus búsquedas y hallazgos, Hugo Mayo —de quien Benjamín Carrión dijo acertadamente que “su generación fue él”—. Y el hecho de que Jorge Carrera Andrade constituya, en cierto modo, una excepción, se debe en parte a sus permanentes viajes por el mundo como Embajador del Ecuador, con lo cual resultó ser también embajador de la poesía.

 

¿Cómo ve la profusión de homenajes que le han rendido en los últimos años?

No creo que algunos actos de presentación de libros ante un público numeroso, afortunadamente integrado por muchos jóvenes, ni la concesión de algunas condecoraciones y diplomas, que me honran y agradezco, puedan considerarse como homenajes.

 

Vuelve, maestro, al viejo continente en mayo de 2009. ¿Qué expectativas tiene de dicho viaje?

Espero, ante todo,  que la Semana del Ecuador en Madrid, a la que voy, tenga éxito. En cuanto al ‘viejo continente’, quisiera haberme equivocado al suponer, por repetidas visitas, que está en peores condiciones que cuando lo dejé.

 

¿Cuál cree que es la función del intelectual a estas alturas?

La misma que ha tenido siempre: tratar de ser portavoz de los ideales y reclamos de su gente ante las injusticias del sistema y, en el caso de la poesía, como decía Mallarmé, “lavar el lenguaje de la tribu”.

 

¿Qué trascenderá de nuestras letras y mantendrá su fuerza y actualidad en el futuro?

La concepción de la responsabilidad del escritor de expresar la realidad o de inventarla para cambiarla.

 

Si pudiera calificar los tiempos actuales, ¿cómo se referiría a ellos?

Para bien o para mal, como tiempos de transición.

 

¿Qué le ha dejado el oficio?

Una pasión inclemente por el lenguaje y el pesar de no haber logrado nunca lo que me proponía.

 

¿En qué regiones del lenguaje incursiona la palabra lírica?

En todas, incluso en las que no existían antes de él.

 

Si redactara su particular versión de Cartas a un joven poeta, ¿en qué sentido lo haría?

En el de recordar que existe una historia de la poesía, que se hereda de los viejos maestros, y hay que continuarla tratando de expresar la visión del universo que tiene cada generación.

 

...La poca de luz natural que hubo tras la duda de la neblina se ha ido del todo. Jorgenrique sube a la planta superior por un libro y baja atenazando el ejemplar con ambas manos. El Pichincha, a un tiro de piedra, es un enorme bloque de sombra que la niebla pone en cintura...

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