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El Telégrafo
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Hebe Uhart: la escritora astronauta

Hebe Uhart: la escritora astronauta
09 de diciembre de 2013 - 00:00

La tormenta se acabó y el paraguas ha estado días ahí, sobre el techo de zinc. La mujer, desde el balcón de su departamento en el barrio Almagro, ha visto que da vueltas, que va de arriba a abajo, que nadie ha podido o ha querido, retirarlo. El video de YouTube muestra que hay una mujer de 77 años que, además de (re)leer filosofía, enseñar literatura y latín, enamorarse de hombres desastrosos, fumar sin culpa, reírse de su desdicha quinceañera y perdonar el desamor de sus familiares, se ha dado el tiempo para observar —con una atención tierna — un paraguas olvidado sobre un techo de Buenos Aires. La mujer serena, la señora lúcida que desde el mismo balcón frunce el ceño arado por la edad al no encontrar en la calle a sus “perros amigos”, se llama Hebe, Hebe Uhart. Ella es, según muchos, la mejor escritora argentina.

Uhart ha publicado desde 1962, y mayoritariamente en editoriales independientes: 10 libros de cuentos (La luz de un nuevo día, El budín esponjoso, Del cielo a casa, Turistas…), dos novelas (Camilo asciende, Mudanzas), una nouvelle (Memorias de un pigmeo), una antología con sus relatos y dos compilaciones de crónicas de viaje (Viajera crónica y Visto y oído). Ha sido: invitada y premiada en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (Filba), comparada con Borges porque el narrador o la narradora de sus cuentos también es incierto; alabada por Fogwill, Kohan, Piglia, Gandolfo (quienes la han colocado en el mismo Olimpo de Clarice Lispector, Eudora Welty, Silvina Ocampo), perfilada por Leila Guerriero, leída —y rastreada con apetito— hace apenas unos cuantos años. Uhart, antes de la fama tardía aunque justa, fue: una adolescente tímida, joven caótica, maestra de Filosofía en escuelas pobres y en una universidad bonaerense, cronista de viajes envidiable pero low profile de El País Cultural (Uruguay), autora insospechada, conocida únicamente por escritores y editores arriesgados. Uhart ahora es la escritora astronauta que hurga y comprueba, de manera cínica y magnética, que existe —aunque a ratos parezca lo contrario— vida en la Tierra.

“Me interesa el lenguaje de la gente. Cuando hablamos decimos pavadas, cosas irrelevantes, rellenos, qué sé yo. Pero, de repente, de lo que te dice alguien te queda una frase. Y esa frase es la que vos vas a trabajar en el cuento”, explica Hebe Uhart (la voz tibia, el cabello corto, los párpados derretidos) en una entrevista para la Audiovideoteca de Buenos Aires. En sus cuentos, en su estilo, importa, sobre todo, qué dicen y cómo lo dicen sus personajes: “—Ahí estuviste bien —dijo, como si yo hiciera siempre todo mal y por casualidad me hubiera brotado una conducta potable”; “Violeta es ucraniana y quiero saber cosas de su país, pero nunca la saco de Oh, un poco diferente, pero todo como acá”; “Cambiaron los árboles; solo quedan los eucaliptos y hay otros nuevos, chiquitos, de un verde brasileño”. También interesa cómo se visten y cómo les afectan los espacios a esas personas peculiares: “¿Qué ropa vas a llevar? Como si la ropa encerrara alguna ilusión; yo ahorraba y después me iba a comprar una blusita”, “Era una mujer muy sensible a los lugares, creía que ejercen una influencia importante sobre las personas; se sintió inadecuada”.

Por esas oraciones y por escribir ‘casitas’, ‘vaquitas’, ‘blusita’ como si fuese una niña sorprendida que describe el mundo.  Por reflexiones como estas: “Ahí empecé a pensar en las personas como en animalitos que tienen ciertas costumbres y adivinarlas” o “En el espejo de la peluquería veo todas mis imperfecciones: ojos cansados que me dan una expresión de atontada; llevé un pulóver viejo para que no se manchara y con la luz de ese espejo veo que está realmente viejo; no lo veo como en casa. Ya que parezco tan mal, debo  ser simpática para compensar, debo demostrar que soy una persona razonable, sensata”. Por eso, y tal vez por su sentido del humor inseparable, la acusan de ser ingenua. “A mí me ubicaron, cosa que me da bronca, como una escritora naif. Porque naif lo veo un poco como la que se hace la nena, qué se yo. Es cierto que yo tengo la técnica de hacerme la estúpida, es cierto, es innegable. Y me funciona, me funcionó para hacer reportajes y todo eso. Pero no me gusta que me digan escritora naif”.

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Tampoco, al parecer, le gusta que la llamen escritora. En otra entrevista de 2011, hecha por el Ministerio de Educación de Argentina, cuenta con seriedad que cuando va a hoteles o lugares desconocidos nunca dice que es escritora, sino que es docente, su segunda ocupación y con la cual se ha ganado la vida.  Uhart dirige talleres literarios en Buenos Aires. Sus exasistentes —entre ellos la escritora peruana Katya Adaui y el chileno Diego Zúñiga— coinciden en que la enseñanza trascendental fue la humildad, la generosidad. “Las preguntas que se les suele hacer a un escritor sobre si escribe con lápiz de carpintero o con la computadora, si de noche o por la mañana, con rituales o sin ellos son inoperantes y revelan la idealización del escritor. ¿Por qué no preguntan a qué hora almuerza, o si va al baño una o dos veces por día, o si tiene los impuestos al día? Hay una más curiosa ¿Desde cuándo se siente escritor? Como si ser escritor fuera producto de una iluminación divina. Y si de algo estoy segura es que es mejor que el que escribe no se sienta escritor porque además de que tiene muchos otros roles (comprador, integrante de consorcio, etc.), inflar el rol conspira contra el producto obtenido, porque la vanidad aparta al que escribe de la atención necesaria para seguir a su personaje o situación”, declaró Uhart en marzo durante la inauguración de la Filba 2013.

La mujer ansiosa que sale contenta de la peluquería; el anciano exigente que pasa Navidad en una veterinaria junto a su gato enfermo; la boliviana, madre soltera, que busca trabajo en la capital argentina; un holandés curioso que viaja por Latinoamérica sin entender por completo las diferencias idiomáticas en cada país; las maestras frustradas, los campesinos sinceros… todos esos personajes que habitan el libro Del cielo a Casa (de)muestran, a su manera, que es mejor pasar desapercibido, aislarse de la manada, observar. Son humildes, reconocen sus ignorancias, pero también saben defenderse y pensar críticamente, aunque, no siempre, compartan sus opiniones en voz alta. “Hay que aprender —dice Uhart— a escuchar lo que no es uno, a moverse un poco entre otros sectores sociales. Estar limitado a tus pares es muy empobrecedor. Hay que saber ver el efecto de lo que se recibe en uno. Mirar más allá del lenguaje”. Mirar y oír. Esas son las habilidades que, según la autora, debe tener un escritor. Ella también ha optado por fijarse en los animales (su impavidez, su libertad), personajes constantes en su obra. De hecho, ha comentado que su otra vocación es la observación de monos.

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Hebe. Hebe Uhart. La autora modesta que a sus 15 años no leía porque estaba ocupada de su propia desdicha. La autora fetiche —en cuya lista de sus libros imprescindibles están los cuentos de Chéjov, Felisberto Hernández, Horacio Quiroga, los relatos y las novelas de Carson McCullers—, sabe, es consciente de que la escritura a veces es un placer, otras es un problema, siempre será un trabajo, una “rara artesanía”. Hebe. Hebe Uhart. La escritora con apariencia de maestra benévola, jubilada (que lo es) dice ser realista y basar sus personajes en gente conocida y en situaciones vividas. Para ella, además, la literatura no son los grandes temas (amor, libertad, muerte), son los detalles, los pliegues, las catástrofes domésticas, laborales, humanas, que pasan Un día cualquiera, como se titula su libro reciente, publicado por Alfaguara. 

Después de leer sus cuentos con finales abiertos, extraños, tristes, reales. Después de escucharla decir que despedirse bien de otro es lo más difícil. Después de saber que no quiere poseer más que sus dos departamentos, la jubilación, los talleres, y que la única convicción firme que tiene es tratar bien a los otros, su vida y obra alcanzan una coherencia matemática. Porque Hebe Uhart creció en Moreno, un suburbio de Buenos Aires que, hace muchos años atrás, era un campo donde ella miraba las vaquitas. No tuvo una buena relación con su madre sino hasta cuando fue anciana y se enfermó (al padre ni lo menciona), ni con sus parejas, quienes la dejaron. A los 15 años tampoco sabía qué quería ser porque cuando se lo preguntaron dijo: “Nada. Nada quiero. Nadie”, y la llevaron al psicólogo. Uhart  no fue — de hecho no ha querido ser— la esposa, la mamá de nadie. Se crió con una tía diagnosticada con esquizofrenia paranoide. Tuvo su época de borracheras, mala fama en las editoriales.  Su hermano mayor, que era sacerdote, murió en un accidente de tránsito. Quizá por todo ese magma, y por otros cataclismos, la mujer que no tiene mascotas ni autocompasión diga, sinceramente, esto: “No, no. Es demasiado peso. Es un peso demasiado grande. Es un peso que no quiero admitir. No quiero ser la mejor escritora argentina. Es un lugar en el que te quedás sola y yo no me quiero quedar sola”.

 

Bibliografía:

- Leila Guerriero, Plano Americano, Santiago de Chile, Ediciones Universidad Diego Portales, 2013.

- Hebe Uhart, Del cielo a casa, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2003.

 

 

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