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Francisco Proaño Arandi: “Dudo de que el asesino sea siempre el protagonista”

Foto: Santiago Aguirre
Foto: Santiago Aguirre
30 de junio de 2014 - 00:00 - Paúl Hermann, Escritor y periodista

Hace pocos días se presentó Desde el silencio (Alfaguara, 2014), la última novela del escritor ecuatoriano Francisco Proaño Arandi, que constituye un relato desolador en el que los secretos familiares se resisten al olvido y arrastran a sus protagonistas hacia un final insospechado.

Jiménez, investigador de Policía, es el encargado de descifrar las causas de muerte del fiscal de la República, Federico Altamirano. Aunque todo indica que se ha tratado de un suicidio, una mirada más detenida hará dudar al inspector de tal presunción. A pesar de que la gestión de Altamirano ha sido conocida por su corrupción, Jiménez sospecha que el responsable de su muerte se encuentra dentro del círculo familiar del Fiscal: sus hijos, su sobrina, el ama de llaves.

Después de un lustro de mutismo impuesto por Carolina Regalado, esposa de Altamirano, debido a un hecho que mantendrá en secreto hasta su muerte, los personajes más cercanos a Altamirano deciden romper el silencio y con él, la imagen del prestigioso Fiscal de la República. Sus testimonios darán cuenta de una sociedad acostumbrada a callar las injusticias, encubrir a los culpables y castigar a las víctimas.

En este memorial, el investigador intenta desentrañar la verdad guiándose tanto por indicios como por intuición. Paralelamente al recuento de sus percepciones sobre el comportamiento de los sospechosos, sus respuestas en los interrogatorios, los lazos entre ellos, Jiménez intercala sus impresiones sobre las pinturas que encuentra en el taller de Diego, el hijo menor, las cuales dejan intuir un entorno enrarecido desde hacía ya algún tiempo.

El autor reflexiona sobre su nueva obra y el género policial en la literatura.

Se ha dicho que las novelas policíacas son un ejercicio del pensamiento cartesiano de Occidente, y no tanto del mágico de América Latina…

Cada vez más, América Latina transfigura su rostro: grandes ciudades, problemáticas comunes a cualquier sociedad contemporánea, transculturación, influencia determinante de las tecnologías de la comunicación, sociedad del conocimiento… Entonces, lo que se advierte es la necesidad de indagar en esas temáticas y en algo que, tanto como en el pasado, sigue siempre vigente, subyacente y omnímodo: el poder, que distribuye el bien y el mal, mimetizado en distintas máscaras en todos los niveles de la sociedad. Esto exige, o reclama, o impone, estrategias narrativas acordes con las nuevas realidades. Una de ellas, entre tantas otras posibles, es la narrativa de corte policíaco, la novela negra de corte hispanoamericano, es decir, heterodoxa con respecto al canon tradicional nacido en la Norteamérica de los años treinta del siglo pasado, pero desde luego, cartesiana, rigurosa, inquisidora del poder en sus distintas facetas. Sin embargo, creo que ese pensamiento cartesiano no tiene por qué ser excluyente de algo que, pese a todo, sigue siendo un rasgo inherente a lo latinoamericano: lo mágico; lo fantástico incluso: expedientes narrativos que, finalmente, buscan descifrar, expresar y revelar —también— la verdad.

Desde el silencio (Alfaguara, 2014).

Una novela con ama de llaves. ¿Un esfuerzo por fusionar la novela policíaca con la novela negra, lo clásico con lo moderno?

En mi novela no hay tanto un ama de llaves, eso sería un poco presuntuoso. Lo que existe es una empleada, algo común —aunque cada vez menos— en los hogares de clase media. Pero lo importante es señalar, en su estructura, rasgos que la acercan al modelo de este género que podemos observar actualmente en el ámbito hispanoamericano: la emergencia —a veces, desde el principio—, de un hecho criminal, delictivo y el desplazamiento de un investigador que indaga, interroga, intuye y, al cabo, va poco a poco construyendo una teoría plausible sobre lo sucedido. De esa vertiente de lo policíaco que se llama novela negra, la corriente actual se centra en la exploración de ciertos niveles oscuros del poder, una suerte de corte a bisel en las realidades de una sociedad determinada; la puesta en evidencia de lo que determinados intereses, por diversas razones —económicas, políticas, o simplemente por miedo o prejuicio— han tratado de mantener oculto. Este rasgo es determinante, me parece, en la evolución experimentada por la literatura policíaca en América Latina y en España en el curso de los últimos años.

Para hacer verosímil el discurso de un investigador hay dos opciones, aligerarlo o dar espesor intelectual al personaje. ¿Usted ha optado por la segunda?

En general, he tratado de aligerar el discurso, en procura de privilegiar la intriga, la acción. El personaje narrador, que es al mismo tiempo el investigador, tiene veleidades de diverso tipo: intelectuales, gastronómicas, afectivas. Es cierto, denota interés en la literatura, en el arte. Se supone, incluso, que en su memorial incluye sus observaciones artísticas sobre ciertas pinturas que, de un modo lateral, pueden coadyuvar a esclarecer aspectos de su investigación. Es, más que nada, un observador de la conducta humana, alguien situado siempre en una posición tangencial, ajena. Hay ocasiones en que, genuinamente, se sorprende de datos culturales que simplemente desconocía.

La novela negra se ha caracterizado por realizar una profunda crítica a las instituciones. ¿Desde el silencio hereda esta preocupación?

En efecto, ese es uno de los rasgos caracterizadores heredados a nivel latinoamericano de la novela negra tradicional. En el caso de Desde el silencio ello constituye una preocupación fundamental, aunque transfigurada a manera de una metáfora de la realidad del poder. No es casual que ante las dificultades crecientes para el ejercicio del llamado periodismo de investigación —por las presiones provenientes desde el poder mismo o por las limitaciones económicas, que son la contracara de aquellas—, muchos periodistas se han pasado al lado de la novela negra para indagar y descubrir, aun cuando fuere metafóricamente o en el plano utópico del texto literario, la verdad que se esconde en los repliegues de la realidad.

¿Su novela surge de experiencias reales?

Sí, pero no de una experiencia determinada sino de un cúmulo de experiencias reales que lamentablemente se producen, casi cotidianamente, en nuestras sociedades. Suele suceder que, aun en el nivel de las familias, por prejuicio, miedo u orgullo, y hasta por razones económicas, la víctima es doblemente victimizada —valga la redundancia—, esto es, reprimida, marginada, silenciada; y, el victimario, en cambio, protegido y encubierto. Casi siempre se tiende un velo de misterio sobre los hechos. Si eso acaece en los estamentos llanos de la sociedad, ¿cómo no pensar en lo que debe suceder en los niveles más altos, en las instituciones representativas de lo que llamamos poder? El silencio, allí, suele ser la norma; por ello, quizá, la necesidad de ese título: Desde el silencio.

Las pinturas constituyen el hilo conductor de su novela. ¿Pensó, cuando lo hacía, en El código da Vinci de Dan Brown?

No. Pero siempre me ha interesado la intertextualidad, la incursión de unos géneros artísticos en otros, a fin de generar un mayor espesor a aquello que se quiere expresar o transmitir. Por ejemplo, la introducción en el texto narrativo de recursos provenientes del arte plástico o de la fotografía. Se trata de transmitir al lector una experiencia, mientras más vívida, mejor. En el caso de esta novela, ese interés se evidencia con respecto al arte de la pintura, como un artefacto literario, además, que utiliza el investigador en su indagación de los hechos. Entre otros antecedentes, hubo uno reciente en la literatura ecuatoriana que me interesó mucho: Kazbek, de Leonardo Valencia, donde el texto novelístico se sustenta en el desciframiento de unos enigmáticos dibujos, de autoría, en la realidad, del pintor Peter Mussfeldt.

El multiperspectivismo ha sido, desde Ryonosuke Akatuhawa, un recurso de la literatura policíaca. Veo que explora esta técnica…

Me sorprende verme descubierto desde esa perspectiva. En efecto, cuando el narrador recaba una versión en torno a los mismos hechos por parte de los posibles testigos, se produce una multiplicidad de puntos de vista orientados a develar la verdad. Un recurso muy propio de la novela policíaca, sin duda. Pero me interesa más discutir esta técnica desde su vertiente actual en el arte plástico, lo cual, de alguna manera, ha sido aludido en la respuesta al interrogante inmediatamente anterior: la necesidad de hacer partícipe al lector de lo que llamamos ‘una experiencia’. Para ello se apela a diversas técnicas, las que provienen de las exigencias de la propia trama, o del tema a dilucidar. En algunos casos, la situación es abordada, descrita, tratada desde múltiples perspectivas y ángulos de visión, hasta dar con un modelo de realidad percibible casi físicamente, casi como un holograma… Es el caso, para la pintura, del multiperspectivismo holomórfico, algo que ya se ensayó en el cubismo y que puede ser aplicable, también, en el (o al) texto propiamente poético, o literario. 

¿Debió investigar sobre el mundo policíaco, su terminología, sus métodos investigativos para escribir esta novela?

Desde luego. En general, toda aproximación literaria a la realidad exige informarse de aspectos significativos, inclusive de los detalles, por mínimos que sean. Más aún en un texto donde la investigación constituye uno de sus hilos narrativos. Por ejemplo, no es lo mismo el efecto de un tiro de revólver que el de una pistola; hay que tener en cuenta la distancia, el ángulo, el tipo de arma; asimismo, debe buscarse la mayor precisión con respecto a los conceptos jurídicos, o penales, para el caso de que la trama derive a esa dimensión; etc. Recuerdo lo sucedido con García Márquez cuando escribía su novela sobre Bolívar, El general en su laberinto. En cierto pasaje, Bolívar debía sufrir los efectos de haber ingerido unos mangos, fruta que en la época del Libertador no había llegado a América: por fortuna, García Márquez pudo conocer a tiempo esa circunstancia, lo que le permitió cambiar los mangos por guayabas.

En novelas negras como Días de guardar, de Pérez Merinero, o la célebre El silencio de los corderos, de Thomas Harris, la atención gira hacia los asesinos, verdaderos protagonistas. ¿También hay esa intención en Desde el silencio?

Dudo de que el asesino sea siempre el protagonista. En sus versiones más ortodoxas, hablo de la novela policíaca, el asesino es una presencia latente, que solo se revela al final, o, mejor dicho, que solo al final se descubre ante los otros en su dimensión verdadera, oculta hasta entonces, o inédita. Otras veces es el investigador —detective, juez, abogado, la propia víctima— quien asume el protagonismo. O, en ocasiones, hasta algún testigo de los hechos. En esta novela, si hablamos de protagonismo, hay como dos niveles: uno, el del investigador-narrador que, en su proceso de indagación, se descubre a sí mismo; otro, tal vez, el del asesino, cuya identidad se va forjando lentamente en la conciencia del investigador. La intención, sin embargo, radica en el develamiento de ese poder vicario que desplaza el silencio como un expediente por el cual debe mantenerse oculta la verdad de los hechos, en nombre, como se dice en alguna parte del texto, de ese “bien atroz”: “la paz de la República”, o si queremos ser más exactos, la paz de los sepulcros.

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