Cuando Ryszard Kapuściński dijo que “para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre o una buena mujer: buenos seres humanos” quizá pensaba en personas como Salcedo Ramos (Barranquilla, 1963). Para el cronista colombiano el periodismo de inmersión deriva del buen trato con los personajes que quiere retratar, el contar historias es un vicio a tiempo completo y la empatía es vital en el oficio.

El lector que se acerque al ring de Memorias del último valiente. La Historia del Rocky Valdez, recibirá un nocaut con el peso de la crónica latinoamericana, esa verdad con estilo que tiene a una de sus mejores cosechas en la antología de sus crónicas escritas en el período 1997-2011: La Eterna Parranda, 27 relatos de no ficción que acaban de provocar una tercera edición (Aguilar, 2011; Punto de Lectura, 2013; Booket, 2015).

En el libro se narran historias de perdedores, de ‘dedos mutilados que no pudieron ser mariposas’, de un bufón extraordinario (Salomón Noriega Cuesta, ‘Chivolito’), un enfermero de los secuestrados (William Pérez) y un juglar inigualable (Diomedes Díaz).

Según ha confesado el autor, “lo más difícil que ha escrito en (su) vida” está publicado en este compendio de título festivo. Se trata de la crónica ‘Las Verdades de mi madre’. Publicada por primera vez en la revista El Malpensante, en julio de 2010, es un retrato y una interlocución a Leida Ramos Quiroz, la mujer que a un infante Salcedo Ramos le parecía ‘mayor que su abuelo’ porque “parecía empequeñecer todo lo que la rodeaba“.

El narrador en primera persona aparece en el capítulo final del libro, luego de abordar esa “metáfora de la lucha del hombre por la supervivencia” que es el deporte de los guantes, un “inventario de conflictos” que, sobre la lona, se asemejan a la vida.

Salcedo Ramos reside en Bogotá, Colombia, pero cuando viaja con sus talleres de periodismo narrativo a cuestas (es maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano), suele explicar sus experiencias y conocimientos con citas variadas, como la expresada por Henry Miller, en su Primavera Negra, que le sirve de epígrafe a su ya célebre parranda: “El teatro arde en llamas y los actores siguen con su papel”.

Otros referentes del autor circulan por páginas tan variopintas como las de Ernest Hemingway, Paul Auster, Juan Villoro, Woody Allen, Adolfo Bioy Casares, Tomás Eloy Martínez, Jon Lee Anderson, Gabriel García Márquez y Martín Caparrós.

Si alguien todavía no ha visitado la Colombia real, con todas sus contradicciones y armonías, puede hacerlo sin viajar. La tierra del realismo mágico -por antonomasia- no se conoce al acceder a sus ofertas turísticas o a las imágenes de un puñado de narcotelenovelas, se llega mejor a sus entrañas a través de la narrativa de no ficción de un gran maestro del género: Alberto Salcedo Ramos.