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Huellas de Alejo Carpentier en Venezuela

Huellas de Alejo Carpentier en Venezuela
30 de mayo de 2016 - 00:00 - David Corcho Hernández. Prensa Latina

Venezuela ocupa en la vida y la obra de Alejo Carpentier un lugar privilegiado, a la par de otras dos naciones, Francia y Cuba, en las que vivió durante muchos años el más importante narrador cubano de todos los tiempos. Casi todos los críticos que se ocuparon de este antillano universal —algunos tan importantes como Harold Bloom, Roberto González Echevarría y Emma Speratti-Piñero—, advirtieron hasta qué punto la estancia en Venezuela transformó su modo de entender la historia y la cultura latinoamericanas.

Al contrario de lo que dijo en entrevistas y testimonios hacia el final de su vida, más que la curiosidad intelectual, lo movió el interés económico para emprender el viaje a Caracas junto a su esposa, Lilia, en 1945.

Según González Echevarría, en su libro Alejo Carpentier: El peregrino en su patria, Carlos Eduardo Frías, amigo venezolano de los años parisinos, le ofreció formar parte de Publicidad Ars, una agencia publicitaria muy poderosa en la Venezuela de la década de 1950, que comenzaba a experimentar un inusitado desarrollo económico gracias a las ventas petroleras.

De 1945 a 1959, tiempo de su estancia en el país suramericano, el escritor disfrutó de una vida acomodada —un amplio y bien amueblado apartamento, un auto Studebaker que manejaba su esposa, trajes de lujo—, gracias a su olfato para el negocio del marketing, su experiencia en la radio adquirida en París, y sus colaboraciones en la prensa escrita.

Letra y Solfa

Solo en el diario El Nacional, donde poseía una columna, Letra y Solfa, Carpentier publicó no menos de dos mil artículos.

Asombra la habilidad de quien supo conjugar la astucia del hombre de negocios para procurarse sustento y el apetito casi insaciable del autodidacta para mantenerse siempre informado acerca de las últimas tendencias musicales, arquitectónicas, filosóficas y literarias.

Los artículos de Letra y Solfa son documentos inapreciables para recorrer las lecturas y preocupaciones de Carpentier, sin los que hoy sería más difícil comprender cómo pudo este escritor llegar a ser el hombre versado en casi cualquier tema de la cultura de su tiempo.

Al mismo tiempo, Carpentier tomó parte en la vida intelectual venezolana: junto con Arturo Uslar Pietri y Miguel Otero Silva, compuso el jurado para el premio de narrativa que concedió el diario El Nacional en 1952, y participó en los festivales de música latinoamericana de Caracas.

Además, desempeñó los oficios de conferencista, profesor universitario y organizador de festivales musicales auspiciados por la dictadura de Marcos Pérez Jiménez (1952-1958), un episodio que ha causado polémica entre sus biógrafos.

La intensidad de tales actividades no impidió que emprendiera viajes al interior del país, los que avivaron su inteligencia y fueron, como él mismo confesó en varias entrevistas, inspiración para componer una de sus mejores obras, Los pasos perdidos.

Podría decirse que Caracas fue para Carpentier la antesala de América, un continente que deseaba descubrir y descifrar y al que, si bien conocía gracias a sus abundantes lecturas, apenas pudo explorar antes de su llegada a Venezuela.

La naturaleza del país, la vida casi prehistórica de los hombres en la profundidad selvática, la coexistencia, dentro de las mismas fronteras, de villas coloniales y modernas urbanizaciones, maravillaron al escritor, acostumbrado a los esplendores de Europa.

Hacia 1947, en una navegación de veinte días, y haciendo escala en pequeñas poblaciones, llegó a Puerto Ayacucho, en el Alto Orinoco, y a San Carlos del Río Negro cerca de las vías fluviales que unen el Orinoco al Amazonas y al Brasil. Allí convivió con algunas de las más primitivas tribus americanas.

América es el único continente donde distintas edades coexisten, donde un hombre del siglo XX puede darse la mano con otro del Cuaternario, o existir contemporáneamente con otro de provincia más cerca del romanticismo de 1850 que de esta época, reveló el autor luego del viaje, según reproduce el escritor cubano César Leante en su libro Confesiones de un escritor barroco.

A la par de la naturaleza y el hombre, la vida urbana ocupa páginas de distinta importancia en su obra ensayística, narrativa y epistolar, a la vez que constituye escenario de andanzas y expediciones a viejos palacetes coloniales y edificios modernos.

Muestra especial interés por la súbita ampliación de la capital venezolana, que empieza a extenderse y agigantarse, como otras ciudades del continente beneficiadas por el descubrimiento de alguna materia prima de interés internacional, ya sea el caucho en Brasil, el cobre en Chile o el petróleo en Venezuela.

La crítica generalmente coincide en reconocer a la capital venezolana como el modelo de ciudad que inaugura el capítulo II de Los pasos perdidos, a pesar de ciertas diferencias evidentes, que son fruto de las licencias de la ficción narrativa.

Una ciudad de arquitectura mezclada, de palacios españoles y modernos rascacielos, aturdida por el repiqueteo de los martillos hidráulicos, el estruendo del tráfico y el gruñido de los buldóceres atacando la tierra con sus palas para dar paso a las carreteras, los edificios y las alcantarillas del Progreso.

Una ciudad —narra el autor en su última gran novela, La consagración de la primavera— invadida por banqueros, inversionistas, capataces, especuladores e ingenieros, toda la fauna de una sociedad en desarrollo, ansiosa de ganar dinero y de ascender al pináculo de la civilización por el camino del enriquecimiento o el engaño.

Obras del ciclo venezolano

En marzo de 1948, Carpentier había templado lo suficiente sus armas de escritor como para dar a la imprenta El reino de este mundo, su primera novela en 15 años, luego de que prefiriera condenar al olvido —felizmente, a juicio de todos los críticos— su obra de juventud: Ecué-Yamba-O! (¡Dios, loado seas!, en dialecto ñáñigo). El punto de partida de El reino de este mundo fue un viaje que Carpentier hizo a Haití, en 1943, con el actor Louis Jouvet, en el que visitó la Ciudadela La Ferriere, la Ciudad del Cabo, las ruinas de Sans-Souci y buena parte de los lugares donde ocurre la trama.

Aunque realizó el viaje aún viviendo en Cuba, la preparación de la novela ocupó, junto a la rutina del trabajo diario, sus primeros años en Caracas, durante los cuales asumió ese método de escritura e investigación típico de los grandes escribidores, hecho de mucha paciencia y rigor en la colecta de datos.

En uno de sus artículos para El Nacional, recopilados en la sección Letra y Solfa, comenta sobre su hábito de levantarse muy temprano para escribir un mínimo de dos cuartillas diarias, que al final del año se convertían en un manuscrito de considerables proporciones.

Mientras, leía decenas de libros, revistas, documentos antiguos, memorias de viajes, crónicas de piratas, testimonios, investigaciones científicas, de donde obtenía el conocimiento detallado de las épocas y lugares en que ambientaría sus obras.

Los pasos perdidos, la segunda novela del ciclo venezolano, apareció en 1953, y tuvo como fuente inspiradora el viaje que realizara en 1947 por los valles del interior y la selva amazónica.

La obra termina por ser una reflexión sobre los límites entre la civilización y la barbarie, sobre la historia latinoamericana, llena de descripciones y pasajes narrativos que la convierten en una de las novelas mejor escritas en lengua española, junto a su antecesora y la que terminaría unos años más tarde y publicaría estando en Cuba: El siglo de las luces.

Todas las facetas de la condición humana aparecen reflejadas en esa última novela: el amor y la amargura, el poderío de los déspotas y la esperanza de los pueblos, la ciudad europea y la jungla tropical, un universo monumental que esconde tras el derroche de erudición y maestría técnica, una investigación acuciosa de los albores de la modernidad.

Los estudiosos y lectores apasionados del escritor discrepan sobre cuál de estas tres ficciones constituye la más alta creación de Carpentier, sin embargo, en cada una el paisaje venezolano, sus primitivas aldeas atrapadas en la inmensidad de la selva, sus ciudades impúdicas y caóticas sirvieron de modelo al autor. Dos leyendas de la literatura, como Gabriel García Márquez y Julio Cortázar, consideraron que las obras del ciclo venezolano son suficientes para otorgarle a Alejo Carpentier un puesto en la cima de la narrativa en lengua española, a la altura de Juan Rulfo o Jorge Luis Borges.

Eterno aspirante al Nobel, tuvo la desdicha de morir el año en que la Academia Sueca decidió otorgarle el famoso reconocimiento; no obstante mereció, en 1979, el Premio Cervantes, la mayor distinción para los que escriben en español.

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